33.- Ramón Llull y Cristóbal Colón (Segunda parte).
La influencia luliana y su gran devoción franciscana son en Cristóbal Colón dos elementos interrelacionados. En el terreno misional compartía las mismas preocupaciones de los franciscanos medievales, pues, al igual que San Francisco, aspiraba obsesionado a ampliar la fe hasta los confines del mundo.
La descripción más completa de la religiosidad del Almirante es indiscutiblemente la que nos hace Fray Bartolomé de Las Casas en un pasaje de la Historia de las Indias :
“En la cosas de la religión cristiana, sin duda era católico y de mucha devoción; cuasi en cada cosa que hacia y decia o queria comenzar a hacer, siempre anteponia: «En el nombre de la Santa Trinidad haré esto o verná esto» o «espero que será esto»; en cualquier carta o otra cosa que escribía, ponía en la cabeza: «Iesus cum Maria sit nobis in via»; y destos escritos suyos y de su propia mano tengo yo en mi poder al presente hartos. Su juramento era algunas veces: «juro a San Fernando» cuando alguna cosa de gran importancia en sus cartas queria con juramento afirmar, mayormente escribiendo a los reyes, decia: «hago juramento que es verdad esto». Ayunaba los ayunos de la Iglesia observantisimamente; confesaba muchas veces y comulgaba; rezaba todas las horas canónicas como los eclesiásticos o religiosos; enemicisimo de blasfemias y juramentos, era devotisimo de Nuestra Señora y del seráfico padre San Francisco; pareció ser muy agradecido a Dios por los beneficios que de la divinal mano recibía, por lo cual, cuasi por proverbio, cada hora traia que le habia hecho Dios grandes mercedes, como a David. Cuando algún oro o cosas preciosas le traian, entraba en su oratorio e hincaba las rodillas, convidando a los circunstantes, y decia «demos gracias a nuestro Señor, que de descubrir tantos bienes nos hizo dignos»; celosisimo era en gran manera del honor divino; cúpido y deseoso de la conversión destas gentes, y que por todas partes se sembrase y ampliase la fe de Jesucristo, y singularmente aficionado y devoto de que Dios le hiciese digno de que pudiese ayudar en algo para ganar el Santo Sepulcro; y con esta devoción y la confianza que tuvo de que Dios le había de guiar en el descubrimiento deste Orbe que prometia, suplicó a la serenisima reina doña Isabel que hiciese voto de gastar todas las riquezas que por su descubrimiento para los reyes resultasen en ganar la tierra y santa casa de Jerusalem, y así la reina lo hizo, como abajo se tocará” .
Varios prestigiosos colombistas como Emilia Pardo Bazán, el Padre Streck y Marianne Mahn-Lot aseveran que Colón, al igual que su coterráneo Ramón Llull, pertenecía a la orden tercera franciscana. Sea verídico o no, lo que sí se sabe es que en 1496, arribado al Puerto de Cádiz, tras su regreso a La Española, pasó a Sevilla vestido con hábito pardo de los franciscanos, llevando consigo varios indios, algunos papagayos y muestras de oro y se alojó en casa de Andrés Bernáldez, Cura de Los Palacios, población cercana a la capital de Andalucía. Tal hecho fue relatado por el historiador en su conocida Historia de los Reyes Católicos Don Fernando y Doña Isabel con las siguientes palabras: “Vino en Castilla en el mes de Junio de 1496 años, vestido de unas ropas de color de hábito de fraile de San Francisco, de la observancia, y en la hechura poco ménos que hábito, é un cordon de San Francisco por devoción” . Al abandonar este mundo, en Valladolid, el 20 de mayo de 1506, también lo hizo exornado con el hábito franciscano.
De su devoción a la Inmaculada y de su relación con el lulismo, el Doctor Alain Milhou en su obra Colón y su mentalidad mesiánica en el ambiente franciscanista español relata:
«Devotisimo de Nuestra Señora» era Colón, según Las Casas. Tal devoción se manifiesta primero hacia lo que no era todavia un dogma, pero si una creencia que iba generalizándose, principalmente gracias a la acción de los franciscanos: quiero hablar de la Inmaculada Concepción. No menos de cuatro veces ilustró esta devoción bautizando la geografía del Nuevo Mundo. La primera es la más significativa, dedicando Colón a la Concepción la segunda de las islas descubiertas, inmediatamente después de honrar al Salvador. El 7 de diciembre de 1492, víspera de la fiesta que habia sido extendida a toda la Iglesia, en 1476, por el papa franciscano Sixto IV, confiere el nombre de la Concepción a un puerto de Haiti. Durante su segundo viaje, cuando organizó la explotación aurifera de La Española, entre las fortalezas-factorias que mandó edificar, figuraba el «Fuerte de la Concepción», núcleo de la futura ciudad dominicana.
En la Baja Edad Media y principios del Renacimiento, se manifiesta una tendencia notable, ya que hemos vislumbrado en Colón, al relacionar entre si los distintos misterios de Maria: concepción, anunciación y asunción-coronación en el cielo. Ya a finales del siglo XIII, Ramón Llull había sentado claramente la correspondencia entre la concepción de la Madre y la del Hijo: era necesario que la morada del redentor fuera inmaculada”.
En cuanto al misterio de las siglas de la firma que a partir de 1501 el Almirante empezó a usar, Luis Ulloa sostiene que su forma triangular deriva probablemente del lulismo, y que expresa, sin duda, el concepto de la Santísima Trinidad, cuya fiesta el Beato Ramón consideraba “la más alta y la más noble del año”.
Alain Milhou opina que “no es de extrañar, en ese ambiente saturado de trinitarismo, que Colón haya leído en las tres cumbres de la isla vecina de Venezuela la confirmación de que su empresa iba guiada por la Trinidad.
Este clima de devoción trinitaria, junto con la afición a la simbólica de las letras de que ya tuvimos la oportunidad de hablar, me hace pensar que las tres S dispuestas en triángulo de las siglas colombinas bien podrían ser un homenaje a la Trinidad. No soy el primero en hacer esta hipótesis, habiendo insistido Ulloa, particularmente, en la relación que puede existir entre esta disposición triangular y los usos de la Kabbala cristiana. Son particularmente interesantes, a este respecto, las citas que hace François Secret de los precursores españoles medievales de esta corriente, los cuales eran conocidos por el esoterismo renacentista.
