LA URGENCIA DE AMOR EN UN MUNDO DE SEXO EMERGENTE
Sepulcros de los Amantes de Teruel
VIVIR FIELES Y MORIR POR UN BESO
Hay que hablar de amor. Justo cuando más hablan de sexo, tenemos que hablar de amor. Cuanto más obscenidades exhiban las televisiones y más procacidades difundan las emisoras radiofónicas, hablemos más de amor. Nos ofuscan con pornografía, aunque so pretexto de aconsejarnos para la mejora de nuestras relaciones. Y ese nuevo funcionario llamado "sexóloga" -mediáticamente, casi siempre corresponde este papel a una mujer- se quiere meter en nuestra intimidad de rondón.
Es menester hablar de amor en una sociedad tan sobrada de sexo sin amor y tan falta de amor. Es urgente que hablemos de amor y, sin decirles abiertamente "desgraciados" a la cara, vean todos esos que han reducido el amor al sexo lo muy infelices que son, por mucho que copulen -optimizando sus técnicas.
Hablar de amor es asegurar que, vayan las cosas como vayan, quien te quiere permanecerá a tu lado, pues te quiere. Hemos nacido para encontrarnos y, encontrándonos, amarnos; las bestias son las que se aparean. Cuando hallamos a esa persona digna de ser amada es como si la redimiéramos de la multitud; y ella, correspondiéndonos, nos rescata a su vez de la multitud.
Y salimos de esa muchedumbre, donde no somos nada más que un consumidor, un cliente de banco, un empleado puteado, un trabajador despedido, un macho o una hembra en celo. Quien nos ama se ha fijado en nosotros. Ha puesto sus ojos en nuestra ojos y nos ha reconocido en nuestra más plena dignidad.
¡Qué diferencia más grande marcan las miradas!
Una mirada lúbrica enturbia el aire, degrada a quien mira así y, aunque no lo consiga por sí mismo, pretende degradar al objeto en que ha enfocado su sucio deseo. La mirada lujuriosa no distingue los rasgos y detalles más amables de lo que mira, es viciosa y, en su vicio, inepta para descubrir y gozar con plenitud de las excelencias de aquello en que se ha fijado.
Una mirada límpida de amor es una bendición que ennoblece a quien la dedica y hace resaltar todas las peculiaridades más sutiles del bien que es la otra persona. Cuando posamos los ojos en el rostro que nos ha prendado, ¿cómo no sentir esa íntima congratulación por la existencia de esa persona? Dios la ha dotado de encantos y en una sonrisa de esa persona nos parece que escuchamos coros angélicos.
Pero están muy interesados, sospechosamente interesados en que no nos hagamos cuestión de esto. Quieren que nos conformemos en pretender la obtención de unos momentos placenteros, que no impliquen ningún compromiso, ninguna atadura, ningún vínculo. Para los totalitarismos lo más peligroso es el amor.
Y, para evitar a los peores conspiradores (la pareja hombre-mujer) contra el poder totalitario, nos cubren bajo toneladas de porquería: acordémonos de los personajes de Orwell en "1984". Por eso...
Exquisito, delicadísimo detalle de las manos de los Amantes de Teruel.
Casi han conseguido que hablar de amor, en estos tiempos descreídos, sea algo de cursis, algo ante lo que esbozar la venenosa y cáustica sonrisa del cínico. No es de extrañar que, en un mundo dirigido por tantos infelices, hablar de amor les duela en lo más profundo de su corazón gélido y desenamorado: ellos quisieran que todos fuésemos lo mismo de desgraciados que ellos, que no nos preocupara otra cosa que culear, jadear y sudar como animalitos para terminar con un último gruñido final al que la sexóloga llama "orgasmo". Y por eso -por la vil envidia- casi lo han logrado: casi han conseguido que el amor pase por una ridícula cursilería.
Hubo, como todo español sabe, en Teruel un hombre y una mujer, de esclarecida sangre. Fueron amigos desde que eran niños y, con el tiempo, llegaron a profesarse un gran amor. Pero el hombre era pobre y la familia de ella no pudo hacer por él otra cosa que darle al pretendiente un plazo para enriquecerse. Partió a la guerra y, cuando regresó a Teruel, halló que ella estaba formalmente prometida con un gran señor. Antes de la boda, aquel enamorado sorteó todos los peligros y pudo entrevistarse con su amada: la besó y aquel beso -que para él era el postrero- dicen que lo mató de mal de amores. Cuando las plañideras hacían su planto ante el cuerpo presente del desdichado amante difunto, entró su amada en la capilla ardiente y ante todos los dolientes del velatorio, plantó sus labios en los del amado fallecido. Y cuenta la tradición que la enamorada cayó fulminada.
Los enterraron uno al lado del otro. Y aquella convivencia terrenal que no pudieron granjear en vida, a buen seguro que la gozan en la gloria; Pues ambos se amaban y fueron fieles servidores de su amor. Y siendo el Dios de la Eternidad el mismo Dios del Amor los amantes de Teruel gozan, multiplicado en bienaventuranza, lo que aquí en la tierra no fueron más que dos besos mortales.
Cuando los mercaderes de preservativos nos envían a sus frívolos charlatanes, para inundarnos en esa abominable charca de la cháchara obscena, grosera y viciosa, es menester que hablemos de amor.
¿Que hablemos de amor? ¿Qué digo?
Que callemos en amor. Que miremos con amor. Dispuestos a darlo todo por amor.
LIBRO DE HORAS Y HORA DE LIBROS
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