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Tema: El Tribunal Supremo de Australia declara inocente al cardenal Pell.

  1. #1
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    El Tribunal Supremo de Australia declara inocente al cardenal Pell.

    (Agencias) En un fallo que no puede ser recurrido, el pleno de los magistrados del Tribunal Superior de Australia consideró que existió «una posibilidad significativa de que una persona inocente haya sido condenada porque las pruebas no establecieron la culpabilidad con el nivel de prueba requerido».

    En un comunicado hecho público tras el fallo judicial, y una vez abandonada la cárcel de máxima seguridad a la que había sido trasladado en enero, el cardenal ha pedido que su absolución no añada más «dolor y amargura» a la que ya sienten las víctimas de abusos sexuales.

    «He mantenido de forma consistente mi inocencia mientras sufrí una grave injusticia y esto ha sido resuelto por la decisión unánime del Tribunal Superior», dijo Pell en un comunicado en el que señaló que no le guarda rencor a la persona que lo demandó.

    El ex responsable de las Finanzas del Vaticano remarcó que su proceso se centró en los crímenes que le atribuyeron y que no cometió, y no se trató de «un referendo sobre la Iglesia Católica ni cómo las autoridades eclesiásticas en Australia abordaron los crímenes de pedofilia dentro de la Iglesia».

    El equipo de abogados de Pell, liderado por Bret Walker, argumentó que la decisión de los jueces del Tribunal Superior del estado de Victoria, que ratificaron el pasado mes de agosto el fallo de un jurado popular, no iba más allá de toda duda razonable.

    Según la defensa, los dos jueces que ratificaron la condena (mientras otro optó por anularla) cometieron un error al requerir que Pell demostrara su inocencia frente a los delitos que se le atribuyen.

    El Tribunal Superior consideró, además, que el jurado «debería haber dudado sobre la culpabilidad del demandado con respecto a cada uno de los delitos por los que fue condenado».
    Durante todo el proceso, que ha durado años, parecía evidente la inconsistencia del relato de la supuesta víctima del cardenal, a quien acusó de cometer los abusos en una situacion y un lugar -la sacristía de la catedral de Melbourne tras acabar una Misa- que hacía prácticamente imposible que los hechos hubieran sucedido sin que los vieran los más de 20 testigos presentes en el lugar que presentó la defensa. A pesar de que la fiscalía no puso en cuestión sus testimonios, asegurando que en ningún momento el cardenal estuvo a solas con la supuesta víctima, el jurado decidió condenarle en base solo a la declaración del demandante.

    https://www.infocatolica.com/?t=noticia&cod=37371.

  2. #2
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    Re: El Tribunal Supremo de Australia declara inocente al cardenal Pell.

    Ignatius Press publicará el diario que el cardenal Pell escribió en la cárcel.

    (CNA/InfoCatólica) «Este diario revela al cardenal Pell que conozco y que todo fiel católico debería conocer», dijo el P. Joseph Fessio, SJ, editor de Ignatius Press, la editorial que publicará el libro del purpurado australiano.

    Pell «proclamó a Cristo y las enseñanzas morales de la Iglesia sin miedo y con pleno conocimiento de lo que costaría. Y pagó el precio con buen humor y, como Cristo, con amor a sus enemigos», añadió Fessio.

    El editor de Ignatius Press espera publicar en la primavera de 2021 una versión abreviada de las 1.000 páginas que escribió el cardenal en prisión.

    Pell fue condenado en 2018 por múltiples cargos de abuso sexual. El 7 de abril, el Tribunal Superior de Australia anuló la sentencia de seis años de prisión. El Tribunal Superior dictaminó que no debería haber sido declarado culpable de los cargos y que la fiscalía no había probado su caso más allá de una duda razonable.

