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Tema: El liberalismo es pecado

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    Re: El liberalismo es pecado

    Estudio preliminar a «El Liberalismo es Pecado» (2): conflictos entre católicos liberales y católicos tradicionalistas

    22 mayo, 2022




    En los inicios de la Restauración borbónica, sería designado para la vital diócesis de Barcelona un obispo gaditano: Mn. José María de Urquinaona (1878-1883). Paradójicamente, a pesar de ser andaluz, es el que más hizo por oficializar la devoción a la Virgen de Montserrat y es el iniciador del llamado “montserratismo”. Urquinaona fue convencido anticarlista y sublevó a los tradicionalistas más intransigentes de su diócesis a base de decisiones arbitrarias amparadas en una aparente prudencia política.

    A él le sucedería en la sede de Barcelona, el obispo Mn. Jaime Catalá y Albosa (1883-1899). Un año antes había salido de manos del Papa León XIII la Encíclica Cum Multa(1882), que provocó multitud de interpretaciones entre los diferentes sectores católicos. Los católicos liberales dilucidaban que el Papa les daba la razón pues se debían respetar los poderes constituidos (en referencia a la restauración borbónica de 1874). Los católicos tradicionalistas, interpretaban por su parte que el Régimen liberal no reunía las condiciones para que los católicos pudieran lícitamente aceptarlo.
    Urquinaona fue convencido anticarlista y sublevó a los tradicionalistas más intransigentes de su diócesis a base de decisiones arbitrarias amparadas en una aparente prudencia política.

    Urquinaona fue claramente partidario de “descarlistizar” el catolicismo de su diócesis e integrarlo en el régimen liberal. El Obispo Catalá, por el contrario, fue ponderado y no se dejó arrastrar por las tentaciones lanzadas por el poder gubernamental, ni por las presiones de los católicos liberales. Intentó compensar las represalias que habían recibido los católicos más intransigentes y siempre los defendió. Ello no significa que fuera una obispo radical e intransigente sino que simplemente supo estar en su sitio. Durante su gobierno estalló una de las polémicas más intensas en el mundo católico del momento con la aparición de El liberalismo es pecado de Sardá y Salvany.

    Como veremos, la gestión de esta convulsa crisis no fue fácil pero finalmente se impuso la doctrina sana y las trampas de los católicos liberales se fueron desvaneciendo. Mientras el Obispo Catalá lidiaba tantos y graves problemas en Barcelona, paralelamente en Vich, gobernaba la diócesis el obispo Morgades (1882-1899), que cumpliría un papel fundamental en la implementación del catalanismo y su redirección de lo cultural a lo político. Morgades, que de sacerdote había sido uno de los favoritos de Urquinaona, se mostró especialmente beligerante contra carlistas e integristas.


    Urquinaona obispo de Barcelona y anticarlista

    Tras la muerte de Catalá, Morgades -gracias al apoyo de Madrid y las influencias del Cardenal Rampolla (sospechoso de ser masón)- accedió a la tan preciada diócesis de Barcelona (1889-1901). Se aseguró que la sede de Vich que abandonaba fuera ocupada por alguien de su plena confianza. El elegido fue ni más ni menos que Torras y Bages, cuyo gobierno duró de 1899 a 1916. Si relacionamos los nombramientos y sucesiones de acontecimientos, podremos hacernos una idea más o menos clara de lo que se estaba gestando en el mundo católico catalán.

    Por un lado desde el nombramiento de Urquinaona hasta la muerte de Torras y Bages, se comprenden los años de la primera fase de la Restauración, la emergencia del primer catalanismo político, los conflictos entre católico liberales e intransigentes (carlistas e integristas), la escisión del integrismo del partido carlista, la consolidación del“vigatanisme” (la influencia de los eclesiásticos de la Cataluña profunda en el asentamiento del catalanismo) con el eje Vich (Torras y Bages)- Barcelona (Morgades). También durante ese largo periodo surgirá la Lliga Regionalista, la Solidaritat Catalana, esto es, el primer y triunfante catalanismo político. Todos estos acontecimientos no se producen casualmente y separados unos de otros, sino que sutilmente se interrelacionan.

