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Tema: ¿Fué Herbert Marcuse, el precursor del progresismo izquierdista?.

  1. #1
    Aliocha está desconectado Miembro graduado
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    ¿Fué Herbert Marcuse, el precursor del progresismo izquierdista?.

    Estimados amigos, me da mucho gusto pasar por aquí otra vez, estoy muy complacido. Quisiera consultarles esto sobre Marcuse, ya que en muchos temas ustedes hablan del progresismo.

    Estimados amigos, hace poco me leí Eros y civilización de Herbert Marcuse y tengo la siguiente duda. ¿Fue Marcuse, el precursor del progresismo izquierdista, que se desvinculó que de la izquierda "autoritaria" de la URSS?. De lo que pude deducir de la obra de Marcuse, es que este filósofo lo que pretendía era crear una sociedad sin represión sexual, y que desaparecieran las trabas que reprimen el eros. El lo que pretendía, era liberar el eros duramente reprimido por las convenciones sociales como el trabajo asalariado, la familia, la religión, etc..,. ¿Lo que pretendía el, era conciliar freudismo con marxismo?. También el pretendía crear una "nueva izquierda", que evitara caer en los excesos del estalinismo. Esa nueva izquierda, tiene representantes me imagino que en España, serán Rodriguez Zapatero, en EEUU Obama y aquí en Chile Marco Enriquez Ominami.

    De antemano, agradeceré sus respuestas, solo quiero que me aclaren mis dudas.

    Saludos cordiales.

  2. #2
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    Respuesta: ¿Fué Herbert Marcuse, el precursor del progresismo izquierdista?.

    Estimado Aliocha, en primer lugar te deseo un próspero 2010, pero en cuanto a tu consulta y comprendiendo tus inquietudes, no sé porqué pierdes el tiempo de ese modo. Fíjate bien en tus propias palabras y medita sobre las conclusiones a las que llegas. Fíjate qué representantes mencionas. Si consideramos que Marcuse fracasó en sus intentos, basta con ver a quiénes formó para comprender la falacia de sus planteamientos; no hay un sólo nombre de los citados que no echen para atrás: Marx, Freud, Zapatero, Obama, Ominami y se podrían añadir unos cuantos más, ¡vaya recua!

    Un saludo.
    "He ahí la tragedia. Europa hechura de Cristo, está desenfocada con relación a Cristo. Su problema es específicamente teológico, por más que queramos disimularlo. La llamada interna y milenaria del alma europea choca con una realidad artificial anticristiana. El europeo se siente a disgusto, se siente angustiado. Adivina y presiente en esa angustia el problema del ser o no ser.

    <<He ahí la tragedia. España hechura de Cristo, está desenfocada con relación a Cristo. Su problema es específicamente teológico, por más que queramos disimularlo. La llamada interna y milenaria del alma española choca con una realidad artificial anticristiana. El español se siente a disgusto, se siente angustiado. Adivina y presiente en esa angustia el problema del ser o no ser.>>

    Hemos superado el racionalismo, frío y estéril, por el tormentoso irracionalismo y han caído por tierra los tres grandes dogmas de un insobornable europeísmo: las eternas verdades del cristianismo, los valores morales del humanismo y la potencialidad histórica de la cultura europea, es decir, de la cultura, pues hoy por hoy no existe más cultura que la nuestra.

    Ante tamaña destrucción quedan libres las fuerzas irracionales del instinto y del bruto deseo. El terreno está preparado para que germinen los misticismos comunitarios, los colectivismos de cualquier signo, irrefrenable tentación para el desilusionado europeo."

    En la hora crepuscular de Europa José Mª Alejandro, S.J. Colec. "Historia y Filosofía de la Ciencia". ESPASA CALPE, Madrid 1958, pág., 47


    Nada sin Dios

  3. #3
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    ALACRAN está desconectado "inasequibles al desaliento"
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    Re: Respuesta: ¿Fué Herbert Marcuse, el precursor del progresismo izquierdista?.

    Sobre la animalesca “filosofía” de Marcuse, subyacente en los disturbios de Francia en mayo de 1968 (y últimamente en todo el mundo, bajo el globalismo que padecemos)
    Como tantos y tantos de éstos, el tipo en cuestión era judío... qué "casualidad"

    Revista FUERZA NUEVA, nº 87, 7-Sep-1968

    FILOSOFÍA DE LA NUEVA SUBVERSIÓN

    por Chantal Malartre

    Fue en Praga, Turín, Varsovia o Madrid. Jóvenes, estudiantes, agitadores, mostrando en apariencia un “rechazo” a la sociedad de sus padres, se manifestaban por un radicalismo revolucionario. El fenómeno, en Francia comenzó en la universidad de Nanterre. Esos jóvenes se confesaban inspirados en las doctrinas de un autor de textos filosóficos germano-americano llamado Herbert Marcuse. La semana de las barricadas se encontraba en París.

    ¿Quién es Marcuse?

