In memoriam, Manuel Machado (1874-1947)
EN este año 1974 se cumple el primer aniversario del nacimiento de Manuel Machado y Ruiz, hermano de Antonio, hijo del famoso folklorista Antonio Machado Alvarez. Los tres de un sevillanismo oro de ley. Purísimo en el padre. Melancólicamente aleado con Castilla en Antonio. Garbosamente aleado con París, Madrid y Rubén en Manuel. Sin que uno se explique aún el porqué, razonable, mientras Antonio goza de una glorificación sin maca y hasta vaticana, Manuel aún está un poco como en el purgatorio literario, en espera de los sufragios necesarios que le ganen su clarificada y definitiva salvación.
Y, sin embargo, es injusta semejante discriminación, pues que si bien en el conjunto de sus respectivas poéticas la de Antonio mantiene un altísimo equilibrio que no fluctúa ni se quiebra jamás, que siempre se supera en el pensar hondo y en el decir agudo, y la de Manuel pasa por altibajos (los «bajos», ¡ojo!, siempre altos y sólo decrecidos en parangón entre ejemplos del mismo lirismo), tiene Manuel, y acaso peque yo de cicatero, medio centenar de poemas tan sentenciosos, removedores, bellos y garbosos como los mejores de Antonio.
Repito: notoria injusticia, injusticia irritante, que mientras éste goza en el paraíso, Manuel se debata por salirse de un purgatorio en el que nada tiene que purgar.
Formalmente, sus primeras obras poéticas —"Alma», 1900; «Caprichos», 1905—, le enlazan con Rubén. En París vivió Manuel, mucho tiempo, bajo la seducción de la poesía simbolista francesa. Pero suavemente, voluntariamente, se fué despojando de tal canto de sirena y desprendiéndose de los agarrones rubenianos. Y amó y cultivó su personalidad de impar peculiaridad. Fue primero el poeta de lo superficial, de lo efímero, de lo fugitivo. Algo sutil e indefinible constituyó su yo lírico de entonces. Y se mostró sobrio y exacto en el tono, en el gesto, en la gracia, en el matiz, en la musicalidad, en la emoción.
Breve. Leve. Elegante. Quebradizo. Floreo y jugueteo su poesía; y, cada vez con más frecuencia, delicada hondura, filosofía más arabesca que árabe, riesgo de fortuna trascendente, insistente evocación coloreada a lo sevillano velazqueño. De sus poesías y de sus gustos poéticos definió Manuel: “Ideas sobre la poesía… Muchas y muy vagas y sutiles. Pero no las poseo, me poseen ellas. Nada puedo, pues, decir sobre eso que, para mí, cae dentro de lo indefinible; mejor, de lo inefable».
Mi elegancia es buscada, rebuscada, Prefiero
a lo helénico puro lo chic y lo torero.
Un destello de sol y una risa oportuna
amo más que las languideces de la luna.
Medio gitano y medio parisién -—dice el vulgo—,
con Montmartre y con la Macarena comulgo...
Y antes que un tal poeta, mi deseo primero
hubiera sido ser un buen banderillero...
De cuantos escritores actuales —poetas y críticos en especial, que son, o pueden ser, los especialistas en sacar ánimas poéticas del purgatorio—, no creo haya otro que, como yo, conviviera tanto tiempo y a diario con Manuel Machado; entre 1920 y 1947; el, como director de la Biblioteca Municipal de Madrid, y yo como archivero-bibliotecario, funcionario en "ella. Mi primer libro poético: La soledad recóndita —1920— lleva un bello soneto-prólogo suyo, recogido por don Manuel en cuantas Antologías publicó de sus poemas. Por este Iargo y cotidiano trato amical, muy ilustrado de charlas divertidas y sugeridoras, soy testigo de excepción para afirmar (aparte la ilimitada devoción que siempre tuvo Manuel por Antonio) que en las obras teatrales estrenadas con la firma de los dos hermanos, la técnica genérica —tan sabida por Manuel por sus muchos años de ejercicio de la crítica teatral— y la mayor parte en los argumentos, tipos y situaciones, eran absolutamente de Manuel...:
...La Lola se va a los puertos,
la Isla se queda sola...
