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Tema: La guerra

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    Avatar de Hyeronimus
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    La guerra

    La guerra

    Santo Tomás de Aquino

    Suma teológica - Parte II-IIae - Cuestión 40


    ¿Es siempre pecado guerrear?


    Tres cosas se requieren para que sea justa una guerra. Primera: la autoridad del príncipe bajo cuyo mandato se hace la guerra. No incumbe a la persona particular declarar la guerra, porque puede hacer valer su derecho ante tribunal superior; además, la persona particular tampoco tiene competencia para convocar a la colectividad, cosa necesaria para hacer la guerra. Ahora bien, dado que el cuidado de la república ha sido encomendado a los príncipes, a ellos compete defender el bien público de la ciudad, del reino o de la provincia sometidos a su autoridad. Pues bien, del mismo modo que la defienden lícitamente con la espada material contra los perturbadores internos, castigando a los malhechores, a tenor de las palabras del Apóstol: No en vano lleva la espada, pues es un servidor de Dios para hacer justicia y castigar al que obra mal (Rom 13,4), le incumbe también defender el bien público con la espada de la guerra contra los enemigos externos. Por eso se recomienda a los príncipes: Librad al pobre y sacad al desvalido de las manos del pecador (Sal 81,41), y San Agustín, por su parte, en el libro Contra Faust. enseña: El orden natural, acomodado a la paz de los mortales, postula que la autoridad y la deliberación de aceptar la guerra pertenezca al príncipe.


    Se requiere, en segundo lugar, causa justa. Es decir, que quienes son atacados lo merezcan por alguna causa. Por eso escribe también San Agustín en el libro Quaest.: Suelen llamarse guerras justas las que vengan las injurias; por ejemplo, si ha habido lugar para castigar al pueblo o a la ciudad que descuida castigar el atropello cometido por los suyos o restituir lo que ha sido injustamente robado.


    Se requiere, finalmente, que sea recta la intención de los contendientes; es decir, una intención encaminada a promover el bien o a evitar el mal. Por eso escribe igualmente San Agustín en el libro De verbis Dom.: Entre los verdaderos adoradores de Dios, las mismas guerras son pacíficas, pues se promueven no por codicia o crueldad, sino por deseo de paz, para frenar a los malos y favorecer a los buenos. Puede, sin embargo, acontecer que, siendo legítima la autoridad de quien declara la guerra y justa también la causa, resulte, no obstante, ilícita por la mala intención. San Agustín escribe en el libro Contra Faust.: En efecto, el deseo de dañar, la crueldad de vengarse, el ánimo inaplacado e implacable, la ferocidad en la lucha, la pasión de dominar y otras cosas semejantes, son, en justicia, vituperables en las guerras.


    Según San Agustín en el libro II Contra Manich., quien empuña la espada sin autoridad superior o legítima que lo mande o lo conceda, lo hace para derramar sangre. Mas el que con la autoridad del príncipe, o del juez, si es persona privada, o por celo de justicia, como por autoridad de Dios, si es persona pública, hace uso de la espada, no la empuña él mismo, sino que se sirven de la que otro le ha confiado. Por eso no incurre en castigo. Tampoco quienes blanden la espada con pecado mueren siempre a espada. Mas siempre perecen por su espada propia, porque por el pecado que cometen empuñando la espada incurren en pena eterna si no se arrepienten.


    Este tipo de mandamientos, como dice San Agustín en el libro De Serm. Dom. in Monte, han de ser observados siempre con el ánimo preparado, es decir, el hombre debe estar siempre dispuesto a no resistir, o a no defenderse si no hay necesidad. A veces, sin embargo, hay que obrar de manera distinta por el bien común o también por el de aquellos con quienes se combate. Por eso, en Epist. ad Marcellinum, escribe San Agustín: Hay que hacer muchas cosas incluso con quienes se resisten, a efectos de doblegarles con cierta benigna aspereza. Pues quien se ve despojado de su inicua licencia, sufre un útil descalabro, ya que nada hay tan infeliz como la felicidad del pecador, con la que se nutre la impunidad penal; y la mala voluntad, como enemigo interior, se hace fuerte.


    También quienes hacen la guerra justa intentan la paz. Por eso no contrarían a la paz, sino a la mala, la cual no vino el Señor a traer a la tierra (Mt 10,34). De ahí que San Agustín escriba en Ad Bonifacium: No se busca la paz para mover la guerra, sino que se infiere la guerra para conseguir la paz. Sé, pues, pacífico combatiendo, para que con la victoria aportes la utilidad de la paz a quienes combates.


    Los ejercicios militares no están del todo prohibidos, sino los desordenados y peligrosos, que dan lugar a muertes y pillajes. Entre los antiguos tales prácticas no implicaban esos peligros, y por eso se les llamaba simulacros de armas, o contiendas incruentas, como conocemos por San Jerónimo en una de sus cartas.




    ¿Es lícito usar de estratagemas en las guerras?


    La finalidad de la estratagema es engañar al enemigo. Pues bien, hay dos modos de engañar: con palabras o con obras. Primero, diciendo falsedad o no cumpliendo lo prometido. De este modo nadie debe engañar al enemigo. En efecto, hay derechos de guerra y pactos que deben cumplirse, incluso entre enemigos, como afirma San Ambrosio en el libro De Officiis.


    Pero hay otro modo de engañar con palabras o con obras; consiste en no dar a conocer nuestro propósito o nuestra intención. Esto no tenemos obligación de hacerlo, ya que, incluso en la doctrina sagrada, hay muchas cosas que es necesario ocultar, sobre todo a los infieles, para que no se burlen, siguiendo lo que leemos en la Escritura: No echéis lo santo a los perros (Mt 7,6). Luego con mayor razón deben quedar ocultos al enemigo los planes preparados para combatirle. De ahí que, entre las instrucciones militares, ocupa el primer lugar ocultar los planes, a efectos de impedir que lleguen al enemigo, como puede leerse en Frontino. Este tipo de ocultación pertenece a la categoría de estratagemas que es lícito practicar en guerra justa, y que, hablando con propiedad, no se oponen a la justicia ni a la voluntad ordenada. Sería, en realidad, muestra de voluntad desordenada la de quien pretendiera que nada le ocultaran los demás.