    Tiene setenta años (1968). Nació en Berlín en el año 1898, en el seno de una familia judía acomodada y cultivada. Las consecuencias de aquella revolución le alcanzan con intensidad. Discípulo del fenomenólogo Edmundo Husserl, se hace miembro del partido social demócrata. Redacta temas de pensamiento en una revista de ese partido. En 1919 deja de militar en política.

    En Friburgo de Brisgovia (Alemania) da cima a una tesis académica acerca de Hegel que le dirige nada menos que Martín Heidegger, llamado padre del existencialismo. Alejado de las actividades políticas, se convierte en uno de los valores de vanguardia del movimiento de la escuela dialéctica del marxismo europeo.

    En 1934, Marcuse fija su residencia en Estados Unidos, desarrollando sus actividades docentes en la Universidad de Columbia, de la que más tarde pasa a la de Brandeis, que es donde da a conocer sus obras “Eros y civilización” y “El hombre unidimensional”.

    Resumen de sus teorías

    1. La civilización está enferma. El capitalismo engendra una sociedad cerrada, en la que la libertad es “administrada” y el instinto reprimido. Queda el hombre “alienado” por la tecnología, el funcionalismo y la estandarización. Los mismos conceptos “individuo”, “clase”, “privado”, “familia” pierden su contenido y pasan a una misión puramente descriptiva, operativa.

    La sociedad moderna comporta una identificación de términos opuestos: es preciso hacerse cuestión de todo.

    El aparato de la producción se transforma en totalitario, igual en el seno del comunismo que en el del capitalismo. La sociedad queda encerrada en un esquema de dominación: se hace necesario saltar en pedazos esa sociedad.

    2. La “cultura superior” es liquidada por el abuso de la racionalización y la tecnología. La realidad sobrepasa a la cultura. El único denominador común es la “forma mercantil”. “La música del alma es asimismo una música comercial”. Cuentan tan solo los valores de cambio; la verdad ha dejado de contar. La cultura feudal de los privilegiados y la edad de los héroes ha sido definitivamente rebasada. La literatura y el arte, enajenantes. Su verdad consistía en la ilusión que evocaban. En la actualidad, cuerpos de pensamiento absolutamente contradictorios coexisten en la indiferencia. Cualquier ángulo metafísico deja de ser contemplado. “No hay en el alma deseos o secretos que no puedan transformarse en términos de un análisis, de una razonable discusión o de una encuesta”.

    Hay que proceder a la transformación de la cultura superior en cultura popular.

    3. El pensamiento en la civilización occidental se va haciendo “unidimensional”. La lógica reviste naturaleza de lógica de la dominación. Los juicios de valor carecen de realidad. La lógica matemática y simbólica contemporánea alcanza el pensamiento exacto, objetivo, científico. Las formas del pensamiento dialéctico pasan a desempeñar el papel de reliquias del pasado. La abstracción es un acontecimiento histórico en un contenido histórico, en tanto la razón se transforma en un poder subversivo.

    4. La política actual es la del “bipartisanship”, es decir, la coexistencia de una sociedad de bienestar con una sociedad de guerra. La sociedad existente mantendrá cuanto tiempo le sea posible a las fuerzas revolucionarias consagradas a producir cada vez más “cañones y mantequilla” y a sumir a las gentes bajo nuevas formas de control mental.

    Loa hombres más pobres tienen al borde del fracaso a los imperialistas: se trata de un signo histórico mundial. Nada tienen que perder excepto sus vidas al sublevarse frente al sistema dominante. El estado o situación de bienestar es una fórmula híbrida monstruosa. Se produce un conflicto permanente entre los rendimientos o recursos productivos de la sociedad y la utilización de los mismos que puede permitirse para la destrucción y la opresión.

    La revolución política debe consistir en la desaparición del Estado y su sustitución por un poder anónimo.

    5. Esta política planificada del porvenir eliminará automáticamente las formas de explotación y opresión y, entre ellas, la religión. La desacralización forma parte del programa. La autoridad de la ley divina no es verificable, no posee auténtica objetividad. El valor moral puede poseer un elevado grado de dignidad, pero no comporta realismo alguno, por lo que poco cuenta en los negocios, en la vida. Las ideas religiosas y morales son “ideales”. No transforman ni alteran el mundo preestablecido. Con el triunfo de la moral cristiana los instintos se pervierten. La religión desvía el curso de la historia, la enajena.

    6. Las formas nuevas de vida sólo pueden expresarse por término de negaciones. Liberarse de la economía, liberarse de las cotidiana lucha por la existencia. Las únicas necesidades que deben satisfacerse absolutamente son las exigencias vitales. Es preciso que el hombre, condicionado y alienado, replique.

    Una contrarrevolución, un contragolpe solidario internacional, global -cuyo factor decisivo ha de ser esa solidaridad- debe hacer estallar la expansión productiva. Lo importante es la oposición de la juventud a esa sociedad de abundancia.

    7. Únicamente “Eros” puede orientar eficazmente los instintos de destrucción y ser edificador de cultura. La sexualidad es un instrumento de cohesión social. Por ello, la sociedad ha de desarrollarse a partir de las relaciones carnales. La liberación de “Eros” creará relaciones de trabajo nuevas y duraderas. Marcuse transforma el trabajo en placer. La lucha por la existencia es una lucha por el placer. Es preciso cometer nuevamente el pecado original. El hombre es libre para poder jugar con su naturaleza. Alcanza su libertad jugando con ella. Es necesario incorporar la vida sexual a las relaciones públicas.