En cuanto a los puntos que preceden y siguen a las S en las siglas colombinas, no creo que tengan mayor importancia. Subraya Millares Carlo el carácter común en los siglos XIII, XIV y XV de las siglas entre dos puntos y da ejemplos de .s. que significan «seu», «scilicet» o «supra»; otro paleógrafo, Prou, señala que en la Edad Media las siglas, a menudo entre dos puntos, suelen emplearse para citas de la Escritura, dando un ejemplo de .S. como abreviatura de «sancti»; Capelli, por fin, da el ejemplo de la .S. como «sanctus». Tal costumbre paleográfica se prolongó en la imprenta…
Habiendo llegado a esta parte de mi demostración, conviene juntar las hipótesis que acabo de proponer de las siglas inferiores y superiores de la firma de Colón:
Sanctus
Sanctus...............Ave.................Sanctus
Xpoforus.............Maria...............Yoannes
O sea, en la parte superior, la invocación a la Trinidad y la invocación a María, que tanta aceptación tenía en aquella época; en la parte inferior, los tres santos cristiferos de los cuales era particularmente devoto Colón. Pueden ambas partes leerse separadamente, pero se relacionan con la lectura vertical del Ave María: es que María, en la religiosidad de la época, es la medianera por excelencia que tiende a ocupar el sitio de Cristo y también, como vamos a ver a continuación, la que tiene relaciones privilegiadas con la Trinidad. Ocupa María, en este como «retablo paleográfico» de las siglas de Colón, el lugar céntrico, exactamente como en las «cuaternidades» o representaciones del Paraíso de la época tendia a ocupar el lugar de honor”.
Como devoto cristiano que era, Colón fue una persona de una grandiosa cultura bíblica, adquirida por una lectura de diferentes libros. Con la carta a Juana de la Torre, Ama del Príncipe Juan, de finales de 1500 o con la relación de su cuarto viaje que remitió a los Reyes desde Jamaica, a 7 de julio de 1503, queda probado el gran conocimiento que tenía de ambos Testamentos.
Con relación a la materia, Alain Milhou describe:
“Estamos seguros también de que solía rezar leyendo libros de horas que le recordarían los pasajes de los salmos, del Libro de Job o de otros libros bíblicos de que se nutrió cada vez más su prosa. Pero ¿qué libros teológicos o de devoción habría leído? Sería un error asombrarse del derroche de autoridades teológicas que aduce en el Libro de las Profecias; citemos, según el orden en que van apareciendo en ese documento colombino: Santo Tomás de Aquino, Jean Gerson, San Agustín, San Isidoro de Sevilla, Nicolás de Lira, el abad calabrés Joaquín de Fiore, Alfonso de Madrigal (El Tostado), el cardenal d'Ailly, San Gregorio el Magno, San Juan Crisóstomo. Desde luego, parte de esas fuentes proceden de las citas que de aquellos teólogos hacían Pierre d'Ailly y Pío II en las obras que nos consta que había leido Colón; otra parte le fue facilitada por el Padre Gorricio. Pero ¿qué podemos afirmar de otras lecturas posibles de Cristóbal Colón, como el Triumpho de Maria (Zaragoza, 1495) y el Libro del Antichristo (Zaragoza, 1496 y Burgos, 1497) de Martín Martínez de Ampiés, el Floreto de San Francisco (Sevilla, 1492), la Vita Christi de Francesc Eiximenis (Granada, 1496) o la de Ludolfo de Sajonia, traducida en catalán por Joan Roiç de Corella (Valencia, 1495-1500), el Liber de Conceptione Beatae Virginis Mariae de Ramón Llull (Sevilla, 1491), el Officium Beatae Mariae Virginis secundum usum Ecclesiae Romanae (Zaragoza, 1497), para atenernos a obras muy representativas, impresas en España, de la devoción de la época del descubrimiento?”.
Tras haber comprobado que entre los libros que posiblemente conoció el navegante mallorquín figura una obra de Llull, pasemos a hablar ahora de lo que fueron sus grandes obsesiones. Según él, en el mes de enero de 1492, con la conquista de Granada, se cumple un misterio de la unidad de las Españas, prefiguración de la unificación de todo el orbe bajo las banderas de la Cristiandad.
El propio Almirante se consideraba portador de Cristo (Christum ferens), como su santo patrón San Cristóbal, y tenía la convicción, también compartida por algunos de sus admiradores, de ser un elegido de Dios, lo que le llevaba a equipararse con modelos bíblicos: los del apóstol, del profeta, de los patriarcas del Antiguo Testamento y del mensajero. Su afición a interpretar los textos proféticos y en especial de la Biblia le hacían sentirse profeta. Como ejemplo de ello cabe citar la revelación que de Dios recibió el 26 de diciembre de 1499. Su hijo Fernando nos lo relata así:
“El día después de Navidad de 1499, habiéndome dejado todos, fui atacado por los indios y por los malos cristianos, y llegué a tanto extremo que, por huir la muerte, dejándolo todo, me entré en el mar con una carabela pequeña. Entonces me socorrió Nuestro Señor, diciéndome: «Hombre de poca fe, no tengas miedo, yo soy». Y así dispersó mis enemigos, y me mostró cómo podía cumplir mis ofertas. ¡Infeliz pecador, yo que lo hacia depender todo de la esperanza del mundo! ”.
Tanto el Padre Las Casas como Fernando Colón estaban plenamente convencidos al igual que el propio Almirante, de que había sido escogido por Dios para llevar a cabo tan grande y tan noble empresa. En una hoja suelta de papel de mano del Descubridor, escrita al parecer cuando le trajeron preso a finales de1500, podemos leer:
“Señores: Ya son XVII años que yo vine a servir estos Prinçipes con la impresa de las Indias. Los ocho fui traido en desputas, y en fin se dio mi aviso por cosa de burla. Yo con amor proseguí en ello, y respondí a Françia y a Inglaterra y a Portugal que para el Rey y la Reina, mis señores, eran esas tierras y señorios. Las promesas non eran pocas ni vanas. Acá me ordenó Nuestro Redemptor el camino, allá he puesto so su Señorio más tierra que non es Africa y Europa y más de mil sieteçientas islas allende la Española, que boja más que toda España. En ellas se crehe que floreçerá la Santa Iglesia grandemente. Del temporal se puede esperar lo que ya diz el bulgo. En siete años hize yo esta conquista por voluntad divina” .
Para el Almirante, e incluso para otras muchas personas, el Rey Fernando era la figura del campeón de la Cristiandad y, quizás, del Monarca escatológico reconquistador de Jerusalén. En la historia de la salvación del mundo, Cristóbal Colón se asignaba a si mismo un sitio fundamental, pero solamente como colaborador de los Reyes Católicos.
El pueblo cristiano de finales del siglo XV y principios del XVI tenía la esperanza puesta en que antes del fin del mundo tenía necesariamente que ser predicada la palabra de Cristo en todo el orbe y también necesariamente tenía que ser devuelta Jerusalén a los cristianos. Alejandro VI había llamado a la cruzada general el 1 de junio de 1500 y el 24 de diciembre la armada hispano-veneciana, bajo las órdenes del Gran Capitán, derrotaba al turco en Cefalonia.
Al regreso de su tercer viaje, el Almirante se encontró con ese ambiente de cruzada y, tras haber sido recibido por los Monarcas en Granada, se pasaba las horas del día y parte de la vigilia estudiando la manera de conquistar los Santos Lugares. Su imaginación activa y nunca satisfecha le llevó a empezar a escribir en 1501 su famoso Libro de las Profecías , dedicado, según reza el título completo de la obra, a la “materia de la recuperación de la Ciudad Santa y del Monte Sión de Dios, y del descubrimiento y de la conversión de las islas de la India y de todas las gentes y naciones” .