    La Comedia Humana
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  2. #2
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    Re: La guerra

    18 de noviembre de 2015

    SOBRE LA GUERRA







    La Polemología, o estudio de la Guerra es una de las ramas de la Ciencia Política más despreciada en los últimos años, sobre todo, desde los años sesenta y su pacifismo simbolizado en aquella (nefasta) pareja de John Lennon y Yoko Ono, y el fracaso rutilante de EUA en Vietnam con gravísimas secuelas no solo para los soldados que ahí pelearon en lo individual, sino en lo social. La Iglesia Católica, tras el Concilio Vaticano II, por su parte, adoptó una postura igualmente irenista, con el diálogo ecuménico con otras confesiones y empezando a pedir perdón por aquellas confrontaciones de la Cristiandad con otros credos: las Cruzadas, la lucha contra el Imperio Otomano o la Conquista de América y su posterior evangelización por España.

    Víctor Davis Hanson sabe de todo este contexto y escribe un libro, más bien una compilación de ensayos que es bastante esclarecedora en el momento actual; --cuya portada y título aparece al inicio de esta entrada-- el autor es profesor de estudios clásicos en universidades de EUA y academias militares y ha conocido el desdén con el que los asuntos bélicos son tratados en los terrenos académicos, mientras que se ha instalado en la mente de las personas y sociedades la idea de que todo tiene una solución pacífica y que toda forma de violencia --aún la defensiva-- resulta reprobable; para colmo, la figura del líder nacionalista hindú Mohandas Karamchand Mahatma Gandhi, y su estrategia de resistencia pacífica y desobediencia civil, le llevó a una especie de canonización secular a pesar de que no se trataba tanto de una idea basada en sus deseos de amor y hermandad por la humanidad, sino de astucia política, lo que queda más claro cuando revisamos el carácter y el comportamiento, poco moral, y congruente, del abogado graduado en Oxford.

    Hanson nos lleva a ver la concepción de la guerra que se tenía en la Antigüedad, y en específico, en la Civilización Grecorromana: pese a tener a un dios de la guerra como violencia en sí: Ares/Marte, y a una diosa de la guerra como estrategia y arte: Atenea/Minerva, los clásicos no consideraban a la guerra como algo apetecible --a diferencia de un pueblo más primitivo como los Mexica, que veían en la guerra a la máxima expresión de la vida humana y del Estado, teniendo como dios tutelar a Huitzilopochtli, quien fue comparado precisamente con el iracundo olímpico por los cronistas hispanos, y lo vieron así hasta que la acción combinada de los Españoles de Cortés y los indómitos Tlaxcaltecas les hicieron conocer el verdadero horror de la derrota-- pese a que su Historia estuvo jalonada de contiendas, por ejemplo, la de Grecia, sin que curiosamente se les considere un pueblo belicoso, sin embargo, la consideraban como parte ineludible de la Naturaleza Humana, como una especie de fenómeno natural, igual que las sequías, las tormentas o los vientos, que periódicamente actuaba, una y otra vez.

    El filósofo Heráclito, por ejemplo, identificaba la violencia en toda la Naturaleza física: son violentos los huracanes, los terremotos o las erupciones volcánicas, la vida animal en estado salvaje es la constante guerra entre depredadores y presas, en la que existen traiciones, ardides, ataques y armas, desde los cuernos de rinocerontes o defensas de elefantes, mandíbulas temibles de tiburones o sutiles pelambres que segregan toxinas como en la simpática oruga peluche, hoy tan de moda. Para Heráclito, la guerra es nuestra madre, es "el origen de todo" como pone Hanson de subtítulo de su obra.

    Es cierto que debe primar la búsqueda de soluciones pacíficas, de negociaciones y componendas a fin de evitar la violencia y la efusión de sangre; sin embargo, siempre habrá quien no entienda razones, quien quiera una rebanada más grande del pastel o un cucharón más de sopa, pasándole encima a los demás, se burlará de las negociaciones y verá en la manifestaciones, al estilo de la "Revolución de los Claveles" portuguesa o la "Revolución de Terciopelo" checa que ofrecen flores a los soldados una vil cursilería y abrirá fuego sin importarle la moralidad o no del acto o la indefensión de quienes marchan, por el contrario, se jactará de la fuerza ejercida y se regodeará de la matanza, siempre habrá quien ambicione aún más, y así es el caso actual del enfrentamiento contra Abu Bakr II Al Baghdadí y el ISIS, con quien será imposible negociar, como en el pasado, sus antecesores en el Califato únicamente aceptaron tratados y negociaciones con las potencias occidentales tras su derrota, como lo atestiguaron las múltiples treguas con los reinos cristianos españoles durante la Reconquista o Tratados como el de Passarowitz tras el fracaso ante Viena y finalmente, el de Sévres con el que aceptaron la extinción del Imperio Islámico al terminar la Primera Guerra Mundial.

