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Tema: Manuel Machado: condenado a muerte literaria por no ser rojo como su hermano

  1. #1
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    Manuel Machado: condenado a muerte literaria por no ser rojo como su hermano

    Excelente poeta y autor teatral, famosísimo en vida (1874-1947), más que su hermano Antonio, pero que tuvo la mala suerte de elegir el bando que acabaría siendo el “equivocado” en la Guerra Civil, a diferencia de su hermanito Antonio, que eligió el “correcto”, el de los “buenos”.

    Ambos hermanos de similar edad, al margen de ideologías, escribieron en común y en buena armonía obras de teatro, y su calidad literaria era similar.

    Pero a la vista viene estando la diferencia de trato para ambos, ya desde finales del franquismo, a medida que el ambiente literario se inclinaba a la izquierda; llegando hasta el extremo, en estos últimos años, de no solo ignorar la obra Manuel Machado sino hasta de hacer biografías del idolatrado Antonio excluyendo a sabiendas completamente su trato personal y literario con Manuel.

    Obviamente, los motivos de odio a uno y glorificación del otro son exclusivamente ideológicos; caso de que ambos hubieran intercambiado sus ideas políticas, la obra valiosa, hoy, hubiera sido la de Manuel y la mala, la de Antonio.

    Aportamos abajo la alarma de un crítico ante la discriminación frente a su hermano Antonio que Manuel ya sufría en 1974, denunciando que Manuel Machado estaba en el “purgatorio” literario español aunque con posibilidad de salvación"; solo que, después de medio siglo podemos decir que ya Manuel Machado padece sin remisión (como tantos y tantos escritores y políticos) las iras eternas del rojerío y demás tontos útiles de la derecha cómplice...

    Será cuestión de esperar algún siglo más…
    Pious dio el Víctor.
    "... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
    Detrás de los sofistas vienen siempre los bárbaros, enviados por Dios para cortar con su espada el hilo del argumento." (Donoso Cortés)

  2. #2
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    Re: Manuel Machado: condenado a muerte literaria por no ser rojo como su hermano

    In memoriam, Manuel Machado (1874-1947)

    EN este año 1974 se cumple el primer aniversario del nacimiento de Manuel Machado y Ruiz, hermano de Antonio, hijo del famoso folklorista Antonio Machado Alvarez. Los tres de un sevillanismo oro de ley. Purísimo en el padre. Melancólicamente aleado con Castilla en Antonio. Garbosamente aleado con París, Madrid y Rubén en Manuel. Sin que uno se explique aún el porqué, razonable, mientras Antonio goza de una glorificación sin maca y hasta vaticana, Manuel aún está un poco como en el purgatorio literario, en espera de los sufragios necesarios que le ganen su clarificada y definitiva salvación.

    Y, sin embargo, es injusta semejante discriminación, pues que si bien en el conjunto de sus respectivas poéticas la de Antonio mantiene un altísimo equilibrio que no fluctúa ni se quiebra jamás, que siempre se supera en el pensar hondo y en el decir agudo, y la de Manuel pasa por altibajos (los «bajos», ¡ojo!, siempre altos y sólo decrecidos en parangón entre ejemplos del mismo lirismo), tiene Manuel, y acaso peque yo de cicatero, medio centenar de poemas tan sentenciosos, removedores, bellos y garbosos como los mejores de Antonio.

    Repito: notoria injusticia, injusticia irritante, que mientras éste goza en el paraíso, Manuel se debata por salirse de un purgatorio en el que nada tiene que purgar.

    Formalmente, sus primeras obras poéticas —"Alma», 1900; «Caprichos», 1905—, le enlazan con Rubén. En París vivió Manuel, mucho tiempo, bajo la seducción de la poesía simbolista francesa. Pero suavemente, voluntariamente, se fué despojando de tal canto de sirena y desprendiéndose de los agarrones rubenianos. Y amó y cultivó su personalidad de impar peculiaridad. Fue primero el poeta de lo superficial, de lo efímero, de lo fugitivo. Algo sutil e indefinible constituyó su yo lírico de entonces. Y se mostró sobrio y exacto en el tono, en el gesto, en la gracia, en el matiz, en la musicalidad, en la emoción.