En los intervalos de sus ocupaciones, buscaba en las profecías de las Santas Escrituras, en los escritos de los Santos Padres y en otros libros sagrados y especulativos portentos y revelaciones místicas que pudiesen construirse como anuncios del descubrimiento del Nuevo Mundo, de la conversión de los gentiles y del rescate del Santo Sepulcro: tres grandes sucesos que él suponía que estaban predestinados a sucederse rápidamente. Estos pasajes los arregló y ordenó con la ayuda del Padre Gorricio, que le proporcionó gran parte del material teológico para su composición. Lo enriqueció con poesías y formó con ellos uno tomo manuscrito que entregó a los Reyes.
Washington Irving en su obra Vida y viajes de Cristóbal Colón refiere que el Almirante preparó al mismo tiempo una larga carta, “escrita con su acostumbrado fervor de espíritu y sencillez de corazón. Es una de aquellas composiciones singulares que manifiestan la parte visionaria de su carácter, y la mística lectura con que acostumbraba nutrir su imaginación".
En esta carta pedía a sus majestades permiso para formar una cruzada, que librase a Jerusalen del poder de los falsos creyentes. Les suplicaba no desechasen su consejo como extravagante e impracticable, ni escuchasen el descrédito con que otros podrían tratarlo, recordándoles que su gran plan de descubrimientos había primitivamente recibido un desprecio universal. Confesaba estar persuadido de que desde la infancia le había escogido el cielo para aquellos dos grandes designios: el descubrimiento del Nuevo Mundo y el rescate del Santo Sepulcro. Para esto, en sus tiernos años, le había guiado un impulso divino a abrazar la profesion marítima, modo de vida, dice, que inclina al hombre a investigar los misterios de la naturaleza; y Dios le había dotado de un ánimo curioso para leer toda especie de crónicas y obras de filosofía. Al meditar en ellas, el Todopoderoso había abierto su razón con palpable mano para descubrir la navegación de las Indias y le había infundido ardor bastante para entrar en tan grande empresa. «Animado por este celo» , añade, «vine á vuestras majestades: todos los que oyeron mi proyecto se mofaron de él; todas las ciencias que sabía no me aprovecharon de nada; siete años pasé en vuestra córte real disputando el caso con personas de mucha autoridad y doctas en las artes, y al fin decidieron que todo era vano. Solo en vuestras majestades hubo fé y constancia. ¿Quién dudará que vino aquella luz de las Santas Escrituras, iluminando á vuestras majestades y á mi con rayos de maravilloso lustre?» .
En esta misma misiva, Cristóbal Colón añade: “Ya dise que para la hesecuçión de la ínpresa de las Indias no me aprovechó rasón ni matemática ni mapamundos; llenamente se cunplió lo que diso Isaias. Y esto es lo que deseo de escrevir aquí por le redusir a Vuestras Altezas a memoria, y porque se alegren del otro que yo le diré de Jherusalen por las mesmas autoridades, de la cual inpresa, si fee ay, tengan por muy cierto la vitoria” .
Después de haber reunido las profecías y otros textos de libros santos, escribió a los Reyes para instarles a que tomasen parte en su empresa. Su argumento se cimentaba en que tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento presagian el fin del Mundo. Así mismo, San Agustín y otros autores declaran que ha de venir en su séptimo milenario. Tomando como base la cuenta hecha por Alfonso el Sabio, el Almirante cree que en 1501, año en que escribe, el Mundo tiene 6.845 años de edad, de donde se desprende que sólo le quedaban de vida 155, y quería que la Reina Isabel hubiera salvado a Jerusalén de las pisadas prófanas antes del Juicio Final.
Pero al fin, llegado febrero de 1502, y después de todo este esfuerzo, cambió de planes; y así fue cómo el navegante mallorquín va autodesignado portador de Cristo (Christum ferens), escribió al Papa Alejandro VI una relación de sus viajes, relacionado con La Española la tierra de Ophir y anunciándole que en nombre de la Santísima Trinidad emprendería su cuarto viaje, con el “fin –decia- de gastar lo que d'ella (de la empresa) se oviese en presidio de la Casa Sancta a la Sancta Iglesia” .
Gabriel Verd
Secretario General de la Asociación Cultural Cristóbal Colón
34.- ¿Dónde están los restos del Descubridor de América? Sevilla y Santo Domingo dicen que custodian los restos de Cristóbal Colón.
Desde que el día 10 de septiembre de 1877 en que aparecieron en la catedral de Santo Domingo (República Dominicana) unos restos óseos en una caja de plomo con una inscripción que rezaba como perteneciente a Cristóbal Colón, descubridor del nuevo mundo, se ha producido un largo contencioso histórico-científico entre dicho país caribeño y España; contencioso que surgió, por parte española, a raíz del informe evacuado en 1879 por la Real Academia de Historia en España a través de su numerario don Manuel Colmeiro, que abrió la polémica. Sobre si los restos del glorioso almirante de las Indias están en Santo Domingo o pertenecen a Sevilla es cosa que aún no se ha dictaminado científicamente conjuntando estudios e investigaciones. Éste y el próximo artículo se deben a una de las más preclaras plumas de la historia dominicana, Pedro Troncoso Sánchez, miembro de número de las Academias Dominicanas de la Historia, de la Lengua y de Ciencias, y en ellos se trata de esclarecer el tema con pormenores documentales de parte dominicana.
ESTÁ COMPROMETIDO EL HONOR DOMINICANO
Pedro Troncoso Sánchez
S orprende saber que la tumba de Cristóbal Colón no estuvo identificada por una señal exterior, en el presbiterio de la catedral de Santo Domingo, desde cuando fueron colocados allí por María de Toledo en 1544 hasta después de su hallazgo en 1877. Es difícil explicar en estos tiempos tan rara circunstancia. ¡Los restos del glorioso héroe completador de la geografía enterrados en esa forma anónima, como los del más humilde de los mortales!
Es una historia muy larga de contar. El sólo recordar las ingratitudes y amarguras que sufrieron en vida, después del descubrimiento, el genial navegante y su familia, basta para imaginar las contrariedades que también se opusieron el decoroso descanso de sus despojos.
Tras larga y enojosa litis y entre dificultades sin cuento, se logró que Carlos V expidiera una cédula real, fechada el 2 de junio de 1537, por la cual concedía a los descendientes de Colón la capilla mayor de la catedral de Santo Domingo para que fuera el sepulcro del primer almirante y sus sucesores. Pero tan decepcionada quedó María de Toledo por causa de los obstáculos que se le opusieron cuando trajo a este país los restos de su suegro y también los de su esposo para ser allí inhumados que, contra el parecer de Fernando Colón, se obstinó en que la tumba no llevara encima busto ni lápida identificadora.