    Lo cierto es que la doctrina de Pío IX favorecía claramente las tesis intransigentes y los incipientes católico-liberales se las veían y deseaban para argumentar contra los textos pontificios

    Pero previamente hemos de atender a una polémica anterior que ya dibujará el conflicto entre católicos en las siguientes décadas. En 1870, en una España agitada por las políticas revolucionarias de Prim, que iban a traer a trono de España al anticatólico Amadeo de Saboya, detectamos una de las primeras polémicas entre los católicos catalanes. Se trataba de dos personajes de fuerte personalidad. Por un lado, Salvador Casañas, que acabaría siendo Obispo de la Seo de Urgel; y por otro lado, Juan Mañer y Flaquer, el que fuera director del influyente Diario de Barcelona desde 1865 hasta su fallecimiento en 1901 Esta temprana polémica la inició Casañas (simpatizante carlista) contra Mañé (de joven liberal revolucionario, aunque en vías de moderación).

    Desde La Convicción[1], Casañas acusó a Mañer y Flaquer de que el Diario de Barcelona, a pesar de ser leído por muchos católicos, no reflejaba la fidelidad a la doctrina católica. Más concretamente solía relativizar documentos magisteriales como el Syllabus que habían condenado el pensamiento modernista. Mañer y Flaquer no tardó en contestar desde el Diario de Barcelona. Lo cierto es que la doctrina de Pío IX favorecía claramente las tesis intransigentes y los incipientes católico-liberales se las veían y deseaban para argumentar contra los textos pontificios. De ahí que tuvieran que dar rodeos filosóficos que eran fácilmente vulnerables a los ataques tradicionalistas.



    Finalizando el sexenio revolucionario que iba a provocar una convulsión política que llevaría a España a la Primera y efímera República, existían en Barcelona dos grandes asociaciones que aglutinaban a la mayoría de católicos. Por un lado, la Asociación de Católicos y por otro la Juventud Católica. La Asociación de Católicos, al igual que la posterior Unión Católica de Pidal y Mon, fue fundada en Madrid en el 18 de diciembre de 1868.

    La primera junta de Asociación fue presidida por el Marqués de Viluma, que representaba el moderantismo de la época[2], al que acompañaban otros miembros del partido moderado que habían intentado mediar en el conflicto dinástico entre carlistas y liberales a través de la propuesta balmesiana de un matrimonio que uniera las dos ramas. Uno de los responsables de alto nivel en la Asociación Católica fue el anticarlista José María Quadrado, el introductor del romanticismo en España que tanto influiría en el catalanismo.

    En el mismo informe a Rampolla, Urquinaona señalaba sus enemigos: la Revista Popular, de Sardá y Salvany, y El Correo catalán, de Llauder; esto es, el integrismo y el carlismo

    Paralelamente, también en Madrid, se fundó la Juventud Católica. Su finalidad era más o menos la misma que la de la Asociación de Católicos. Ambas sociedades tuvieron un notable desarrollo en Barcelona. Tras la Restauración, la Juventud Católica cobró mucha más fuerza que la Asociación Católica y mayoritariamente la constituyeron católicos intransigentes y carlistas. Ello llevó a uno de los primeros episodios verdaderamente virulentos entre los católicos tradicionalistas y su jerarquía.
    Es más que significativo el informe que Urquinaona enviaba al Nuncio Rampolla el 4 de marzo de 1883, en la que se quejaba: “Debo decir, porque esta es la verdad, que al presente toda la religiosidad que ostentan estas organizaciones es un verdadero artificio de que se valen para atraer numerosas multitudes, agrupándolas alrededor de su bandera política para proclamar el triunfo de esta, haciendo creer que el bando que representa abarca en su seno a la gran comunidad católica de España”[3]. En el mismo informe a Rampolla, Urquinaona señalaba sus enemigos: la Revista Popular, de Sardá y Salvany, y El Correo catalán, de Llauder; esto es, el integrismo y el carlismo.

