El problema de la ignorancia: los demagogos se frotan las manos
El problema de la ignorancia está relacionado directamente con el de la felicidad de los hombres. Hoy, al revés que en épocas pasadas, la opinión parece serlo todo.
7 de abril de 2007. De la misma manera que se construyen grandes edificios de acción y pensamiento sobre lo que no son más que las opiniones de cada uno. La mentalidad individualista liberal acentúa aún más si cabe el fenómeno, ya que la opinión se establece como garantía de la afirmación de uno mismo. De ahí, se ha pasado a la idea de que "todo es opinable", una regla artificial que se sanciona en nombre del "respeto a la opinión ajena".
Esta actitud ayuda a confundir las buenas maneras y la educación para con las personas debidas, con la absurda idea de que vale lo mismo una idea y su contrario por el mero hecho de haber sido ambas enunciadas. Esta es, por ejemplo, la historia de los nacionalismos periféricos, capaces de construir naciones donde nunca las hubo y también –para qué ocultarlo- del patriotismo constitucional, que ve derechos donde hay pueblos. En el primer caso se origina la aberración de la izquierda abertzale; en el segundo caso se concluye que cualquiera puede adscribirse al pueblo que desee, siempre que acepte un cierto entramado legal.
En el tema religioso las cosas no son diferentes. Un buen ejemplo es la parroquia de San Carlos Borromeo, donde la ignorancia ha quedado bien patente en unos religiosos que no saben nada ni del Islam, ni del significado de la liturgia, ni de la carga simbólica de la celebración eucarística y menos aún de lo que supone el Islam en el mundo como fuerza histórica. Todo esto cobra especial relevancia cuando llegan fechas señaladas para el cristianismo, principalmente Navidad y Semana Santa. La ignorancia se deja traslucir en decenas de documentales, comentarios y noticias que se empeñan en demostrar que Cristo no existió, que tuvo relaciones con María Magdalena o simplemente en conceder el beneficio de la duda a cualquier cosa que sea hostil al núcleo central del cristianismo.
Ahora bien, si achacamos todos estos fenómenos a la ignorancia cabe preguntarse: ¿Qué es lo que se ignora? ¿Es todo esto una simple cuestión de datos y citas? Decididamente no. Tiene que ver más bien con una actitud ante el mundo. Joseph Ratzinger, el gran intelectual alemán, ha explicado muy bien este extremo en su Introducción al cristianismo, cuando habla de la evolución del pensamiento occidental desde el hombre como ser hasta el hombre como facticidad, típico de la modernidad. Para los antiguos el ser podía ser comprendido porque lo había pensado y hecho Dios. El hombre solo tenía que repensarlo, de manera que la obra humana tenía un carácter efímero y pasajero. Pero en la modernidad ya no sería más así. Karl Marx lo expresaba muy bien en su ya clásica frase: "Hasta ahora los filósofos se han limitado a interpretar diversamente el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo". Es difícil sintetizar mejor una apología del individuo y de su poder de inmiscuirse en el mundo. Gracias a actitudes como ésta, el hacer del hombre iría ganando más y más fuerza en la historia. El individualismo dieciochesco, y el egoísmo colateral que le acompaña, plenamente operativos en el siglo XIX, harían el resto. Así, hoy muchos reniegan del fundamento trascendente de la vida porque éste les dice como tienen que vivir y con ello les plantea un escenario que no puede ser transformado. La actitud soberbia del hombre prefiere prescindir de un orden -kosmos- en el que integrarse y fabricar una ignorancia que le defiende de sí mismo.
Pero esta actitud tiene consecuencias muy graves. En primer lugar el hombre paga el deseo de transformar el mundo padeciendo la ira de la Naturaleza. Pero más cerca de él, en su fuero íntimo, carece de los resortes necesarios para afrontar una vida que no es solo búsqueda de placer sino también dolor y sufrimiento. La falta de una decisión fundamental en las cuestiones vitales más importantes produce individuos inmaduros, que rechazan cualquier autoridad y viven esclavos de sus prejuicios. Así las cosas, los demagogos, los oportunistas y los manipuladores de masas se frotan las manos ante tanta soberbia.
Por suerte el destino del hombre es otro. Su vida tiene un sentido que recibe de algo más alto que los cielos y, si quiere, puede resistir el sufrimiento de la vida confiriendo sentido al dolor. Por eso la Semana Santa tiene un significado que trasciende los rituales aunque éstos lo escenifican y lo lleven al pueblo. Así lo sintieron los españoles desde que España existe. Al fin y al cabo, nuestro pueblo tiene sus raíces en la trascendencia. Atacar esas raíces es ir contra la realidad y caer en la ignorancia que conduce al nihilismo.
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