Esta omisión, unida a la rápida despoblación y decadencia del país en la misma época, con su secuela de ignorancia y alienación, dio lugar a que casi cayera en olvido por más de un siglo la ilustre sepultura. Que se sepa, un solo documento posterior a 1544, en el siglo XVI, hace referencia a la tumba de Colón. Es una Relación de cosas de La Española , escrita por el arzobispo Alonso de Fuenmayor a cinco años de la inhumación. En este documento se dice que "la sepoltura del Gran Almirante don Cristoval Colón, donde están sus huesos, era (en 1549) muy venerada e respetada en aquella Iglesia Catedra" .
Es increíble. A mediados del siglo XVII no se sabía con exactitud el lugar del presbiterio en que estaban. Que si en la parte baja; que si en la alta. Así lo dejó consignado en 1650 el cronista Jerónimo de Alcocer. Según lo explica Fray Cipriano de Utrera en su obra sobre el tema, el dato de que en 1655 el arzobispo Francisco Pío de Guadalupe y Téllez, por temor de una profanación de parte de los invasores ingleses, mandara a cubrir "la sepoltura del Almirante Viejo" sólo puede referirse a los escudos pintados en las paredes de la capilla mayor, no guardaban relación con sepulcro alguno.
" Corre el mes de noviembre de 1664", dice el padre Cipriano " ... Se ha rebajado por un igual todo el piso del presbiterio y han aparecido cuatro restos morales de los ascendientes del duque de Veragua habían sido otrora inhumados allí. Ninguno de los que concurren a ver el acontecimiento, ninguno a quien se consulta, puede decir más, sino que sabiendo que en la capilla mayor están sepultados los ascendientes del duque, y entre ellos Cristóbal Colón, habían ignorado hasta aquel momento que los huesos del primer almirante estuviesen en el sitio en que habían aparecido" .
Testimonios y dictámenes
El acucioso fraile historiador se apoya en el testimonio escrito dejado por el arzobispo Francisco Cueva y Maldonado en 1667, en lo declarado en el Sínodo de 1683 y en lo visto con los ojos en 1795 y en 1877 para sostener que en 1664 los restos de Colón, al ser encontrados, fueron pasados de la ya deteriorada urna en que vinieron de España a una nueva urna "más decente" . Ésta quedó debidamente identificada con inscripciones grabadas en el mismo envase y en una plaquita de plata adherida a ella, pero ninguna estela exterior fue colocada.
Las inscripciones fueron examinadas a raíz del hallazgo de 1877 por los paleólogos italianos Andrea Gloria, Cesare Paolo e Isidoro Garini, quienes comprobaron que "las inscripciones de la caja de plomo y las de la plaquita de plata son del siglo XVII, y de su segunda mitad" .
Este dictamen coincidió con la conjetura hecha por Emiliano Tejera de que en alguna época habían sido pasados los huesos de Colón de su recipiente original a uno nuevo, por haber visto en el hoyo residuos de una urna más antigua y mostrar la cajita la inscripción "D(escubridor) de la A(mérica)" , que lucía anacrónica.
Esta hipótesis de don Emiliano quedó más tarde convertida en certidumbre, documentalmente respaldada cuando en 1892 se publicó en España el libro de la duquesa de Alba, obra en la cual se transcribe la carta del arzobispo Cueva y Maldonado, de 1667, en que da cuenta del hallazgo de los restos de Colón y de haberse repuesto en su fosa "en forma más decente" .
La importancia de toda esta sustanciación del asunto radica no solamente en que conduce a establecer la verdad en cuanto concierne a la tumba de Colón, sino en que echa por tierra la grave sospecha formulada en 1879 por la Real Academia Española de Historia en perjuicio de los honorables dominicanos que intervinieron en la verificación efectuada en 1877, ya que aquella injusta acusación se funda, esencialmente en que las inscripciones encontradas no pudieron haber sido puestas en el siglo XVI.
Excavaciones posteriores
Cuando a mediados de 1795 se supo que, por virtud del tratado de paz firmado en Basilea (Suiza) entre España y Francia, la parte oriental de la isla pasaba a ser posesión francesa, algunos pensaron que los restos de Colón debían ser trasladados a tierra española. Poco antes, en 1783, tres canónigos del Cabildo de Santo Domingo habían asegurado por escrito, en términos imprecisos, que esos restos estaban enterrados a la derecha del altar mayor de la catedral de Santo Domingo. El arzobispo Portillo y Torres y el comandante Aristizábal, guiados por este testimonio, ordenaron hoyar en el lugar y dieron con una urna sin inscripciones. Ahí están, sin duda, los despojos del descubridor, se dijeron, y no se continuó la excavación. Muchas veces ha ocurrido, como en este caso, que la fuerza de un deseo ha cerrado el paso a la búsqueda de la verdad. El escribano que dio fe del hecho no se atrevió a decir en su acta que se trataba de los restos de Colón. Prudentemente se limitó a declarar que eran los "de algún difunto" . Era una época en que no había la conciencia arqueológica que hoy hay en los círculos cultos. No se conocían entonces las reglas del arte de excavar, con sus técnicas y sus cautelas. Por eso se equivocaron el arzobispo y el comandante y fueron los huesos de otro Colón los llevados a La Habana.
Se vino a descubrir esta equivocación en 1877, cuando en ocasión de reparaciones en el piso del presbiterio del templo fueron hallados, sin buscarlos, los restos que ochenta y dos años antes habían sido infructuosamente buscados. Estaba la sepultura de Colón a apenas dieciséis centímetros de distancia, entre el hoyo practicado en 1795 y la pared norte del presbiterio. Por la razón antes referida, la urna hallada era más nueva que la sacada en 1795 y ostentaba el nombre y el titulo del difunto.
Un testigo presencial, el joven sacristán mayor de la catedral, Jesús María Troncoso, dejó su testimonio por escrito. Primero relata la forma casual en que en abril del mismo año fue descubierta la hasta entonces ignorada tumba del primer duque de Veragua, don Luis Colón de Toledo, nieto del descubridor. Personas representativas verificaron el hecho, pero, dice Troncoso, "ninguno opinaba pudiera estar Cristóbal Colón en el mencionado presbiterio" . No podían pensarlo, puesto que se tenía por verdadero que esos restos habían sido Ilevados a Cuba. También dice: "Recuerdo que don Luis Cambiaso dijo que el general Luperón pidió una vez que los restos del descubridor los devolviera España, pues era aquí donde pertenecían estar, según la expresa voluntad de don Cristóbal" .
Se siguió excavando, pero sólo porque "era buena la ocasión para averiguar si se podían conseguir, como los de don Luis Colón, otros despojos históricos, pues, como ya sabíamos, había sido allí enterrada doña María de Toledo, la virreina" .