    Asegura Marcuse que uno de los grandes éxitos de la sociedad industrial ha sido el carácter sexual del trabajo, es decir, que la escalada del erotismo en la economía contemporánea ha salvado la libido. La sexualidad se hace cada vez más intensa. Se recrudecen las formas de la agresividad merced a la comprensión de las energías eróticas. En resumen, el impulso erótico es la fuente instintiva de la civilización. Fuerza que debe ser liberada no sólo en el plano individual, sino en los dominios de la vida de relación pública, social.



    Se trata de la revolución más grande, la que nunca osó nadie concebir, que no sólo dislocará a la sociedad burguesa, sino a toda posible sociedad convencional que pretenda fundarse en un factor contradictorio a los instintos.

    Es preciso terminar. Nunca el pensamiento había llevado tan lejos los propios términos de la negación de la esencia del hombre. Marcuse hace descender, rebaja la creación espiritual encarnada hundiéndola por bajo de los niveles de la pura animalidad. Por añadidura, no se trata de una utopía individual, al preconizar una sociedad a la que nadie podría escapar.
    Las palabras “infierno en la tierra” resultan insuficientes
    .

    Quienes han leído las inscripciones revolucionarias de Nanterre, el Odeón y la Sorbona (París, 1968) saben que a la juventud esto no le ha sabido a pura exageración irrealizable. Los excesos de depravación de costumbres de las jornadas revolucionarias de Francia proporcionan la evidencia de que el pensamiento de Marcuse ha sido el detonador y el más real de los resortes que hemos visto funcionar.

    Sabemos que las puertas del infierno no prevalecerán. Pero no quita que se intente.

    (Reproducido de “L’Homme Nouveau”)




    Última edición por ALACRAN; 18/09/2023 a las 14:11
    "... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
    Detrás de los sofistas vienen siempre los bárbaros, enviados por Dios para cortar con su espada el hilo del argumento." (Donoso Cortés)

  4. #4
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    Re: Respuesta: ¿Fué Herbert Marcuse, el precursor del progresismo izquierdista?.

    El mito de Marcuse, por Julius Evola

    Revista FUERZA NUEVA, nº 95, 2-Nov-1968

    EL MITO DE MARCUSE

    Por Julius Évola

    El caso de Marcuse es interesante como ejemplo del modo en que nuestros días se forma un mito. Ahora en Italia se habla mucho de Marcuse: es casi de rigor, para estar “à la page”, en ciertos ambientes “intelectuales” en torno a la “café society”, mientras que en otras partes el mito empieza ya a declinar. Así, por ejemplo, en Alemania, después de haber sido introducido Marcuse, pero sin que él lo quisiera, en la fórmula de las tres “M” (Marx, Mao, Marcuse) del “movimiento estudiantil”, parece que recientemente ha sido silbado.

    La fuerza del mito de Marcuse está en haber cristalizado un confuso impulso de rebelión que, carente de principios, ha creído encontrar en él su filósofo sin preocuparse de ver claro, de separar lo positivo de lo negativo en un estudio serio. En realidad, Marcuse puede haber dado una contribución válida a la crítica de la civilización moderna, pero a ese respecto constituye solamente la continuación de un grupo de pensadores que desde hace tiempo la habían comenzado, pero sin que Marcuse ofrezca algo consistente como contrapartida, de modo que pueda servir de bandera.

    Contra la sociedad opulenta

    Sabido es que Marcuse ha descrito un crudo cuadro de la “sociedad industrial más avanzada” tecnológicamente y de la “civilización de los bienes de consumo”, denunciando sus formas de nivelación, de servidumbre y condicionamiento opresivo; un sistema de dominio, que aunque sea anodino, aunque no recurra al terror y a la imposición directa, aunque, por el contrario, se realice bajo el signo del bienestar, de la máxima satisfacción de las necesidades y de una aparente libertad democrática, no por eso tiene un carácter menos “totalitario” y destructivo que el de los sistemas comunistas. El resultado es un “hombre de una dimensión”, o mejor dicho: de dos dimensiones, porque la que le falta es propiamente la tercera dimensión, la dimensión de la profundidad. Marcuse lleva su análisis también a los dominios particulares y muestra, por ejemplo, que el “funcionalismo” ha invadido, incluso, el campo del pensamiento especulativo y científico, quitando al saber todo carácter metafísico, integrándolo todo en un “racionalismo” instrumentalístico, elástico y omnicomprensivo hasta el punto de acabar con todas las fuerzas centrífugas y anticonformistas.

    En todo eso, Marcuse no ha dicho nada verdaderamente nuevo. Los antecedentes de esta crítica se encuentran ya en un De Tocqueville, en un J. S. Mill, en un A. Siegried, en el mismo Nietzsche. La idea de la convergencia destructiva del sistema comunista y del sistema democrático americano, nosotros mismos la habíamos indicado en el libro “Rebelión contra el mundo moderno”, publicado en 1934 en Italia, en 1935 en Alemania. Se había hablado también de dos formas, homologables, de “totalitarismo nivelador”, una “vertical”, definida por una presión directa ejercida por un poder visible, otra “horizontal”, debida al conformismo social.

