Tomado del libro Historia orgánica de las armas de infantería y caballería españolas, 5to tomo By Serafín María de Sotto Clonard 1854
El pensamiento de nuestra corte era el de recobrar los reinos de Ñapoles y Sicilia; pero mientras llegaba la estacion propicia para las grandes operaciones, el conde de Montemar lanzó algunos destacamentos sobre los ducados de la Mirándola y Massa, y el principado de Piombino; éste y la Mirándola se sometieron con breve resistencia , y la duquesa de Massa admitió en su capital una guarnicion española.
Emprendióse la conquista de Nápoles (1734) bajo los auspicios mas lisonjeros. Una escuadra española mandada por el conde de Clavijo, se presentó en las aguas de Nápoles, á cuyo aspecto los habitantes de esta populosa capital dieron las pruebas mas inequívocas de júbilo. Todos los corazones napolitanos respiraban odio hácia la dominacion alemana; á la verdad se habia hecho opresora, pero este pueblo, como todos los oprimidos, solo podía dejar de ser versátil cuando recobrara su independencia. Alarmado el virey imperial, marqués de Visconti, y no conceptuando prudente permanecer en el seno de una poblacion desafecta, salió de Nápoles, dejando bien guarnecidos los castillos. Todas las fuerzas alemanas existentes á la sazon en este reino, consistian en doce ó catorce mil hombres, número insuficiente para contrarrestar á los españoles en campo abierto, pero bastante para entorpecer su marcha, bien al abrigo de una línea atrincherada, ó ya encerrándose en algunas plazas fuertes. En esta idea guarneció poderosamente á Pescara, Cápua y Gaeta, y situó al general Traun con cinco mil soldados, en la escelente línea de San German inmortalizada por el genio de Gonzalo.
El ejercito español, reforzado hasta el número de cuarenta mil hombres, descendió á paso de gigante por los estados pontificios y se presentó en Truchione el dia 25 de marzo. Cuando el infante llegó á este punto, salieron á recibirle los diputados de muchas ciudades, ofreciéndole el homenaje de su lealtad. Nunca habían sido tan sinceros los napolitanos como en esta ocasion, porqueD. Cárlos habia sido nombrado por su padre rey de Nápoles y de Sicilia, y saludando á este príncipe saludaban la aurora de su independencia, oprimida por mas de dos siglos. El nuevo rey acabó de grangearse las voluntades con algunos actos de política magnánima, en términos, que á los mas resueltos parciales de la casa de Austria se les cayeron las armas de la mano.
La marcha de D. Cárlos á la capital fué una verdadera ovacion. Ni una sola bayoneta enemiga se cruzó en su camino, porque Traun, sintiéndose demasiado débil en la avanzada posicion de San German, se replegó lentamente bajo el cañon de Gaeta. El nuevo monarca recibió en Anversa las llaves de Nápoles, é hizo su entrada en esta capital el 10 de mayo rodeado por una multitud ébria de júbilo y de esperanza.
Los cinco castillos denominados el Ovo, Nuovo, San Telmo, San Vicencio y Toncon de Carmelitanos, que conservaban todavía los imperiales, destituidos de todo socorro, se rindieron sucesivamente , no sin oponer antes una resistencia gallarda.
A pesar de estos rápidos progresos no debia creerse asegurada la conquista de Nápoles. El virey imperial Visconti permanecía siempre en el territorio de Bari, tendiendo sus dos brazos para recibir y sostener los refuerzos que esperaba de Sicilia y Alemania. Su cuerpo de ejército, que bajo Traun solo constaba de cinco mil hombres, habia ya aseendido á nueve, y se acrecentaba sucesivamente con las guarniciones que evacuaban algunas ciudades y fortalezas.
Bien conocía D. Cárlos que sin destruir este núcleo de resistencia , quedaba otra vez en litigio su corona; pero como las tropas de España se habian derramado en todas direcciones á fin de someter algunos puntos en que ondeaba el estandarte imperial, era bien difícil reunir al pronto un caudal de fuerzas suficiente para dar feliz cima á empresa tan importante.
La actividad y talentos del conde de Montemar superaron estas dificultades, y colocándose á la cabeza de doce mil hombres> se dirigió audazmente en busca del enemigo.
Noticioso Visconti de su marcha , abandonó á Tarento y se atrincheró en Bitonto, en una posicion que se creia inespugnable. La cabeza del ejército austríaco estaba apoyada en Bitonto, y su frente cubierto por cuatro órdenes de tapias semicirculares y muy sólidas, cuya elevacion era de cinco piés. La caballería alemana cerraba la estremidad izquierda de esta línea, estendida en la distancia de un cuarto do legua, y podia evolucionar fácil y ventajosamente sobre las faldas de la eminencia, centro de la posicion; en la derecha el semicírculo de tapias se enlazaba enérgicamente con la cresta de la colina y no permitia acceso alguno.