La excavación continuó los días 8 y 9 de septiembre y se encontraron los despojos de Juan Sánchez Ramírez y "los de un párvulo que se podía ver eran de siglos atrás" . "Siguiendo a la única parte que no se había excavado –agrega– se descubrió un hoyo, al que, aplicando una barreta, ésta se introdujo" . Suponiendo que podía tratarse de un enterramiento de importancia histórica, el sacristán ordenó la suspensión del trabajo y dio aviso al padre Billini y al obispo Rocco Cochía. El primero llamó al ministro de lo Interior, general Marcos Cabral, y al señor Cambiaso. En su presencia y la de otras personas "se quitó una piedra entera y se vio perfectamente una bóveda en la que estaba colocada una caja de plomo en dos ladrillos gruesos. Esta fue sacada por Pablito Hernández y yo. Se colocó sobre la mesa del altar y, quitado el polvo que contenía, se pudo leer: Illtre. y Esdo. Varon Dn. Cristoval Colón D. de la A. Per Ate ." Era el 10 de septiembre de 1877.
España no ha reconocido oficialmente este hecho. La Real Academia Española de la Historia lo ha creído una superchería. Antes de cumplirse los quinientos años del Descubrimiento de América, debe brillar la verdad sobre los restos de Colón y quedar limpia la República Dominicana de la injusta acusación de fraude lanzada entonces contra ella y mantenida todavía.
Pedro Troncoso Sánchez
Historiador dominicano y miembro de número de las Academias Dominicanas de la Historia, de la Lengua y de Ciencias.
Ya –3 de Enero de 1985– Madrid
35.- Los judíos y la cartografía mallorquina.
El Rey Jaime I conquistó Mallorca en 1229. Una de las particularidades de su reinado en estas tierras fue el respeto a la colectividad judía, residente ya desde siglos atrás en la isla mayor de las Baleares. Esta comunidad étnica-religiosa se vio acrecida con otros segmentos que emigraron aquí procedentes del Languedoc, principalmente de Perpiñán y Montpeller. Llevaban apellidos muy conocidos, como Cresques, Massana, Bonet, Nabot y otros. Se puede llegar a afirmar que los Reyes de Mallorca tuvieron una política de protección a esta colectividad, en la que predominaba un espíritu mercantil y ahorrativo que los transformó en prestamistas de dinero, que sirvió para el desarrollo de diversas actividades en las islas. Los judíos manejaban distintos idiomas y contactos internacionales al provenir de diferentes lugares de Europa y Africa del Norte.
Los judíos, tanto en las ciudades islámicas como en las cristianas, se concentraban en sus propios barrios, generalmente aislados por una cerca y cuyas puertas cerraban todas las noches. A lo largo del tiempo, estos barrios han sido conocidos con diferentes nombres: ghetos, aljamas... y, en los países de habla catalana, calls. En Provenzal, al barrio se le llamaba la "Jutharía", de donde deriva la palabra mallorquina "xuetería".
En 1229 el barrio judío de Medina Mayurca (Palma de Mallorca) se hallaba situado en el lugar más privilegiado de la ciudad, junto a la actual calle de Santo Domingo. Con posterioridad, se constituyeron otros dos barrios judíos: uno junto a la iglesia de Santa Eulalia y otro cerca de lo que es hoy calle Apuntadores. A finales del siglo XIII, el Rey Jaime II de Mallorca creó el Call Mayor, que se encontraba emplazado entre los conventos de Santa Clara y de San Francisco. La sinagoga mayor se construyó en el emplazamiento que en la actualidad ocupa la iglesia de Montesión.
Los judíos mallorquines desempeñaron una labor muy importante en la baja Edad Media. Si bien ellos no eran propiamente navegantes, la dispersión geográfica de sus asentamientos y la actividad comercial a la que se dedicaban los llevó a viajar constantemente. El hecho de que estuvieran afincados en diferentes regiones geográficas, unido al incesante intercambio comercial que mantenían entre los mismos y también con árabes y cristianos, les permitió conocer ampliamente la geografía mediterránea, en especial sus puertos.
De estos judíos, como eran además buenos cosmógrafos, surgieron inventores de aparatos para conocer la situación de las naves por la posición de los astros cuando se encontraban lejos de las costas. También dibujaban representaciones gráficas que les permitían conocer el rumbo a tomar para dirigirse de un puerto a otro. Estos instrumentos eran los ya descritos astrolabios y las cartas de navegar o "portulanos".
Para el año 1391, el barrio judío, que, como hemos visto, se llamaba Call, fue atacado furiosamente por un grupo de cristianos amotinados. En este vandálico asalto se estima que más de trescientos judíos fueron asesinados. De los supervivientes, algunos lograron escaparse y otros, para salvar sus vidas, se convirtieron al cristianismo. Entre estos últimos se encontraba el ya famoso cartógrafo mallorquín Jafuda Cresques, que adoptó el nombre de Jaume Ribes. Es opinión generalizada que fueron cartógrafos, probablemente conversos, Oliva, Rosell, Prunes, Soler, Martínez, Colom, etc.
En cuanto a los judíos conversos que tomaron el nombre de Colom, se establecieron después en Flandes.
Tales hechos habrían sido los que llevaron a algunos historiadores a pensar que Cristóbal Colón era un judío converso. La actitud profundamente cristiana que llevó en vida el Gran Almirante, sin impostura de naturaleza alguna nos lleva a afirmar el carácter verdadero de su fe católica.
Con certeza, como bien lo describe Francisco de Borja Moll en su libro Els Llinatges Catalans , el apellido Colom es de origen catalán y lleva el nombre de un pájaro, que procede de la palabra latina, "columbus".
Este apellido, después de haber sido conquistada la isla por el Rey Jaime I, se extendió y sigue siendo, como entonces, un apellido muy frecuente.
De los talleres de los judíos mallorquines salieron las más antiguas cartas náuticas que se conservan en la actualidad y datan de la tercera década del siglo XIV. A mediados de ese siglo, Mallorca era de hecho el primer productor de estas cartas en el Mediterráneo, actividad unida inseparablemente a la industria que producía instrumentos náuticos de precisión, como brújulas y astrolabios.
Las cartas náuticas mallorquinas son un instrumento de navegación, pero, al mismo tiempo, una representación de la geografía física, política, orográfica e hidrográfica, abarcando también fauna y flora. En ella se señalan, simultáneamente, ciudades, montañas y costumbres, con ilustraciones gráficas. Están dotadas de un grado de perfección elevado que las distingue por su elevada utilidad. Los navegantes las usaron durante muchos años y se sirvieron de estos portulanos mucho más allá del primer período de los grandes descubrimientos geográficos.
Se tiene noticia de que en Jerusalén, allá por el siglo XIII, fueron grafiados algunos mapas, de los cuales tengo constancia de dos en concreto: el primero de ellos lo fue en 1235 por Gervasi de Tilbury y fue destruido al igual que otros históricos documentos culturales durante la Segunda Guerra Mundial; el otro fue realizado por Richard Haldingham y de Lafford. Se puede llegar a afirmar que ambos mapas no tuvieron una influencia tan notoria como las que redactaron los cartógrafos mallorquines.
