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Tema: Estella: sede de la Corte carlista y (hasta la “transición”) búnquer irreductible

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    Estella: sede de la Corte carlista y (hasta la “transición”) búnquer irreductible

    Para comparar lo que Estella históricamente fue: símbolo de lo español tradicional y del catolicismo; hasta convertirse en el pudridero que viene siendo (como toda Navarra), si atendemos a datos de las últimas elecciones de 2019, con la mayoría de la población simpatizante de la izquierda, extrema izquierda cochambrosa y separatismo batasuno más zafio .



    Cuando Estella fue capital de España


    8 de septiembre de 2014


    (...) Comenzaremos el relato tiempo antes, pues ya entre los siglos XIII y XVI era residencia habitual de los reyes de Navarra (y su corte), a quienes gustaba mucho su castillo palacio de Zalatambor. Delante de sus ruinas una alta torre con saeteras da la bienvenida a la iglesia fortaleza de San Pedro de la Rúa. Frente a ella vemos el palacio románico llamado Real, que en la actualidad alberga el museo Gustavo de Maeztu.

    Este famoso pintor, -hermano del gran intelectual de la generación del 98 Ramiro de Maeztu- donó su obra a Estella. Aquí empezamos a ver los primeros carlistas de nuestro recorrido. En efecto, algunas de las obras muestran requetés y falangistas, así como a José Antonio Primo de Rivera, Julio Ruiz de Alda y el propio Ramiro, los tres asesinados por el bando izquierdista-nacionalista durante la guerra civil 36/39.

    Si nos dirigimos por la calle La Rúa pasando ante el palacio de San Cristóbal llegaremos al palacio del Gobernador. Durante el mandato de Juan Ramón Corpas como Consejero de Cultura y Turismo de Navarra, se rehabilitó, creando en él el Museo del Carlismo. Cuenta los orígenes de ese movimiento, sus ideas y propaganda y las de sus contrarios, así como los conflictos bélicos en que participó. Emplea para ello documentos, carteles, armas, banderas, uniformes, cuadros, fotografías y audiovisuales. Y es que este museo se tenía que crear en Estella, porque esta ciudad fue la capital del pretendiente durante las guerras carlistas y en ella se desarrollan los acontecimientos más importantes de las mismas.

    Estella, había sido la primera ciudad navarra en alzarse por la independencia española, el 1 de junio de 1808. Durante aquella guerra dio 178 voluntarios, que sufrieron 46 bajas, a pesar de estar ocupada por el invasor francés hasta 1813. También fue la primera de las ciudades navarras que tuvo que abandonar el ejército de Napoleón, quien aún mantuvo Tudela, Olite, Tafalla, Pamplona y Elizondo.

    Nuevamente el 14 de octubre de 1821 fue protagonista de duros combates. Al amanecer de ese día los realistas, que se enfrentaban a los partidarios de la constitución de Cádiz, atacaron obligando a sus oponentes a replegarse. Tras un combate en la puerta de La Gallarda y otro en la plaza de la Constitución (hoy de Los Fueros), los constitucionalistas se encerraron en el fuerte-convento de San Francisco, en el solar donde hoy está el Ayuntamiento. Las fuerzas realistas, 1.500 guerrilleros al mando de Guergué, de Aguilar de Codés y luego famoso general carlista, alternan asaltos y bombardeos con negociaciones sin lograr la rendición de los soldados de los regimientos de Órdenes Militares, Toledo y Provinciales. Al amanecer del siguiente día, al acercarse una columna de auxilio al mando del coronel Fernández, los realistas levantan el sitio, pero brevemente, pues se les incorporan 600 hombres de Zabala. Con esas fuerzas Guergué venció y apresó a Fernández, lo que provocó el abandono del fuerte y la retirada hacia Vitoria de sus defensores.

    El 8 de octubre de 1833, en el barrio de Noveleta de Estella, suenan los primeros disparos de la primera guerra carlista en Navarra. Allí se enfrentan las tropas del brigadier Manuel Lorenzo con una partida mandada por el general carlista Santos Ladrón de Cegama, natural de Lumbier. Este fue capturado tres días más tarde en Los Arcos y su fusilamiento en Pamplona causó el levantamiento masivo de Navarra a favor del pretendiente tradicionalista.

