EL OSO BALÚ: El jucumari que resucitó en el Machía
TEXTO • Erick Ortega Pérez
FOTOS • Javier Paz Arteaga
Un mal día de diciembre de 2006, la familia de Balú se fue al río paceño de Licoma para bañarse. Un rifle anónimo mató a su madre y luego un par de manos lo sacaron del manantial para encerrarlo en una caja de madera junto a su hermana. Ella no soportó el claustro y murió poco tiempo después, a los dos meses de edad. Balú quedó solo en el mundo.
A Balú el encierro le cambió por completo la vida y también la dieta. Dejó de comer frutos de los árboles y recibió una ración diaria de lagua de maíz... hasta que otro mal día de principios de 2007 el cazador de su progenitora decidió canjearlo por una vaca.
Aún sin equilibrar bien su oscuro cuerpo peludo sobre las dos patas traseras, la cabeza de Balú ya tenía un precio: 200 dólares, y un circo de Uruguay estaba dispuesto a pagar por él para llevárselo como una de sus atracciones principales.
Momentos antes de hacerse efectiva la transacción, Balú fue rescatado por la Fuerza Especial de Lucha Contra el Crimen (FELCC), el departamento de Zoonosis de la ciudad de El Alto y miembros de la comunidad ambientalista Inti Wara Yassi.
El veredicto inicial
El viernes 2 de marzo de 2007, Balú, un oso andino o jucumari, ingresó en el Refugio de Animales Silvestres del parque Machía, administrado por la Comunidad Inti Wara Yassi en Villa Tunari, Cochabamba.
El veterinario Luis Morales Tintilay hizo un diagnóstico del plantígrado el día en que llegó a la estancia y de su informe se desprende la siguiente conclusión: “Al realizar la respectiva auscultación se pudo evidenciar que presentaba deshidratación, se mostraba caquéctico (desnutrido) y el pelo estaba opaco y quebradizo. Esto pudo constatar las malas condiciones en que se encontraba Balú”.
el oso, en la actualidad
Balú es tímido, con sus ojos pequeños y negros como dos canicas oscuras mira un coco verde. Camina hacia el fruto, apoyado sobre sus cuatro patas. Va despacio. Agarra el coco con sus garras delanteras como un gran arquero que toma un balón de fútbol. Se sienta. Mira una cámara fotográfica que sigue cada uno de sus movimientos.
Se acuesta “en cámara lenta” sobre su panza y lleva el fruto hacia adelante. Lo parte en dos sin ningún problema clavándole las garras gruesas cual si fueran navajas. Empieza a beber el jugo blanco y cuando sacia su sed, deja el fruto a un costado.
Mira el árbol que se encuentra cerca de su hábitat y voltea la vista hacia los cinco curiosos que se hallan cerca de él. El israelí Adi Zvi advierte al fotógrafo: “No saques fotos con flash”. Mientras, Balú continúa con su trajinar como si nada aconteciera a su alrededor. “Ya se va a ir a descansar”, aclara Nena Baltazar Lugones, la encargada del parque Machía.
A la hora de descansar, Balú se trepa al árbol y desde ahí mira los nuevos horizontes de su vida. Ve árboles, puede observar a los monos que saltan en todo momento y que emiten chillidos sin parar. El cielo es surcado por aves bulliciosas. Y cuando está demasiado agitado, toma una siesta. En general, siempre está cansado o jugando con el israelí Zvi. “Es como un niño pequeño”, comenta Baltazar, y muestra algunas fotografías del jucumari en el río. Al oso le encanta bañarse y se dirige a diario a la rivera.
Como todo infante, tuvo algunos problemas estomacales que ya fueron superados. Y debido a que ya no tiene diarrea, suele ser juguetón. Zvi vuelve a lanzar una recomendación al fotógrafo: “Le has caído bien, no vas a tener miedo si te quiere abrazar”. Erguido, Balú mide más de un metro y 50 centímetros; además, pesa más de 80 kilos y el filo de sus garras contrasta con la mirada apagada que tiene.
El veterinario Luis Morales cree que el jucumari tiene poco más de un año de edad y, según sus cálculos, puede vivir unos 35 años en cautiverio, es decir, fuera de su entorno natural, pero con los debidos cuidados.
Parece que a Balú poco le importa lo que cuenta su “médico particular”. Da la espalda de golpe y se pierde detrás del árbol. Va tan despacio como llegó.
Jucumaris en peligro
Los datos más recientes de los activistas ambientales señalan que existen unos 1.500 jucumaris en Bolivia y, también, que la especie se encuentra en la “lista roja” de los animales en peligro de extinción.
