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Tema: De caudillos y cabecillas

  1. #1
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    De caudillos y cabecillas

    De caudillos y cabecillas


    20 julio, 2014



    Muchos se preguntan por qué no se alía el Carlismo con otros grupos, como en el 36. Suelen plantearlo quienes, de una u otra manera, proceden de las filas del franquismo, del falangismo, del fascismo o del nacional-sindicalismo. Llámelo usted como quiera. En el fondo de la pregunta late uno de esos principios prácticos inconscientes que operan desde las fibras del sentimiento y son como quistes profundos, tanto más difíciles de extirpar cuanto más inconfesado y más irracional es su acatamiento. Nos referimos al caudillismo, que domina la mente de fascistas y similares con más fuerza que cualquiera de sus máximas teóricas. Para cualquier falangista que se precie, la solución a todos los problemas se halla en esa encarnación de la Patria que es el líder, el jefe o el caudillo —llámelo usted como quiera— cuya persona sintetiza toda virtud y merece concentrar todo poder. El buen caudillo galvaniza con su magnetismo la voluntad de los individuos, absorbe sus particularismos, les infunde la fuerza que de él mana y convierte a los insípidos y desnortados ciudadanos en camaradas del partido único. Del caudillo, bípeda esencia de las más hondas aspiraciones de la Patria, brotan los principios de su movimiento y en su nombre obra cada uno de los engranajes del Estado. Su imagen, que por un extraño capricho de la naturaleza deja frecuentemente bastante que desear, aparece en todas las oficinas de la administración. Enfocada desde abajo (como es obligado), hierático el semblante y fija la mirada en la infinitud de su universal destino. Lo malo es que luego —otra incongruencia natural— va y se muere. Los mejores. Otros acaban peor.

    Y entonces ¿qué? Los camaradas de a pie se conforman con recordar y esperar. Pero los que están en el ajo, o creen estarlo, emprenden la rebatiña por el liderazgo, siguiendo los pasos que les enseñó el ausente siempre presente. Primero acomodan su confusa ideología al nuevo panorama político, sea democrático o monárquico. No han faltado aspirantes al caudillaje que se han declarado partidarios de la monarquía. Eso sí, no hereditaria. Porque, si el añorado predecesor fue jefe, caudillo, generalísimo y soñaba con el imperio, ¿qué les impide a ellos acceder a la realeza? Segundo, hacen el agosto de los fotógrafos que disponen de un pedestal en su estudio y se retratan brazos cruzados o en alto, según lo abultado de su figura, remangados o trajeados según su edad o lo musculoso de sus brazos. Tercero, con la excusa de salvar a la Patria en peligro, fomentan coaliciones con cualquier partido que se deje. Lo hacen preferentemente con gentes ajenas al partido, porque éstos saben de qué va la cosa. Cuarto —lo más importante— se hacen protagonistas de la coalición, dando cuantos empujones haga falta a sus coaligados. Y, si la cosa funcionara —que no suele funcionar— tendríamos un nuevo líder.

    Los carlistas, a pesar de contar con cien años más de historia que los fascismos, se han visto alguna vez obligados a cooperar con ellos y a sufrir los consiguientes empujones. Siempre han tenido un talante sacrificado. Pero las experiencias del 1936 y luego de la transición de los sesenta y setenta les han curado de espanto. Y, si todavía les hubiera quedado un resquicio de esperanza en tales alianzas, las recientes coaliciones de algunos grupos, más o menos tradicionalistas, en España y en Francia se las habrían quitado.

    El Carlismo es un movimiento rebelde que defiende el orden político tradicional y quiere acabar con la usurpación. Y, en cuanto eso se produzca, desde el rey al último carlista ejercerán las funciones que les competan, colaborando al bien común sin caudillajes ni mediación de partido alguno. Los fascistas, como buenos revolucionarios, exigen ser ellos, y su caudillo, los que protagonicen los destinos de la Patria. Tienen algún lado bueno, porque defienden la Patria (en tanto se les alcanza) y antaño, a veces, hasta concedían a Dios cierto protagonismo. El carlismo, siempre justo, no ha tenido inconveniente en alabar educadamente las virtudes o los ocasionales aciertos de algún que otro caudillo. Siempre de modo insuficiente e insatisfactorio, claro está, para el gusto de sus secuaces. Pero si alguno de éstos cree que alaba el caudillaje de sus caudillos, entonces es que no ha entendido nada. Normal.