En el British Museum de Londres se conserva en la actualidad la más antigua carta náutica que se conoce producida por la escuela de Mallorca. Este anónimo portulano viene registrado con la sigla Add.Ms. 25691. El alemán Heinrich Winter, en su obra Das Katalanische Problem in der aelteren Kartographie (1940) lo data de 1327 a 1330. En cambio, la primera carta náutica firmada de la que se tiene noticia en Mallorca es la suscrita por Angelino Dulcert en 1339. En ella están reseñadas las características típicas más relevantes de la escuela mallorquina y se conserva actualmente en la Biblioteca Nacional de París. Los nombres geográficos de Mallorca registrados en esta carta de Dulcert, son: Maiorca, Solari, Formentor, C.de Salinas, Menacor, Alcudia, P.Columbo, P.Petro. Estas nominaciones se identifican realmente con facilidad, cuestión que no solía ser frecuente dos o tres siglos después.
A estas dos cartas náuticas, las más antiguas de la cartografía mallorquina, sucedieron otras de incalculable valor que durante los dos siglos posteriores fueron realizadas por diferentes cartógrafos mallorquines.
En el Archivo de la Corona de Aragón se conserva actualmente otra carta anónima del siglo XIV y en ella podemos encontrar la siguiente toponimia: Maiorca, Premotor, Colombo, Petro, Menacar, Pera, Soyari, Paromera y Alcudia. Después de haber hecho referencia a esa toponimia considero oportuno puntualizar, que para nombrar el puerto que actualmente se conoce como Porto Colom, se utilizó entonces la palabra "Colombo".
De ello se puede inferir que esta palabra, típicamente italiana en el siglo XIV y XV, se utilizaba también en Mallorca. En las cartas náuticas de estos dos últimos siglos (XIV y XV) Porto Colom se encontraba registrado también de las siguientes formas P.Columbo, Portocolubo, Porto Colom, Porto Colombi y Port Colomb.
En el siglo XIV, el cartógrafo Abraham Cresques, relojero y constructor de brújulas al igual que otros instrumentos de navegación, recibió el encargo de Don Pedro IV el Ceremonioso, entonces Rey de Aragón y Cataluña, de confeccionar un gran mapa en el que se incluyesen todas las partes del mundo, para obsequiar al Infante que después sería el Rey Carlos VI de Francia.
Abraham Cresques llevó a cabo la tarea con la ayuda de su hijo Jafuda. Los cartógrafos Cresques vivían para entonces en una casa que estaba situada junto a la cerca del Call (barrio judío). Esta casa pasaría a ser el antiguo colegio la "Sapiencia" que se encuentra aún hoy en la plaza de San Jerónimo, junto a la calle Seminario.
Allí fue probablemente donde se dibujó el famoso Atlas, el más importante de todos los mapas de la Escuela Mallorquina y al que por su magnitud y composición se le denominó mapamundi. Fue por el año 1375 en que Abraham Cresques y su hijo Jafuda dibujaron en seis hojas de 65 cm de alto el mundo hasta entonces conocido: Europa, África y Asia. Desde el Meridiano de Canarias hasta el mar de la China y desde el Trópico de Cáncer, aproximadamente, hasta el paralelo 60N. Completaron su trabajo con textos explicativos en catalán.
En este Atlas se encuentran representados los antiguos dominios mongólicos sin interrupción: desde el Mar Caspio, señalado con bastante exactitud al modo portulano, hasta las costas de Catay. Estas costas chinas presentan una forma muy aproximada a la actual y figuran señalizados los puertos más importantes. Hacia el interior, se presentan correctamente situadas las principales divisiones del imperio mongol. También figura allí la capital del imperio del Gran Khan, o sea, Cambaluc (Pekín o Beijing actualmente), con otros datos que Marco Polo no había revelado.
En una leyenda de esa época se hace referencia a unas islas asiáticas donde se describe lo siguiente: "En estas islas nacen muy buenos halcones, a los cuales los habitantes no pueden coger, ya que son para uso exclusivo del Gran Can, Emperador de Catayo".
La primera vez que fue introducida la rosa de los vientos en una carta náutica fue precisamente en el Atlas de los Cresques. En él, la rosa de los vientos tenía por objeto determinar la dirección de los mismos, lo que permitía trasladarlos a cada punto de la carta de navegar, señalando el rumbo.
El Atlas también aporta muchas notas astronómicas. Como se puede observar, esta obra maestra de los Cresques es realmente importante.
El original del Atlas denominado catalán, pero en realidad mallorquín, se conserva en la Biblioteca Nacional de París y un facsímil del mismo se puede examinar en la sala Ramón Llull del Museo Marítimo, Reales Atarazanas de Barcelona.
En 1394, Jafuda Cresques se trasladó a Barcelona, donde dibujó varios mapas y ,en 1412, ya conocido también con el nombre de "Maestro Jacome de Mallorca", fue llamado por el Infante Enrique el Navegante de Portugal para confiarle la dirección de un taller cartográfico que se iba a fundar en Sagres. Esta escuela portuguesa desempeñaría con el tiempo una labor muy importante y de gran utilidad para los exploradores y navegantes lusos de aquella época.
Así, pues, es posible que fuera Jaume Ribes o Jacome de Mallorca el que informara a los portugueses de la existencia de las islas Azores, antes de su descubrimiento oficial.
Más adelante, durante los siglos XV y XVI, los cartógrafos mallorquines confeccionaron numerosísimas cartas náuticas, existentes en la actualidad y que figuran con las siguientes inscripciones: "in civitate maioricarum", "in Maylorcha", "maioricensis", "maiorquino", "mallorquin" etc, etc.
Maciá de Viladestes fue un cartógrafo excepcional y de él se conocen cuatro cartas náuticas, existentes en la Biblioteca Nacional de París (1413), en la Laurenziana de Firenze (1423), en el Monasterio de San Miguel de los Reyes y en la Cartuja de Segorbe.
Gabriel de Valseca es autor de varias cartas náuticas, tres de ellas conservadas en la Biblioteca Nacional de París (1447), una en el Archivio di Stato de Florencia (1449) y otra en el Museo Marítimo, Reales Atarazanas de Barcelona (1439). De esta última carta se hizo una única reproducción para que figurase en la Exposición Artístico Científica y Retrospectiva del IV Centenario del Descubrimiento del Nuevo Mundo. Después, esta misma reproducción pasó en definitiva propiedad al Museo Naval de Madrid, donde ahora se conserva.
Junto a esta carta-reproducción hay una descripción que dice: "Facsimile de la carta general de tierra y mares que hizo el cartógrafo mallorquín Gabriel de Valseca en (1439). El original pertenece al Exmo. Sr. Conde de Montenegro". Esta carta náutica está fechada en Palma de Mallorca, a 30 de Abril de 1892.