    Por ello, la archiconocidísima teoría de Francisco de Vitoria sobre la Guerra Justa, y que fue un problema fundamental estudiado por la Escolástica Española en el doble contexto de la Conquista y colonización de América por un lado y por el otro el enfrentamiento con el Islam otomano y el cisma protestante. La legítima defensa está ahí, incluso, tiene un fundamento en la moral cristiana, pues si bien en un pasaje del Evangelio Jesús habló de poner la otra mejilla, por otro, en la Ultima Cena según lo relata San Mateo, lanza un discurso que demuele la concepción pacifista y rosa que se tiene de su predicación:

    "No creáis que he venido a traer la paz a la tierra; no he venido a traer la paz, sino la espada, porque yo he venido a separar al hombre de su padre, y a la hija de su madre, y la nuera de su suegra, y serán enemigos del hombre sus mismos domésticos"


    Mientras que San Lucas recoge el siguiente pasaje:

    “Y les dijo: «Cuando os envié sin bolsa, sin alforja y sin sandalias, ¿os faltó algo?» Ellos dijeron: «Nada». Les dijo: «Pues ahora, el que tenga bolsa que la tome y lo mismo alforja, y el que no tenga que venda su manto y compre una espada; porque os digo que es necesario que se cumpla en mí esto que está escrito: “Ha sido contado entre los malhechores”. Porque lo mío toca a su fin». Ellos dijeron: «Señor, aquí hay dos espadas». El les dijo: «Basta»”.


    De aquí se desprende que Dios mismo reconoce, por un lado, que su misma presencia genera conflictos, por otro, recomienda a los discípulos que tengan con qué defenderse y con qué resistir tiempos hostiles, por lo que la legítima defensa en nada repugna a la doctrina cristiana, pero, ojo, se habla de la defensa de la fe y de la integridad personal --recuérdese también cómo Cristo actúa contra los mercaderes del Templo de Jerusalén, en forma violenta-- jamás de la agresión ni de la expansión del Cristianismo mediante la fuerza, como sí lo plantea Mahoma en el Corán.

    Con base en ello es que el Papa Urbano II y Pedro el Ermitaño lanzaron las Cruzadas y San Pío V convocó a la formación de la flota de la Santa Liga entre España, Venecia y los Estados Pontificios para conjurar el peligro de una invasión por mar a Italia, lo que llevó a la rutilante victoria de Lepanto, misma que representó el inicio del declive del poder imperial del Islam.

    Y es que actualmente se ha olvidado que la paz, antes que la ausencia de violencia física es un estado de la mente, y más, un estado del alma: es por descontado que muchos, en medio de la carnicería, la brutalidad y el estruendo del Día D en Normandía o en Stalingrado estaban en perfecta paz, mientras que existen muchos que libran batallas encarnizadas por dentro en el más apacible retiro en lo profundo de los bosques o vergeles.

    La guerra así, es una realidad permanente, inevitable, es bueno que busquemos disminuirlas y evitar al mínimo los excesos y las afectaciones a civiles, pero su supresión absoluta es una utopía o quimera, de hecho, la disminución de las guerras posteriores a la Segunda Guerra Mundial, como ya hablábamos de eso antes, no se debe realmente a una mayor conciencia pacifista, sino al temor ante la "destrucción mutua asegurada" por las armas nucleares; de no haber sido por ello, la Guerra Fría hubiera sido ardiente. La Guerra, inevitablemente vendrá acompañada de muerte y destrucción, no hay de otra, lo que queda, es atemperarlas, pero como en el caso actual, no queda de otra, no se puede resolver de distinta manera ante un enemigo implacable, un agresor inmisericorde como es el Islam militante y como lo fue al invadir España, como lo fue al perseguir a las comunidades cristianas del Norte de Africa y ahora de Medio Oriente, como lo es al atacar Nueva York, Londres, Madrid o París. Debemos asumirla como parte de nuestra corrompida naturaleza humana y no espantarnos ante ella, debemos, como en muchas otras cosas, seguir el ejemplo de los Clásicos.

    Las posturas antibélicas que surgen ahora ante las represalias rusas y francesas en contra del ISIS surgen del interés de la Izquierda Socialdemócrata o "Progresista", que ve cómo estos hechos ponen en tela de juicio al orden surgido con la Ilustración del que son herederos y del que han medrado; el posible ascenso de quienes postulan el regreso a las raíces cristianas y a los valores tradicionales les pone a temblar en sus ideas e intereses y no encuentran salida, lo mismo que todo el entramado de partidos y oligarquías que han usufructuado las Democracias desde el siglo XVIII hasta nuestros días. La realidad, en cambio, es otra, y esa realidad nos llama a defendernos, si no lo hacemos, habremos renunciado a nuestro futuro y a nuestra libertad, y como decía Aristóteles de Estágira: "los pueblos que no luchan por defender su libertad no merecen tenerla".



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    Fuente:

    EL MUNDO SEGUN YORCH: SOBRE LA GUERRA
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  3. #3
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    Re: La guerra

    De la necesidad de la guerra justa - Salvador Borrego


    Mucho se ha hablado en contra de la guerra. Pero evidentemente no todo es negativo en ella. Es en la lucha donde se remueven las más profundas vetas de la personalidad de los pueblos; es en la lucha donde aflora lo mejor de sus valores y lo peor de sus defectos; es en el momento supremo del «ser o no ser» cuando se ve lo que en realidad contiene un pueblo y lo que guarda celosamente como tesoro no de todos los días.

    Más antiguo que el deseo de paz es el deseo de guerra. Paz es cesación de lucha; paz es el reverso de un estado exacerbado de actividad y combate por la existencia. La ausencia de lucha es la «paz», es decir, paz es falta de algo. Todo lo que vive, lucha.

    La guerra es una amplificación gigantesca del espíritu de los pueblos y de los hombres, en la que afloran vivencias ocultas. En ella no solamente hay el significado de un conflicto entre dos gobiernos o entre dos pueblos: hay también significados más profundos e invisibles; quizá por eso es una necesidad esporádica de los pueblos y de la humanidad misma. No simplemente por un capricho irreflexivo, sino por una necesidad potente y misteriosa, es por lo que grandes masas de hombres en la plenitud de su existencia salen al encuentro de la muerte.

