DE ÉLITES, PUEBLO Y MASAS



Cuadro de Eugenio Lucas, 1862: en él podemos ver a un fraile acaudillando una revuelta popular. El clero, genuina élite de la antigua España, digiría a un pueblo consciente de su dignidad. Que el clero actual aprenda de esos grandes antecesores decimonónicos, en vez de hacer el ridículo abrazando las perniciosas novedades heréticas.

DE NUESTRA ANTIGUA Y ACTUAL ESPAÑA

El muy cuco de Ortega y Gasset nos quería meter un gol por la escuadra.

Apuntaba el filósofo madrileño que uno de los motivos de la "invertebración" de España era la rebelión de las masas españolas que no obedecen ni secundan las directrices marcadas por sus élites (ni que decir tiene que Ortega y Gasset se sabía a sí mismo como capitoste de esa élite). Al decir de Ortega, la élite -minoría selecta- estaría formada por hombres creadores de un proyecto de vida, siendo su misión la de dirigir a las masas. Cuando escribía, en efecto, el pueblo español se estaba transformando en masa; mientras que la élite española, al menos la que siempre está en el candelero, seguía siendo con leves modificaciones, la misma que era en el siglo XVIII, la misma que fue en el siglo XIX y la que, con Ortega y Gasset, venía a ser en el siglo XX.

Podemos decir, sin temor a equivocarnos, que la actual "élite" del siglo XXI sigue siendo la misma en España: una pandilla de extranjerizantes que se han propuesto culminar su misión elitista. En plata su proyecto consiste en modernizarnos a nosotros, pobres trasnochados palurdos apegados a las tradiciones patrias.

En el siglo XVIII eran los ilustrados (en honor a la verdad digamos que no les faltaba a algunos de estos cierto patriotismo). En el siglo XIX eran los liberales. En el siglo XX digamos que los componentes de la élite española fueron, como el mismo Ortega y Gasset, los mejores tontos útiles del proyecto antiespañol y antihumano que la Unión Soviética tenía para nosotros. Luego, Ortega y Gasset lo diría demasiado tarde: "No era esto... No era esto".

Las élites en España siempre han sido extrañas al pueblo. Si al pueblo le gusta los toros, la élite reprueba la tauromaquia. Si al pueblo le gusta la capa española, a la élite le da por decretar el tijeretazo a la capa larga. Si al pueblo le gusta la Semana Santa, la élite se burla de la Iglesia. Si el pueblo vitorea a la Inquisición, a la élite se le ocurre denigrarla y dar cancha a la Leyenda Negra. Si el pueblo es monárquico, la élite republicana se hace. Si el pueblo dice blanco, negro dice la élite. Y los vicios antiespañoles que contrae la élite se contagian al populacho -no al pueblo-, sino a la masa amorfa, fruto del desarraigo y vertedero de los egoísmos. A día de hoy, apenas hay pueblo en España, sobra plebícula masificada con el cuadro sintomático de las rancias élites falsarias y la élite brilla por su ausencia.

La explicación para tal enfrentamiento es muy sencilla. La élite podía viajar por placer, gracias a disponer de dinero, cabalmente de lo que no andaba sobrado el pueblo trabajador. Siglo de las pelucas: El Conde de Aranda en Ferney de la Francia, adoptado como perrillo faldero de Voltaire. Siglo XIX: El Conde de Toreno, Álvarez Mendizábal y una larga lista de ministros liberales, cliéntulos de la Familia Rothschild. Siglo XX: García Lorca en Nueva York (¿se imagina alguien a cualquier campesino granadino de aquel entonces viajando a Estados Unidos? En todo caso, si el pobre español -gallego, cántabro, vasco, andaluz, catalán, valenciano...- viajara en aquel tiempo a USA lo hacía como emigrante de solemnidad). Lo que mediaba entre "élite" y "pueblo" era un abismo: el pueblo pisaba la tierra española y a su contacto seguía siendo él mismo. La "élite" se desarraigaba del suelo español y se extranjerizaba.

