Sé que algunos foreros entusiastas del régimen franquista no considerarán con buenos ojos las siguientes líneas, pero debo atenerme a la desgraciada verdad de los hechos en lo que se refiere a la política económico-social llevada a cabo por el franquismo (y que actualmente está completando y llevando a sus últimas consecuencias el régimen juancarlista actual).

Por otro lado, hay que señalar que esta misma política tecnocrática-totalitaria fue llevada a cabo paralelamente en los países occidentales tras la Segunda Guerra Mundial siguiendo el mismo modelo keynesiano (tanto en los países capitalistas como socialistas, siendo las diferencias sólo de grado).

Para esta descripción me serviré de unas líneas escritas por el gran jurista Juan Vallet de Goytisolo expresadas en su libro Montesquieu. Leyes, Gobiernos y Poderes. Hay que señalar que Vallet fue uno de los grandes opositores que en vida de Franco denunciaba las políticas tecnocráticas antiforales que llevaban a cabo los planificadores democristianos bajo las órdenes de los Organismos Internacionales (FMI, Banco de Reconstrucción, etc...), denuncias que realizaba a través de la Revista Verbo en general y de su libro Sociedad de Masas y Derecho (entre otros libros), en particular. Actualmente el juancarlismo, a través de sus respectivos Gobiernos de ocupación, sigue las mismas órdenes que en el franquismo (con la única diferencia de que ahora se reciben las órdenes bajo la mediación de la Comunidad Europea y el BCE).

A continuación reproduzco las palabras de Juan Vallet:

El principio que Montesquieu no pudo prever

El principio de la unidad de fe y de fidelidad recíproca escapaba de los alcances intelectuales, cientificistas, de los hombres de las Luces. Hoy ni siquiera es pensable como aglutinante político de la Europa materialista y hedonista del Mercado Común. Pero, asimismo, la virtud cívica apenas tiene vigor, como principio vivificante, y el honor, descrito por Montesquieu, como principio de las monarquías, es ironizado y befado. El miedo –incluso el terror, pensemos en Hitler, Stalin, Mao-tse-Tung, Amin, Bokkassa, Fidel Castro, Jomeini- sí sigue siendo el principio de las tiranías, con un tirano o con presidum de tiranos. Pero ¿qué principio es el resorte en la mayoría de los demás gobiernos actuales?¿qué principio llena el vacío que no cubren la virtud cívica ni el honor?

Tocqueville, un siglo después de la aparición de l´Esprit des lois, pasada la experiencia de la revolución francesa, y experimentado, por él mismo, el funcionamiento de la democracia norteamericana, atisbaría el principio de una nueva tiranía, no conocida ni imaginada por Montesquieu, que podría llegar como consecuencia de la aspiración democrática a la igualdad.

Pienso –escribió hace más de un siglo- que la especie de opresión que amenaza a los pueblos democráticos no se parecerá nada a las que han precedido en el mundo (…). Busco en vano, yo mismo, una expresión que reproduzca exactamente la idea que me formo y la comprenda; las antiguas palabras despotismo y tiranía no me resultan adecuadas en absoluto. La cosa es nueva (…).

(…) veo una muchedumbre innumerable de hombres parecidos e iguales que giran sin reposo sobre ellos mismos para procurarse pequeños y vulgares placeres con los que llenan su alma. Cada uno de ellos, visto por separado, es como extraño al destino de todos los demás (…): no existe sino en sí mismo y para sí solo, y si le queda aún una familia, puede decirse por lo menos que ya no tiene patria.

Por encima de ellos se eleva un poder inmenso y tutelar, que se encarga él solo de asegurar sus goces y velar por su suerte. Es absoluto, detallado, regular, previsor y dulce. Se parecería a la potestad paterna si, como ésta, tuviera por objeto preparar a los hombres para la edad viril; pero no procura, por el contrario, más que fijarlos irrevocablemente en la infancia; quiere que los ciudadanos disfruten con tal de que no piensen sino en disfrutar. Trabaja de buen grado para su bienestar; pero quiere ser el único agente y el solo árbitro; provee a su seguridad, prevé y asegura sus necesidades, facilita sus placeres, conduce sus principales negocios, dirige su industria, regula sus sucesiones, divide sus herencias. ¡Por qué no podría quitarles por completo el trastorno de pensar y el esfuerzo de vivir!

Es así como cada día convierte en menos útil y en más raro el empleo del libre arbitrio; que encierra la acción de la voluntad en un espacio menor y sustrae poco a poco a cada ciudadano hasta el uso de sí mismo. La igualdad prepara a todos los hombres para todas las cosas; les dispones a sufrirlas y a menudo incluso a mirarlas como un bien.

Después de haber tomado así, poco a poco, en sus poderosas mano a cada individuo, y de haberlo moldeado a su guisa, el soberano extiende sus brazos sobre la sociedad entera; le cubre la superficie de una red de pequeñas reglas complicadas, minuciosas y uniformes a través de las cuales los talentos mas originales y las almas más vigorosas no podrían hallar la claridad para sobrepasar la muchedumbre; no les rompe las voluntades, pero se las reblandece, las pliega y las dirige; obliga rara vez a obrar, pero se opone sin cesar a que se actúe; no destruye nada, pero impide que nazca; no tiraniza nada, estorba, comprime, enerva, apaga, atenúa; reduce, en fin, cada nación a no ser más que un rebaño de animales tímidos e industriosos, de los que el gobierno es el pastor.

El principio de esa nueva tiranía no es el temor. Es un deseo de seguridad –en cierto bienestar y con cierto grado de igualdad- sin responsabilidad, característico de la sociedad de masas. Tocqueville se anticipó, pues, a Aldous Huxley, que describiría ese Mundo Feliz, que Roland Huntford ha visto realizado en el denominado paraíso sueco, al que califica de nuevo totalitarismo. Hacía él, por vías tecnocráticas, socialistas o social-demócratas, caminan, a paso más o menos rápido, todos los países occidentales.

No muchos años ha que en sus Memorias, póstumamente publicadas, quien fue Presidente de la República Francesa, Georges Pompidou, observaba que el hombre se encuentra dotado, a causa de los descubrimientos científicos, de un poder de acción sobre los elementos, ciertamente, pero también sobre el hombre; poder absolutamente nuevo y desmesurado. El sabio, el ingeniero, el tecnócrata, disponen de medios colosales. Esos medios, en lo esencial, se concentran en las manos de un Estado y en una administración que encuadran a los individuos, los colocan en fichas perforadas, los designarán mañana con un número, determinando la progresión del nivel de vida, las actividades deseables y su reparto geográfico, tomando a su cargo la educación, la instrucción, la formación profesional, muy pronto el deber y el derecho a la procreación, y la duración del trabajo y del ocio, la edad del retiro, las condiciones de la vejez, el tratamiento de las enfermedades. Así, en el mismo momento en que el individuo se siente libre y se libera de las obligaciones y represiones tradicionales, se construye una máquina técnico-científica monstruosa, que puede reducir a la esclavitud a ese mismo individuo, o destruirlo de la noche a la mañana. Todo depende de los que tengan las palancas del mando. Que nadie acaricie la ilusión de control. Una vez al volante del coche, nadie puede impedir al conductor que apriete el acelerador y que dirija el vehículo hacia donde quiera.