    Breve. Leve. Elegante. Quebradizo. Floreo y jugueteo su poesía; y, cada vez con más frecuencia, delicada hondura, filosofía más arabesca que árabe, riesgo de fortuna trascendente, insistente evocación coloreada a lo sevillano velazqueño. De sus poesías y de sus gustos poéticos definió Manuel: “Ideas sobre la poesía… Muchas y muy vagas y sutiles. Pero no las poseo, me poseen ellas. Nada puedo, pues, decir sobre eso que, para mí, cae dentro de lo indefinible; mejor, de lo inefable».

    Mi elegancia es buscada, rebuscada, Prefiero
    a lo helénico puro lo chic y lo torero.
    Un destello de sol y una risa oportuna
    amo más que las languideces de la luna.
    Medio gitano y medio parisién -—dice el vulgo—,
    con Montmartre y con la Macarena comulgo...
    Y antes que un tal poeta, mi deseo primero
    hubiera sido ser un buen banderillero...

    De cuantos escritores actuales —poetas y críticos en especial, que son, o pueden ser, los especialistas en sacar ánimas poéticas del purgatorio—, no creo haya otro que, como yo, conviviera tanto tiempo y a diario con Manuel Machado; entre 1920 y 1947; el, como director de la Biblioteca Municipal de Madrid, y yo como archivero-bibliotecario, funcionario en "ella. Mi primer libro poético: La soledad recóndita —1920— lleva un bello soneto-prólogo suyo, recogido por don Manuel en cuantas Antologías publicó de sus poemas. Por este Iargo y cotidiano trato amical, muy ilustrado de charlas divertidas y sugeridoras, soy testigo de excepción para afirmar (aparte la ilimitada devoción que siempre tuvo Manuel por Antonio) que en las obras teatrales estrenadas con la firma de los dos hermanos, la técnica genérica —tan sabida por Manuel por sus muchos años de ejercicio de la crítica teatral— y la mayor parte en los argumentos, tipos y situaciones, eran absolutamente de Manuel...:

    ...La Lola se va a los puertos,
    la Isla se queda sola...

    Mucho admiré y quise a don Manuel Machado. Quien cada día llegaba a la Biblioteca Municipal entre las doce y media y la una. Y es que trasnochaba mucho, pues era crítico teatral de "La Libertad", diario de la mañana, y terminadas las funciones estrenos había de ir a la redacción, redactar el comentario —que jamás pecó de largo— y... Luego se le liaban las cosas, hasta la madrugada, en los colmados de las calles de Echegaray, Ventura de la Vega, Núñez de Arce (¡siempre enredado con poetas y dramaturgos!), donde el cante jondo, hijo de buenos padres, tenía sus templos y catacumbas más acreditados en jipíos y chateos de la mejor solera. Y, lógico, llegaba a la Biblioteca, bien doblado el mediodía, con sus jacarandosos andares, sacando pliegues inéditos y taurinos a su capa española, como quien hace el paseíllo sobre- el albero de la Maestranza. Se sentaba, ante su buró, ojeaba el ABC y La Libertad «por aquello» del contraste de pareceres ideológicos, y recibía sus visitas: casi siempre viejas y desafortunadas actrices, o jovencitas que pretendían meterse en el jaleo teatral: a las primeras solía darles, con cierto disimulo, un billetito de veinticinco pesetas, o un par de duros de aquellos de plata de buenísima ley —y, por cierto, con más plata en su aleación los falsos que los legítimos— que le daban a su poseedor la sensación de ser el dueño del mundo. Y a las jovencitas solía darles... un par de consejos y tres o cuatro chicoleos muy en su punto, con lo que las dejaba convertidas de Marías Guerrero o Rosario- Pino, al menos... durante un par de días.

    ***
    1974: hace, cien años que nació en Sevilla Manolo Machado y Ruiz, uno de los más atractivos y ejemplares poetes de nuestro siglo, pletórico de rumbo y de magia verbal, de garbo forero y de soterrada melancolía musulmana... ¡califal, por supuesto! Con insistencia nos está pidiendo rogativas para que así le rescatemos del oprobioso —para nosotros, vivientes eruditos, críticos, poetas—purgatorio en que permanece. Que purgatorio, y terrible, para un gran poeta es que sus condicionadas salvaciones sólo se hallen, en las historias literarias y en las antologías líricas; y no en las constantes demanda, tensión y devoción de las masas populares de ya para siempre. ¡El, cuyos cantares maravillosos se los apropió el pueblo creyéndolos patrimonio popular, y sin que a él le importase pito tal despojo, y aun sonriera orgullosamente!