La experiencia nos viene a demostrar que, después de Felipe II, no hay nada más tonto que un español en el extranjero, profesando ideas y maneras "avanzadas". El afán de pasar por refinado, culto, hombre de mundo o mujer de mundo, moderno, de "ideas avanzadas" llega hasta el ridículo más patético en quien, siendo español, no permanece fiel a su ser español que es un compacto sin fisuras formado por la aleación más grandiosa que vieron los siglos: católico y español en perfecta identidad indivorciable. Por eso es que, tanto José María Aznar como Rodríguez Zapatero, se nos parecen tan patosos y tan ridículos a los mismos españoles cuando los hemos visto actuando allende nuestras fronteras. La presunta élite extranjerizante -ahora sí, hay que hablar de "presunta"- es una burlesca caricatura, un monstruoso y despreciable engendro de lo que es la verdadera y primitiva aristocracia española de los siglos de Oro: piadosa ("fanática" dirán los modernos) por católica; austera y lacónica por española.


García Lorca en Estados Unidos. El señorito granadino podía viajar: y no como emigrante, sino como turista. García Lorca, ejemplar de una falsa élite "española" descristianizada por los nocivos efectos del krausismo.


La élite española -lo que por tal pasa- no es tal. Se nos ha presentado, a lo largo de la historia de estos últimos trescientos años, a unos españoles que habían dejado de serlo en el momento en que entraban en contacto con la nefasta Europa protestante y liberal. Pero se nos ha dicho que "ellos" -precisamente "ellos", los fachendosos imitadores del extranjero- forman la élite española de estos últimos tres siglos. Y mientras se nos impone ese "dogma cultural", se nos silencia a la verdadera élite de la España de esos tres siglos que decimos, prácticamente anulada mediáticamente: Donoso Cortés, Vázquez de Mella, por poner dos ejemplos.

UNAS ANÉCDOTAS MUY ELOCUENTES

Durante la Guerra de la Independencia, visitó el Duque de Wellington la ciudad de Cádiz a finales del mes de diciembre de 1812. La mayor parte de la aristocracia española residente en la ciudad -por estar refugiada en Cádiz- corrió a agasajar de la forma más perruna a Sir Arthur Wellesley. Ofrecieron al militar británico un pomposo recibimiento con el que podemos decir que nuestra "élite" tiró la casa por la ventana, pues costeó pródigamente una cena pantagruélica -de la que sobraron casi todas las viandas. Aquello fue un escándalo para los tiempos que se estaban viviendo de estrecheces, pero más escandalosa si cabe fue la vil actitud de la aristocracia española que ni se atrevió a rechistar cuando el Duque de Wellington correspondió a tanto dispendio de la manera más grosera e insultante. Sir Arthur, haciéndose acompañar de todas las esposas, madres y hermanas de aquellos nobles de España, cerró tras de sí la puerta para comer con las españolas, mientras dejaba a la flor y nata de nuestra "élite" allí plantada. El desdén de Wellington se lo tuvieron muy bien merecido.

Pero, vayamos ahora al pueblo de aquel entonces. En la misma ciudad de Cádiz, por aquellas mismas fechas. Los gaditanos reciben al hermano del mismo Duque de Wellington, que viene como embajador de la Gran Bretaña. La muchedumbre aclama al diplomático de la potencia aliada contra Napoleón, y éste arroja una bolsa de dinero a la multitud. La bolsa la recoge un zapatero, acompañado con otros paisanos. El zapatero sube donde está el embajador inglés y, devolviéndole la bolsa muy gentilmente, va y le dice:

"Si el pueblo de Cádiz aclama a Vuestra Excelencia es porque en él mira al representante de la nación aliada de España para combatir a Bonaparte. Tome Vuestra Excelencia el bolsillo y no vea en ello un desaire, sino una prueba de la sinceridad, del afecto de esta población."
Mientras la nobleza española se rebajaba, el pueblo español daba muestras de su dignísima condición. Y en aquellos tiempos, no sólo el pueblo, hasta los locos españoles eran más hidalgos que un cuerdo elitista.

Para la comilona preparada a Wellington tuvo que acondicionarse un sitio capaz de albergar a tantos como querían cenar con el Duque. Por condiciones espaciales se piensa en Cádiz que lo mejor es celebrar el festejo en el Hospicio y se procede a evacuar a los dementes que allí estaban acogidos. Se cuenta que un orate que allí estaba, viendo los preparativos que se estaban haciendo para aquel evento, le preguntó a otro loco que para qué se hacía todo aquello, a lo que el interpelado le respondió:

"Pues, nada, compadre: Que vienen unos locos muy principales".


Duque de Montemor-o-Velho

LIBRO DE HORAS Y HORA DE LIBROS