    Entre octubre de 1833 y julio de 1835 los ejércitos carlistas se dedicaron a organizarse y a controlar Navarra, Vascongadas, zonas de Castilla la Vieja y el Maestrazgo, aunque fueron desalojados de Vitoria y Bilbao por las tropas del general Sarsfield. El general jefe del ejército carlista, Tomás de Zumalacárregui, atacó Bilbao, el 10 de junio de 1835, obedeciendo órdenes del Consejo Real de Estella. Cinco días más tarde Zumalacárregui fue herido de bala, muriendo el 3 de julio. Tomó el mando del ejército carlista el infante Sebastián.

    El 31 de julio de 1835 Carlos V instaló su corte en Estella, en espera de poderlo hacer en Madrid. Desde esta ciudad se ordenó un nuevo ataque a Bilbao, que realizó un ejército de 15.000 hombres y 20 cañones, entre el 20 de octubre y el 25 de diciembre de 1836, fecha en que el general Espartero lo rechazó en la batalla del puente de Luchana. El 14 de mayo de 1837 Carlos V salió de Estella al frente de un ejército de 14.000 hombres y 1.700 caballos, al que se unió Cabrera con sus hombres en Cherta, el 29 de junio. Este ejército llegó a Arganda, a la vista de Madrid, donde el pretendiente, tras pasar un día rezando “esperando que Dios quisiera cambiar los corazones” ordenó el repliegue. El fracaso de la expedición Real, y de otra anterior del general Gómez, acentuó la rivalidad entre las facciones carlistas. El bando llamado “navarro, apostólico o extremo” pidió la destitución de los generales “moderados o castellanos”. El rey dio el mando del ejército a un general de los primeros, Guergué y a Cabrera, también de aquélla facción, lo nombró teniente general y conde de Morella por su defensa de esa ciudad. No obstante, la presión de las fuerzas isabelinas, hizo que el rey abandonara Estella el 30 de agosto de 1838. Aun después de la marcha de Carlos siguió siendo esta ciudad la capital del carlismo y sede del Consejo Real, y en ella se dio la lucha por el poder dentro de ese bando.

    Por unos desórdenes de unos soldados navarros, Carlos V destituyó a Guergué de la jefatura del ejército carlista, nombrando en su lugar al moderado Rafael Maroto. Este se dirigió inmediatamente a Estella donde entró con su escolta el 17 de febrero de 1839. Cuenta Maroto que al pasar delante de la casa donde se alojaba el Comandante General de Navarra, Francisco García ”hallábase este con algunos pocos de su comitiva en sus balcones y ventanas y además de no saludarme se burlaron de mí con palpable befa” , aunque “era natural que ya meditaba el proyecto que llevó después a ejecución” ,dice José Arízaga, auditor general, acompañante en ese momento e incondicional de Maroto.

    Por la tarde, cuando trataba de abandonar la ciudad disfrazado de sacerdote, fue detenido el general García por la guardia del portal de Castilla. Ello dio a Maroto la confirmación de la lealtad de la guarnición, a la que había ordenado pagar las soldadas atrasadas y obsequiado con vino y alpargatas. De inmediato mandó tropas a arrestar, en su casa de Legaria, al general Guergué y en Estella al general Sanz y el intendente Uriz. El brigadier Carmona, quien llegaba a Estella de madrugada, procedente de su casa de Cirauqui, también fue detenido. Todos fueron encerrados en la dependencia aneja a la basílica del Puy.

    A las seis de la mañana del 18 de febrero, un ayudante de campo dijo a los arrestados “En virtud de las órdenes del general Maroto no resta a ustedes más que dos horas para morir como cristianos. Prepárense para cumplir este decreto”. Pidieron estos hablar con ese general, pero les fue negado. Después de confesados, fueron fusilados en la tapia trasera de la basílica. Murieron con valor y religiosidad, según todos los testigos. La viuda de Santos Ladrón de Cegama, cuya ejecución inició el levantamiento masivo de Navarra en 1833, era en aquel momento novia del fusilado general Pablo Sanz.