    Tu calle ya no es tu calle,
    que es una calle cualquiera
    camino de cualquier parte...

    Insisto: es preciso que este 1974 señale la fecha de la glorificación de Manuel Machado y su puesta a punto en la gloria casi a la par de Antonio, pues libros, como Alma, Cante jondo, Apolo, El mal poema y el impresionante Ars moriendi son de la misma jerarquía que Soledades o Campos de Castilla.

    Y aún queda un fleco mágico poético a Manuel, su mejor credencial para ingresar con plaza en el cotarro de la celestial poética. Un fleco… que ¡a ver quién lo mejora en su ponderación de lo andaluz eterno!

    Cádiz, salada claridad. Granada,
    agua oculta que llora.
    Romana y mora, Córdoba callada.
    Málaga, cantaora:
    Almería, dorada.
    Plateado Jaén. Huelva, a la orilla
    de las tres carabelas.
    Y Sevilla.

    Federico Carlos Sainz de Robles

    http://hemeroteca.lavanguardia.com/preview/1974/01/04/pagina-13/34208244/pdf.html?search="manuel%20machado"
    Pious dio el Víctor.
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  3. #3
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    Re: Manuel Machado: condenado a muerte literaria por no ser rojo como su hermano

    Libros antiguos y de colección en IberLibro
    Otro artículo del mismo año, contra el intolerable menosprecio que casi desde su muerte pesa sobre d. Manuel Machado. (Algo tendrá que ver en el boicoteo a su persona y obra, imaginamos, su oda al Franco victorioso : ¡Bienvenido, Capitán! Bienvenido a tu Madrid, con la palma de la lid y con la espiga del pan. Dios bendice el santo afán que tu espada desnudó y la victoria te dio,
    etc,)


    EN LOS CIEN AÑOS DE UN GRAN POETA: MANUEL MACHADO

    Primogénito del jurista Antonio Machado Alvarez, andaluz por los cuatro costados (aunque nacido accidentalmente en Santiago, donde su padre fue catedrático) y republicano de Salmerón que bajo el seudónimo Demófilo figuró entre los iniciadores de los estudios folkloristas hispanos —«Colección de enigmas y adivinanzas en forma de diccionario», «Colección de cantes flamencos», «Poesía popular, cuentos, cantares, fábulas...», «Estudios sobre la literatura popular»— alcanzando renombre, internacional, el poeta Manuel Machado, nació en Sevilla un 29 de agosto, hace estos días (1974) cabalmente cien años.

    Su abuelo, el médico y naturalista Antonio Machado Núñez, ayudante de Orfila en París, gobernador liberal y rector de la Universidad hispalense más tarde, en 1883 se trasladó a una cátedra de la Central para asegurar la formación de sus nietos, por entonces aumentados con Antonio, José y Joaquín. Para que se formaran en la Institución Libre de Enseñanza, a la que Demófilo dedicara sus libros. La raíz andaluza, el padre folklorista, la tradición ilustrada, como la infancia sevillana y la formación castellana, en el Instituto-Escuela, son datos operantes para siempre en ambos hermanos, Manuel y Antonio.

    Los Machado, como proverbialmente se les llamó durante cuarenta años: hasta que nuestra guerra había de separarles, no sólo geográficamente. Una de esas parejas o designaciones colectivas que tanto abundan en nuestra historia: los Argensola, los Iriarte, los Madrazo, los Bécquer, los Quintero, los Solana (o los Masdeu, los Torres Amat). Harto acusada en nuestro caso por el hecho de que ambos Machado, Manuel y Antonio, se iniciaron juntos en el ruedo del sabio académico Eduardo Benot, contribuyendo a su «Diccionario de ideas afines», y entraron ambos en periodismo por la revista de Enrique Paradas «La Caricatura»; colaboraron invariablemente, uno y otro, en las juveniles revistas culturales de aquel tránsito de siglo —Vida Literaria», «Electra», «Juventud», «Helios»—, coincidieron en París traduciendo, entre otras cosas, para la casa Garnier y, lo que más pesa, mano a mano escribieron una abundante producción teatral —«Desdichas de la fortuna o Julianillo Valcárcel», «Juan de Mañara», «La Lola se va a los Puertos», «La Duquesa de Benamejí», etcétera, hasta la póstuma, para Antonio, «El hombre que murió en la guerra»— desde que María Guerrero les estrenó la traducción en verso del «Hernani» (y sin contar sus no pocas adaptaciones, de Lope, Calderón o Tirso).