    Caricatura satírica contra Cándido Nocedal

    Urquinaona puso, en contraposición, como modelo de prensa al Diario de Barcelona (de Mañé y Flaquer) que nunca se manifestó confesionalmente católico, que era firme partidario de llevar a los católicos a participar en la política de la Restauración y su obsesión era liquidar al partido carlista. Urquinaona no tuvo ningún reparo en definir al “Brusi”como que “es católico, apostólico, romano y acaba de adherirse a la Unión Católica, de la cual es el primer propagador. No tolera principio alguno que tenga sabor a partido carlista”. Era evidente que la postura de su obispo ofendía y humillaba a las masas carlistas de su diócesis.

    Este conflicto entre un importantísimo sector de católicos y sus obispos, venía de lejos. Ya en 1876, coincidiendo con el final de la Tercera Guerra Carlista. Poco antes había aterrizado un nuevo Nuncio, Giovanni Simeoni, en España. Las tensiones entre alfonsinos y carlistas estaban a flor de piel. Por parte carlista, Cándido Nocedal visitó al Nuncio y le propuso la organización de una gran peregrinación a Roma para celebrar el 30 aniversario del pontificado de Pío IX. Los católicos liberales, los “mestizos” restauracionistas, liderados por Pidal, pusieron el grito en el cielo pues no podían permitir que una peregrinación católica estuviera dirigida por carlistas. Pidal inició rápidamente una campaña contra Nocedal, pidiendo a los obispos que en las comisiones organizadoras no estuvieran sólo compuestas por tradicionalistas. Todo ello enturbió la peregrinación y anunciaba una polémica mucho mayor que tendría lugar en 1881, cuando se estaba preparando otra gran peregrinación a Roma que las intrigas católico-liberales frustraron.

    Los católicos liberales, los “mestizos” restauracionistas, liderados por Pidal, pusieron el grito en el cielo pues no podían permitir que una peregrinación católica estuviera dirigida por carlistas. Pidal inició rápidamente una campaña contra Nocedal

    Con motivo de un debate parlamentario promovido por Sagasta, el 16 de junio de 1880, Pidal aprovechó para hacer un llamamiento a los carlistas para que aceptaran la Restauración. En su discurso se dirigió “a las honradas masas que, arrojadas al campo por los atropellos de la revolución, formaron el partido carlista”, y seguía: “Abandonad vuestro estéril pesimismo, los que lo tengáis, abandonad vuestra inacción: salid del retraimiento en que os consumís; no os detengáis ante divergencias políticas; saltad los obstáculos personales que os separan: agrupaos al amparo de la legalidad y pensad, pensad que tenéis una Patria común que defender, una familia que educar, una propiedad que proteger y una religión que propagar yen que creer y que hacer respetar contra toda invasión revolucionaria”. Este discurso era un avance de la formación de la Unión Católica que se gestaría entre finales de 1880 y 1881. Los intransigentes recelaron de este llamamiento, pues rápidamente intuyeron que era una mera treta para desactivar el carlismo y entregarlo al régimen de la dinastía liberal.

    La Unión Católica, desde sus inicios, contó con altos dirigentes de la antigua Asociación Católica[4], que ya había intentado inútilmente la unidad de los católicos. Pronto despertó recelos en muchos ambientes creyentes, tanto en Cataluña como fuera de ella. Monseñor José Serra, obispo de Daulia, se horrorizaba en pensar que participaran en la Unión Católica personajes famosos que seguían llamándose públicamente liberales. El Cardenal Casañas, también declaraba que los que pertenecieran a la Unión Católica debían ser “Católicos de veras” y “sin distingos”[5]. Respecto a la prensa más significadamente tradicionalista, la desconfianza era patente.

    Pidal y Mon caricaturizado

    El Siglo Futuro
    , en artículo del 10 de enero de 1881, dejaba claras las intenciones traicioneras del nuevo proyecto: atraer a las “honradas masas católicas” a la formación de Pidal, para provocar una antinatural “fusión de católicos y liberales”. Respecto a El Correo Catalán, en marzo de 1881, empezaron a aparecer artículos cada vez más duros contra el proyecto de Pidal. Llauder, el 31 de marzo de 1881, llega a escribir: “Ni Maquiavelo habría podido descubrir un medio más sutil que el de poner por delante a los obispos y al Papa [en referencia a la Unión Católica]”. Igualmente, no tardó en sumarse a las críticas Sardá y Salvany desde la Revista Popular.