    El rey declaró a Maroto traidor el 20 de febrero, pero cuando el general leyó esa orden a sus tropas, éstas le aclamaron. Carlos tuvo que anular la destitución dictada, y aun separar del mando a treinta personas que le indicó el general jefe. Mientras continuaba la Guerra, Maroto mantenía negociaciones con Espartero, del que obtuvo buenas condiciones. El 25 de agosto, mientras Carlos V, arengaba las tropas en Elorrio, éstas irrumpieron en gritos por la Paz. El 31 de agosto de 1939 Maroto se da el “abrazo de Vergara” con el general enemigo Espartero, abandonando con sus tropas a su rey y ejército.

    A pesar de que, según ese acuerdo, los militares carlistas podían integrarse en el Ejército manteniendo grado y paga, muchos no lo aceptaron, pasando a Francia detrás de su rey, quien lo había hecho, el 13 de septiembre de 1839, por Alduides tras su famoso “Volveré”. El 14 cruzaron la frontera cinco batallones y un escuadrón alaveses, algún batallón castellano y cinco batallones navarros (5º,8º,10º,11º y 12º) y el 18 pasaron a Francia otros tres batallones de Navarra (“Gaceta de Madrid”, comunicados de Espartero, septiembre 1839).

    También algunos centenares de navarros, junto con algunos castellanos y alaveses, se incorporaron a las tropas de Cabrera. Este continuó la lucha en el Maestrazgo hasta el 6 de julio de 1840, en que se internó en Francia al frente de 10.000 hombres. Los batallones carlistas vizcaínos y guipuzcoanos habían aceptado en masa el pacto Maroto-Espartero, incorporándose muchos de ellos al ejército que había sido su enemigo, y luchando contra sus ex camaradas. Miles de carlistas que no aceptaban el “abrazo de Vergara” marcharon a luchar con la Confederación del Sur en la Guerra Civil Americana.

    Al lado del Museo del Carlismo está el puente de la Cárcel. Fue reconstruido durante el franquismo, dentro del amplio plan de reurbanización de las zonas monumentales de Estella encargado al arquitecto Pons Sorolla. Este puente había sido volado en 1873 por el teniente de ingenieros Honorato de la Saleta, siguiendo órdenes del general liberal Nouvillas, para intentar evitar le entrada de los carlistas en la ciudad. A pesar de esta destrucción, y la del puente de Recoletas, los tradicionalistas la tomaron el día 18 de agosto, replegándose los liberales al fuerte de San Francisco, que nuevamente tomó protagonismo. Allí el teniente coronel Sanz, y sus 485 hombres, resistieron los ataques hasta el día 24, en que pactaron la rendición a cambio de no ser hechos prisioneros. Los carlistas capturaron 1200 fusiles Berdan, 400 granadas de 8 cm, 80.000 cartuchos, pólvora, material de ingenieros, alpargatas y mantas, con lo que equiparon tres batallones, además de abundantes provisiones y tabaco. De inmediato entró en Estella Carlos VII quien presidió el desfile de 9.000 de sus voluntarios e instaló desde ese día su corte en Estella. En una casa propiedad de Telesforo de Iribarren, frente a la fachada principal de la iglesia de San Juan, instaló Carlos VII su austera residencia. Hoy dos placas lo recuerdan.

    Desde esta ciudad de Estella se dirigió la administración de las zonas de España controladas por el pretendiente. Para ello se fueron organizando diversas instituciones. Así en Estella se instalaron los ministerios del gobierno carlista, que fueron Guerra, Gracia y Justicia, Negocios Extranjero, Estado y Hacienda.

    También se ubicaron en la ciudad del Ega, el Tribunal Supremo de Justicia, que llegó a redactar un código penal propio, la delegación Apostólica, concedida por el Vaticano y dirigida por el obispo de León, así como un Tribunal Diocesano y un cuerpo de Correros y Telégrafos.

    En el monasterio de Irache (que había sido Universidad Literaria desde el año 1600 hasta 1839) se creó un hospital y la primera escuela de enfermería de España, ambos dependientes de la institución carlista La Caridad, que también organizó otros centros hospitalarios y casas de reposo. Ello le evitó la ruina que si afecto a otros monasterios desamortizados como Iranzu o Leyre.