    Como al alimón, obviamente y en cálidas palabras del patriarca Manuel B. Cossío, recibirían el homenaje que la Institución tributó a ambos ex alumnos a raíz del éxito obtenido en dicho Teatro Español con su «Julianillo Valcárcel».

    Una «razón social» cimentada en cariño invariable, en la firme y delicada amistad que unió a ambos poetas a lo largo de su vida. Incluso cuando la profesión tardía —de Manolo, archivero, y de Antonio catedrático de francés en provincias— les marcaba caminos divergentes, no por ello se aflojaron esos lazos: desde el lejano 1917 en que tomó casa en Madrid (para su madre y el tercero de sus hermanos, el pintor José), Antonio se las compuso para pasar en ella no sólo las vacaciones, sino también la mitad de cada semana. Y sin perder uno en esos veinte, años, todos sus días madrileños recala en el café de turno —el Español, el de Levante, el Europeo, el Café de Varela— donde, a par de Ricardo Calvo y el duque de Amalfi, los amigos de infancia, centro obligado de la tertulia era Manolo con su gracia y señorío. Como no pasaba domingo sin que éste se llegara al piso de General Arrando, 4, a matar la tarde con sus dos hermanos. Y apelo al testimonió que el menor de éstos nos brinda en un raro libro —«Ultimas soledades del poeta Antonio Machado (Recuerdos de su hermano José)», impreso en Soria hace un par de años— que conozco gracias a la insaciable curiosidad y la diligencia de mi amigo Raimundo J. Bartrés. Dice así: «La vida de estos dos poetas estuvo siempre tan ligada, que uno de los motivos que aceleraron la muerte de Antonio fue la inevitable y forzosa ausencia de Manuel».

    Debo advertir que José acompañó a Antonio y a la madre en su viacrucis, hasta la muerte en Colliure, y que sigue exiliado en Chile. Diría más: con una prontitud, un gancho y una capacidad de adaptación en claro contraste con el retraimiento y la aparente timidez del hermano, escasamente un año menor que él, Manuel fue para éste un bienacepto mentor. En lo literario también.

    La altivez desengañada de que hace gala Manuel en su maravilloso «Adelfos», fechado en París y 1898, como el incisivo autorretrato de «El mal poema», su tercer libro, diez años después, dejan perceptible huella en el no menos soberbio que de sí nos da —en «Campos de Castilla», 1912— Antonio, ramas al fin de un mismo tronco. Como en este libro hará Antonio provechoso tesoro de Ia innovadora y emocionada interpretación que en «Alma», el primer libro de Manuel (1900) da el poema «Castilla»: el que en opinión de Unamuno —quien le dedicaría una página entera en «Heraldo de Madrid»— bastara para asegurar a su autor un lugar entre los grandes de nuestra lírica. Y excusado es ponderar el ejemplo de loa cantares de Manolo, angustia existencial bajo la sencillez y gracia populares.

    Bien; llegamos al punto en que la guerra quebraría esa «razón social», a un hermano colocando en la parte vencedora y de los honores (Manuel), si al otro con los vencidos, el exilio y la muerte (Antonio).

    Y que de allí a poco, mudándose de alto abajo las suertes del mundo, la cotización literaria de quien «casi desnudo, como los hijos de la mar» en una playa de Francia vino a morir, punto menos que desconocido (él, profesor de francés), subiera —con toda justicia— como la espuma. Al paso que al otro, a la poesía del otro, no hubo quien le librara del sambenito del hombre Manuel, incidiendo en que dijo «mi deseo primero hubiera sido ser un buen banderillero», no perdonándole que hubiera accedido a la Academia en el entonces apellidado II Año Triunfal y que en tal circunstancia «perpetrase» unas «Horas de oro (Devocionario poético)» que, para información de ignaros, no era sino una antología —desechando lo aparentemente superficial y lo pesimista, es cierto— de sus poemas mejores.