    Por el contrario, y contra todo aparente pronóstico, La Veu de Montserrat -el “vigatanisme” catalanista- se sumaba al proyecto madrileño. El 12 de febrero 1881, Mn. Collell, firmando con sus iniciales, escribía un artículo titulado Bandera Blanca. El posicionamiento del órgano del catalanismo clerical era claro: “Nos ponemos al lado de los prelados que bendicen y aprueban la Unión Católica”. De paso, Collell arremetía implícitamente contra la prensa tradicionalista diciendo que no había que hacer caso de periodistas sino de lo que decían los prelados. El 10 de abril, El Correo Catalán, embestía contra las tesis de Collell y de La Veu de Montserrat. Especialmente por haber alabado el semario de Collell a un liberal de pro: el ingeniero José Echegaray que había visitado Barcelona. El Correo Catalán, respecto a “La Veu” apostillaba que desde hace tiempo “había perdido el norte, sin lógica y sin objeto determinado”. La división entre católicos y el encono en el cruce de acusaciones mutuas, llevó a que la Unión Católica no pudiera prosperar más de tres años.

    Javier Barraycoa


    NOTAS

    [1] La Convicción era el primer diario carlista que aparecía en Barcelona, un 15 de marzo de 1870, bajo la dirección del incansable Luis María Llauder.
    [2] Cf., José Andrés Gallego, “Génesis de la Acción Católica Española, 1868-1926” en Ius Canonicum, vol. 13, 1973, 369-403, p. 372.
    [3] El informe es recogido en Vicente Cárcel Ortí, “Los obispos españoles y la división de los católicos”, en Analecta Sacra tarraconensia, 55-56 (1982-1983), pp 159-166, p. 163.
    [4] Joan Bonet y Casimir Martí, L´Integrisme a Cataluña. Les grans polémiques (1881-1888), Vicens Vives, Barcelona 1990, p. 34.
    [5] Joan Bonet y Casimir Martí, Op. cit., p. 35.,







    https://somatemps.me/2022/05/22/estu...dicionalistas/

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    Re: El liberalismo es pecado

    Estudio preliminar a «El Liberalismo es Pecado» (3): La virulencia antitradicionalista del Obispo Urquinaona


    En pocos meses, lo que había sido una polémica periodística entre católicos, se iba a convertir en una auténtica crisis entre católicos y obispos. Todo se inició con un hecho acontecido en la lejana Roma. El Papa Pío IX había fallecido años antes, en 1878, y enterrado en la Basílica de San Pedro. Reinando León XIII, en la noche del 12 de julio de 1881 se organizó el traslado del cuerpo de Pío IX -en procesión- a la Basílica de San Lorenzo Extramuros. El ambiente anticlerical se había intensificado y una turba trató de lanzar el féretro al Tíber. Ello conmocionó al mundo católico.

    Pío IX

    Nocedal
    promovió una romería a Roma como desagravio a Pío IX. La intención era movilizar la masa de católicos españoles, pero la idea encontró muchos enemigos. Especialmente obispos que temían que si tras esa peregrinación estaba el partido carlista podría ser manipulada para sus intereses políticos. Nocedal, envió carta a todos los obispos españoles comunicándoles el proyecto y para recabar su apoyo. Pero las respuestas fueron frías y con muchas reticencias, incluso algunas negativas. En Cataluña, la oposición de los obispos fue prácticamente total.

    Sin embargo, a pesar de las primeras reticencias del Nuncio en España respecto al proyecto de Nocedal, las cosas cambiaron. El Papa manifestó su deseo de recibir la romería española. Ello reanimó las actividades de Nocedal. En carta a los obispos catalanes el Nuncio les comunicaba el placet de León XIII. Los obispos catalanes decidieron contestar a principios de 1882 a Nocedal con una carta colectiva. Carta que se negó a firmar el Cardenal Casañas, obispo de la Seo de Urgel y tradicionalista. Por una carta de Sardá y Salvany sabemos de una confrontación más que violenta, por esas fechas, en un encuentro episcopal en Montserrat, entre los obispos Casañas y Urquinaona[1].

