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Tema: Dos reyes legítimos; dos actitudes ante la Revolución

  1. #1
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    Dos reyes legítimos; dos actitudes ante la Revolución

    Señores, hay momentos supremos y críticos en la Historia, en que todos aquéllos que sienten los deberes que impone el ejercicio de la autoridad que, según la doctrina católica, es más carga que provecho, porque antes ha de ser la realeza obligación que prerrogativa, y nosotros así lo proclamamos, no reconociendo nunca a quien no rinda tributo y no hinque la rodilla ante Aquél que no tuvo corona de oro, sino de espinas, para simbolizar el sacrificio; hay momentos supremos en que todo aquél que siente la realeza en su alma, tiene que participar más que nunca de las congojas sociales, y de los dolores y sufrimientos de su pueblo, siendo su corazón como el centro de las amarguras y tristezas del alma de una sociedad; y por esto, señores, tened en cuenta la lección que encierra este ejemplo: Había un gran hombre, un hombre de alma hermosa, caballeresca, el Conde de Chambord, y si no creéis mi testimonio, podéis creer el de Clemenceau, que cuando murió aquél decía en un vibrante artículo, en un arranque nobilísimo de sinceridad: “Acaba de morir el Conde de Chambord, Enrique V, y si los partidos políticos fuesen capaces de hacer justicia a sus adversarios, debíamos envolverlo en el estandarte flordelisado, llevarlo al Panteón de San Dionisio y escribir sobre su tumba este epitafio: “Aquí yace el último Rey de Francia”.

    Aquél que mereció el respeto unánime de sus adversarios a la hora de la muerte, aquél que no había transigido con la Revolución y había mantenido hasta en el destierro su bandera a pesar de ir siempre perseguido como por una sombra siniestra por una rama desgajada del tronco de su familia, sentía una congoja mortal, y el que parecía que había cumplido sus deberes de monarca desterrado, al ver a su pueblo bajar por el plano inclinado del desorden, abrumado de tristeza y disfrazándola con aquél sprit francés de que él era completa personificación, con una sonrisas que parecía franca y no era más que un alegre disfraz de las hieles que llenaban su alma, en el último periodo de su vida exclamaba en la intimidad de sus deudos y amigos: «Pronto moriré, y moriré en el destierro, sin ver satisfechos mis amores a Francia, y cuando comparezca ante el Supremo Juez, Él me preguntará: “¿Qué has hecho en tus postreros días, Enrique de Francia?” – Y yo contestaré: “Señor, he matado tantos venados; Señor, he matado tantos conejos; Señor, he matado tantas perdices”. - ¿Y no has hecho más, Enrique de Francia, mientras tu nación se hundía?”».

    ¡Y era la realeza que moría en el destierro y que había permanecido incólume, desplegando al viento su bandera, y sentía angustias supremas, porque no creía haber hecho bastante por su pueblo matando perdices y cazando venados! (Grandes rumores)

    Discurso pronunciado el 13 de Noviembre de 1906


    Fuente: Vázquez de Mella. Discursos Parlamentarios II. págs. 204, 205

    ----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------


    En la famosa manifestación católica, conocida por el mitin de las Arenas [celebrado el 20 de enero de 1907], por llamarse así la Plaza de Toros de Barcelona en que se celebró, concurrieron treinta mil personas y seguramente había otras tantas dispersas en grupos por todo el tránsito hasta la plaza de Cataluña, que hicieron el sacrificio de no intentar siquiera asistir al mitin (porque la concurrencia hubiera sido casi imposible), para estar mejor dispuestos a rechazar las agresiones de la canalla, que ya se anunciaban.

    En ese mitin se ha dicho con razón que murió la ley de Asociaciones o contra las Asociaciones. El Sr. Mella tenía pedido un turno para combatirla en el Congreso, y cuando dos días después de pronunciar este discurso [en el mitin] y de haber pronunciado otros dos de formidable ataque al Gobierno, en el Círculo Tradicionalista y en un banquete popular, salió para Madrid con objeto de tomar parte en la discusión y de interpelar al ministerio, como lo había anunciado por telégrafo, sobre los sangrientos sucesos, el ministerio estaba de cuerpo presente, y el proyecto jacobino también.

    A la salida de la Plaza de Toros, las turbas radicales, parapetadas en unos montículos de arena y protegidas por la manifiesta complicidad de los que tenían la obligación de mantener el orden, hicieron una descarga que produjo algunos heridos. Repuestos los católicos y nuevamente agredidos por otros grupos de las turbas igualmente amparados y protegidos, cargaron sobre ellos con sin igual arrojo, causándoles algunas docenas de bajas, y dejando más de cuarenta balazos en la puerta de la casa del Pueblo, donde huyendo cobardemente se refugiaron.

    El Sr. Mella, que con el Sr. Albó iba en el coche del Sr. Duque de Solferino que los acompañaba, no fueron alcanzados por las balas de los que los esperaban en la calle de Borrell, porque a pesar de marchar lentamente, pasaron un minuto antes que los agresores.

    En la refriega se distinguió notablemente D. Jaime, que en el centro de la plaza, al lado de las banderas de la juventud carlista, asistió disfrazado al mitin. Al salir fue de los primeros que, revólver en mano, acometieron a la turba, subiendo los montículos de arena cuando se interpuso la policía. En la calle de Borrell acometió audazmente a los grupos de la canalla, descargando todas las cápsulas de su revólver. En el suelo encontró y recogió a un herido, conduciéndolo a un coche de punto y llevándole a una Casa de Socorro, donde se dio a conocer. El herido era el joven carlista Sr. Casanovas [es una errata, el nombre en realidad es Camarasa, como recoge Melchor Ferrer en su obra magna] que publicó el hecho en la prensa, y desde entonces no ha cesado de manifestar su gratitud a D. Jaime.

    El grandioso alarde de fuerzas del mitin, el efecto de los discursos que condensó [Mella], lo criminal y vil de la agresión, la inaudita conducta de las autoridades, el arrojo de los tradicionalistas que demostraba a lo que estaban dispuestos y muy singularmente la presencia y el valor de D. Jaime, produjeron en el Gobierno liberal más efecto que en el pueblo de Barcelona la bomba que para completar la hazaña de la horda estalló a la salida del mitin, y por eso, a los dos días de celebrado, dimitió con gran regocijo del pueblo creyente.


    Fuente: Vázquez de Mella. Discursos Parlamentarios II. págs. 303, 304
    Última edición por Martin Ant; 24/05/2013 a las 18:39
    Ordóñez, Chanza y Xaxi dieron el Víctor.

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