EL "ANTI-MALTHUS" SE ESCRIBIÓ EN ESPAÑA
"Vendedoras de frutas", Murillo, Alte Pinakothek (Munich)
LOS ARBITRISTAS ESPAÑOLES CONTRA MALTHUS
Aunque nuestra época alardea de humanitarismo, aunque se pudiera pensar que está superado, el pensamiento inhumano de Thomas Robert Malthus (1766-1834) está latente en las vigentes políticas antinatalistas del planeta. Sabido es que la idea rectora de Malthus es la relación entre población y riqueza (a más población, menos alimentos y bienes de necesidad a repartir): los gobiernos más dóciles a esos dictados emanados de las elites económicas que dirigen la política mundial laboran incansablemente para dejar el campo expedito, en sus respectivos países, a la práctica institucionalizada de toda medida que detenga el crecimiento de la población. Así es como hemos de entender que prosperen políticas abortistas, que se promocionen los anticonceptivos de todo tipo (desde el plástico al farmacológico), se facilite la esterilización, se favorezcan desde todos los frentes las relaciones estériles y así, todo cuanto contribuya a detener el progreso de la población, es visto como algo positivo. África es el continente que mayormente está sufriendo estas políticas antinatalistas, irradiadas desde los tenebrosos antros de la ONU.
En cambio, en la España de los Siglos de Oro, algunos de los llamados "arbitristas", pensaron todo lo contrario. Fueron caricaturizados por Quevedo (inolvidable es, para quien la haya leído, el arbistrista que aparece en "El Buscón"), pero fueron hechura de la Escuela de Salamanca y pioneros en economía.
Entre los muchos que pudiéramos reseñar (el regeneracionismo español no dejaría de ser heredero de esta corriente plural de pensamiento: es natural que D. Joaquín Costa estudiara con profusión a algunos de los arbitristas de los siglos XVI-XVII), merece que -en lo que atañe a las políticas de población- mencionemos a dos.
Mateo López Bravo será el primero. No abundan muchos datos sobre él, pero a todas luces parece que fue Gobernador de Sierra de Gata y, posteriormente, entre los años de 1623 a 1627, se sabe que fue Alcalde de Casa y Corte. Mateo López Bravo es uno de los más llamativos. Los importantes cargos políticos que desempeñó estuvieron presididos por un escrupuloso afán de prevenir la explotación laboral en España. Por lo que sabemos de él es de esos pensadores políticos españoles influidos por el tacitismo. Para Mateo López Bravo la prosperidad económica sólo puede lograrse favoreciendo el crecimiento poblacional. Escribió tres libros, cuyo acceso no parece fácil: "Del rey y de la razón de gobernar" (en dos volúmenes) en la que criticaba el sistema económico-social español de la época y en 1627 editó un tercer volumen que sumó a esta obra y que tituló "Del arte de gobernar o sobre la abundancia de los bienes".
No sería el único pensador político español que reclamara incentivar la natalidad en un país que se había quedado prácticamente sin población, debido a muchos factores, entre los que cabe mencionar ahora, la fenomenal emigración que de españoles se había producido con destino a América. Tenemos a otro que, con Mateo López Bravo, redunda en la misma inquietud: la falta de población. Es Pedro Fernández de Navarrete.
Pedro Fernández de Navarrete (1647-1711) estudió en la Universidad de Valladolid y fue militar. También ocupó puestos de alta responsabilidad al servicio de la Corona: fue Almirante General de la Armada de Flandes y, posteriormente, lo fue de la Armada del Mar Océano. En 1707 fue designado gobernador de Guipúzcoa. Inspirándose en Cellorigo y Moncada (dos de los grandes arbistristas-economistas) compuso "Conservación de las monarquías" y, otra vez, preocupado por la despoblación endémica de España también se mostraba partidario de incentivar la natalidad a través de medidas eficaces.
Thomas Robert Malthus era insular: en las islas la distancias no parecen tan grandes y por esas verdes campiñas de la bella Inglaterra pudo al clérigo anglicano parecerle que había mucha gente (se le pintó que había mucha gente, demasiada gente... Tanta gente que, quién sabe, algún día hasta podrían morirse de hambre o, quizá, vaya uno a saber, esas masas se rebelarían contra aquellos que acaparaban los bienes: los ricos.
Los españoles de los que hemos hablado son, por su parte, dos peninsulares que, con antelación a Malthus, comprendieron, por experiencia propia, que no puede haber prosperidad allí donde no hay ni un milano. Observaron los páramos yermos de España, sufrieron las proverbiales incomodidades de los pésimos caminos carreteros de esa España que tenían a su alrededor; España, despoblada por la emigración a América; por las guerras -que, primero, se llevaban a los motilones a luchar por todo el orbe contra todos: quien tenía suerte tal vez volvía, muchos quedaban en los campos de batalla para pitanza de cuervos y no pocos se quedaban al calor de las blancas carnes de una rubicunda germana o a la vera de las cálidas faldas de una bella mediterránea; España, mermada en su población, falta de hijos (por la mortandad que infligían las hambrunas y las pandemias exterminadoras) y aquellos pensadores políticos españoles pudieron percatarse, de primera mano, de la gran verdad que sentencia que, cuando falta población, no es que haya más bienes a repartir, sino que, todo lo contrario, lo que ocurre es que todo languidece por carecer de gentes que puedan meter el hombro, que puedan ponerse manos a la obra y que, por ende, son los que producen esa riqueza y debieran disfrutarla con justicia.
Se suele atribuir a la idiosincrasia española esa incuria que, al paso por nuestras villas y ciudades, los viajeros extranjeros denunciaron en sus libros de viajes (siglos XVI, XVII, XVIII y XIX); Azorín gustaba de evocar esos pueblos mortecinos, en los que pastaban las bestias en la misma plaza mayor y las casuchas se caían de puro viejas. Pero, además de los malos gobernantes, esta preocupación por la falta de población que vemos en Mateo López Bravo y Pedro Fernández de Navarrete nos hace pensar que, sin que nunca disculpemos a los malos políticos, la ruina sobre la que vivía una España estoica y poderosa, incluso en su hidalga pobreza, era una miseria que, en gran medida, se debía justamente a lo contrario de lo que nos dijo el inglés: La miseria crece donde mengua la población.
Ellos -Mateo López Bravo y Pedro Fernández de Navarrete- son los Anti-Malthus de nuestros Siglos de Oro. Su pensamiento no tiene por qué seguir yaciendo por más tiempo -sin pena ni gloria- en las polvorientas bibliotecas: volvamos a esa tradición nuestra, desempolvemos esos libros, estudiémoslos y saquemos enseñanzas para el presente y el futuro.
LIBRO DE HORAS Y HORA DE LIBROS
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