Cuando los marqueses de Pozoblanco y Castelar, persiguiendo con la caballería española á algunas partidas enemigas, descubrieron esta formidable posicion, volvieron grupa para anunciar al de Montemar las numerosas ventajas que Visconti habia logrado descubrir en aquel terreno privilegiado.
Pero Montemar no se intimidó con estas noticias; sabia que no hay nada imposible al verdadero valor, conocía el de sus tropas y fiaba en su fecunda esperiencia. Decidido el ataque, avanzó todo nuestro ejército, dividido en seis columnas, sobre las trincheras imperiales. Precedíanle los gastadores armados competentemente para derribar las tapias , yendo todo el golpe de la caballería á la izquierda á fin de dar sobre el flanco de los alemanes.
Nuestros ginetes, en efecto, empezaron la accion; su primera carga fué tan terrible, que la caballería imperial se desbandó, lanzándose fuera del campo en el mayor desorden y huyendo perseguida ardientemente por la nuestra, que no la abandonó hasta que podo encerrarla en la ciudad de Barí.
La fuga de la caballería dejó sin apoyo el centro de los alemanes, sobre el que se arrojó con denuedo heróico el conde de Maceda á la cabeza de una columna. Pero la infantería alemana se mantuvo por algun tiempo fiel á su grande reputacion, y solo la tenaz intrepidez del conde de Maceda pudo comprimir aquel centro erizado de bayonetas y rodeado por una columna de fuego. Cuándo Montemar advirtió que vacilaba el centro enemigo, dió la orden para un ataque general. Los ágiles españoles trepan por aquellas tapias sobreponiéndose á los lentos trabajos de los gastadores. Los alemanes, mas bien heridos de terror que debilitados por sus pérdidas, pretendieron retirarse con cierto órden; pero acometidos de nuevo con ímpetu incomparable, envueltos, desorganizados, rindieron muchos las armas, y los demas se refugiaron con su jefe Radoschi en la ciudad de Bitonto. Montemar, que no quería dejar su triunfo incompleto, marchó al punto sobre Bitonto. Radoschi ensayó defenderse al abrigo de la muralla; mas destituido de toda esperanza se entregó prisionero con sus tropas. No fueron mas felices los gínetes encerrados en Bari. Amenazados vigorosamente por Montemar , y sobrecogidos por la impresion de su reciente derrota, se sometieron estipulando únicamente la conservacion de su vida.
Mil doscientos imperiales la perdieron en el sitio de la accion; ocho mil quedaron prisioneros, y por un fenómeno bastante raro en la historia militar, de todo el ejército enemigo solo se salvó el general Visconti con dos ó tres oficiales. Alcanzaron los españoles triunfo tan inaudito con la ligera pérdida de ochocientos hombres entre muertos y heridos. Su gloria fué tan inmensa como estraordinario habia sido el suceso, y su caudillo Montemar, á cuya feliz audacia y atinadas disposiciones se debia principalmente la victoria, recibió de los reyes de España y Nápoles el titulo de duque, con otras relevantes mercedes y gruesas pensiones.
La batalla de Bitonto decidió la suerte de Nápoles. Si se hubiera diferido algunos dias mas, podia haberse alterado profundamente la fisonomía de la campaña, porque seis mil enemigos estaban para desembarcar en Trieste.
El ascendiente de esta victoria se hizo sentir en toda la estension del reino. Cortona, Gallípolli, Brindi y Aguila, sujetos todavía al dominio imperial, se sometieron despues de breve resistencia; no asi Pescara que opuso una muy briosa aunque igualmente inútil. La fuerte Gaeta, el baluarte de Nápoles, capituló á los siete dias de haberse abierto la trinchera; y Cápua, donde el general Traun habia sostenido cuatro meses de bloqueo, desplegando sumo valor é industriosa actividad, siguió al fin el ejemplo de las otras plazas.
La conquista de Sicilia fué obra de dos meses. Coadyuvaron á ella poderosamente los mismos naturales, cuyo afecto al nombre español era bien conocido; los duques de Montemar y Liria , rivalizando en pericia y denuedo, lograron mantener siempre en auge la primera impresion favorable. El virey imperial de Sicilia, conde de Sástago, mas bien por sostener su honor militar que la obediencia austríaca en aquella isla, se esforzó á conservar algun tiempo la cindadela de Messina y la plaza de Siracusa; mas hubo finalmente de entregarlas, salvando las guarniciones que habia en elfás.De este modo, y en una sola campaña, revindicó Felipe V los reinos de Nápoles y Sicilia.
Última edición por Michael; 12/11/2012 a las 05:58
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