    Por muchos motivos es lamentable que el deseo de guerra sea tan antiguo como el deseo de paz, pero esto es un hecho. A veces la paz es cesación de lucha, aunque no paz verdadera. No siempre la paz es esencialmente perfecta, y de ahí que se haya dicho que todo lo que vive, lucha.

    En muchas ocasiones la guerra ha sido una amplificación gigantesca de un conflicto o de un espíritu de lucha; a veces encierra significados profundos e invisibles que arrastran a grandes masas de hombres, pese a lo terrible que es la guerra. Todos los horrores y el dolor que ésta encierra no han sido suficientes para hacer nacer el Espíritu de una Auténtica Paz, que sería la Verdadera, la lograda por Dentro del Espíritu, no convenios o tratados siempre expuestos al fraude o a la traición.

    Paradójicamente, pese a sus cenizas de destrucción, la guerra es también creadora. No fueron sólo los reposados y sabios senadores los que forjaron el Imperio Romano, sino la espada de César y el empuje de sus legiones; no fueron sólo los siete sabios de Grecia los que hicieron de Grecia el corazón de una época y de una civilización, sino el arrojo espartano de sus guerreros.






    Los pueblos crecen y se hacen grandes y maduros al golpe de sus luchas a través de la historia. Y esa lucha es dolorosa, pero inevitable y sagrada; es la que va forjando el futuro por más que pacifistas de etiqueta y sabios de salón se empeñen en hacer un mundo sin guerras. En la naturaleza todo es lucha y el hombre no puede sustraerse de la vida superior de la cual es apenas trasunto y brizna.

    En el campo de batalla se descorre toda cortina de diplomacia; dejan de ser válidas las apariencias, la palabrería insidiosa y el doblez político y sólo queda en pie la profunda y auténtica voluntad de la lucha, el peso de la convicción, el valor del sacrificio para morir por lo que se proclama.

    Ahí sólo rige la entereza de marchar hasta el final; ahí se esfuma lo que era apariencia vocinglera y se libera de ropajes engañosos lo que era auténtica realidad. Por más que los intelectuales se empeñen abstractamente en afirmar lo contrario, la fuerza de las armas en guerra es un hecho solemne e incontrastable; siniestro, pero grandioso. Que los países desarmados hablen de pacifismo vestidos de frac y que ensalcen el derecho internacional, como el máximo coordinador entre los pueblos, es tan explicable como que el gusano menosprecie la rapacidad del águila y como que el haragán adule a los que puedan arrojarle algunas migajas. Pero todo pueblo con sanos instintos no rehúye jamás el sacrificio de la lucha suprema para asegurar sus derechos que ninguna ley internacional le garantiza. Así ha ocurrido en toda la historia de la humanidad.

    Para los pueblos jóvenes y fuertes la guerra siempre ha sido siniestra, pero honrosa; sombría y trágica hasta el extremo de la miseria y de la muerte, pero gloriosa hasta el sacrificio o el brillar de la victoria. En ella el hombre se encara ante la muerte no por el camino desfalleciente de la enfermedad, ni por el apacible sendero de la vejez, sino por la puerta luminosa de un ideal que trasciende los límites personales del individuo y de una generación y vive en los individuos y en las generaciones que aún están por llegar.

    A pesar de los pacifistas sinceros o hipócritas —y de los representantes de una época debilitada y en proceso de desintegración— seguirá imperando el relámpago de la espada como signo que escriba en el firmamento de los siglos la historia profunda y arcana de las culturas.

    Ojala no hubiera sido necesario que las cosas ocurrieran así, pero así fueron, tal vez por alguna razón trascendente que en el futuro pueda llegar a ser superada. Mientras esto ocurre, se ha visto que los pueblos crecen y se hacen grandes y maduros al golpe de sus luchas a través de la historia. En la naturaleza todo es lucha, y el hombre no ha podido sustraerse a este fenómeno. Su milenario anhelo de paz ha naufragado en la injusticia y en la paz falsa, que jamás puede ser definitiva porque carece de la esencia capaz de darle perdurabilidad.

    Y así hemos visto de tiempo en tiempo que esa paz aparente se rompe en un instante y reaparece la guerra, con una nueva ilusión de alcanzar la paz verdadera.

    Es innegable que "en la guerra muchos espíritus creen encontrar la fórmula suprema de enmendar injusticias, quizá porque en la lucha de vida o muerte sólo queda en pie la profunda y auténtica voluntad del sacrificio para morir por lo que se proclama. Este rasgo confiere a la guerra un aspecto grandioso, porque en ella muchos hombres se entregan a la lucha sacrificándose por las generaciones que aún están por llegar.

    Ese rasgo ha sido el relámpago de la espada que ha escrito en el firmamento de los siglos la historia del dolor de muchos pueblos en su camino —hasta ahora infructuoso— por alcanzar la paz verdadera, basada en la justicia.


    SALVADOR BORREGO – “Derrota Mundial” Editorial Casa de Tharsis 2013 – Págs 145-147



    _________________________________

    Fuente:

    Nacionalismo Católico San Juan Bautista: De la necesidad de la guerra justa - Salvador Borrego
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    Re: La guerra

    Gran texto del no menos grande Salvador Borrego, que en paz descanse.

    Saludos en Xto.
    Mexispano y Trifón dieron el Víctor.
    «¿Cómo no vamos a ser católicos? Pues ¿no nos decimos titulares del alma nacional española, que ha dado precisamente al catolicismo lo más entrañable de ella: su salvación histórica y su imperio? La historia de la fe católica en Occidente, su esplendor y sus fatigas, se ha realizado con alma misma de España; es la historia de España.»
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    Re: La guerra

    Aristóteles enseñó que el mayor bien que posee la aristocracia, es decir, el gobierno de los mejores y no ninguna otra interpretación banal o equivocada de este concepto, no es el dinero, ni las propiedades, ni el conocimiento, sino la amistad, puesto que para los aristócratas, para los mejores que gobiernan, es con sus amigos con quienes parten para la guerra a luchar por el vínculo sagrado de unión que los congrega.