    El caso del cardenal causó una gran controversia en Australia ya que numerosos juristas indicaron que tanto la primera sentencia condenatoria como una primera revocación de la misma no se sustentaban en pruebas que apoyaran las acusaciones contra Pell, de quien no se respetó la presunción de inocencia

    El cardenal todavía se enfrenta a una investigación canónica en la Congregación para la Doctrina de la Fe en Roma, aunque después de que su condena fuera revocada, varios expertos canónicos dan por hecho que es poco probable que la misma dé un resultado diferente al de la exculpación.

    Hablando con estudiantes australianos a principios de este mes, Pell dijo que su tiempo en prisión fue «difícil y desagradable», pero no la peor forma posible de sufrimiento. Dijo que su tiempo en prisión reforzó la verdad de la visión cristiana del sufrimiento redentor.

    «Sigo enseñando el mismo mensaje cristiano», dijo Pell a la Asociación de Estudiantes Católicos Australianos. «Y estoy aquí simplemente para decir que funciona. No en el sentido de que fui absuelto, sino que esta enseñanza cristiana me ayudó a sobrevivir.»

    Fessio envió una carta a la lista de correo de Ignatius Press a principios de esta semana informando de la publicación del libro, y solicitando apoyo financiero para ofrecer a Pell «el adelanto económico apropiado, que puede utilizar para eliminar gran parte de la preocupación que ahora tiene por sus deudas con los abogados que le han defendido».

    «Ya he leído la primera mitad del diario y es extraordinario», escribió Fessio. Y añadió: «Creo que va a ser un clásico espiritual».

    https://www.infocatolica.com/?t=noticia&cod=37983.

  3. #3
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    Re: El Tribunal Supremo de Australia declara inocente al cardenal Pell.

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    Mi tiempo en prisión.

    Mi fe católica me sostuvo, especialmente el comprender que mi sufrimiento no era inútil sino que lo podía unir al de Cristo Nuestro Señor. Nunca me sentí abandonado, sabiendo que el Señor estaba conmigo, incluso cuando no entendía lo que Él estaba haciendo durante la mayor parte de esos trece meses.

    Hay mucha bondad en las cárceles. A veces, estoy seguro, éstas pueden ser el infierno en la tierra. Yo tuve la suerte de ser mantenido a salvo y de ser bien tratado. Me impresionó la profesionalidad de los agentes penitenciarios, la fe de los reclusos, y la existencia de un sentido de la moral incluso en los lugares más sombríos.

    Estuve en régimen de aislamiento durante trece meses, diez en Melbourne, y tres en la prisión de Barwon. En Melbourne, el color del uniforme de la prisión era verde, pero en Barwon se me asignó el color rojo brillante de los cardenales. Fui condenado en diciembre de 2018 por abusos sexuales a menores, a pesar de mi inocencia, y a pesar de la incoherencia del caso del Fiscal de la Corona contra mi. Finalmente (en abril de este año), la Corte Suprema Australiana anuló mi condena por unanimidad. Mientras tanto, había empezado a cumplir mi sentencia de seis años.

    En Melbourne viví en la Célula 11, Unidad 8 de la quinta planta. Mi celda tenía unos 7 metros de largo y unos dos de ancho, lo suficiente para mi cama, que tenía una base dura, un colchón no demasiado grueso, y dos mantas. A la izquierda de la entrada había unos estantes bajos con un hervidor de agua, una televisión, y espacio para comer. Enfrente del pasillo estrecho había un lavabo con agua caliente y fría y una ducha con agua caliente. A diferencia de muchos hoteles lujosos, tenía una buena lámpara de lectura sobre mi cama. Ya que un par de meses antes de entrar en prisión me habían puesto prótesis en ambas rodillas, usaba un bastón y me proporcionaron una silla de hospital más alta, que fue una bendición. Las regulaciones sanitarias requieren que cada recluso pase una hora fuera al aire libre cada día, así que me permitieron pasar dos horas y media en Melbourne. En ningún lugar de la Unidad 8 había cristales transparentes, así que sólo podía saber si era de día o de noche, pero no mucho más desde mi celda. Nunca vi a los otros once reclusos.