    La “gran recusación”

    Se puede decir que Nietzsche había previsto ya desde principios de siglo el desarrollo señalado por Marcuse, en las breves incisivas frases dedicadas al “último hombre”: “Está próximo el tiempo del más despreciable de los hombres, que no sabe ya despreciarse a sí mismo”, “el último hombre de la raza pululante y tenaz”. “Nosotros. hemos inventado la felicidad, dicen, parpadeando, los últimos hombres”; han abandonado “la región donde la vida es dura”. Pero, ¡qué fondo más diferente se encuentra detrás de estas formulaciones de un verdadero rebelde aristocrático de gran altura! La contribución específica de Marcuse se reduce el examen esmerado de las formas específicas mediante las cuales la civilización tecnológica del bienestar ha sido la formación sistemática de esta raza del “último hombre”. Además, es también positiva, en sus argumentos (aunque, por razones obvias, no siempre bien señalada), la desmitificación de la ideología marxista: la civilización tecnológica elimina la protesta proletaria marxista; elevando cada vez más el nivel material de la vida de la clase obrera, satisfaciendo cada vez más sus necesidades y el deseo de un bienestar burgués, dicha clase la asimila y la incorpora al “sistema”.

    Todo esto parece llevarnos a un callejón sin salida. De un lado, Marcuse habla de un mundo que tiende a ser el de una administración total que absorbe a los mismos administradores, que se autonomiza por lo tanto (ya W. Sombart había hablado del “gigante desencadenado” refiriéndose a los desarrollos involuntarios del alto capitalismo). De otro lado, dice que ya no viene al caso hablar de “alienación” porque tenemos un tipo humano que se ha adecuado existencialmente a su situación haciendo coincidir lo que es con lo que quiere ser, por lo que carece de todo punto de referencia para advertir una “alienación”. La libertad en un sentido íntegro, diferente de la que todavía se admite en el “sistema”, tendría que pagarse a un precio absolutamente exorbitante y absurdo. Nadie piensa en renunciar a las ventajas de la civilización del bienestar y de los bienes de consumo por una idea abstracta de la libertad. Así se debería forzar al hombre a ser “libre”.

    Entonces, ¿con qué sustancia humana se puede contar y cuáles son las ideas que se pueden invocar para la “contestación global”, para “la Gran Recusación”? Llegados a este punto, en Marcuse todo se vuelve inconsistente. No querría impugnar la técnica, pero desea vivamente un uso diverso de ella; por ejemplo, para ayudar a pueblos y estratos sociales desheredados y en miseria. No se percata de que eso, en el fondo, sería hacerles un pésimo favor; se eliminaría su “protesta”, absorbiéndolos en el “sistema”. Efectivamente, se observa que el “Tercer Mundo”, al liberarse y al “progresar” no hace otra cosa que tomar por modelo e ideal al tipo de sociedad industrial avanzada, dirigiéndose así hacia la misma trampa. De ahí, también, la ilusión de los maoístas: se paran en la fase “heroica” de una revolución que quiere hacer tabula rasa, como si esa fase pudiera eternizarse y como si se pudiera infundir a las masas el constante desprecio del “podrido bienestar de las civilizaciones imperialistas”, en el supuesto de que eso fuese realizable (por lo demás, China no es sólo la de los guardias rojos, turbulentos enemigos de las superestructuras de partido, sino también la que se está industrializando, incluso hasta poseer la bomba atómica; cosas éstas que Marcuse hace entrar en una “civilización represiva”). En Rusia hemos visto cómo aquella fase “heroica” ha dado paso, poco a poco, a una tecnocracia en la que, de nuevo, la perspectiva del “bienestar” a lo burgués es utilizada como estímulo.

    Tiene toda la razón Marcuse cuando dice que habría que “volver a definir y dimensionar las necesidades” excluyendo las parasitarias que favorecen la creciente y voluntaria servidumbre del hombre, y que habría que limitar la superproducción. Pero, ¿cómo y en nombre de qué? Detener al “Gigante Desencadenado”, contener al “sistema”, sólo sería posible a partir de un poder superior, de un poder político ordenador por encima de lo económico, cosa que sólo en pensamiento horrorizaría a Marcuse, enemigo declarado de toda forma de autoritarismo.

    Sociología del placer

    Marcuse quiere hacer saber que para él “la liberación de la sociedad opulenta no es una vuelta a una saludable, vigorosa pobreza, a la pureza moral y a la sencillez”. Por el contrario, lo que él propone es bastante semejante a una fantasía inconsistente (con el complejo obsesivo de la “pacificación” a toda costa), porque no reconoce valor alguno como puntos de referencia motivacionales. Para convencerse de ello, basta leer su libro menos conocido, Eros y civilización. Según él, resulta sin ningún género de duda que el único hombre que él concibe es el de Freud, un hombre determinado constitucionalmente por el “principio del placer” (Eros, libido) y por el de la destructividad (Thanatos); que toda ética que no sea la de la satisfacción de tales impulsos tendría un carácter “represivo” y se derivaría de la interiorización, en el llamado Super-Yo (el tirano interior), de las inhibiciones externas y de las que dependen de complejos ancestrales. Marcuse traza toda una sociología que deduce precisamente del hombre freudiano todas las estructuras político-sociales, en términos que a veces son verdaderamente delirantes.

