En él habíamos visto a Mister Chance, el personaje encarnado por Peter Sellers, un entrañable jardinero que repetía frases de anuncios y reconducía cualquier conversación hacia la jardinería, siendo extrañamente tomado por sabio. Pero revisando El guateque, me di cuenta de que allí Peter Sellers también tenía momentos zapateriles. Con gran excitación, corrí a buscar el vídeo de La pantera rosa: volvía a estar presente, en ciertas escenas, en el inspector Clouseau.
Había que investigar más. Recordé que Pío Moa había comparado al líder socialista con Mister Bean, el personaje de Rowan Atkinson. En efecto, el parecido era extraordinario, como revelaba un trucaje que corrió por internet. Pero, ¿se parecen Atkinson y Sellers, o es Zapatero quien se parece a ambos? En las largas noches, me atormentaba el vago recuerdo de un personaje que era Zapatero, pero no aparecía entre los interpretados por los dos ingleses. Hoy, por fin, he visto la luz.
La clave está en la fotografía de la página 18 de El Mundo del viernes, en la que el presidente aparece brindando con el primer ministro chino. Me he detenido en el perfil de ZP, en su rictus paternalista, como si en vez de enarbolar una copa de champán ante un mandatario extranjero agitara un sonajero delante de un bebé. Entonces he reparado a Wen Jiabao. Y otra vez en Zapatero, y mis ojos han ido de uno a otro como si estuviera a punto de ocurrir algo trascendental, como si una solución largamente esperada fuera a saltar de la fotografía. Así ha sido, he descubierto el misterio.
El chino, al ser chino, sólo puede poner cara de chino. Lo memorable es que Zapatero también ponga cara de chino. De hecho, pone exactamente la misma cara que su homólogo: las arrugas de la frente, la caída del párpado superior, la apertura de las cuencas nasales, la sonrisa con los labios entreabiertos y fruncidos, una sonrisa de inocencia china, de modestia china. El carrillo se le hincha y se le sube para dibujar una ese invertida que empieza en la nariz, pasa por la comisura del labio y se pierde en el cuello, una ese que es el reflejo especular preciso de la que, de forma natural, modela el rostro de Wen Jiabao.
Zapatero no es Mister Chance, ni el indio de El Guateque ni el Inspector Clouseau, ni Mister Bean: Zapatero es Zelig, el personaje de Woody Allen que cobra el aspecto de cualquiera que se ponga a su lado. En una escena, sale de un restaurante griego convertido en una especie de patriarca ortodoxo.
Se señalaba su empatía, su capacidad de ponerse en el lugar del otro, don que, según la reciente psicología, es el núcleo de la inteligencia emocional, directamente relacionada con el éxito. Todos salen contentos después de ver a Zapatero porque se ven a sí mismos. Carod ve a un señor regordete, retorcido y con bigote; Chirac ve a un envarado y desdeñoso olisqueador de vinos. Una vez visitó la COPE y todos creyeron que se trataba de un culto patriota español. En China lo creen chino y en Marruecos moro. Zapatero es Zelig. No es nadie en concreto, y es cualquiera.
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