    Ciertamente los oía. La Unidad 8 tenía doce pequeñas celdas a lo largo de una pared exterior, con los reclusos «ruidosos» en un extremo. Mi celda estaba en el extremo «Toorak», llamado así por el barrio rico de Melbourne, exactamente igual al extremo «ruidoso» pero generalmente sin los golpes ni los gritos, sin los angustiados y enfadados, que eran con frecuencia drogadictos, especialmente adictos a la metanfetamina. Solía sorprenderme la cantidad de tiempo que aguantaban golpeando con sus puños, pero un agente me explicó que daban patadas en el suelo como caballos. Algunos inundaban sus celdas o las ensuciaban. De vez en cuando llamaban a los perros policía o tenían que usar gases contra ellos. Durante mi primera noche creí oir a una mujer llorar; otro prisionero llamaba a su madre.

    Estuve en aislamiento por mi propia seguridad, ya que los convictos por abusos sexuales a menores, especialmente los clérigos, pueden ser objeto de ataques físicos o maltrato en prisión. Sólo una vez fui amenazado de esta forma, cuando estaba en una de las dos áreas adyacentes para ejercicios, separadas por una pared alta, con una abertura a la altura de la cabeza. Mientra paseaba por el perímetro, alguien me escupió a través del alambre de la abertura y empezó a insultarme. Fue algo inesperado, así que volví furioso a la ventana a enfrentarme con el que me insultaba y le reprendí. Se quitó de mi vista pero continuó ofendiéndome, llamándome «araña negra» y otros términos poco agradables. Tras mi reprimenda inicial, permanecí en silencio, aunque dije después que no saldría a ejercitarme si ese individuo iba a estar en el área contigua. Un día o dos más tarde, el supervisor de la unidad me dijo que el joven que me había ofendido había sido cambiado de sitio, porque había hecho «algo peor» a otro recluso.

    En unas cuantas ocasiones durante el largo confinamiento entre las 4:30 de la tarde hasta las 7:15 de la mañana, fui acusado e insultado por otros reclusos de la Unidad 8. Una tarde oí una acalorada discusión sobre mi culpabilidad. El que me defendía dijo que estaba preparado para apoyar a un hombre que había sido públicamente apoyado por dos Primeros Ministros. La opinión sobre mi culpabilidad o inocencia estaba dividida entre los reclusos, como en la mayoría de los sectores de la sociedad australiana, aunque los medios de comunicación, salvo honrosas excepciones, eran claramente hostiles. Un periodista que había pasado décadas en prisión escribió que yo era el primer sacerdote condenado del que había oído que tenía algún apoyo entre los prisioneros. Y recibí sólo amabilidad y amistad de mis tres compañeros reclusos en la Unidad 3 de Barwon. La mayoría de los agentes en ambas prisiones reconocieron que yo era inocente.

    Entre los reclusos el rechazo hacia los perpetradores de abuso sexual juvenil es común en todo el mundo angloparlante, un interesante ejemplo de la ley natural que emerge a través de la oscuridad. Todos nosotros estamos tentados de despreciar a aquéllos que pensamos que son peores que nosotros. Incluso los asesinos comparten el desprecio hacia aquéllos que han violado a un joven. Sin embargo, irónicamente, este desprecio no es malo del todo, ya que expresa una creencia en lo correcto y lo erróneo, en el bien y el mal, que a menudo surge en las cárceles de formas sorprendentes.

    Muchas mañanas en la Unidad 8 podía oir los cánticos de los musulmanes. Otras veces se relajaban un poco y no cantaban, aunque quizás rezaban en silencio. El lenguaje en la cárcel es áspero y repetitivo, pero rara vez oí maldiciones o blasfemias. El recluso al que le consulté pensaba que este hecho era un signo de fe, más que una prueba de la ausencia de Dios. Sospecho que los prisioneros musulmanes, por su parte, no toleran la blasfemia.