    ¿En nombre de qué se exigiría, pues, la “Gran Recusación”, dado que todo principio heroico y ascético es estigmatizado y aplastado con erróneas interpretaciones freudianas? ¿El ideal de la “personalidad” para Marcuse, que se opone a los psicoanalistas “revisionistas” (Jung, Fromm, Adler, etc.), no es acaso el de “un individuo deshecho que ha interiorizado y utilizado con éxito la represión y la agresión”(sic)? Un ejemplo por todos, Hendrich había hablado de un ejército que continúa combatiendo “sin pensar en victorias o en un futuro agradable, por una sola razón, porque el deber del soldado es combatir y ésta es la única motivación que tenga un significado… y otra prueba de la voluntad humana”. Pues bien, para Marcuse se trataría, por el contrario, del colmo de la alienación, de la “pérdida completa de toda libertad instintiva e intelectual”, “la represión convertida no en segunda, sino en primera naturaleza del hombre”; en una palabra, una “aberración”.

    Todo comentario sobra. Para Marcuse, libertad y felicidad son una sola cosa, freudianamente, con la satisfacción de las exigencias de la propia e inmutable naturaleza instintual, en la que el elemento “libido” está naturalmente en primer plano. Todo lo que Marcuse sabe proponer es un desarrollo de la técnica que dé al hombre una cantidad creciente de tiempo libre, no sujeto al “principio de la prestación”; entonces podrá dirigir los propios instintos no a aquellas satisfacciones directas que serían catastróficas para una sociedad ordenada, sino a satisfacciones vicariantes o transferidas, en términos de juego, de imaginación, de una orientación “órfica” (panteística-naturalista con matices rusonianos) o “narcisista” (estetizante -ésta es la terminología usada-). Más o menos son los mismos campos marginales que Freud había ya indicado, en términos de una compensación y en el fondo de una evasión, en el caso del individuo. Marcuse no tiene en cuenta el hecho de que la sociedad tecnológica ya ha ideado la organización sistemática para la ocupación de todos estos “tiempos libres”, ofreciendo al hombre las formas estandardizadas y estúpidas relacionadas con el deporte, con la televisión, el cine, la cultura de los periódicos y de los Reader’s Digest, y cosas semejantes.

    Anarquismo estéril

    Sacar de todo esto una bandera válida para la “Gran Recusación” es naturalmente ridículo. Aquello de lo que depende todo lo demás es la concepción del hombre. La freudiana, seguida por Marcuse, es totalmente errónea. Así, pues, si se hace el balance del mito, el resultado es aproximadamente éste: una rebelión legítima, pero sin una contrapartida positiva y sin esperanzas. Así, la única solución lógica es la anarquía. Quizá por esto, Marcuse ha acabado por ser abucheado en Berlín, ciertamente por los radicales de la protesta. Terminada la “protesta” de tipo marxista y obrero, queda la revolución de la nada. Es significativo que en los últimos desórdenes de Francia (1968), junto a las banderas rojas comunistas aparecieran las banderas negras de los anarquistas, como es también significativo que en tales manifestaciones, y no sólo en Francia, se hayan verificado formas de puro desenfreno salvaje y destructor. Es inútil, por lo tanto, hacerse ilusiones optimistas respecto a la tan frecuentemente fetichizada juventud, sea o no estudiantil, si no cambia la situación de base. Una rebelión sin aquellos principios superiores que el mismo Nietzsche había a su modo evocado en la parte válida de su pensamiento, por no hablar de las contribuciones aportadas por los exponentes de una revolución de derechas, lleva fatalmente al nacimiento de fuerzas de un orden todavía más bajo que el de la subversión comunista, incluso si ésta intenta instrumentalizarlas. Con la eventual afirmación de estas fuerzas se cerraría todo el ciclo de una civilización condenada, si no surge un poder superior y si no se reafirma la imagen de un tipo humano superior.

    J. Evola

    (Tomado de la revista “Il Borghese”)

    "... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
    Detrás de los sofistas vienen siempre los bárbaros, enviados por Dios para cortar con su espada el hilo del argumento." (Donoso Cortés)

  5. #5
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    Re: Respuesta: ¿Fué Herbert Marcuse, el precursor del progresismo izquierdista?.

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    "Marcuse, un mito"


    Revista
    FUERZA NUEVA, nº 140, 13-Sep-1969

    MARCUSE, UN MITO

    Alrededor del nombre de Marcuse ha habido una excesiva publicidad. Se ha demostrado que la mayor parte de los líderes de los últimos acontecimientos revolucionarios no habían leído a Marcuse antes de 1968

    El ídolo de los estudiantes rebeldes no es nada joven: 70 años

    En tanto que su análisis de la sociedad industrial tiene evidentemente valor, sus concepciones filosóficas sobre el hombre y la sociedad futura son discutibles y frágiles.