    Fuente: COMUNIÓN TRADICIONALISTA

  2. #2
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    Re: De caudillos y cabecillas

    En el fondo de la pregunta late uno de esos principios prácticos inconscientes que operan desde las fibras del sentimiento y son como quistes profundos, tanto más difíciles de extirpar cuanto más inconfesado y más irracional es su acatamiento. Nos referimos al caudillismo, que domina la mente de fascistas y similares con más fuerza que cualquiera de sus máximas teóricas.
    Hombre, hablando de "irracionalidades" yo no tengo otra más a mano que llamar nada menos que rey legitimo a un socialista y revolucionario confeso como el tal Javier de Borbón Parma, alias "Rey Don Javier". Quiste dificilísimo de extirpar por lo que se ve. Otro quiste es el antifranquismo visceral: inconcebible que un muerto pueda hacer tanto daño, pero de eso y más es capaz Franco. Lo que se le escupa rebota y es que los caudillos (como el Cid) aun ganan más batallas después de muertos. Habrá que rezar al Caudillo para que deje de dañar al pobre Martin Ant y salga de él de una vez.

    Los carlistas, a pesar de contar con cien años más de historia que los fascismos, se han visto alguna vez obligados a cooperar con ellos y a sufrir los consiguientes empujones. Siempre han tenido un talante sacrificado.
    Sí ,y también con los republicanos ateos a finales del siglo XIX y con la Junta Democrática de Carrillo en Paris, en 1974. Muy sacrificados... sobre todo algunos de ellos.

    Por lo demás oye, a mí el quiste ese del caudillismo no me importaría tenerlo, solo para llevar la contra al señor Martin Ant : cada vez me encanta más gente absolutamente "irracional" pero valiente y que se la juega al todo o nada como Don Pelayo, el Cid, el Gran Capitán, Hernán Cortés, Viriato, Primo de Rivera, el Tigre del Maestrazgo (carlista insigne), Tejero, Guzmán el Bueno etc.
    Última edición por ALACRAN; 24/07/2014 a las 21:51
    raolbo dio el Víctor.
    "... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
    Detrás de los sofistas vienen siempre los bárbaros, enviados por Dios para cortar con su espada el hilo del argumento." (Donoso Cortés)

  3. #3
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    Re: De caudillos y cabecillas

    Cita Iniciado por ALACRAN Ver mensaje
    ...cada vez me encanta más gente absolutamente "irracional" pero valiente y que se la juega al todo o nada como Don Pelayo, el Cid, el Gran Capitán, Hernán Cortés, Viriato, Primo de Rivera, el Tigre del Maestrazgo (carlista insigne), Tejero, Guzmán el Bueno etc.
    Y ese hombre valiente hasta el extremo de parecer a los ojos de algunos como un ser 'irracional' en su entrega, tal y como en su día hicieran otros grandes ilustres caudillos, es el que ahora mismo necesitamos. Y que me dejen de mandangas todos esos demócratas y liberales de todo signo y pelaje (incluidos en esa lista también algunos aspirantes a la corona, que luego resultaron ser hasta amigos de Carrillo).

    ¡Qué bien hizo Franco, devolviéndoles a su casa sin reparos!. Para que luego se diga de los caudillos...
    Última edición por jasarhez; 24/07/2014 a las 22:54
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  4. #4
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    Re: De caudillos y cabecillas

    Hombre, hablando de "irracionalidades" yo no tengo otra más a mano que llamar nada menos que rey legitimo a un socialista y revolucionario confeso como el tal Javier de Borbón Parma, alias "Rey Don Javier". Quiste dificilísimo de extirpar por lo que se ve.
    Irracionalidad es autodenominarse católico tradicionalista y no dudar en utilizar las mentiras de los pseudohistoriadores marxistas en lugar de fijarse en la verdadera versión de los hechos dada racionalmente por todos los católicos tradicionalistas que han conocido y tratado sobre la figura de Don Javier (Rafael Gambra, Blas Piñar, Manuel de Santa Cruz -sí, sí, ese mismo M. de Sta. Cruz que aparece citado a pie de página en todos sus mensajes-, Don Sixto Enrique de Borbón, etc..., etc...).

    Una cosa es realizar críticas al Rey legítimo por fallos en cuestiones de política prudencial (cosa perfectamente normal pues lo que se defiende, en última instancia, es la institución monárquica) y otra es tratar de falsificar los hechos imputando a alguien cosas que en realidad sólo son achacables a otra persona, en este caso su hijo Carlos Hugo (incluso en las mejores familias aparece en alguna ocasión una oveja negra).