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    Re: La guerra

    Es impresionante la cantidad de “católicos” que hoy día juzgan la pena de muerte, la inquisición o las cruzadas de la edad media, católicos buenistas que prefieren morir a manos del enemigo antes de “dañar” a otro ser humano, estos temas se tachan de ser muy complejos, sin embargo, los Doctores y Padres de la Iglesia lo tenían muy claro. Por ello comparto algunos puntos sobre el V mandamiento.

    La Escritura precisa lo que el quinto mandamiento prohíbe: “No quites la vida del inocente y justo” (Ex 23, 7). El homicidio voluntario de un inocente es gravemente contrario a la dignidad del ser humano, a la regla de oro y a la santidad del Creador. La ley que lo proscribe posee una validez universal: obliga a todos y a cada uno, siempre y en todas partes. (2261)


    La legítima defensa

    La prohibición de causar la muerte no suprime el derecho de impedir que un injusto agresor cause daño. La legítima defensa puede ser incluso un deber grave para quien es responsable de la vida de otro o del bien común (cfr. Catecismo, 2265).


    La pena de muerte

    Defender el bien común de la sociedad exige que se ponga al agresor en situación de no poder dañar. Por esto, la legítima autoridad puede infligir penas proporcionales a la gravedad de los delitos. Las penas tienen como fin compensar el desorden introducido por la falta, preservar el orden público y la seguridad de las personas, y la enmienda del culpable (cfr. Catecismo, 2266).

    Santo Tomás lo explica del siguiente modo;

    ...Toda parte se ordena al todo como lo imperfecto a lo perfecto, y por ello cada parte existe naturalmente para el todo. Así, vemos que, si fuera necesario a la salud de todo el cuerpo humano, la amputación de algún miembro (por ejemplo, si está podrido y puede inficionar a los demás), sería laudable y saludable.


    El suicidio

    Cada cual es responsable de su vida delante de Dios que se la ha dado. Él sigue siendo su soberano Dueño. Nosotros estamos obligados a recibirla con gratitud y a conservarla para su honor y para la salvación de nuestras almas. Somos administradores y no propietarios de la vida que Dios nos ha confiado. No disponemos de ella.

    Preferir la propia muerte para salvar la vida de otro no es suicidio, antes bien, puede constituir un acto de extrema caridad. (2288)

    Después de este breve recordatorio del catecismo recuerda que la enseñanza de la Iglesia está fundada ante la razón y sabiduría que Dios otorga a sus pastores y no la superan tus pensamientos personales basados en sentimentalismos, ¿Qué sería de nosotros si aquellos Caballeros Europeos no hubieran combatido a muerte contra la amenaza del islam que parecía dominar el mundo entero? Seguramente estaríamos alabando a Mahoma y no a Jesucristo ¿Cuántas almas se hubiesen perdido incluidas la tuya y la de tus seres queridos por tremenda cobardía y buenismo de aquellos hombres a los que hoy en día juzgas y más aún pides perdón por sus actos?

    La modernidad es un juego del enemigo donde todo es perspectiva y en la mayoría de casos hay que poner la otra mejilla claro nosotros porque ellos nos van a acabar sin dudarlo un segundo.





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    Re: La guerra

    miércoles, 19 de agosto de 2020

    PERMANENTE ESTADO DE MILICIA



    "La vida cristiana no es para cobardes, para los que quieren pactar con sus enemigos, y ganar una paz falsa, la paz del derrotado y del esclavo. Con las armas de la fe, con las armas de la oración, con las armas de la huida de las ocasiones, en permanente estado de milicia, venceremos bajo la bandera de nuestro sumo Rey y Capitán Jesucristo. Él nos dijo: "No temáis, Yo he vencido al mundo". ¡Todos a luchar detrás de Jesucristo el gran combate de nuestra fidelidad a Él hasta el fin!".

    Padre José Mª Alba Cereceda



    Catolicidad: PERMANENTE ESTADO DE MILICIA

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    Re: La guerra

    La ira no solo es legítima es necesaria y oportuna. Esa ira que distingue Santo Tomás de la ira como pecado capital esta sujeta a la razón; persigue la aplicación del bien y el castigo del mal, es la ira racional con la pasión ordenada y en caminada a obtener un ¡bien arduo! Es la santa ira que tuvieron los Santos, los Ángeles y El mismo Cristo esa santa bendita y gloriosa ira que distingue al cristiano cabal.

    Es cierto que el Cristiano debe evitar la ira pasional por qué es pecaminosa pero la ira racional tiene cabida en el sabio y cabida en el valiente por eso dirá Santo Tomás que el valiente hace uso de la ira en el ejercicio de su propio acto, acotando San Gregorio Magno que la razón gana en acometividad si la ira contribuye poniéndose de su lado.

    Esta bien sentir esta ira al ver las imágenes de lo sucedido en nuestro País hermano Chile y es obligatorio pensar ¿Qué pasó con los católicos de esa nación? ¿Es acaso que todos ellos han caído en un buenísimo que permite que aplasten la casa de Dios sin más que hacer que cruzarse de brazos y observar?

    Estoy lleno de esta ira por no hacer frente a los enemigos públicos de Dios pero no dejemos morir la milicia que el Dios de los ejércitos a dejado en nosotros, combatamos Caballeros sobre todo Chilenos es un deber que nos será recompensado.







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    Re: La guerra

    El verdadero católico siempre supo y debe saber que no fue Cristo un diplomático ni un conciliador de pensamientos opuestos, que no solo fue esa imagen de blandura y buenismo impuesta por la iconografía protestante y moderna, hay en Cristo ardor, fulgor, pasión y porte viril sobrado de fortaleza para hablar sin eufemismos ni elipsis sabiendo los riesgos que corría y que finalmente lo llevarían al suplicio.