    Marcuse no es original en absoluto

    Marcuse es peligroso, no por lo que dice sino por lo que calla, a sabiendas.

    ***

    Este nombre, conocido antes sólo por algunos raros iniciados, ha llegado a ser, en el solo transcurso de un año, el símbolo de las revueltas estudiantiles que tuvieron en Europa su “clímax”, en París, en el mes de mayo de 1968.

    En Berlín, Rudi Dutschke, pronto llamado “Rudi el Rojo”, afirma ser su discípulo, mientras en todas las algaradas universitarias de 1968, los estudiantes, agitando pancartas, exaltan la gloria de las tres M: Marx, Mao, Marcuse. En Francia, en los primeros días de mayo de 1968, Marcuse aparecía en la cubierta del “Nouvel Observateur” bajo el título de “el ídolo de los estudiantes rebeldes”. Todo parece haber arrancado a partir de la traducción al francés de su ensayo: “El hombre unidimensional”, en el cual algunos han querido ver la “biblia” del motín.

    Lo cierto es que alrededor del nombre de Marcuse ha habido una excesiva publicidad mientras que su real influencia ha sido mucha más hipotética. Diversas entrevistas han demostrado que la mayor parte de los líderes de la rebelión de las barricadas, Cohn Bendit, Sauvageot, Geismar, no habían leído a Marcuse antes de mayo del 68. Fue a partir del verano de ese mismo año cuando las obras de Marcuse alcanzaron los honores de “bestsellers”.

    Hay mucho de propaganda interesada y, bastante también, de una inteligente publicidad alrededor de este nombre, tanto que su personalidad ha quedado, posiblemente a propósito, como entre las brumas de un pasado.

    Antecedentes

    El ídolo de los estudiantes rebeldes no es nada joven. 70 años. Alemán de origen, nacionalizado norteamericano, nació en Berlín en 1898 en el seno de una familia burguesa judía. Estudiante en la Universidad de Berlín, desde muy joven milita en las filas del partido social-demócrata. Termina sus estudios en Friburgo donde fue alumno del fundador de la fenomenología, Husserl, y allí prepara una tesis sobre Hegel bajo la dirección de Heidegger, el padre del existencialismo. Durante los años 1925 al 1933, participa en las actividades del Instituto de Investigaciones Sociológicas de Francfort, formando parte de un equipo de psicólogos que, con Theodor Adorno. Erich Fromm y Wilhelm Reich, tratan de realizar una síntesis del marxismo y del freudismo, lo que nos explica en parte sus orientaciones ideológicas posteriores.

    Cuando llega el poder el nacional socialismo, Marcuse se ve obligado a huir de su país, llegando a los Estados Unidos, donde desempeña cargos de profesor en la universidad de Boston, Columbia, Harvard y, actualmente (1969) en la de California. Durante este período de su vida escribe sus ensayos teóricos y consagra una parte de sus investigaciones a la evolución de la sociedad soviética.

    Antes de los acontecimientos de mayo de 1968, Marcuse no es conocido más que por una pequeña y restringida parte de círculos intelectuales. Sus libros corrían entonces por las manos de dos tipos de lectores bien diferentes: Marcuse fue, al comienzo, conocido por los especialistas de ciencias políticas, por su ensayo: “El marxismo soviético”, publicado en la colección “Ideas” que puede ser considerado como un “clásico” sobre este tema. Por otra parte, en 1963, se publica otro ensayo de inspiración neofreudiana, bajo el título de “Eros y civilización” que le permite ser conocido de los marxistas disidentes agrupados alrededor de la revista “Argumentos”, ya desaparecida, y cuyos animadores principales fueron el sociólogo Edgar Morin y el filósofo, que ahora comienza a ser conocido en España, Kostas Axelos. A estas dos obras “El marxismo soviético” y “Eros y civilización” siguen pronto las traducciones de sus ensayos “El hombre unidimensional”, “El fin de la Utopía”, y, finalmente, “Razón y Revolución”.

    ¿Qué dice Marcuse?

    Parece hora de que nos preguntemos ya ¿cuáles son las tesis sostenidas por Herbert Marcuse? ¿Qué nos dice su ideología? Porque resulta que se habla y se habla de Marcuse, y cuando queremos concretar sobre su obra y su pensamiento nos encontramos siempre con una barrera de apasionamiento, adjudicándose todas las ideas más extravagantes que surgen hoy en la mente de cualquiera de nuestros nuevos revolucionarios, como si con estelas de humo quisieran ocultar la realidad de un hecho que se impone, al menos en España: Marcuse es desconocido realmente.

    Parece que se pueden distinguir en la obra de Marcuse dos vertientes muy distintas: en primer lugar, una parte crítica, constituida por el análisis de la evolución de las sociedades industriales modernas; y, en segundo lugar, una parte filosófica que quiere ser el fundamento de una antropología y de una sociología nuevas. Pero el interés de ambas vertientes es muy desigual, y en tanto que su análisis de la sociedad industrial tiene evidente valor, sus concepciones filosóficas sobre el hombre y la sociedad futuros son discutibles y frágiles.

