Cristina Trujillo
Antes fue tuno, «boyscout» y niño cantor del coro de Santo Domingo, y ahora es el símbolo del movimiento homosexual
Madrid- La indiferencia queda desterrada. No cabe bajo ningún pretexto. Zerolo, al que unos han caricaturizado hasta convertirlo en un bufón, casi en Krusty, el payaso de «Los Sociatas» –que no de «Los Simpson»–, y otros han elevado a la categoría de «El “Che” de los gays», no pasa inadvertido. Ir de puntillas no es lo suyo. Prueba de ello es que su presencia y su discurso político provocan repulsa en unos y adherencia y simpatía en otros. Vamos, que si nos descuidamos, algún erudito conservador nos va a intentar convencer de que él y su melena militante son la línea que divide a las dos Españas: la decente y la libertina. Y no. Sinceramente, no.
Zerolo guerrea. Y su lucha, la de todos los gays, lesbianas, bisexuales y transexuales, le ha llevado a colarse en periódicos como el francés «Libération», en el que se habla de él como «el gayrrillero». En definitiva, él es, y así le gusta definirse, «una reivindicación andante»; una pieza más de un engranaje que ha encajado a la perfección y ha puesto en marcha la «legislatura del arco iris»; ésa en la que los hombres tendrán marido y las mujeres se desposarán con otras mujeres. Pedro Zerolo se casará, claro: «Es un acto romántico de militancia». Pero también casará, ya que su licenciatura en Derecho –terminó la carrera en 1981– se lo permite. Lo curioso es que si no hubiese tenido «el poder que me ha sido otorgado por el Colegio de Abogados para oficiar enlaces, lo podría haber obtenido de la mismísima Santa Madre Iglesia».

Planes de adopción. Y no es bufa. Hubo un Zerolo canarión de pelo rasurado y mirada límpida que quiso ser cura. Fue allá por el 75, cuando el púber –tenía quince años– decidió que quería ordenarse sacerdote. ¿Cómo? ¿Zerolo? ¡¡Noo!! Pues sí. Este hombre de gestos generosos, casi exagerados, que un buen día se plantó ante la Conferencia Episcopal para apostatar y divorciarse de Cristo, fue, hace tiempo, un fiel seguidor de los postulados católicos. «Tras un proceso de maduración intelectual –recuerda– rompí. Dejé de creer».
A lo que sí tendrán que acostumbrarse todos es a Zerolo como padre, porque más adelante –«primero tengo que conciliar mi vida personal con la laboral»– tiene intención de adoptar con Jesús, su novio desde hace «muuucho» tiempo. Una pareja de las de toda la vida pero que no ha estado toda la vida, porque Zerolo, antes de salir del armario en 1981, tuvo novias. Y muchas. «Soy muy enamoradizo y he estado con muchas mujeres». Hasta que Zerolo no se convenció de que le gustaban los hombres, dio bandazos cogido de brazos femeninos. Pero llegó la hora de la liberación y dijo en casa: «Soy gay». E inmediatamente se encontró con el apoyo incondicional de la madre y el apoyo crítico del padre. El mismo apoyo que ha tenido a lo largo de toda su infancia. Una infancia implicada; una niñez que «viví intensamente». Filosofía que lo mueve en su madurez, pues ya tiene 45. Y es que Zerolo es y fue un chico de culo inquieto. En su más tierna infancia, ésa que aprovechó en La Laguna (Canarias), Pedro fue el «boyscout» que se lanzaba a la hoguera antes que ninguno; el niño cantor que hacía gárgaras para entonar mejor en el coro de Santo Domingo; y el tuno que más claveles ha repartido entre las canarias. Y entre las chicas de Venezuela, país en el que nació por culpa del exilio político. «De vez en cuando –cuenta–, vuelvo y veo cómo está la situación del país. Llamo a mis amigos gays y lesbianas de Caracas y les narro la revolución que se está llevando a cabo aquí; una revolución que hemos hecho siguiendo los parámetros que marcaba la poetisa lesbiana negra y feminista Audre Lorde, quien escribió: “Nosotras mismas tenemos que hacer el cambio que queremos ver”. Ellas y ellos me miran con cara de Humphrey Bogart y dicen: “Siempre nos quedará España”».