La carta general original que depositada en la sala Ramón Llull, del Museo Marítimo, Reales Atarazanas de Barcelona, es la más antigua de las datadas que se conserva en España, de la cartografía mallorquina. Este Portulano del Mediterráneo, de Gabriel de Valseca, figuró en la Biblioteca de los Condes de Montenegro, de Palma de Mallorca, hasta 1917. Posteriormente pasó al Institut d'Estudis Catalans y después a la Biblioteca de Cataluña. De aquí, como depósito, al Museo Marítimo, Reales Atarazanas de Barcelona.
En 1869 fueron a visitar al Conde de Montenegro Frederic Chopin y Armandina Aurora Lucie Dupin, más conocida por su seudónimo de George Sand. En tal ocasión el Conde mostró a sus ilustres visitantes esta importante carta en la que, por cierto y para evitar que se enrollara, un criado del Conde colocó un tintero sobre uno de sus extremos, con tal mala fortuna que el tintero se volcó y la tinta ocasionó daños irreparables a la misma.
Esta carta náutica fue la que utilizó Américo Vespucio para realizar el viaje al nuevo Continente en 1499, en ocasión de participar en la expedición de Alonso de Ojeda. Al dorso hay una anotación que dice: "Questa ampia pella di geographia fue pagata da Amerigo Vespucci- LXXX ducati di oro di marco". Como se podrá observar, he aquí una prueba fehaciente de que Américo Vespucio se valió de una carta náutica mallorquina para viajar al Nuevo Mundo. Probablemente, Vespucio la pudo haber adquirido en Florencia, pues como hemos visto precedentemente, un portulano del mismo cartógrafo (1449) se conserva en el Archivio di Stato de dicha ciudad.
Estas cartas náuticas seguramente llegaron a Florencia durante el reinado de Don Alfonso V el Magnánimo, Rey de Aragón.
En el Portulano del Mediterráneo de Gabriel de Valseca se puede apreciar el Mar Negro, Mar de Azof, Golfo Pérsico y el Atlántico, desde Noruega a Río de Oro, con las islas Británicas, Madeira y Canarias, así como las imaginarias de Till, Brasil y Man. Esta verdadera joya de la cartografía mallorquina fue dibujada sobre pergamino en 1439.
Es una verdadera ironía de la historia que, de todas las principales cartas náuticas realizadas en Mallorca, ninguna haya quedado aquí, en la isla.
Gracias al celo y precaución de algunos estudiosos mallorquines, actualmente se conservan algunos ejemplares en la Biblioteca Bartolomé March, de Palma. Las obras de la cartografía mallorquina están repartidas en museos, universidades, bibliotecas públicas y privadas de París, Londres, Viena, Oxford, Cambridge, Roma, Florencia, Génova, Milán, Estocolmo, Laussanne, Nueva York, Chicago, Washington, Helsinki, Le Havre, Dijón, Birmingham, Greenwich, Constantinopla (Estambul) etc.
Resulta difícil explicar el hecho de que las cartas náuticas que hicieron los cartógrafos mallorquines, ahora se encuentran repartidas por tantos lugares diferentes y que prácticamente ninguna de ellas haya quedado en la isla donde fueran redactadas.
Desde la mitad del siglo XV y hasta mediados del siglo XVII, los cartógrafos mallorquines más conocidos fueron los siguientes:
Rosell, con nueve obras repartidas por Chicago, Nuremberg, Londres, Florencia y Nueva York que datan a partir de 1462.
Jaime Beltrán, con tres obras (1456-1482-1489) distribuidas entre Greenwich y Florencia.
Arnau Domenech, con dos obras (1484-1486), la primera de las cuales se conserva en Washington y la segunda en Greenwich.
Bartolomé Olives, con una obra (1538) que se conserva en el Museo Marítimo de Barcelona.
Joan Martínez, con una obra realizada en Marsella (1556-1591), que se conserva en el Museo Marítimo de Barcelona.
Francisco Oliva, con una obra realizada en Marsella (1658), que se conserva al igual que la anterior en el Museo Marítimo de Barcelona.
Joan Oliva, con un atlas náutico diseñado en Mesina (1592), que se conserva en el Museo Marítimo de Barcelona.
Como se habrá podido observar, existieron algunos cartógrafos mallorquines que dibujaron cartas de navegar fuera de Mallorca. La justificación de esto sería que, durante los siglos XVI y XVII, realizaron otras tareas en lugares dispares como Mesina, Nápoles, Palermo o Marsella.
Como colofón de este asunto, o realidad incontrastable, resaltamos la abundante producción cartográfica, elaborada por especialistas mallorquines mucho antes de que se descubriera el Nuevo Mundo y que el más conspicuo de los navegantes, el italiano Américo, acompañante de Alonso de Ojeda, usara para sus singladuras el mapa del mallorquín Valseca, dibujado "antes" del Descubrimiento. Tal hecho, por sí solo, debiera constituir serio motivo de meditación para aquellos que niegan el pan y la sal a la teoría del Colón mallorquín.
Del contenido de este artículo se infiere, sin lugar a dudas, que Mallorca, por lo menos desde mediados del siglo XII, se convirtió en un centro de saberes náuticos que abarcaba el mundo conocido, centro y fuente que proveía de "portulanos" a los navegantes que llevaban sus barcos hasta los rincones más ignotos. Un Colón o un Américo sin las cartas de navegar mallorquinas serían inconcebibles. Ello debe constituir, también, otro extremo de seria meditación.
Gabriel Verd
Secretario de la Asociación Cultural Cristóbal Colón
36.- El faro a Colón.
Origen e historia
La idea de erigir en tierra dominicana un monumento con las características de un faro a la memoria del Gran Almirante don Cristóbal Colón surgió del ilustre escritor dominicano don Antonio del Monte y Tejada, quien así lo expresa en su conocida obra Historia de Santo Domingo, publicada en La Habana, Cuba, en 1852.
En 1914 el norteamericano William Ellis Pulliam promueve en la prensa de su país una propaganda en favor de la erección de un monumental faro en las costas de Santo Domingo, República Dominicana, primera ciudad europea en el Nuevo Mundo.
En 1923, con la Quinta Conferencia Internacional Americana celebrada en Santiago de Chile, la idea adquiere carácter universal, al decretar que el monumento fuera construido “con la cooperación de todos los gobiernos y pueblos de América, así como con la cooperación de todas las naciones de la tierra”.
Para esos fines, se designó en 1927 una comisión especial que llevaría a cabo el proyecto en dos etapas: en la primera, en 1929, un jurado internacional se reunió en Madrid para estudiar 455 proyectos provenientes de 48 países, otorgando diez menciones honoríficas, entres las que, en la segunda etapa, en 1931, se escogió el proyecto ganador presentado por el jóven arquitecto inglés Joseph Lea Gleave. Una impresionante exposición se presentó en Madrid con todos los proyectos, que comprendían más de 2300 dibujos; la exposición posteriormente fue trasladada a la ciudad de Roma.
