por Juan Manuel de Prada. Originalmente publicado en ABC.
Martes 09 de septiembre | Navarra
La prensa progre se ha puesto como la niña del exorcista con Sarah Palin, esa tía con unos cojones como el caballo de Espartero que el republicano McCain ha puesto al frente de su candidatura. La prensa progre parecía dispuesta a perdonar que McCain fuese el adversario del adorado Obama (que, en su imaginario vetusto, es algo así como el vengador de Kunta Kinte), siempre que estuviera dispuesto a desempeñar el papelón del comparsa que finge vergonzantemente adherirse al ideario progre; pero, contra todo pronóstico, McCain se ha destapado nombrando lugarteniente a una señora aguerrida que, no contenta con proclamarse defensora de los valores tradicionales, encima va y pare un hijo con síndrome de Down, pudiendo darle matarile en uno de esos abortorios que nuestra época ha entronizado como expendedurías de certificados de progresismo. ¡Habráse visto semejante desfachatez! De inmediato, sobre la gobernadora Palin han llovido todo tipo de acusaciones rocambolescas, casi siempre referidas a su juventud, que como todo el mundo sabe es esa etapa de la vida en la que, si eres progre, puedes cometer jovialmente todo tipo de barbaridades, pero si eres conservador debes comportante como una especie de monja con bigote. A la gobernadora Palin le han afeado, incluso, que en sus años mozos defendiera la independencia de Alaska, que es como si a un tío de Zamora lo acusaran de haberse adherido en una noche de farra al «Manifiesto de la comuna zamorana» impulsado por Agustín García Calvo.
Pero donde se nota más virulentamente la desesperación de la prensa progre es en ese intento de desprestigiar a la gobernadora Palin aduciendo que su hija de diecisiete años se ha quedado embarazada. A los progres les ocurre como a los habitantes de esas geografías legendarias localizadas extramuros del atlas, que viven tan absortos en las pelusillas de su propio ombligo que olvidan que afuera hay un mundo que no se rige por las leyes desquiciadas que ellos mismos han pergeñado. El progre es ese tío que tan pronto como su hija adolescente se queda embarazada la lleva al abortorio, para que le raspen el vientre, como la señora pija va al cirujano plástico a que le afeiten esa verruga que tanto le afea el bozo. Y cuando le dicen que la hija de la gobernadora Palin parirá con el apoyo de su corajuda madre, el progre se lleva las manos a la cabeza, incrédulo de que aún subsista en el mundo tanta cordura; porque el progre, encantadísimo de su locura desnaturalizada y empeñado en imponérsela al resto del mundo, considera una aberración que aún haya gentes numantinas dispuestas a obedecer el dictado de la naturaleza. El progre, convencido de que su locura marca tendencia, ni siquiera se ha molestado en ir al cine a ver «Juno»; y piensa que eso de tener diecisiete años y cargar con un hijo es un anacronismo escandaloso.
Pero ser progre es como gastar pololos. Y McCain, un septuagenario que ha avizorado el perfume del tiempo nuevo, ha elegido a la gobernadora Palin porque sabe o siquiera intuye que, en su decisión de parir a un hijo con síndrome de Down, como en su apoyo declarado a su hija embarazada, se encarna el espíritu de una nueva época. Una época todavía en ciernes que vendrá a barrer la mugre progre, hacinándola en el estercolero. Mientras McCain nos ofrece esta lección pionera, nuestra derecha autóctona sigue más arrugada ante la hegemonía progre que un prepucio en cuaresma; y cuando la izquierda, en uno de esos habituales accesos de insania que caracterizan a los adoradores de Moloch, anuncia que en un futuro inminente abortar será como quitarse una verruga del bozo, nuestra derecha se limita a ensayar melindres acomplejaditos, y a balbucir que con tal anuncio la izquierda sólo pretende desviar la atención de lo que en verdad importa, que es la crisis económica. ¡Panda de mingafrías putrefactos! Todas las crisis económicas que en el mundo han sido no valen la vida de uno solo de esos niños que son sacrificados en los altares de Moloch. ¿Hasta cuándo seguiréis desempeñando el papelón de comparsas que fingen adherirse vergonzantemente a la locura imperante? ¿Es que no hay entre vosotros ni un gallardo profeta del tiempo nuevo capaz de barrer la mugre progre, hacinándola en el estercolero? Mi corazón espera un milagro de la primavera.
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