NICOLASILLO DE MANZANARES

JUAN MANUEL DE PRADA




DEL mismo modo que los antiguos tenían las novelas por entregas, nosotros tenemos las apariciones del pequeño Nicolás en los platós de los programas basura; e, inevitablemente, la novela que va trazando con la narración de sus trapacerías resulta picaresca. Como conviene a un gallardo mancebo de la estirpe de Lázaro y Guzmán de Alfarache, Nicolasillo de Manzanares es mozo de muchos amos a los que servía como «corredor de oreja y aun de todo el cuerpo» (quiero decir alcahuete) y «entruchón de coimas» (quiero decir comisionista), empleos que en nuestra época se resumen en uno, que es el que Nicolasillo prefiere para designar su oficio: «conseguidor». Así es como Nicolasillo se ganaba la vida: por un lado, consiguiendo reuniones en los despachos gubernativos a los empresarios en busca de padrino para sus negocios, lo que al parecer hacía cobrando; por otro, consiguiendo a estos padrinos «tomate», que es como Nicolasillo llama en su guasona jerga del guasá a las mozas del partido (del partido popular, quiero decir), lo que al parecer hacía gratis et amore.


En los platós de los programas basura donde Nicolasillo de Manzanares nos va contando por entregas sus buenas y devotas costumbres los periodistas lo asaetean a preguntas sobre sus labores remuneradas; en cambio, se ponen muy dignos y no quieren saber nada sobre sus generosas y gratuitas labores de conseguidor de «tomate», aduciendo que la tomatada que de ellas saliese pertenece a la «vida privada» de Nicolasillo y sus padrinos. A esto, si el artículo nos estuviese saliendo chestertorniano, podríamos llamarlo la paradoja del libertino, siempre empeñado en llamar «vida privada» a la que se gasta con mujeres públicas. Pero como el artículo pretende rendir homenaje a la novela picaresca, hemos de recordar aquí uno de los medios de vida más socorridos del pícaro, que no es el de rufián propiamente dicho, sino más bien el de pescador que pone en el anzuelo de su caña a «damas de todo rumbo y manejo» para que actúen como «ganchos de guillotes», que es como en la germanía picaresca se designaba a los engañabobos. Y el pícaro, poniendo a disposición de su víctima a estas damas dispuestas a cantar hasta los kyries, puede luego comprar su silencio, obligando a cambio a su víctima a practicar la ley del encaje y, en fin, sacándole dinero a cuenta de sus vicios. Así actúa Celestina con los pipiolos, utilizando de gancho a su pupila Areúsa; y así actúa la pícara Justina, que se propone a sí misma como gancho, sabiendo que a la disimulación siempre la pintaron como semidoncella, «la cual debajo del vestido tenía un dragón que asomaba por la faltriquera de la saya».


Llámesele «dragón» o «tomate», Nicolasillo de Manzanares supo hacer uso de este gancho, llevando a los guillotes hasta sus redes, donde muy gustosamente se los entregaba a sus clientes empresarios, a los que cobraba comisión. En los platós de los programas basura, que no conocen el modus operandi del pícaro porque no conocen ni por el forro la literatura de nuestro Siglo de Oro (o, si la conocen, es por esas ediciones escolares desnatadas que ahora se publican, para hacer pitanza con estudiantillos ignaros), se afanaban en saber si Nicolasillo repartía sobres en los despachos gubernativos; y el taimado Nicolasillo, sabiendo que a quien tienes cogido «por do más pecado había» no necesitas untarlo, respondió con mucha sorna:


¿Para qué? De eso ya se encargaba Luis…


Y se refería a Bárcenas, el muy socarrón. ¡Sobres estaría yo dispuesto a repartir para que me dejasen ser el Mateo Alemán de este Nicolasillo de Manzanares!







Histrico Opinin - ABC.es - lunes 8 de diciembre de 2014