    Urquinaona se mostró más déspota que nunca con tal de someter a los intransigentes. Por la correspondencia del momento, de Sardá y Salvany con sacerdotes amigos, sabemos del abatimiento de los tradicionalistas.

    En medio de aquel ambiente, Urquinaona exigió que para obtener el apoyo de los obispos catalanes, en las juntas organizadoras de la romería deberían entrar católicos no carlistas, o sea católicos liberales. En realidad, Urquinaona estaba calculando mal sus fuerzas. Pues tras el consentimiento del Papa a la romería, muchos obispos habían disipado sus reticencias. A mediados de febrero de 1882, El Siglo Futuro publicaba (y El Correo Catalán reproducía) que 40 obispos se sumaban a la peregrinación y sólo diez se oponían, entre ellos los firmantes del episcopado catalán antes mencionados.


    Urquinaona se mostró más déspota que nunca con tal de someter a los intransigentes. Por la correspondencia del momento, de Sardá y Salvany con sacerdotes amigos, sabemos del abatimiento de los tradicionalistas. Urquinaona había impuesto a tres sacerdotes anticarlistas y partidarios de la Unión Católica en la junta organizadora de la peregrinación. La conclusión que extraía Sardá era evidente:“El Papa encarga a Nocedal la peregrinación, en contraposición a la de la Unión … ¿y le han de hacer las juntas los Obispos aprobadores, presidentes y defensores de la Unión, para convertir la peregrinación en unionista?[2].
    Esta letra expresa muy bien el ambiente entre los católicos tradicionalistas y los transaccionistas o liberales. La actitud de obispos como Urquinaona sólo podían verse como un ataque directo al núcleo del catolicismo catalán. Y por ello la desolación que se manifiesta en correspondencias y artículos del momento. El pesimismo era vano, pues finalmente la junta central organizadora del evento se disolvió y la peregrinación cayó en saco roto. Los católicos liberales, encabezados por ciertos obispos, habían logrado su objetivo: desarmar una posible masiva movilización tradicionalista en apoyo al Papa.

    Ejemplo de ello es la Carta Pastoral de Urquinaona, de 7 de marzo de 1882, que puede ser entendida como un ataque directo -aunque sin mencionarlos directamente- a carlistas y su prensa. Más que una carta pastoral, se trataba de una declaración de guerra encubierta

    Nuevamente el epistolario de Sardá y Salvany nos ilustra perfectamente la situación. El 18 de febrero de 1882 escribía a Celestino Matas: “¡Qué tiempos, amigo mío, qué tiempos los nuestros tan inverosímiles ¡Obispos católicos denunciando a las iras liberales una obra católica, sólo porque la hacen los carlistas, cuando no la debieran denunciar sino apoyar y bendecir, aunque la hiciesen republicanos!”. El lamento de Sardá tenía doble sentido, el boicoteo a la peregrinación por parte de Urquinaona, a la par que se habían entrevistado el 4 de febrero, y tras una amarga discusión el obispo de Barcelona, Urquinaona, había puesto unas condiciones draconianas a la Revista Popularque dirigía Sardá, como si fuera casi una enemiga herética de la Iglesia. Las iras del Obispo andaluz, promotor del catalanismo clerical, también se vertían, como no podía ser menos, contra el órgano principal del carlismo catalán: El Correo Catalán. En la carta reseñada, Sardá y Salvany sigue lamentándose: “[Urquinaona] de Llauder dice a todas horas y a todo el mundo que es un hombre de soberbia satánica”.

    Cándido Nocedal

    La carta no tiene desperdicio, pues describe la confrontación con Urquinaona en esa reunión del 4 de febrero en la que le acusó de servir con la Revista Popular a un partido y no a la Iglesia. En cambio, le puso como ejemplo de periodismo católico al “Brusi” (el aconfesional, moderantista, y católico-liberal Diario de Barcelona). El Obispo de Barcelona mandó censurar el último número que iba a salir de la Revista Popular. El pobre Sardá estuvo apunto de abandonar el proyecto y cerrar la revista católica de referencia en toda España. La situación era tal que la carta concluye con una tremenda premonición: “¡Qué horror! Está hecho el cisma entre carlistas y obispos. Tardará en curarse este destrozo”. Ciertamente, se había iniciado una guerra interna en la que Urquinaona trató, bajo su autoridad episcopal, acallar a los sectores católicos que estaban convencidos de estar en comunión con la doctrina de Roma contra el liberalismo.

