Si ya no son muchos los que saben qué es una ternilla, es porque desde hará unas tres décadas el nivel cultural y educativo ha decaído muchísimo. Se lee poco, el sistema educativo actual enseña poco y mal, y premia la falta de esfuerzo aprobando sin estudiar. Tampoco se fomenta la lectura, actitividad detenida que ayuda a pensar, a reflexionar y a tener una base de conocimientos que ayuda a no ser manipulado tan fácilmente. Hablando en hipérbole, uno puede partirse la ternilla de la nariz de tanto reír, pero como no somos máquinas no tenemos tornillos, por lo que la frase es absurda. De todos modos, el ingenio del pueblo aún no ha perdido la capacidad de crear expresiones simpáticas. Y, bien utilizadas, las metáforas son fundamentales en la poesía y hasta ponen la sal y la pimienta en el habla de cada día.
El déficit generalizado de vocabulario ha empobrecido considerablemente la capacidad expresiva y de matización de muchos y, junto con la falta de lectura y de buenos ejemplos de expresión en los medios de difusión hablados, ha dado lugar a una profusión inusitada de usos erróneos que antes solo se daban, si acaso, en niveles socioculturales muy bajos. Dequeísmo, queísmo, confusión entre «sino» y «si no» que prácticamente queda reducida a «sino» pero pronunciado siempre sinó, construcciones confusas y absurdas como «soy de los que hago» en vez de «los que hacen» (como si tuviera sentido decir «los que hago»). Este último ejemplo en España, como eso de empezar una frase con un verbo en infinitivo como «decir que», «señalar que» o «añadir que», cuando obviamente habría que decir «solo falta añadir», o algo así. En Hispanoamérica se ha extendido muchísimo el «se los digo» o «se los agradezco» si se habla a varias personas, aunque solo se diga o agradezca una cosa. Y es que este fenómeno de la degradación del idioma se está dando a ambas orillas del Atlántico. Como estos podría poner muchos ejemplos más. Y no hablemos de lo venida a menos que está la ortografía, sobre todo la puntuación y la acentuación.
Volviendo a los neologismos, es cierto que en la mayoría de los casos no están motivados por la necesidad, sino que son fruto de un afán esnob de notoriedad. Es falta de naturalidad. Muchos quieren dárselas de modernos, proyectar una imagen de lo que no son. «Llaneza, muchacho, que toda afectación es mala» (Cervantes). Sucede también bastante que la falta de vocabulario lleva en muchos casos a improvisar de cualquier manera, o bien a tomar préstamos de otros idiomas para algo que ya tiene nombre. Así se adoptan muchos extranjerismos que no se acomodan muy bien a nuestra grafía o forma de pronunciar, y quedan como cuerpos extraños alojados o clavados en el idioma. O bien pasa que una compañía extranjera quiere comercializar entre nosotros un producto hecho a base de una materia prima que no sabe cómo se llama, y sin informarse bien, le ponen cualquier cosa o no lo traducen. Así, por ejemplo, nos hemos llenado de champús a la «henna», cuando en realidad se trata de alheña, que es un arbusto de lo más común: una especie de ligustro. Seguro que muchos piensan que es alguna planta exótica. Pero, al decir de Fray Luis, «nuestra no es dura ni pobre como algunos dicen, sino de cera y abundante para los que la saben tratar».
Por supuesto, cualquiera es libre de inventarse una palabra o expresión haciendo un juego de palabras, pero ahí ya sí estamos hablando de originalidad e ingenio. Ahí sí se crea, y hasta los poetas se inventan a veces alguna palabra como licencia literaria cuando viene al caso.
Por último, cuando hay que incorporar una palabra extranjera que no tiene equivalente, aunque si no fuera tan apresurado este mundo actual siempre se podría crear uno, creo es preferible adaptar lo más posible la palabra bárbara en vez de utilizarla tal cual. Así se incorpora y se asimila, con lo que el idioma se enriquece, mientras que de otra manera se indigesta, choca y queda fuera de lugar. O pasa también que cuando por haberse generalizado su uso se termina por aceptar, digamos, un anglicismo, añadir esa palabra o acepción puede en realidad empobrecer el idioma si por moda todo el mundo lo usa descuidando otras formas de expresión. Ejemplo: aunque ya está aceptado en el diccionario ignorar en el sentido inglés de la palabra, se corre el riesgo de arrinconar por prisa y pereza toda una serie de palabras y expresiones que expresan la idea con más claridad y sin que se confunda en ningún momento con el sentido de ignorancia que tiene en español (no hacer caso, desentenderse, pasar por alto, hacer como si no existiera, como si no se oyera, como si no viera, hacer caso omiso, descuidar...)
Marcadores