Mucho admiré y quise a don Manuel Machado. Quien cada día llegaba a la Biblioteca Municipal entre las doce y media y la una. Y es que trasnochaba mucho, pues era crítico teatral de "La Libertad", diario de la mañana, y terminadas las funciones estrenos había de ir a la redacción, redactar el comentario —que jamás pecó de largo— y... Luego se le liaban las cosas, hasta la madrugada, en los colmados de las calles de Echegaray, Ventura de la Vega, Núñez de Arce (¡siempre enredado con poetas y dramaturgos!), donde el cante jondo, hijo de buenos padres, tenía sus templos y catacumbas más acreditados en jipíos y chateos de la mejor solera. Y, lógico, llegaba a la Biblioteca, bien doblado el mediodía, con sus jacarandosos andares, sacando pliegues inéditos y taurinos a su capa española, como quien hace el paseíllo sobre- el albero de la Maestranza. Se sentaba, ante su buró, ojeaba el ABC y La Libertad «por aquello» del contraste de pareceres ideológicos, y recibía sus visitas: casi siempre viejas y desafortunadas actrices, o jovencitas que pretendían meterse en el jaleo teatral: a las primeras solía darles, con cierto disimulo, un billetito de veinticinco pesetas, o un par de duros de aquellos de plata de buenísima ley —y, por cierto, con más plata en su aleación los falsos que los legítimos— que le daban a su poseedor la sensación de ser el dueño del mundo. Y a las jovencitas solía darles... un par de consejos y tres o cuatro chicoleos muy en su punto, con lo que las dejaba convertidas de Marías Guerrero o Rosario- Pino, al menos... durante un par de días.
***
1974: hace, cien años que nació en Sevilla Manolo Machado y Ruiz, uno de los más atractivos y ejemplares poetes de nuestro siglo, pletórico de rumbo y de magia verbal, de garbo forero y de soterrada melancolía musulmana... ¡califal, por supuesto! Con insistencia nos está pidiendo rogativas para que así le rescatemos del oprobioso —para nosotros, vivientes eruditos, críticos, poetas—purgatorio en que permanece. Que purgatorio, y terrible, para un gran poeta es que sus condicionadas salvaciones sólo se hallen, en las historias literarias y en las antologías líricas; y no en las constantes demanda, tensión y devoción de las masas populares de ya para siempre. ¡El, cuyos cantares maravillosos se los apropió el pueblo creyéndolos patrimonio popular, y sin que a él le importase pito tal despojo, y aun sonriera orgullosamente!
Tu calle ya no es tu calle,
que es una calle cualquiera
camino de cualquier parte...
Insisto: es preciso que este 1974 señale la fecha de la glorificación de Manuel Machado y su puesta a punto en la gloria casi a la par de Antonio, pues libros, como Alma, Cante jondo, Apolo, El mal poema y el impresionante Ars moriendi son de la misma jerarquía que Soledades o Campos de Castilla.
Y aún queda un fleco mágico poético a Manuel, su mejor credencial para ingresar con plaza en el cotarro de la celestial poética. Un fleco… que ¡a ver quién lo mejora en su ponderación de lo andaluz eterno!
Cádiz, salada claridad. Granada,
agua oculta que llora.
Romana y mora, Córdoba callada.
Málaga, cantaora:
Almería, dorada.
Plateado Jaén. Huelva, a la orilla
de las tres carabelas.
Y Sevilla.
Federico Carlos Sainz de Robles
http://hemeroteca.lavanguardia.com/preview/1974/01/04/pagina-13/34208244/pdf.html?search="manuel%20machado"
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