por Richard W. Rahn

Richard W. Rahn es Presidente de la directiva de Novecon Financial Ltd., y académico asociado del Cato Institute.
¿Debe el gobierno regular los árboles que usted puede sembrar o cortar en su propiedad o si usted puede quemar leña en su chimenea y cuál identificación debe utilizar para abrir una cuenta en el banco cercano a su casa?

Lo que podíamos hacer con nuestra propiedad era decisión propia, pero poco a poco las autoridades municipales y de zonificación comenzaron a regular tales decisiones. Hace un siglo, casi todas las viviendas en EE.UU. y Europa tenían chimeneas para calefacción y para cocinar. La idea de prohibir la quema de leña era inaceptable. En la medida que la tecnología de la calefacción evolucionó, comenzaron las restricciones. Y si quienes apoyan el Tratado de Kyoto se salen con la suya, la prohibición será a nivel internacional, aunque la erupción de un solo volcán expide más contaminación que todas las chimeneas y todas las plantas eléctricas del mundo operando a lo largo de un año entero.

Cuando yo era niño, no se requería una identificación oficial para abrir una cuenta bancaria y casi todos mis compañeros de escuela tenían su cuenta de ahorros. Hoy eso es imposible y se exige una extensa documentación impuesta por burócratas tanto nacionales como internacionales, quienes no han sido elegidos por nadie y suelen formar parte del Grupo de Acción Financiera (FAFT, por sus iniciales en inglés). FAFT alega que sólo hace recomendaciones, pero si los bancos no las acatan son amenazados con ponerlos en una lista negra, impidiendo sus relaciones normales con otros bancos.

En los últimos 80 años, hemos sufrido un desplazamiento del poder del gobierno local, municipal y regional. Pero quienes apoyan el Tratado de Kyoto están empeñados en concentrar el poder a nivel mundial, apoderándose de funciones gubernamentales que tienen que ver con el intercambio comercial, flujos financieros y hasta con la justicia penal, bajo la nueva Corte Penal Internacional. Nos está pasando como en el cuento de la rana metida en una olla de agua que están calentando lentamente, sin que ella se dé cuenta hasta que es demasiado tarde.

Un ejemplo de esta tendencia la detectamos leyendo sobre la campaña presidencial de 1952, cuando Adlai Stevenson fue el candidato del Partido Demócrata contra el general Dwight Eisenhower, del Partido Republicano. Stevenson representaba la izquierda de esos tiempos, pero se oponía al financiamiento gubernamental de las viviendas y consideraba las propuestas de Harry Truman sobre la salud como “socialización de la medicina”. Tales opiniones colocarían a Stevenson hoy a la derecha del Partido Republicano.

Actualmente, hay muy poca discusión sobre el papel que le corresponde al gobierno. Pero en Europa sí se lleva adelante un saludable debate sobre el alcance del gobierno, como parte de la ratificación de la propuesta Constitución. Sin embargo, los países europeos siguen cediendo soberanía a instituciones multinacionales como las Naciones Unidas.

Los fundadores de nuestra nación estaban muy conscientes que el mejor gobierno es aquel que está más cerca del pueblo. En la medida que el gobierno se distancia del ciudadano, se pisotean los derechos individuales y la persona queda a merced de fuerzas impersonales. El estatismo supranacional es totalmente inaceptable y se requiere un serio debate sobre los poderes a ser delegados a cada nivel del gobierno, incluyendo los organismos multinacionales.