Este oso andino tiene un apelativo científico casi impronunciable, Tremarctos ornatus, y su presencia se da en los valles de La Paz, Tarija, Santa Cruz, Sucre y Cochabamba. Asimismo, hay otros plantígrados de la misma especie en el norte argentino, Venezuela, Colombia y Paraguay.
Nena Baltazar, integrante de Inti Wara Yassi, relata que la gente de los pueblos rurales mata a los jucumaris porque cree que éstos se alimentan de vacas y otros mamíferos más pequeños; sin embargo, aclara, se trata de animales inofensivos, que no hacen daño a otras especies y sólo consumen frutos y plantas. Ella reniega con la próxima frase: “Alguna gente sólo los caza para comercializarlos”.
Esta acción se encuentra penada por la legislación boliviana. El artículo 111 de la Ley 1333, de Medio Ambiente, ordena lo siguiente: “El que incite, promueva, capture y/o comercialice el producto de la cacería, tenencia, acopio, transporte de especies animales y vegetales, o de sus derivados sin autorización o que estén declaradas en veda o reserva, poniendo en riesgo de extinción a las mismas, sufrirá la pena de privación de libertad de hasta dos años”.
Hoy, a Balú no le interesa lo que diga la normativa local. Se siente a salvo. El oso andino prefiere echarse una siesta y dejar de lado a los visitantes que lo importunaron. Mañana será otro día para el jucumari que perdió a su familia cuando era un bebé y que ahora aprende a vivir con el ruido de la naturaleza y lejos de una caja de madera.
El parque Machía
La comunidad ambientalista Inti Wara Yassi (Inti significa sol en quechua, Wara es estrella en aymara y Yassi, Luna en idioma guaraní) fue fundada en 1992 por Juan Carlos Antezana.
En principio, el grupo se dedicaba a ayudar específicamente a los niños pobres y huérfanos del país; sin embargo, después de un viaje a una comunidad, los infantes quedaron conmovidos con el impacto negativo del hombre sobre la naturaleza, lo que les motivó a crear un refugio para rescatar a animales maltratados y darles los cuidados necesarios para reinsertarlos en su medio natural o, en algunos casos, hacer que vivan en las condiciones más parecidas a las de su hábitat.
El albergue se encuentra instalado en el parque Machía, en las afueras de Villa Tunari, en Cochabamba. Es un lugar intermedio entre la cordillera de Los Andes y la planicie amazónica. El predio tiene una extensión de 36 hectáreas y una senda interna de 3,2 kilómetros que permite al visitante una interacción directa con la selva y las diversas especies que allí viven.
En el Machía viven aproximadamente 200 monos de diferentes especies, loros, tucanes, papagayos, halcones, tejones, ciervos, armadillos, osos perezosos, tortugas, ocelotes, gatos monteses, jaguares, pumas y hasta reptiles.
En busca de la Tierra de Osos
El futuro de Balú no está en el parque Machía de Cochabamba porque el clima no es el propicio para su salud y, por eso, sus cuidadores decidieron que sea el primer inquilino de la futura Tierra de Osos. Se trata de un refugio o albergue especial para jucumaris que se abrirá en la localidad paceña de Quime. La comunidad ya aprobó la creación de este espacio que servirá para cuidar y proteger a los oseznos que se hallen en peligro de extinción.
Según explica Susana del Carpio, responsable de la organización Animales SOS, los munícipes de la comarca son gente de “gran corazón” y están de acuerdo con la creación de este sitio. Asimismo, se prevé que la construcción y el mantenimiento de Tierra de Osos sean asesorados por expertos provenientes de Colombia y Venezuela. La activista comenta que ninguno de los cuatro zoológicos de Bolivia tiene instalaciones adecuadas para la conservación de los jucumaris.
Pese a que aún no hay datos específicos sobre las características del predio, éste debe ser amplio porque cada oso andino puede llegar a medir hasta dos metros de altura y pesar hasta 175 kilos; aparte, necesitan de árboles para vivir.
Balú no estará solo en el nuevo refugio. A Animales SOS llegó otro jucumari al que se pretendía vender de manera ilegal. El plantígrado tiene dos meses de edad, no tiene nombre y aún no puede caminar sobre sus dos patas traseras, sólo se equilibra. Él será su compañero.
Un par de primates disfrutan de un banquete de papaya en el refugio de los monos. Son algunos de los vecinos del jucumari.
http://www.laprensa.com.bo/domingo/2...7_edicion2.php
Imperium Hispaniae
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