    Llamó las cosas y a los hombres por sus nombres reales evitando rodeos y no busco excusas ni atenuantes cuando su hora había llegado, ¿Qué hombre débil y afeminado podría hablar entre las colinas de Galilea yo soy el camino la verdad y la vida en religión tan radical como la Judía? ¿Qué hombre dócil y blando pudo desafiar al sanedrín y a la decadencia romana diciendo "Yo Soy Rey, para esto nací y para esto vine al mundo"? ¿Qué espíritu alicaído pudo proponer como consigna entre el egoísmo de los fariseos y rabinos "el que quiera salvarse que cargue su Cruz y me siga"? ¿Dudaba acaso o buscaba refugio en eufemismos cuando llamó a los fariseos sepulcros blanqueados, raza de víboras, hijos del diablo o hablando a la gente las penas del infierno? ¿Qué afán de congraciarse lo movía cuando al paralítico y quiénes esperaban la espectacularidad de una cura física primero enseño la primacía de la salud del alma pero que acto seguido y para que supieran que el hijo del hombre tiene todo el poder dijo: "ahora levántate toma tu camilla y vete a tu casa" para que no quedará duda que el tiene el poder completo y absoluto? o cuando responde a la mujer cananea “No está bien quitarles el pan a los hijos para echárselo a los perros”.

    Así actuaba el señor en batalla contra el demonio cuando quiso tentarlo, en batalla contra los rabinos que querían matarlo, en batalla contra los vendedores del templo a quien barrió a latigazos sin que nadie osara oponerse mientras brillaba en su rostro dice San Jerónimo "una luz estelar". En batalla contra los romanos que le crucificaron, en batalla contra el sirviente de Caifás cuando presento otra vez su mejilla con un acto heroico tan excelso que dice Papini: "vence al abofeteador con la majestad irradiante de lo divino", en batalla en el Getsemaní y en el Gólgota, en el viacrucis, en batalla en Betania en el alba de la despedida y de su ascensión y en batalla al fin en su regreso triunfal cuando imponiéndose sobre la bestia y sus reyes terrenos, sobre el dragón y el falso profeta, en batalla cuando aplaste al anticristo con el solo resurgir de su llegada, estás son las cosas que el católico sabía y debe seguir sabiendo.







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  10. #10
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    Re: La guerra

    Me recuerda al romance que citaba Don Quijote:

    Mis arreos son las armas,
    mi descanso el pelear;
    mi cama las duras peñas,
    mi dormir siempre velar.
    Mexispano dio el Víctor.

  12. #12
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    Re: La guerra

    Para los inversos que creen que seguir a Dios y pertenecer a la Iglesia es para vivir pacíficamente, buscar la felicidad, vivir al margen de las batallas, como burla de hippies "cristianos" viviendo de "experiencias espirituales" y sentimentalismos, les recordamos que la fe no es eso, la fe es un acto de la inteligencia y la vida cristiana bien entendida es una milicia, una batalla contra los enemigos irreconciliables: pecado, demonio, mundo y carne, contra los enemigos de la Iglesia llámense como se llamen, fuera y dentro de ella. La milicia es obligatoria y expresada por gran variedad de Santos, mártires y héroes de la fe.

    ¡Estamos en plena guerra, dice Santa Teresa, no durmaís, no hay paz en ésta tierra!


    — El caballero católico.





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    Re: La guerra

    "La espada de doble filo está constituida, por fuera, por las luchas y, por dentro, por los temores; esta espada se duplica o triplica, por dentro, cuando el maligno inquieta los corazones con engaños y seducciones. Pero vosotros conocéis bastante bien estos ataques del enemigo, pues de lo contrario no hubiera sido posible conseguir la serenidad de la paz y la tranquilidad interior.

    Por fuera, se duplica o triplica la espada cuando, sin motivo, surge una persecución eclesiástica sobre asuntos espirituales; las heridas producidas por los amigos son las más graves".

    San Raimando de Peñafort





    ______________________

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    Re: La guerra

    «Podrá acaso alguno pensar que nos exponemos imprudentemente a las iras de los tiranos. Sea en buena hora. Vale más incurrir en la indignación de los hombres que en la indignación de Dios. Vale más confesar a Jesucristo valientemente en presencia de los hombres y no ser desconocido por Él en el último día. No tememos las mazmorras ni los rifles asesinos; tememos sólo el juicio de Dios que puede arrojarnos al Infierno el día de la cuenta».

    Juan Sánchez. Mártir Cristero.






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    Re: La guerra

    Francisco de Vitoria: la Guerra Justa

    Por Alberto Vidal Guerrero

    27 febrero, 2020



    En un artículo anterior hablamos ya de Francisco de Vitoria y de cómo los pensadores españoles de s. XVI fueron el germen que posteriormente daría lugar a los derechos humanos. En este artículo hablamos de nuevo de Vitoria, pero esta vez como padre del derecho internacional y de su concepción de la guerra justa.




    Francisco de Vitoria enseñó en la Universidad de Salamanca. Ahí tuvo su origen la famosa Escuela que reunía a grandes teólogos y juristas de la época.


    La guerra era un tema preocupante en el siglo XVI, los estados modernos se estaban conformando y las rivalidades entre príncipes ya no se ceñían a territorios concretos y guerras privadas como en la Edad Media. En la Edad Moderna los conflictos implicaban a las grandes repúblicas europeas (regidas por príncipes y reyes) entendiendo República como el Estado, la “cosa pública” (res-publica).

    El dominico Francisco de Vitoria y la Escuela de Salamanca desarrollaron toda una doctrina política para definir lo que se podía considerar como “guerra justa“. Debemos señalar que en estos tiempos no se tenía en mente un pacifismo como el actual, con un marcado carácter antimilitarista. Vitoria y los suyos consideraban la guerra un mal, pero muchas veces este mal era necesario para no concurrir en un mal mayor.