    Del gobierno de Estella dependían también universidad y ceca, así como el periódico El Cuartel Real, instalados en Oñate, y las academias de Artillería e Ingenieros, en Azpeitia y Vergara, así como la Diputación para Cataluña, con sede en Olot. Este gobierno controlaba un ejército que, en diciembre de 1875, contaba con 35.000 hombres, 1.200 caballos y 39 cañones.

    La corte estellesa se mantuvo hasta el 19 de febrero de 1876, cuando las tropas de Fernando Primo de Rivera, tras vencer la heroica defensa del las tropas del coronel carlista Calderón, tomaron la ciudad. Primo de Rivera felicitó al militar carlista por la defensa realizada, le permitió conservar su espada y le concedió la libertad bajo palabra de no fugarse. Fernando fue nombrado marqués de Estella por Alfonso XII. Poco más tarde el pretendiente pasó la frontera francesa terminando la guerra.

    https://www.carlistas.es/2014/09/08/cuando-estella-fue-capital-de-espana/
    Última edición por ALACRAN; 05/04/2021 a las 17:49
    Hyeronimus dio el Víctor.
    Hombre en su siglo. Los sujetos eminentemente raros dependen de los tiempos. No todos tuvieron el que merecían, y muchos aunque lo tuvieron, no acertaron a lograrlo. Fueron dignos algunos de mejor siglo, que no todo lo bueno triunfa siempre; tienen las cosas su vez, hasta las eminencias son al uso, pero lleva una ventaja lo sabio, que es eterno, y si éste no es su siglo, muchos otros lo serán. (Gracián)

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    Re: Estella: sede de la Corte carlista y (hasta la “transición”) búnquer irreductible

    El problema ya lo veían venir algunas personas de orden ya en la "transición" a la mierdocracia:


    Revista FUERZA NUEVA, nº 502, 21-Ago-1976


    ANTIGUOS MIEMBROS DEL BUNQUER

    Hoy presentamos a Estella (localidad de Navarra)

    Estella no era miembro del búnquer. Estella era el búnquer. Estella, la vieja Izarra, fue corte carlista, bajo la sombra de Montejurra, y en Estella, la República no pudo entrar. Yo recuerdo cómo en las grandes ocasiones religiosas, que eran muchas, se ponían colgaduras en todas las casas… con la bandera austriaca. (…)

    (Durante la República) recuerdo unas maniobras clandestinas del Requeté, que culminaron, jugándoselo todo, en un desfile a bombo y platillo, que entró en la plaza de los Fueros un domingo por la tarde. Todos llevaban boina roja, y los más un crucifijo de buen tamaño colgando del pecho. Era la respuesta a la retirada de la cruz en las aulas. Navarra era mucha Navarra. Y Estella, cabecera de una de sus merindades.

    Yo estaba en aquella misma plaza, otro domingo, el 19 de julio de 1936. Quien no haya vivido aquello no puede opinar. Y quienes lo hemos vivido, no podemos comprender qué ha podido pasar en Estella para que ahora unos jóvenes –se dice que eran forasteros- quiten aquellas mismas banderas que ondeaban en el puente del Azucarero y las tiren al río.

    Claro que no es oro todo lo que reluce. Desechado el infeliz intento de añadir a uno de los monolitos del Vía Crucis de Montejurra el nombre de uno de los que murieron a punta de pistola cuando se abalanzaban sobre otro, garrote en mano, la pasada primavera, se ha venido en imitar la desdichada costumbre de agriar las fiestas con pancartas, banderas extrañas y contestaciones. Difícilmente habrá algo más politizado que la Pamplona de julio de 1936. Pero se ha llegado al tácito y prudente acuerdo de dejar todo aquello aparte y dedicarse a San Fermín (…)

    En Estella se les ha ocurrido mezclar el encierro, el humo de los cohetes, el baile de las cuadrillas y el vino tinto de las botas, con una nueva “bajadica”. La del cementerio. La perrera ha lanzado al viento sus campanas para anunciar la colocación de una lápida proclamando la “semilla de la libertad”.