    Me escribían reclusos de muchas cárceles, algunos regularmente. Uno de ellos era un hombre que había montado el altar cuando celebré la última misa de Navidad en la prisión Pentridge en 1996, antes de que la cerraran. Otro simplemente dijo que estaba perdido y en la oscuridad. ¿Podría sugerirle algún libro?. Le recomendé que leyese el evangelio de San Lucas y empezara con la Primera Carta de San Juan. Otro era un hombre de fe profunda y devoto del Padre Pío de Pietrelcina. Soñó que yo iba a ser liberado. Probó ser prematuro. Otro me dijo que entre los delincuentes profesionales, la opinión generalizada era que yo era inocente y todo había sido «amañado», añadiendo que era raro que los delincuentes reconocieran la verdad, pero no los jueces.

    Como el de muchos sacerdotes, mi trabajo me había puesto en contacto con una amplia variedad de personas, así que no me sorprendieron los reclusos. Los agentes fueron en cambio una agradable sorpresa. Algunos eran amables, uno o dos casi hostiles, pero todos se comportaban de forma profesional. Si hubiesen permanecido en silencio durante meses, como los que vigilaron al cardenal Van Thuan cuando estuvo en aislamiento en Vietnam, la vida habría sido mucho más dura. La hermana Mary O´Shannassy, la principal encargada de la pastoral católica penitenciaria en Melbourne con 25 años de experiencia, que hace un gran trabajo -¡un hombre condenado por asesinato me dijo que le daba un poco de miedo!- reconoció que la Unidad 8 tenía un buen personal y estaba bien dirigida. Después de que mi apelación a la Corte Suprema de Victoria fue rechazada, consideré no apelar a la Corte Suprema de Australia, dando como razón el hecho de que si los jueces iban simplemente a cerrar filas, no necesitaba cooperar en una farsa tan cara. El jefe de la prisión de Melbourne, un hombre más grande que yo y bastante directo, me animó a perseverar. Me animé y le estoy agradecido.

    En la mañana del 7 de abril, la televisión nacional retransmitió el anuncio del veredicto de la Corte Suprema. Vi desde mi celda, en el canal 7, cómo un sorprendido joven reportero informaba a Australia de mi absolución y se mostró aún más perplejo ante el hecho de que hubiese sido por unanimidad de los siete jueces. Los otros tres reclusos de mi unidad me felicitaron, y pronto fui liberado en un mundo confinado por el coronavirus. Mi viaje fue extraño. Dos helicópteros de la prensa me siguieron desde Barwon hasta el convento de carmelitas de Melbourne, y al día siguiente, dos coches de la prensa me acompañaron los 880 km hasta Sydney.

    Para muchos, el tiempo en prisión es una oportunidad de ponderar y hacer frente a las verdades elementales. La vida en prisión eliminó cualquier excusa de que estaba demasiado ocupado para rezar, y mi horario regular de oración me sostenía. Desde la primera noche, siempre tenía un breviario (incluso de otro tiempo litúrgico), y recibía la sagrada comunión cada semana. En cinco ocasiones asistí a misa, aunque no pude celebrarla, un hecho que lamenté especialmente en Navidad y en Pascua de Resurrección.

    Mi fe católica me sostuvo, especialmente el comprender que mi sufrimiento no era inútil sino que lo podía unir al de Cristo Nuestro Señor. Nunca me sentí abandonado, sabiendo que el Señor estaba conmigo, incluso cuando no entendía lo que Él estaba haciendo durante la mayor parte de esos trece meses. Durante muchos años, yo les había dicho a los que sufrían y a los que estaban agobiados que el Hijo de Dios, también pasó por pruebas en esta tierra, y ahora yo mismo era consolado por este hecho. Así que recé por mis amigos y enemigos, por los que me apoyaban y por mi familia, por las víctimas de abuso sexual, y por mis compañeros de prisión y agentes penitenciarios.

    Georger Cardinal Pell

    Traducido para InfoCatólica por Ana María Rodríguez y Manuel Pérez Peña

    Publicado originalmente en First Things

    https://www.infocatolica.com/?t=opinion&cod=38123.

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