    Ejemplo de ello es la Carta Pastoral de Urquinaona, de 7 de marzo de 1882, que puede ser entendida como un ataque directo -aunque sin mencionarlos directamente- a carlistas y su prensa. Más que una carta pastoral, se trataba de una declaración de guerra encubierta pero directa. Desde el Boletín Oficial de la Diócesis de Barcelona se inició una campaña de promoción de la Pastoral. La situación de persecución que sentían los carlistas era tan evidente que Nocedal escribía al Nuncio, el 28 de febrero de 1882, en estos términos: “Va a llegar el día en que cada uno se encierre en los más hondo de su casa, convencido de que ya lo único que queda por hacer es salvar el alma propia, sin preocuparse de lo que en el mundo sucede”. Si eso ocurriese, argumentaba, es que el liberalismo católico habría triunfado definitivamente. En medio de esta desmoralización en el campo tradicionalista, un hecho vendría a remontar los ánimos, a la par que las polémicas: la aparición de El Liberalismo es pecado de Sardá y Salvany y la publicación de la Encíclica Cum Multa.

    Javier Barraycoa



    NOTAS:

    [1] Joan Bonet y Casimir Martí, Op. cit., p. 56.
    [2] Carta de Sardá y Salvany a Cayetano Barraquer, S.I., del 13 de febrero de 1882.


    https://barraycoa.com/2022/05/30/est...aona%EF%BF%BC/

    Última edición por Hyeronimus; 31/05/2022 a las 01:35

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    Re: El liberalismo es pecado

    Estudio preliminar a «El Liberalismo es Pecado» (4): se pergeña «El liberalismo es pecado»



    El año 1882 se había iniciado traumáticamente para los católicos tradicionalistas. Justo en el momento en que el partido carlista se sentía más fuerte, superada la debacle de la pérdida de la Guerra Civil en 1876, ahora los ataques les llegaban no sólo de los liberales revolucionarios, sino desde sus propias jerarquías. Recordemos que la Jerarquía española se había ido configurando, gracias al Concordato de 1851, que remitía el nombramiento de obispos al Ministro de Justicia y Gracia del Régimen de la Restauración. En estos momentos difíciles y desanimadores, que hemos podido apreciar en el tono de algunas cartas que hemos reseñado, Sardá y Salvany fue pergeñando una idea: la publicación de un librito que se titularía El Liberalismo es pecado.

    La primera noticia que tenemos de esta idea es por la carta que escribe a su amigo Celestino Matas, el 23 de marzo de 1882. En dicho escrito cuenta el enfrentamiento tenido con Urquinaona, las amenazas del obispo de cerrarle la Revista Popular, las protestas y amenazas a gritos de Sardá que parece acoquinaron al mismísimo obispo. En la carta escribe: “A ver si ladrando como perro, les intimido”. Al final de la carta le confiesa a Matas: “Preparo, con gran reserva, un trabajillo sobre estas cosas que no sé si podré publicar aquí. Veré si en Madrid”. Urquinaona moriría un 31 de marzo de 1883, un año después de esta carta. Pero tendría tiempo suficiente para intentar consagrar su gran objetivo: desmantelar a los integristas. De por medio un texto pontificio, la Encíclica Cum Multa, aparecida el 8 de diciembre de 1882, iba a convulsionar nuevamente los ambientes católicos.

    En 1882, Urquinaona, mandó cerrar la Juventud Católica por su apoyo a la prensa integrista. El 2 de febrero de 1883, justificaba su decisión al Nuncio Rampolla con una carta en la que desvelaba los verdaderos motivos de su acción: había “un grupo de los más exagerados del partido carlista”.