    Blas Piñar, en sus críticas a los horrores contrarios al bien común que estaba viendo durante la última etapa tecnocrática-demoliberalizadora del franquismo (1957-1975), achacaba las culpas a los Gobiernos y ministros de Franco y exculpaba a éste último. Esta interpretación es más difícil de defender, pues Franco tenía el control de todo en todo momento. Quizá en sus últimos dos años, cuando la enfermedad ya hacía mella en él, se le podría exculpar; pero no de todo lo anterior de los años anteriores (y cuando digo de los años anteriores, me refiero a... desde que se hizo con el poder político el 1 de octubre de 1936).

    Otro quiste es el antifranquismo visceral: inconcebible que un muerto pueda hacer tanto daño, pero de eso y más es capaz Franco. Lo que se le escupa rebota y es que los caudillos (como el Cid) aun ganan más batallas después de muertos. Habrá que rezar al Caudillo para que deje de dañar al pobre Martin Ant y salga de él de una vez.
    ¡Pero es que yo no soy antifranquista! Estoy de acuerdo con usted en la irracionalidad del antifranquismo, es decir, en la irracionalidad de toda la oposición de corte revolucionario al franquismo y a Franco. Yo simplemente no soy franquista (igual que también no soy ni isabelino ni alfonsino, y estos ejemplos que pongo no son baladíes pues, en su momento, había publicistas católicos tradicionalistas que sí lo eran), simplemente porque defiendo el tradicionalismo (tanto religioso como político). Por eso soy crítico (al igual que con el isabelismo y el alfonsismo) con el franquismo (como lo fue, por ejemplo, Blas Piñar. Lo único que me separa de él es que él exculpaba a Franco, mientras que yo no lo hago. Igual que lo que me separa de los católicos tradicionalistas isabelinos y alfonsinos es que ellos achacaban la culpa a los Gobiernos y exculpaban a Isabel "II" y a Alfonso "XIII").

    Ojalá Franco hubiera sido como el Cid, porque el Cid jamás quiso ocupar el lugar de su Rey legítimo al que siempre fue fiel (a pesar de ser indigno dicho Rey en su comportamiento con el Cid).

    Y ese hombre valiente hasta el extremo de parecer a los ojos de algunos como un ser 'irracional' en su entrega, tal y como en su día hicieran otros grandes ilustres caudillos, es el que ahora mismo necesitamos.
    Dios no quiera que aparezca otro "Franco" que dé al traste con el 18 de Julio. Precisamente lo que necesitamos es alguien que defienda y aplique esos mismos principios salvadores (principios que llevamos ya casi 80 años esperando su aplicación). Que yo sepa, hoy en día, la Comunión Tradicionalista (lo cual no deja de ser lógico, pues ella fue el único grupo politica que participó como tal en el Alzamiento) es la única organización política que los defiende (si pudiera usted decirme de alguna otra se lo agradecería).

    Y que me dejen de mandangas todos esos demócratas y liberales de todo signo y pelaje (incluidos en esa lista también algunos aspirantes a la corona, que luego resultaron ser hasta amigos de Carrillo).
    Totalmente de acuerdo. Precisamente la Comunión Tradicionalista lleva 181 años diciendo lo mismo: que nos dejen ya de monsergas democráticas y liberales y que se apliquen de una vez los principios tradicionalistas conformadores del auténtico bien común (que nos dejen ya de liberalismos, democratismos, republicanismos, bonapartismos franquistas, socialismos, etc...). Y por eso mismo cuando algún miembro de la Familia Real legitimista española (Familia que ha estado defendiendo esos mismos principios contra todos los pelajes revolucionarios que se han dado en suelo español en estos 181 años de manera ininterrumpida) ha defeccionado o traicionado esos principios (como los casos excepcionales de Juan III o de Carlos Hugo) entonces han sido expulsados de la Familia y la Comunión ha seguido su curso.

    ¡Qué bien hizo Franco, devolviéndoles a su casa sin reparos!. Para que luego se diga de los caudillos...
    Era lógico que Franco expulsara a los miembros de la Familia legitimista del 18 de Julio, pues él, como buen revolucionario, estaba conforme con los miembros de la Familia liberal revolucionaria o contrarios al 18 de Julio.

  5. #5
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    Re: De caudillos y cabecillas

    Aprovechando el hilo: he aquí un texto de aire puro, transgresor de la asfixia del políticocorrectismo. Esto es lo que se respiraba en aquella mítica España de principios de los años 40:


    Contribución a la teoría del Caudillaje

    Acaudillar es guiar a la gente de guerra, y como quiera que los acaudillados no constituyen un grupo, ni un ejercito organizado, sino que son “España en armas”, el vocablo “caudillaje” se vincula a una totalidad “España” y traduce un vínculo sustancial entre el caudillo y los españoles en armas, es decir, movimiento armado hacia una meta.
    La meta y la relación entre caudillo y acaudillados hacen del caudillaje un modo legitimo de mandar. La primera nota que lo define es la legitimidad. Acaudillar es ante todo mandar legítimamente.
    Tiene el término legitimidad para nosotros, doble dimensión inmanente y trascendente.