    Para Vitoria, la guerra justa poseía unas características concretas, las cuales propuso respondiendo a los siguientes interrogantes:


    ¿Es lícito a los cristianos hacer la guerra?

    Como sabemos, en los diez mandamientos se expresa claramente el “no matarás”. Algunos autores señalan sin embargo, que la traducción más correcta del griego y del hebreo sería “no asesinarás” (ου φονευσεις), asesinar se usa aquí como matar sin justificación. Vitoria cita a San Agustín cuando afirmaba que para los cristianos “es lícito hacer el servicio militar y la guerra” y que es lícito emplear la fuerza en caso de legítima defensa o para responder a una injuria (ataque contra la dignidad o una violación del derecho) recibida, siendo necesario castigar a los malvados (no por ser malvados, sino en cuanto que con su maldad dañan a otros).


    ¿Quién tiene autoridad para hacer y declarar la guerra?

    Por un lado, en un plano individual, señala que “cada uno está obligado a defenderse en cuanto pueda con el menor daño posible para el agresor”. En un nivel superior, los estados tiene la potestad de “castigar las injurias cometidas contra ellos y contra sus súbditos y para exigir reparaciones por ellas”. Esta potestad es concedida a la República, quien la traspasa, junto a su soberanía, al Príncipe (se aprecia la clara influencia de Aristóteles en este aspecto). Es importante este punto, puesto que Vitoria ya no tratará a la guerra solamente como un hecho moral, como hemos visto en la cuestión anterior, sino que la relaciona con la ordenación jurídica de los pueblos. Este es el germen del derecho internacional.


    ¿Cuáles son las causas de una guerra justa?

    Citamos a Vitoria: “la única causa justa para declarar la guerra es haber recibido injuria”, pero esta debe de tener suficiente peso como para justificar el mal último que supone la guerra (queda relegada, por tanto, la diferente confesión religiosa, el ansia por expandirse o el engrandecimiento de los gobernantes).




    Batalla de Pavía por Ferrer Dalmau


    ¿Qué y cuánto es lícito en una guerra?

    Vitoria considera al príncipe que lleva a cabo la guerra justa como un juez con potestad para juzgar a los malvados y resarcirse en sus personas y bienes según el derecho de gentes y el derecho natural. Este es el poder que actualmente poseen los estados y organismos internacionales competentes.

    Sin embargo, el príncipe (el rey o el gobernante de turno), el único que tenía la potestad de declarar la guerra como representante de la República, no debía llevarla a cabo por decisión propia, sino que debía escuchar a consejeros y hombres sabios para sopesar si la intervención era justa o no. Solamente se podía intervenir en caso de tener esto claro.

    Por ello, ante el problema de que ambos litigantes tuvieran parecidas razones para declarase la guerra de forma justa, Vitoria descarta la guerra en caso de dudas razonables y apela al diálogo y la negociación. El dominico también defiende la ilicitud de asesinar inocentes y se debe ponderar el daño infringido a estos en caso de asalto a fortalezas o ciudades. Tampoco es lícito matar a los enemigos mientras no hayan pasado de la potencia (la capacidad que poseen para hacer daño) al acto (la misma acción de hacer daño), pues nadie puede castigar por pecados futuros. La vida es un don divino que solo puede ser arrebatada por Dios, y solamente en caso de no haber otra opción pueden los hombres arrogarse esta potestad.




    Bibliografía

    Negredo del Cerro, F., “La legitimación de la guerra en el discurso eclesiástico de la Monarquía Católica: apuntes para su interpretación” en García Hernán y Maffi, Guerra y Sociedad en la Monarquía Hispánica…, Laberinto, Madrid, 2006

    Vitoria, Francisco, De Indis, 1532

    Vitoria, Francisco, De iure belli Hispanorum in barbaros, 1532




    _______________________________________

    Fuente:

    Francisco de Vitoria: la Guerra Justa (academiaplay.es)
    ReynoDeGranada dio el Víctor.

  18. #18
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    Re: La guerra

    "Debo decir algo sobre los malos soldados del Rey Cristo, es decir, los cristianos cobardes. Nada aborrece tanto a un Rey como la cobardía de sus soldados; si sus soldados son cobardes, el Rey está listo. No hacen honor al Rey Cristo los cristianos que tienen una especie de complejo de inferioridad de ser cristianos. [...] Para que Cristo sea realmente Rey, por lo menos en nosotros, hemos de vencer el miedo, la cobardía, la pusilanimidad; no ser ‘hombres para poco’, como decía Santa Teresa, y ¡pobre de aquel a quien ella se lo aplicaba! ¿Y cómo podemos vencer al miedo? ¡El miedo es un gigante! ‘¿Os olvidasteis que Yo estaba con vosotros?’."

    Padre Leonardo Castellani






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  19. #19
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    Re: La guerra

    "¿De qué parte estás? Dime: ¿entre los enemigos de Cristo? ¿Entre aquellos que le odian, que le maldicen? No lo creo. ¿Quizá estés entre los soldados que se sentaron al pie de la cruz y, mientras a su lado se desarrollaba la tragedia más impresionante de la historia del mundo, ellos como si nada ocurriera, se pasaban el rato jugando a los dados? Hermano, piénsalo bien, ¿no estás tú entre estos soldados?"

    Mons. Tihamer Toth.






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  20. #20
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    Re: La guerra

    Libros antiguos y de colección en IberLibro
    jueves, 19 de junio de 2014

    Lo que preocupa a los demonios sobre la guerra – C.S. Lewis


    Nota de NCSJB: En el fantástico librito de C.S. Lewis la trama se refiere a los demonios tentadores. En este caso el demonio Escrutopo enseña en sus cartas a su sobrino demonio Orugario, a tentar a la persona que tiene a cargo a fin de conducirlo al Infierno.
    La situación en este capítulo que transcribimos, plantea la cuestión sobre si las guerras, pueden ser un motivo de “alegría” o preocupación para los servidores de Satanás.