    Mas ya se comprende que no fueron razones literarias las que daban ahora, al ostracismo a Manuel, poeta de «Castilla», «La litera de Carlos V» (cito por el aludido devocionario), «Felipe IV», «Andalucía», «De Profundis», el soneto «Yo me maté a mí mismo, pues no quiero», etcétera, las que dejaban sumirse en sombras esos y otros poemas inmarcesibles.

    Y mientras el machacón aupar a troche y moche a Antonio, incluso en sus ramplonas humoradas de corte campoamoriano, que de un altísimo poeta estaba haciendo manoseado comodín; se la negaba al otro hasta la sabiduría, el ángel y el aquel: la retenida emoción conseguida por virtudes de una dicción sobria y llana guiada por una retina penetrante y una música interior, que en el culto del instante fugitivo vuelca entera la amargura de sabernos perecederos. Ni se percibía ya el vuelco, la salida llena de posibilidades, que dio al Modernismo a pique de ahogarse en sus perfumes, la oxigenación aportada por aquella poesía sin imágenes, introductora de un cotidianismo no muy lejano del que, a escala universal, iban a proponer Pound, Eliot y compañía. La enorme y matizada amplitud de la poesía de Manuel, pese a la relativa brevedad de su obra.

    Fruto de la casi general ignorancia vinieron entonces los dicharachos, lo de Machado el malo y Machado el bueno, es inútil aclarar por quién iba lo uno o lo otro. Ignorando, de paso, lo que el bueno» anota en «Los complementarios», el cuaderno —no destinado a la publicidad— en que fue consignando sus meditaciones y el fruto de lecturas, de 1919 al 25, y que hoy conocemos en edición facsimilar de la editorial Taurus, con transcripción y edición crítica de Domingo Ynduráin. Hablando de sonetos, dice allí Antonio: «En España son bellísimos los de Manuel Machado». Y páginas allá luego de transcribir el de Góngora al sepulcro del Greco, remacha: «Después del soneto de Góngora y alguno de Calderón, no hay más sonetos en castellano que los de Manuel Machado», añadiendo a continuación uno de Manuel, y en ex_ergo: «Del libro Apolo, maravilloso libro de sonetos pictóricos. 1909».

    Y no me resisto a recoger la confidencia que nos brinda José, el hermano de ambos: «Antonio, que tan profundamente penetraba en el fondo de todo, me llegó a decir: «Manuel es un inmenso poeta; pero para mí, el verdadero, el Insuperable, no es como la generalidad de la gente cree, el de los cantares, sino el de todo lo demás. El de "Alma", "Caprichos", "El maI poema", etcétera».

    Pues bien; en la altiva Burgos, los libros y papeles que Manuel les legó llevan más de un cuarto de siglo arrumbados en un pasillo de la llamada Institución Fernán González, del C.S.I.C. En la ducal Medinaceli y con motivo de sus X Jornadas de atracción turística, se ha llegado al extremo de dedicar una semana a Antonio, «ante la inminente celebración del centenario de su nacimiento»: …precisamente mientras se cumple el del otro Machado. Y así va el mundo.

    ¿Recuerdan que en el Parque de María Luisa, donde ya existen las glorietas de los hermanos Bécquer y de los Quintero, el Ayuntamiento hispalense decidió instalar una fuente de los Machado? El pintor y arquitecto de jardines, sevillano de pro, Javier de Winthuysen recibió el encargo y realizó el proyecto que nuestra guerra dejaría en nada.

    De seguir así las cosas, y puestos en trance conmemorativo, no extrañaría que al tomar cuerpo ese homenaje se quedara en Fuente del hermano Machado…. el «bueno», claro está (aunque por los tumbos del gusto casi vaya quedando, injustos siempre, en lo contrario).

    Seriedad, amigos. Y no perder de vista que el mejor homenaje a un poeta, es leerlo.

    Juan Ramón MASOLIVER

    (La Vanguardia, 1-9-74)
    Edición del domingo, 01 septiembre 1974, página 51 - Hemeroteca - Lavanguardia.es

    Última edición por ALACRAN; 14/11/2022 a las 14:38
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