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La legendaria periodista, "atea cristiana", recibida hace poco por Benedicto XVI, completa la trilogía en la que se rebela ante la renuncia de Occidente a defenderse de sus adversarios.
Primero fue La rabia y el orgullo, luego La fuerza de la razón y ahora El Apocalipsis, las tres obras publicadas por La Esfera de los Libros. Con ellas Oriana Fallaci culmina varios años de denuncia de la islamización de Europa y de la ceguera con que entiende que Occidente reacciona ante un proceso que puede acabar con lo que suele denominarse su espacio de libertades.
Fallaci no utiliza subterfugios ni eufemismos: para ella, la amenaza no es el fundamentalismo musulmán, ni el terrorismo islamista, ni cierta interpretación radical del Corán. Para ella la amenaza la constituyen el Corán mismo y la religión de Mahoma. Y el núcleo de su denuncia es la pasividad de Occidente –en particular de Europa, para la cual ha creado el neologismo Eurabia– ante la extensión creciente en su suelo de personas que comparten ese credo y van creando "islas del Derecho" donde la sharia, y no la ley común, regula las relaciones sociales.
Sin embargo, lo que le ha ganado a esta mujer la animadversión del establishment es que denuncia además a quienes, como la "Izquierda Caviar" y los gobernantes acomodaticios, considera que alientan una leyenda rosa sobre el islam como una religión ajena al fenómeno de la dominación y el terrorismo.
¿Exagera Fallaci cuando señala la torpeza de Occidente: "Nuestra tecnología y nuestra estupidez. Nuestro triunfo intelectual y nuestro cáncer moral. En definitiva nuestro paradójico suicidio" al abrirle las puertas a quienes pretenden destruir el cristianismo –y lo dice quien se confiesa "atea cristiana"–, la democracia y el sistema jurídico basado sobre la existencia de los derechos humanos?
Pues exagera sin duda en el lenguaje y en la radicalidad de algunas acusaciones, pero es que la autora ha escrito un texto asumidamente incendiario, llamado a sacudir conciencias. Ella se está muriendo ("no me queda mucho tiempo de vida", con el cuerpo carcomido por la enfermedad, confiesa) y lanza un grito desesperado que cobra así un valor especial, pues ya no lucha ni arriesga su nombre por salvar un mundo en el que no vivirá.
Eso sí, la acumulación de datos es asombrosa, como en sus dos anteriores libros. Nadie espere una tediosa soflama tras otra, y sí una cadena de hechos e historias concretas –ahí se le ve el nervio periodístico– de los políticos e intelectuales occidentales (incluido "el insoportable Zapatero", por cierto) como un acta de acusación que abarca no sólo al riesgo islamista, sino a los múltiples cánceres de la corrección política. De ahí la amenidad de la lectura, su éxito entre el público y la eficacia del mensaje.
El Apocalipsis, que se abre con una dedicatoria a las decenas de personas con nombres y apellidos secuestradas y degolladas en Irak, a los niños de Beslan, a Theo van Gogh... (¿y cuántos más desde que se cerró la edición?), completa una trilogía apasionante, discutible como todo lo que hace pensar, e imprescindible para dar con las claves de nuestro tiempo.
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