    Pero la verdad, sabida de fuente directa, es que no llegaron a veinte las personas que acudieron a la llamada del presbítero Armendáriz. Porque “Estella sabe respetar la paz de los muertos”, dice “El Pensamiento Navarro”. Y tiene mucha razón.

    En la vecina Vitoria, también un concejal hubo de abrirse paso para entrar en San Miguel, rompiendo el palo (…) de uno de esos trapos llamados icurriñas (con k). Porque también hay que distinguir las banderas, de los espantapájaros como éste, parido por Sabino Arana, que no es bandera de nada sino signo de odio contra la Patria española. Fue allí, precisamente allí, donde los requetés se negaron a sublevarse contra la anti-España si no salían con la bandera nacional, la misma que habrían de regar con su sangre en la Cruzada, junto a la gloriosa bandera de las aspas de San Andrés.

    Y justamente, lo primero que hicimos –yo también- aquel 19 de julio fue subir al “Euzko etxea”, arrancar la hoy llamada pomposamente “bicrucífera”, triste remedo de la bandera inglesa (…) tirarla por el balcón y quemarla en la calle, que es el más noble destino de todas las banderas separatistas. Después -¡cómo olvidarlo!- izamos allí la bandera de la Falange Española. (…)

    Eran los tiempos del búnquer. Después, ya se sabe: “Semilla de libertad”. “Amnistía”. Y Julio Ruiz de Alda, enterrado allí mismo, por autor nefando de una pancarta histórica que decía VIVA LA UNIDAD DE ESPAÑA.

    José Sánchez Robles


    Última edición por ALACRAN; 05/04/2021 a las 17:55
    Hombre en su siglo. Los sujetos eminentemente raros dependen de los tiempos. No todos tuvieron el que merecían, y muchos aunque lo tuvieron, no acertaron a lograrlo. Fueron dignos algunos de mejor siglo, que no todo lo bueno triunfa siempre; tienen las cosas su vez, hasta las eminencias son al uso, pero lleva una ventaja lo sabio, que es eterno, y si éste no es su siglo, muchos otros lo serán. (Gracián)

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    Re: Estella: sede de la Corte carlista y (hasta la “transición”) búnquer irreductible

    Libros antiguos y de colección en IberLibro
    ... "60.000 navarros había en pie de guerra (1937) en el bando nacional contra el marxismo-separatismo, de ellos, 47.000 en las trincheras, y Navarra tenía entonces 400.000 habitantes. La proporción superaba todos los cálculos y costumbres de reclutamiento militar, ..."


    EL REQUETÉ DESCONOCIDO

    Sólo cuando se atraviesa esta topografía enrevesada de las estribaciones del Pirineo se comprende con exactitud lo difíciles que han de ser las batallas en semejantes parajes.

    Bosques, roquedades, cañadones profundos, cerros ásperos que se multiplican sin lógica en una complicación interminable. E l movimiento de las tropas tiene que desarrollarse con enormes dificultades y con una desesperante lentitud, _ y cada cumbre, -cada encrucijada, ha de exigir duros y sangrientos combates. Afortunadamente, nuestro valeroso autocar no tropieza con ningún obstáculo y salva con brío las cuestas y las revueltas, asciende a las alturas de la divisoria, deja atrás los montes y valles de Guipúzcoa y penetra en las altas tierras de Navarra.

    La sierra de Urbasa aparece como un prolongado murallón de aspecto inabordable. Pero la carretera traza sus múltiples eses, y allá al final del imponente y largo parapeto serrano, al llegar a un cantil tremendo, se abre en la roca un túnel de doscientos metros, y el autocar sale al otro lado de la montaña aún con mayor brío y júbilo que antes. Bruscamente ha cambiado la decoración. Por el momento estamos en una extensa meseta a más de mil metros sobre el nivel del mar, en un silencio y una soledad impresionantes. No se ven más que rebaños sobre una inmensa pradera fría, que sólo en los meses de temperatura benigna puede ser transitada. Ovejas alrededor, entre algunas matas de espinillo florido, y ariscos caballos en libertad, esos pequeños, finos y resistentes caballitos navarros que suelen alcanzar precios excepcionales por su especial calidad. Después se interpone un gran bosque de hayas, tan espeso y solitario, tan extenso y sombrío, que infunde un verdadero vago terror supersticioso.