    La sociedad unidimensional

    Esta obra, subtitulada “Ensayo sobre la ideología de la sociedad industrial avanzada”, es realmente una crítica de la sociedad norteamericana, que se tiene como modelo sobre el cual pretenden alinearse todas las sociedades desarrolladas, ya que, para Marcuse, las tendencias que caracterizan la evolución contemporánea de los Estados Unidos pueden ser trasladadas a todas las otras sociedades industriales que, de esta forma, se transformarán en la sociedad unidimensional. Esta parte es, a juicio de los conocedores de la obra entera de Marcuse, la parte más interesante, ya que acentúa ciertos aspectos de la evolución de las sociedades industriales que son, al menos, inquietantes.

    La tesis central de Marcuse, a este respecto, reside en la idea de que la sociedad industrial, tal como se construye hoy en los países más desarrollados, es una sociedad que tiende al totalitarismo, es decir, a una sociedad en la cual el aparato tecnológico y económico tienden a integrar y a regir todas las actividades, todas las aspiraciones del hombre, ya sean sociales o individuales, públicas o privadas. Y así se llegará, para Marcuse, a un universo en el cual las funciones de producción, de distribución y de consumo están estrechamente ligadas a un sistema global que manipula las masas y las somete a su racionalidad propia y exclusiva. Un totalitarismo de la “producción por la producción” al que se subordina la unión de los mecanismos sociales, políticos e ideológicos.

    “En esta sociedad, escribe Marcuse, el aparto de producción tiende a ser totalitario, en el sentido de que él determina las actividades y las actitudes que implica la vida social, así como las aspiraciones y necesidades individuales” y agrega “el aparato hace pesar sus exigencias económicas, su política de defensa y de expansión tanto sobre el tiempo de trabajo como en las horas libres; en el dominio de la cultura material como en el de la cultura intelectual”.

    Para Marcuse, la evolución de las sociedades industriales estará caracterizada por dos fenómenos: primeramente, la movilización total del hombre al servicio de fines productivistas del sistema económico y tecnológico; y, en segundo lugar, la eliminación o la integración de todos los que pudieran constituir elementos de resistencia a la dinámica de este totalitarismo productivista.

    Marcuse niega, además, todo significado optimista a una transformación de la sociedad industrial a base de que la clase obrera tenga un acceso más amplio a las palancas de mando del sistema, lo que para él en nada modificará la naturaleza fundamental de la sociedad industrial, ya que, entonces, “los trabajadores serán una fuerza afirmativa, un sostén para el sistema.

    Lo curioso de la tesis es no su enunciado sino lo que, para Marcuse, supone el mecanismo de adaptación de la masa a este totalitarismo. La sociedad industrial es, para él, una sociedad represiva pero -no es terrorista-, la lucha contra ella es “interior”. Los individuos integrados pierden poco a poco la conciencia del carácter represivo de este mundo, refrenan sus necesidades “vitales” en provecho de necesidades superfluas y artificiales. Los individuos son persuadidos de que la satisfacción de estas necesidades artificiales es absolutamente indispensable para vivir su vida de hombres. Lanzados a la persecución de estos objetivos y de estos servicios, con los que identifica su destino, el hombre “unidimensional” queda así maduro para integrarse en cuerpo y alma en el ciclo “producción-consumo”.

    La violencia abierta, la oposición directa, son así reemplazadas, para Marcuse, por una nueva y más sutil forma de opresión, que no es impuesta directamente desde el exterior a los individuos, sino que se impone a ellos como una especie de autodisciplina cuyo carácter represivo y alienante se les escapa. “Las gentes -escribe Marcuse- se reconocen en sus mercancías, ponen su alma en su automóvil, en su televisión, sus electrodomésticos”.

    Las conclusiones de Marcuse son claras. Para él, las sociedades industriales avanzadas tienden a transformarse en sociedades totalitarias y opresivas que mutilan al hombre en la satisfacción de ciertas de sus necesidades vitales, pero con esta característica original: que las víctimas de esta dominación, condicionadas, participan voluntariamente en su consolidación, inconscientes, como están, de su alienación en el sistema, convenciéndose, gracias a los modernos medios de “mass communication”, que la sociedad establecida es la mejor posible. Por supuesto que Marcuse no hace excepción alguna con la sociedad soviética, ya que, según él, si los métodos son diferentes, la tendencia es la misma: el totalitarismo económico y tecnológico, como en las demás sociedades industriales.

    ¿Tiene razón?

    Marcuse tiene una parte de razón. Hay en su tesis una parte de verdad. También es cierto que él se encarga de acentuar ciertos puntos de vista, con lo que consigue dar una visión, al menos inquietante, sobre las sociedades contemporáneas.

