El altar mayor de la Basílica del Pilar se cerró casualmente minutos antes de la explosión
ROBERTO PÉREZ / ZARAGOZA
El templo, reabierto entre un constante trasiego de personal de limpieza
FABIÁN SIMÓN
Bancos destrozados en el lugar en el que estalló el artefacto
La zona del altar mayor y del coro de la Basílica del Pilar, en la que ayer estalló un artefacto de fabricación casera, se cerró casualmente al público minutos antes de la hora de costumbre. Minutos que pudieron ser cruciales para evitar que hubiera que lamentar víctimas. Y no se hizo por ningún motivo especial, sino por algo tan circunstancial como que quien se encargaba de cerrar el acceso de esa zona a mediodía tenía que acudir ayer a otras tareas y adelantó ligeramente el horario. Por eso cuando estalló la bomba ya no quedaban fieles en esa zona de la Basílica, aunque sí en el resto, porque se puede entrar al templo ininterrumpidamente desde las siete menos cuarto de la mañana hasta la noche. Sólo se registró un herido leve al que la onda expansiva le dañó el tímpano. [Ve aquí las imágenes de la explosión]
Hoy la Basílica ha reabierto puntual, como de costumbre. A las siete menos cuarto de la mañana. Lo han hecho 18 horas de la explosión. El templo, como de costumbre, ha empezado a recibir a los primeros fieles cuando aún no han despuntado las primeras luces del día. Nada más reabrir, uno de los canónigos sube al altar mayor y oficia la primera misa de la jornada. Sólo es accesible la zona del camarín de la Virgen. El resto del templo, el área del altar mayor y del coro, permanecen cerrados con un constante trasiego de personal de limpieza que ha estado trabajando durante toda la noche y al que le queda aún muchas horas por delante.
Ocho de la mañana. Se está oficiando ya la segunda misa del día. En la primera, el sacerdote que la ha oficiado ha tenido, en la homilía, un mensaje de perdón hacia el autor o autores del atentado y ha pedido por la «fortaleza en la fe y seguridad en la esperanza». Continúa el entrar y salir de fieles. Unos permanecen oyendo la eucaristía. El resto, rezan unos minutos ante la imagen de la Virgen del Pilar y marchan a seguir con su día a día.
Carmen, 47 años, es una de esas personas que hoy han querido a acudir ante la Virgen. Confiesa que suele hacerlo con relativa frecuencia, pero que este jueves no tenía pevisto hacerlo, pero lo ha hecho. «Hoy no he venido a pedirle ningún favor, he venido para estar con ella, para decirle a la Virgen del Pilar "aquí me tienes, estoy contigo"», apunta con emoción. En su caso, no destila rencor por el atentado. Sí tristeza.
El sacerdote Ignacio Sebastián, uno de los canónigos de la Basílica, está en un continuo ir y venir por la zona en la que se produjo la explosión. Trabaja junto al personal del templo y a los equiops de limpieza para cerrar las heridas que dejó la explosión: carbonilla por todos lados, suciedad impregnada por el humo que lleno toda la Basílica. Hace un alto para atender a ABC. Le contamos el testimonio que acabamos de recoger de boca de Carmen y concluye que no es un caso único: «Desde que hemos abierto sí hemos visto que están acudiendo más fieles de lo que suele ser habitual un día laborable a estas horas». «Y no son curiosos -matiza-, es gente que viene y que acude directa a rezar ante la Virgen, seguramente movidos por ese sentimiento de mostrar que están a su lado después de lo que ha ocurrido».
Relata el sacerdote Ignacio Sebastián que las consecuencias de la explosión pudieron haber sido peores. La bomba estalló escasos minutos antes de las dos de la tarde. De normal, no es hasta las dos cuando se cierra el acceso a esa zona del templo (el resto permanece abierto al público), «pero ayer el sacristán clausuró la zona con antelación porque debía atender alguna tarea y adelantó la hora ordinaria a la que cierra el acceso al altar mayor a diario, y gracias a eso cuando se produjo la explosión no quedaba nadie en los bancos». «Algo tuvo que ver la Virgen, no lo dude», reflexiona este canónigo del Pilar. Tras la explosión, se encontraron astillas que habían salido despedidas a casi cien metros del punto en el que se produjo la deflagración.
Intenso trabajo de limpieza
El trasiego en la zona más afectada por la explosión es incesante. Una veintena de hombres y mujeres se afanan con brío por limpiar. Llevan haciéndolo desde las ocho y media de la tarde de ayer, desde que los Tedax y los agentes de la policía científica dieron por terminado su trabajo en el interior del templo. «Llevamos limpiando toda la noche y quedan horas por delante de mucho trabajo», relata Ignacio Sebastián. Una capa de carbonilla cubre todos los bancos, paredes, pilares, el coro (próximo al punto en el que se colocó el artefacto de fabricación casera), el altar mayor... «Lo que tenemos claro es que esta zona se reabrirá a primera hora de la tarde, porque hay oficios religiosos programados y se van a celebrar como estaba previsto». Entre ellos, la novena de la Virgen del Pilar (son vísperas de su día grande, el 12 de octubre) y el funeral en memoria del exalcalde de Zaragoza y senador José Atarés (fallecido hace escasos días), que reunirá a un abundante número de autoridades, entre ellas la plana mayor del PP aragonés y altos cargos del partido a nivel nacional.
Discreta presencia policial
Quienes acuden a la Basílica se encuentran este jueves a sus puertas una discreta presencia policial. Dos coches patrulla que flanquean cada esquina de la fachada principal del templo, en la Plaza del Pilar, y otro más en la fachada trasera, la que da el Ebro, junto a una de las puertas secundarias de la Basílica. En el interior no son visibles medidas extraordinarias de vigilancia, más allá de alguno de los miembros de la empresa de seguridad privada que tiene contratado el Cabildo y que trabajan a diario en el templo.
Pese a que el artefacto que explotó era de fabricación casera y relativamente de escasa potencia, tenía la suficiente para haber sido letal si hubiera habido alguien suficientemente cerca. Quedó totalmente destrozado el banco aterciopelado bajo el que se colocó. Saltó hecho añicos y ardió. Era uno de los bancos distinguidos que flanquean el pasillo central que conecta el coro con el altar mayor y que suelen reservarse a autoridades en caso de ceremonias oficiales. Del resto de bancos ordinarios que llenan el espacio situado ante el altar mayor, los más cercanos también sufrieron destrozos.
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