    Como hemos dicho más arriba, tanto los sectores católicos como tradicionales hicieron su propia interpretación y, evidentemente, no coincidía. Para unos se condenaba a los otros y viceversa. Urquinaona y Morgades, sin lugar a dudas, interpretaban que la Cum Multa, les legitimaba moralmente a continuar su lucha contra el carlismo y los intransigentes católicos. Por eso no es de extrañar que Urquinaona sustituyera al P. Ramón Boldú como censor de El Correo Catalán y pusiera a un joven y prometedor sacerdote protegido de Morgades: José Torras y Bages. Para disgusto del futuro obispo de Vich, su misión era poner en vereda al diario carlista, aunque supo salirse airoso del aprieto.

    Su siguiente objetivo fue controlar o, en su defecto destruir, la Juventud Católica de Barcelona fundada en 1871. En época de Urquinaona, Barcelona contaba con 13 juntas diocesanas. En 1878, existían academias de la Juventud Católica en Gerona, Solsona, Manresa, Sabadell, Manlleu y Berga. En 1882, Urquinaona, mandó cerrar la Juventud Católica por su apoyo a la prensa integrista[1]. El 2 de febrero de 1883, justificaba su decisión al Nuncio Rampolla con una carta en la que desvelaba los verdaderos motivos de su acción: había “un grupo de los más exagerados del partido carlista”. El decreto de suspensión de la Juventud Católica se había firmado el 20 de enero de 1883. El mismo 2 de febrero, Llauder contestó desde El Correo Catalán a la decisión del obispo.



    El artículo se titulaba Una cuestión gravísima. La argumentación era contundente y describía la situación de la diócesis donde la mayoría del clero se acogía políticamente a la “Comunión política” que defendía sus intereses (en referencia al partido carlista) y que si bien en la Juventud Católica predominaban carlistas, en la Unión Católica militaban miembros de diversos partidos políticos y ningún prelado había puesto el grito en el cielo por ello. Rampolla recomendó a Urquinaona no ser muy duro con los católicos intransigentes para evitar reacciones desproporicionadas. Sólo la intervención del obispo Casañas, la prudencia del Nuncio recién llegado y la inminente muerte del obispo Urquinaona, apaciguaron la tormenta.

    La muerte de Urquinaona, el 31 de marzo de 1883, despertó todo tipo de reacciones, algunas de lo más curiosas. Por ejemplo, Sardá, el 5 de abril, escribía a su querido Matas el ambiente en Barcelona, tanto por el lado de los liberales como por los tradicionalistas: “Los nuestros acusados casi de asesinos (pues se ha llegado a decir que le habíamos envenenado y que por eso no lo querían embalsamar) se despachan a su gusto y hacen unas oraciones fúnebres que ya, ya”. Por Barcelona corrían todo tipo de rumores como que, justo antes de morir, Urquinaona había sido reprendido por Roma por haber suprimido la Juventud Católica. Sardá y Salvany escribió a Matas el 5 de abril una carta donde describe el entierro de Urquinaona: “[con varios sacerdotes] estuvimos juntos en el funeral y seguimos el féretro por las calles. La fiesta fue liberal de pura raza, con asomos de masónica. Todo el mundo en la calle. Fábricas cerradas, tiendas ídem, colgaduras negras en muchos balcones. La Publicidad (impío) se escandalizó porque dijo no sé quién que deseaba que estuviera en el cielo. (…) La Renaixensa (impío) a las 3 de la tarde daba ya en catalán el sermón que el Dr. Ribas estaba predicando a las once y media (…) Nadie lloraba, que yo viese, pero todo el mundo parecía entusiasmado.

    Señal de que por alguien se había dado la orden de entusiasmarse. Con los elogios de la prensa impía se podía formar una corona poética. El Diluvio llamó al difunto martillo de carlistas”. No dejaba de ser paradójico que los anticatólicos elogiaran al obispo difunto y los católicos de macha martillo, callaran prudentemente sus pensamientos.