    Ciertos de sus análisis pueden ciertamente ayudar a descifrar algunos fenómenos de nuestro tiempo. El análisis de Marcuse relativo a la evolución de la “cultura superior” puede dar una pista para comprender la crisis que actualmente atraviesa el cristianismo. Es lícito preguntarse si las corrientes “secularistas” y “horizontalistas” que sigue hoy parte del mundo cristiano no son sino efecto de tentativas inconscientes para integrar el cristianismo en el universo “unidimensional” de las sociedades industriales. Despojando a la fe cristiana de su dimensión sobrenatural, de su sentido de trascendencia, estas corrientes contribuyen -cualesquiera que sean las intenciones de sus sostenedores- a neutralizar lo que el cristianismo -en la medida en que es una esperanza tendida sobre otro mundo- puede tener de inadmisible para la sociedad unidimensional.

    Queda la tesis central de Marcuse. ¿Las sociedades industriales presentan esta tendencia al totalitarismo que él describe? Sin llegar a las afirmaciones categóricas que él hace, parece que se puede responder afirmativamente.

    Que las actividades económico-profesionales sean para la mayor parte de los hombres de hoy cada vez más y más absorbentes, que estén más y más engarzadas en el engranaje del ciclo producción-consumo, parece innegable. Y hay que estar de acuerdo con Marcuse cuando deplora la privación de silencio, de soledad, de libertad interior, que impone el ritmo de la vida moderna. Parece igualmente difícil de contrarrestar que existe para el hombre contemporáneo una amenaza real de verse reducido a su sola función de productor-consumidor, en una sociedad que tiende a tomarlo totalmente a su cargo y a movilizar a su servicio todas sus energías, tanto en el trabajo como en el descanso. El riesgo de estar integrado en “esta inmensa jaula de libertades cautivas en los engranajes de esta sociedad técnica” ha sido muy bien descrito recientemente por el P. Danielou.

    Pero lo mejor del caso es que, como ocurre con frecuencia en los más “modernos” pensamientos y pensadores, Marcuse no es original en absoluto. Con algunas variantes, estos análisis sobre las tendencias totalitarias de las sociedades industriales se encuentran en otros autores anteriores a Marcuse. Y así, en Francia, puede verse un real paralelismo entre las ideas marcusianas y las de Jacques Ellul, en sus obras “La technique ou l’enjeu du siecle”, “Les propagandes”, “L’illusion politique” y también en “La metamorphose du bourgeois”.

    En los mismos Estados Unidos, se puede citar al economista John Galbraith, quien, en su último libro “El nuevo Estado industrial”, considera también que el hombre contemporáneo se encuentra amenazado de transformarse en pensamientos y actos en el servidor ciego de la máquina económica y técnica que él mismo ha creado. “Nuestras necesidades estarán influenciadas en razón de las exigencias del sistema industrial, igualmente los actos del Estado; la educación será adaptada a las necesidades industriales, y la disciplina que requiere llegará a ser la moral convencional del sistema”.

    Todavía se puede encontrar un ejemplo más reciente en el último mensaje de Navidad de Su Santidad Pablo VI: “El hombre de hoy se apercibe de que toda la construcción del sistema económico y social, que edificó penosamente con soberbios resultados prácticos, amenaza convertirse en su prisión y privarle de su personalidad, para reducirle al papel de instrumento mecánico de la gran máquina de producción: ésta le ofrece múltiples y maravillosas mejoras exteriores, pero, al mismo tiempo, ella le sujeta a un colosal aparato de dominio. Nacerá así una sociedad rebosante de bienestar material, satisfecha y alegre, pero privada de ideales superiores que dan sentido y valor a la vida”.

    Thierry Maulnier escribió hace más de cuarenta años y con el título de “Posición contra América”, un libro en el que se dicen cosas como éstas: “Todos están dedicados al esfuerzo de consumir y producir y se puede asistir al inédito espectáculo de una sociedad tomando enteramente posesión del hombre, conduciéndole como al ganado a su trabajo y su descanso. El esfuerzo el hombre está consagrado todo entero a mantener regularmente, según el ritmo siempre implacablemente más rápido, este equilibrio de producir más de lo que se consume y consumir todo lo que se produce”.

    En resumen, el Marcuse del hombre “unidimensional” -quédese para otra ocasión el Marcuse filosófico, freudiano y antropológico- lleva, en parte razón, pero, como muchos pensadores, Marcuse es muy cuco y carga las tintas en aquello que le interesa para cimentar su tesis. No es original, puesto que ya hemos visto -y al curioso que lo desee, le remitimos a las obras anteriores a él que hemos citado- que coge ideas de aquí y allá, y es para nosotros terriblemente olvidadizo.

    Aquí está, aquí reside, lo peligroso de Marcuse, en el premeditado olvido de que, ante la sociedad industrial que nos presenta con tintas tan oscuras, la única solución es la fe en otra vida, con otros valores, en otras necesidades. La religión católica puede ser el único y más importante antídoto contra esa sociedades “unidimensional” que Marcuse nos presenta.

    Marcuse lo sabe. Y lo calla.

    B. Cuadrado

    (Para este trabajo, el autor ha tomado notas de otro, muy extenso, debido a la pluma de Jean Luc Bayle).

    Última edición por ALACRAN; Hace 17 Horas a las 14:10
    "... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
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