    Mi querido Orugario:

    Es un poquito decepcionante esperar un informe detallado de tu trabajo y recibir, en cambio, una tan vaga rapsodia como tu última carta. Dices que estás "delirante de alegría" porque los humanos europeos han empezado otra de sus guerras. Veo muy bien lo que te ha sucedido. No estás delirante, estás sólo borracho. Leyendo entre las líneas de tu desequilibrado relato de la noche de insomnio de tu paciente, puedo reconstruir tu estado de ánimo con bastante exactitud. Por primera vez en tu carrera has probado ese vino que es la recompensa de todos nuestros esfuerzos —la angustia y el desconcierto de un alma humana—, y se te ha subido a la cabeza. Apenas puedo reprochártelo. No espero encontrar cabezas viejas sobre hombros jóvenes. ¿Respondió el paciente a alguna de tus terroríficas visiones del futuro? ¿Le hiciste echar unas cuantas miradas autocompasivas al feliz pasado? ¿Tuvo algunos buenos escalofríos en la boca del estómago? Tocaste bien el violín, ¿no? Bien, bien, todo eso es muy natural. Pero recuerda, Orugario, que el deber debe anteponerse al placer. Si cualquier indulgencia presente para contigo mismo conduce a la pérdida final de la presa, te quedarás eternamente sediento de esa bebida de la que tanto estás disfrutando ahora tu primer sorbo. Si, por el contrario, mediante una aplicación constante y serena, aquí y ahora, logras finalmente hacerte con su alma, entonces será tuyo para siempre: un cáliz viviente y llenó hasta el borde de desesperación, horror y asombro, al que puedes llevar los labios tan a menudo como te plazca. Así que no permitas que ninguna excitación temporal te distraiga del verdadero asunto de minar la fe e impedir la formación de virtudes. Dame, sin falta, en tu próxima carta, una relación completa de las reacciones de tu paciente ante la guerra, para que podamos estudiar si es más probable que hagas un mayor bien haciendo de él un patriota extremado o un ardiente pacifista. Hay todo tipo de posibilidades. Mientras tanto, debo advertirte que no esperes demasiado de una guerra.

    Por supuesto, una guerra es entretenida. El temor y los sufrimientos inmediatos de los humanos son un legítimo y agradable refresco para nuestras miríadas de afanosos trabajadores. Pero ¿qué beneficio permanente nos reporta, si no hacemos uso de ello para traerle almas a Nuestro Padre de las Profundidades? Cuando veo el sufrimiento temporal de humanos que al final se nos escapan, me siento como si se me hubiese permitido probar el primer plato de un espléndido banquete y luego se me hubiese denegado el resto. Es peor que no haberlo probado. El Enemigo, fiel a Sus bárbaros métodos de combate, nos permite contemplar la breve desdicha de Sus favoritos sólo para tantalizarnos y atormentarnos..., para mofarse del hambre insaciable que, durante la fase actual del gran conflicto, su bloqueo nos está imponiendo. Pensemos, pues, más bien, cómo usar que cómo disfrutar esta guerra europea. Porque tiene ciertas tendencias inherentes que, por sí mismas, no nos son nada favorables. Podemos esperar una buena cantidad de crueldad y falta de castidad. Pero, si no tenemos cuidado, veremos a millares volviéndose, en su tribulación, hacia el Enemigo, mientras decenas de miles que no llegan a tanto ven su atención, sin embargo, desviada de sí mismos hacia valores y causas que creen más elevadas que su "ego". Sé que el Enemigo desaprueba muchas de esas causas. Pero ahí es donde es tan injusto. A veces premia a humanos que han dado su vida por causas que Él encuentra malas, con la excusa monstruosamente sofista de que los humanos creían que eran buenas y estaban haciendo lo que creían mejor. Piensa también qué muertes tan indeseables se producen en tiempos de guerra. Matan a hombres en lugares en los que sabían que podían matarles y a los que van, si son del bando del Enemigo, preparados. ¡Cuánto mejor para nosotros si todos los humanos muriesen en costosos sanatorios, entre doctores que mienten, enfermeras que mienten, amigos que mienten, tal y como les hemos enseñado, prometiendo vida a los agonizantes, estimulando la creencia de que la enfermedad excusa toda indulgencia e incluso, si los trabajadores saben hacer su tarea, omitiendo toda alusión a un sacerdote, no sea que revelase al enfermo su verdadero estado! Y cuán desastroso es para nosotros el continuo acordarse de la muerte a que obliga la guerra. Una de nuestras mejores armas, la mundanidad satisfecha, queda inutilizada. En tiempo de guerra, ni siquiera un humano puede creer que va a vivir para siempre.

    Sé que Escarárbol y otros han visto en las guerras una gran ocasión para atacar la fe, pero creo que ese punto de vista es exagerado. A los partidarios humanos del Enemigo, Él mismo les ha dicho claramente que el sufrimiento es una parte esencial de lo que Él llama Redención; así que una fe que es destruida por una guerra o una peste no puede haber sido realmente merecedora del esfuerzo de destruirla. Estoy hablando ahora del sufrimiento difuso a lo largo de un período prolongado como el que la guerra producirá. Por supuesto, en el preciso momento dé terror, aflicción a dolor físico, puedes coger a tu hombre cuando su razón está temporalmente suspendida. Pero incluso entonces, si pide ayuda al cuartel general del Enemigo, he descubierto que el puesto está casi siempre defendido.

    Tu cariñoso tío,

    ESCRUTOPO

    C.S. Lewis – “Cartas del diablo a su sobrino” Ed. Andres Bello –Págs.17-18




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    Fuente:

    https://www.ncsanjuanbautista.com.ar...-sobre-la.html

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