Finalmente, el 6 de octubre de 1992, dentro de la culminación de los festejos conmemorativos del Quinto Centenario del Descubrimiento y Evangelización de América, la República Dominicana entregó al mundo el monumento Faro a Colón, en cumplimiento del compromiso contraído por el mundo moderno con el hombre que quinientos años antes había completado la redondez de la tierra. Ese día, fueron trasladados los restos de Colón desde la Catedral Primada de América, donde habían descansado desde el 1544, hasta el Mausoleo levantado en el crucero del monumento.
El 11 de octubre, su Santidad Juan Pablo II ofició una Misa en la explanada Este del Faro, durante la cual fue llevado a los altares el misionero agustino Exequiel Moreno, en la primera canonización celebrada por la Iglesia Católica en América.
El Faro a Colón fue abierto al público el 16 de octubre de 1992.
El Monumento
El secretario de la Asociación Cultural Cristóbal Colón, Gabriel Verd, frente al Faro a Colón.
El Faro a Colón se desarrolla con una exactitud, sencillez y fuerza dignas de los grandes monumentos de la época. La idea es simbólica, pero no hasta el punto en que el simbolismo interfiera con la simple belleza de la obra arquitectónica. Según el mismo Gleave, “la forma del edificio expresa la inspiración que la motivó, en arquitectura abstracta. Igual que las pirámides y otros grandes monumentos a través de los siglos, éste no tiene un carácter arquitectónico estilizado, sino que pertenece a todos los tiempos”.
Con una longitud de 210 metros orientados Este-Oeste, 60 metros en sus brazos de Norte a Sur y una altura de 31 metros, el monumento es una enorme masa de hormigón y mármol que, vista desde el aire, se va convirtiendo en una gran cruz yacente, rasgo digno del inmutable valor y de la fe del Gran Descubridor Cristóbal Colón, a quien conmemora: “Pongan cruces en todos los caminos y senderos para que Dios bendiga esta tierra que pertenece a los cristianos; el recuerdo de esto debe conservarse a través de los tiempos”.
El Faro a Colón ofrece un impresionante espectáculo nocturno cuando los rayos verticales de luz, emanados de las 157 luminarias colocadas a lo largo del monumento, reflejan la Gran Cruz en el cielo, que se divisa muchos kilómetros a la redonda. En la entrada principal del monumento, los colores de las banderas de todos los países americanos simbolizan la hermandad entre naciones y la unión de las diferentes razas, culturas y credos que pueblan la Tierra.
El Mausoleo
En ocasión del Cuarto Centenario del Descubrimiento de América y a raíz del sorpresivo hallazgo, en 1877, en una cripta debajo del altar mayor de la Catedral de Santo Domingo, de una urna de plomo con la inscripción en su interior que lee: “Ilustre y Esclarecido Varón don Cristóbal Colón” , cuyos restos se suponían en España, se dispuso la erección de un mausoleo digno de albergar las cenizas del Descubridor. En el concurso participaron trece artistas de tres países de Europa, resultando ganador el proyecto presentado por los catalanes, el escultor Pedro Carbonell y el arquitecto Fernando Romeu. El mausoleo fue levantado, en piezas separadas, en la nave central de la Catedral, frente a la puerta mayor del templo.
En 1990 se inició el traslado del Mausoleo, pieza por pieza, desde la Catedral hasta el faro a Colón, donde quedó erigido para acoger para siempre las cenizas del Gran Almirante.
La obra, de estilo gótico, de 9 metros de altura sobre una base rectangular de 7 por 8 metros, consiste de 280 piezas en mármol de Carrara, algunas de hasta 3.000 kilos de peso y ornamentos en bronce. La acción conjunta de sus columnas, arcos y contrafuertes le dan estabilidad a la estructura. Flanqueado por cuatro leones en bronce, está presidido por la magnífica figura femenina que representa a la República Dominicana, destinada por la historia a guardar para siempre las venerables cenizas del Gran descubridor.
Los Museos
Aunque el Faro a Colón fue concebido por el Arquitecto Gleave principalmente como un monumento funerario, por instrucciones del Presidente Joaquín Balaguer, promotor de la construcción del monumento, el arquitecto dominicano Teófilo Carbonell adaptó su interior para albergar exhibiciones de cada país de América, así como otros de Europa y Asia. Hoy, 48 países tienen un lugar en el Faro con una exposición propia en la que muestran su identidad cultural.
También tienen su espacio el Museo de la Liga Naval Dominicana, co-donante del Museo de los Vientos Alisios y cuya sede se encuentra en el Faro a Colón y el Museo de Rescate Arqueológico Submarino que pertenece a la Comisión del mismo nombre, que exhibe aproximadamente 1.400 piezas rescatadas de naufragios españoles, franceses y holandeses de los siglos XVII y XX, todos hallados en costas dominicanas.
Están en formación el Museo de la Historia del Faro, donde se exhibirán piezas y documentos sobre el concurso, los diferentes proyectos y la construcción del monumento, así como la biblioteca y el Centro de Estudios Colombinos, donde se concentrarán los estudios relacionados con la vida y la obra de don Cristóbal Colón y la Historia de América. El Faro a Colón consta también de cuatro salas para exhibiciones temporales y dos salas de conferencias.
La Capilla Nuestra Señora de la Rábida y la Sala de las Vírgenes, una bellísima galería de pinturas con las imágenes de las Madonas veneradas por los diferentes pueblos de América, junto con la Sala del Vaticano, que exhibe la casulla usada por Su Santidad en la Misa oficiada en el Faro, completan el impresionante tesoro que guarda el Monumento.
Los Restos de Colón
Colón muere en Valladolid, España, el 20 de mayo de 1506 y en 1513 sus restos son trasladados a Sevilla. Cumpliendo una de las disposiciones testamentarias del Descubridor, en 1544 su nuera, doña María de Toledo, trae sus restos junto con los de su esposo, don Diego Colón, a ser depositados en la Capilla Mayor de la Catedral de Santo Domingo, cedida a la familia Colón por el Emperador Carlos I de España.
En 1655 don Francisco Pío, entonces Arzobispo de Santo Domingo, en vísperas de la invasión inglesa de Venables, ordenó que borrasen todas las señales en las tumbas de los Colones. En 1795, cuando, por el Tratado de Basilea, España cedió a Francia la porción española de la isla, el arzobispo Fernando de Portillos y Torres y el Almirante Gabriel de Aristizabal decidieron trasladar apresuradamente a Cuba los restos de Colón, removiendo los que suponían pertenecían al Descubridor, los que fueron llevados luego a España en 1898 al obtener Cuba su independencia. En 1877, mientras se hacían reparaciones en la Catedral de Santo Domingo, se encontró una caja de plomo con el nombre del Gran Almirante, en caracteres de la época de su fallecimiento, con pruebas irrefutables de que los restos que contenía pertenecían a don Cristóbal Colón, habiéndose llevado a Cuba los de otro de los Colones allí enterrados.
El hecho fue documentado en presencia de numerosas personalidades dominicanas y extranjeras y ha sido aceptado como auténtico por la generalidad de los historiadores de todo el mundo.
Marcadores