    Obispo Jaime Catalán

    Los años que estamos relatando fueron muy intensos. Ello nos obliga a retomar algunas cosas. En los momentos más duros de estos embates, Sardá y Salvany había pergeñadoEl liberalismo es pecado como la última defensa ante la debacle inminente provocada por las fuerzas católico-liberales contra el tradicionalismo. La tensión era tal que Sardá somatizaba todas las desilusiones. En epístola de 23 de marzo de 1882, le confesaba a Celestino Matas: “Me dicen que he llegado a enflaquecer y a envejecer … ¡Qué año, válgame Dios! He envejecido por 20”. Mientras tanto llegaban noticias del nombramiento del nuevo obispo de Barcelona: D. Jaime Catalá, Obispo de Cádiz.

    A mediados de julio La Gaceta de Cataluña, reseñaba lo siguiente: “El nombramiento de D. Jaime Catalá, para ocupar la sede vacante de Barcelona, ha caído como una bomba en los círculos carlistas de la ciudad. Y en verdad que dados los antecedentes del nuevo Prelado nada tendrá de extraño que durante su presencia en Barcelona la bomba estalle"

    A mediados de julio La Gaceta de Cataluña, reseñaba lo siguiente: “El nombramiento de D. Jaime Catalá, para ocupar la sede vacante de Barcelona, ha caído como una bomba en los círculos carlistas de la ciudad. Y en verdad que dados los antecedentes del nuevo Prelado nada tendrá de extraño que durante su presencia en Barcelona la bomba estalle, si los carlistas no tienen la prudencia de apagar sus fuegos. Con que quitarse la boina y boca abajo todo el mundo”. Pero por suerte, aconteció lo contrario. El nombramiento de Català significó un respiro para los sectores no transaccionistas del catolicismo catalán.

    Entre tanta agitación, Sardá y Salvany, sospechando que Urquinaona nunca hubiera aceptado conceder el Nihil Obstat a El liberalismo es pecado, intentó que fuera aceptado en la diócesis de Madrid. Para ello recurrió a Nocedal como contacto entre los censores de la diócesis madrileña. Coincidiendo con las exequias de Urquinaona, Sardá recibía carta de Nocedal en la que le comunicaban que no se había conseguido la aprobación. Los censores consideraban el texto como muy bueno, pero no creían que el momento fuera el más oportuno para publicarlo[2]. Nocedal estaba enfadadísimo y Sardá desmoralizado. No obstante, no se amilanó y diseñó una nueva estrategia: intentar publicar el libro como si fueran artículos en El Correo Catalán y así salvar la censura eclesiástica. Esta decisión de publicarlo en capítulos vino dada porque, tras la muerte de Urquinaona, presentó el texto al censor de Barcelona y esperando que una respuesta positiva, esta nunca llegó.

    Javier Barraycoa


    NOTAS

    [1] Cf., Solange Hibbs-Lissorgues, Iglesia, prensa y sociedad en España (1868- 1904), Instituto de Cultura «Juan Gil-Albert», Diputación de Alicante, Alicante, 1995, p. 110.
    [2] Joan Bonet y Casimir Martí, Op. cit., p. 209.





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  4. #4
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    Re: El liberalismo es pecado

    Alain de Benoist sobre el liberalismo*:

    “La libertad no es una condición suficiente para la vida social. El liberalismo es la ideología que asume como principio el derecho para los individuos de no ser solidarios con nadie, de no tener deberes hacia nadie. Solamente les impone la obligación de respetar la ley ( en nombre del interés, pero no de la moral). La ley prohíbe dañar a los otros, pero no obliga a nadie a ser solidario. Aquello que resulta más profundamente ajeno al liberalismo es la idea del sacrificio. Ahora bien, éste es justamente aquel elemento que en el cual el hombre se distingue de la mayor parte de los animales. Salvo algún caso muy preciso, el animal no es capaz de abnegación y por naturaleza sólo busca aquello que resulta mejor para sus intereses. El liberalismo, en tanto que se funda en el axioma del interés, remite al hombre a la condición bestial”.
    Ultimo anno, pág. 96.


    *Gentileza del prof. Marcos Ghio.



    Imperium Hispaniae

    "En el imperio se ofrece y se comparte cultura, conocimiento y espiritualidad. En el imperialismo solo sometimiento y dominio económico-militar. Defendemos el IMPERIO, nos alejamos de todos los IMPERIALISMOS."








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  1. 26/08/2012, 20:51

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