Páginas maravillosas de «La Atlántida» de Verdaguer. La ciencia y la poesía seguirán debatiéndose ante el fulgurante misterio de aquel mundo sumergido. Y habrá que seguir distinguiendo, como la Atlántida de Platón, de la Atlántida de los geólogos.
Platón nos dio el enigma de la Atlántida en el «Critias » y en el «Timeo». Critias, discípulo de Sócrates, como Platón, se tomó, al parecer, una noche entera para recordar lo que en su niñez oyó contar a su padre, viejo a la sazón de noventa años. Este fue hijo de Drópidas, pariente e íntimo amigo de Solón, quien, según la referencia, le había recitado muchas veces un poema que tenía sin terminar y en el cual relataba la historia de la grande isla Atlántida, de sus extensos dominios y de su brusca desaparición decretada por los dioses, a causa de los vicios de los atlantes: todo ello, como el mismo Solón lo oyó de boca de los sacerdotes egipcios de Sais.
¿Será lícito identificar la Atlántida de Platón, de no ser pura fantasía, con la civilización de Creta, la más antigua de Europa? Del Atlántico entonces nada se sabía, ni se había de saber en muchos siglos, hasta que en toda su latitud lo descubrieran las naves de Castilla. Si después los geólogos advirtieron en sus aguas la inmensa tumba de un Continente, el mito, con traslación de lugar, ya estaba creado por Platón.
Era menester un poeta. Y este poeta, al cabo de tantos siglos, se llamó Jacinto Verdaguer. «¿Ves ese mar — canta en su poema— que abarca la tierra de polo a polo? Un tiempo fue jardín de las Hespérides alegres, aun arroja el Teide reliquias suyas, rebramando de continuo, cual monstruo que vela en campo de matanza. »
Verdaguer hace a España heredera del mítico Continente ahogado.
Colón escucha de labios del ermitaño la gigantesca hecatombe, en que el iracundo Alcides, tras de dar muerte al dragón que custodia el naranjo de las Hespérides, corta la rama cimera y la trasplanta a Gades.
Entabla el Héroe con los Atlantes un combate desigual, cuando, impelido de fuerza sobrehumana, sube al Calpe, cabecera de la Atlántida, y parte el monte con su clava.
Se abre el Estrecho: las aguas del Mediterráneo, al desbordarse, hacen aflorar las islas griegas. Resuena un cántico de gloria al Altísimo.
El Ángel de la Atlántida, al "restituirse al Cielo, entrega al Ángel de España, que de él desciende, la corona de la que fue reina de los mundos.
Y termina la epopeya con el sueño de Isabel y el viaje sublime de las tres carabelas.
No deja de ser fenómeno singular y curioso que un poeta, hijo del Mediterráneo, haya sido el gran cantor del Atlántico. Atlántico y Mediterráneo. Dos mares, los dos mares de España. ¿Dos culturas? La misma.
Al Mediterráneo debemos la Ilíada y la Odisea, los idilios de Teócrito con el mito de la hermosa Galatea, que arroja sus manzanas en la playa, y a la que el cíclope, despechado, llora tendido junto al mar. Al Mediterráneo debemos el otro mito del rapto de Europa; el de los Argonautas: las bodas de Tetis y Peleo; la Dido virgiliana, el llanto de Ovidio, las velas de púrpura de Horacio, el dolor de Prometeo...
Pero el Atlántico... El Atlántico, cantado en catalán por el genio de Verdaguer. Fue el "camino definitivo de España, la culminación de su destino universal, navegando desde el primer día con una Cruz en el palo mayor, con todos los mitos del Mediterráneo a bordo, superados en el alma gigantesca de los Descubridores y Conquistadores. El Atlántico es la más grande Hesperia, que se echó a navegar con todos los mitos hechos historia y con una historia que aun se nos antoja mito.
El Atlántico, en fin, nos escucha a todos, desde las dos orillas, con las mismas fraternas palabras, cuando hablamos unos con otros y cuando hablamos también con Dios.
"... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
Detrás de los sofistas vienen siempre los bárbaros, enviados por Dios para cortar con su espada el hilo del argumento." (Donoso Cortés)
Ya en otro hilo comenté la semejanza descriptiva de la "Atlántida" de Platón, con la realizada por Hernán Cortés en sus "Cartas de Relación" (2ª Carta-Relación), dirigidas al Rey D. Carlos I, en la que describe la capital del reino azteca de Mutezuma.
"He ahí la tragedia. Europa hechura de Cristo, está desenfocada con relación a Cristo. Su problema es específicamente teológico, por más que queramos disimularlo. La llamada interna y milenaria del alma europea choca con una realidad artificial anticristiana. El europeo se siente a disgusto, se siente angustiado. Adivina y presiente en esa angustia el problema del ser o no ser.
<<He ahí la tragedia. España hechura de Cristo, está desenfocada con relación a Cristo. Su problema es específicamente teológico, por más que queramos disimularlo. La llamada interna y milenaria del alma española choca con una realidad artificial anticristiana. El español se siente a disgusto, se siente angustiado. Adivina y presiente en esa angustia el problema del ser o no ser.>>
Hemos superado el racionalismo, frío y estéril, por el tormentoso irracionalismo y han caído por tierra los tres grandes dogmas de un insobornable europeísmo: las eternas verdades del cristianismo, los valores morales del humanismo y la potencialidad histórica de la cultura europea, es decir, de la cultura, pues hoy por hoy no existe más cultura que la nuestra.
Ante tamaña destrucción quedan libres las fuerzas irracionales del instinto y del bruto deseo. El terreno está preparado para que germinen los misticismos comunitarios, los colectivismos de cualquier signo, irrefrenable tentación para el desilusionado europeo."
En la hora crepuscular de Europa José Mª Alejandro, S.J. Colec. "Historia y Filosofía de la Ciencia". ESPASA CALPE, Madrid 1958, pág., 47
Nada sin Dios
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