    Y casi bruscamente, de esta soledad de los centenarios hayedos, de este ambiente septentrional como para leyendas de lobos y de hadas, la carretera desciende a las tierras cálidas y luminosas donde crecen la vid y el olivo. Es una rápida transición que desconcierta. Parece inverosímil que un cambio tan radical haya podido realizarse en unos pocos minutos, y queda el viajero, en efecto, aturdido por la súbita presencia de una visión fuertemente meridional que alegra los ojos y el alma. La ciudad de Estella aparece pronto en una hondonada, y no hay más remedio que abandonar el carruaje y detenerse en una población que ha sido por tantos conceptos ilustres en la Historia y que conserva unos cuantos templos góticos y palacios renacentistas de extraordinario interés.

    Pero Estella tiene además otros motivos para ser célebre. Por ejemplo, el espíritu bravo, fiel y creyente de sus hijos. Desde luego, la Merindad o comarca de Estella dio numerosos y valientes soldados a la causa carlista, y puede decirse que las importantes y enconadas batallas de las dos guerras civiles se desarrollaron en su territorio: Montejurra, Monte Esquinza, Mendigorria, Abarzuza. Y ahora ha ocurrido lo mismo. Para combatir contra los marxistas y los desintegradores de España. Estella con su merindad se levantó el primer día de la revolución nacional como un solo hombre, sin ningún titubeo, con un ardor y una fe insuperables, siguiendo en esto el ejemplo de todo el antiguo reino de Navarra.

    ¿Cuántos soldados navarros luchan en los distintos frentes de guerra? Personas de indudable seriedad me ofrecen cifras, que me asombran: sesenta mil navarros hoy en pie de guerra, y de ellos, cuarenta y siete mil están en las trincheras. Y Navarra tiene cuatrocientos mil habitantes. La proporción supera a todos los cálculos y costumbres de reclutamiento militar, y así se explica que en muchos pueblos todos los varones útiles se han ido a la guerra, dejando el trabajo de las labranzas a los viejos, las mujeres y los chicos. Por lo demás, las labores del campo y de las casas se llevan con la misma asiduidad de siempre, y la fisonomía de Navarra, floreciente y en orden, no revela de ningún modo que la octava parte de sus hombres combate y muere allá lejos.

    A mi curiosidad por conocer las características del levantamiento en Estella me han correspondido con relaciones episódicas de un dramatismo conmovedor. Aquello fue una ráfaga de sublime entusiasmo, una exaltación colectiva que empujaba a los jóvenes y los viejos y que no perdonaba a las mujeres. Al contrario, eran tal vez las mujeres las que mostraban un ardor más vivo, y las que excitaban a los hombres a empuñar las armas; si es que los hombres necesitaban incitaciones para decidirse al trágico destino de la guerra. Todos en masa acudieron al cuartel que ocupa un altozano sobre la ciudad. A pedir fusiles. Pero no había suficientes armas para todos. Y, cuando se agotaron, me dicen que se veía acercarse a los oficiales hombres angustiados, con aire tímido y humilde, en súplica de un fusil para poder ir con los demás a la guerra. Parecía que pidieran el favor de algún regalo, y lo que solicitaban era un boleto para entrar en el tremendo espectáculo de las mortíferas batallas... "Después trajeron más fusiles y hubo armas para todos. (…)

    CAPITÁN NEMO

    (ABC, 8-VI-1937)
    Última edición por ALACRAN; 17/12/2022 a las 13:08
    Hombre en su siglo. Los sujetos eminentemente raros dependen de los tiempos. No todos tuvieron el que merecían, y muchos aunque lo tuvieron, no acertaron a lograrlo. Fueron dignos algunos de mejor siglo, que no todo lo bueno triunfa siempre; tienen las cosas su vez, hasta las eminencias son al uso, pero lleva una ventaja lo sabio, que es eterno, y si éste no es su siglo, muchos otros lo serán. (Gracián)

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