    El aspecto carismático del caudillaje es visible desde el principio. Es la unión de las voluntades en la empresa de la guerra la que da al mando español vocación y temple heroico. La idea de que el esfuerzo guerrero sirve a fines sobrehistóricos es convicción común que da al mando su dimensión carismática, erigiéndole en trasunto y reverberación de una voluntad trascendente.
    El principio de legitimidad carismática queda solemnemente registrado en dos documentos de gran alcance constitucional: en el Mensaje del Secretario General del Movimiento al Caudillo, leído en el II Consejo Nacional celebrado en Burgos, y en la respuesta del Caudillo a dicho Mensaje. Tienen ambos sentido unívoco.

    En el Mensaje del Secretario General, documento altamente interesante desde el punto de vista teórico, están apretadamente recogidos en frases de corte bíblico, todos los elementos conceptuales que definen el caudillaje. Léense en él las palabras de Jehová a su profeta Jeremías: “Mira que te he puesto en este día sobre gentes y sobre reinos, para arrancar y para destruir, y para arruinar y para derribar, y para edificar y para plantar”.
    Tiene la invocación propósito constituyente. Proclámase el hecho de que la religiosidad personal de un hombre, al asumir la responsabilidad de su propio pueblo, se trasciende a sí misma a un plano sobreindividual. Lo religioso impregna así decisivamente los actos genuinos del caudillaje. En ese elemento, no en otro de orden natural o biológico, está la raíz última de la identidad entre el caudillo y los acaudillados.
    La misión religiosa del mando político presupone, como término correlativo, la conciencia de pertenecer a un pueblo elegido. Esa conciencia está presente en la interpretación de la guerra como Cruzada y de España como pueblo llamado a salvar al hombre moderno del abismo en que se halla caído.
    La voz de Dios es prístina melodía que señala el camino en las horas difíciles y atadura sujeta a una última decisión religiosa la decisión en las cosas quae tempore mensurantur. Transparecen en la guerra los designios de Dios. Por ella recobra España su destino: “No ha sido en vano el dolor de España, pues por él sanarán sus males y recobrará el singular destino histórico que Dios ha señalado a nuestro pueblo”.

    Lo que en un principio era cualidad personal, gracia propiamente dicha, se torna cualidad objetiva, ora transmisible, ora personalmente adquirible por medio de la educación, ora vinculada, no ya a la persona como tal, sino al titular de un cargo, de un oficio, de una entidad institucional. El giro hacia la tradición está marcado por un acto de singular relieve jurídico constitucional: la consagración del Caudillo en la iglesia de Santa Bárbara pocos días después de la liberación de Madrid.
    Es el punto en que el carisma se objetiva, se “tradicionaliza”, pasa de un titular humano concreto a una institución. El hálito transcendente, este es el significado profundo del acto, se transfiere de la persona al oficio. Surge así el caudillaje como institución. Por virtud de ese proceso de objetivación, el carisma se adhiere a una entidad duradera, queda unido a la posesión de un oficio, al ejercicio concreto de un cargo. Hase tornado el mando cotidiano.
    De las dos vertientes que puede el carisma tomar al hacerse ejercicio cotidiano, la razón y la tradición, la primera lleva al cesarismo plebiscitario; la segunda, al caudillaje propiamente dicho. El primero exige el recurso constante al plebiscito como principio de legitimación del mando. El segundo entraña el engarce del mando carismático en la tradición: se convierte este en instancia suprema que actualiza de modo históricamente concreto la tradición viva de su pueblo, en intérprete genuino de esa tradición.

    En la gravitación de los tres elementos hacia el lado carismático, en el predominio de este elemento sobre los otros, estriba la dialéctica del caudillaje. La proclamación del carisma cumple así una función constituyente.

    Sirve para legitimar el mando por razón de su origen y por razón de su ejercicio. El mando carismático es mando revolucionario; pero la ruptura violenta de un orden jurídico no arguye ilegitimidad. El poder nuevo se legitima carismáticamente, y, a medida que el carisma se objetiva, la legitimidad deriva resueltamente hacia el polo tradicional y racional. Bellamente lo proclama el mismo texto del Mensaje: “una sola Autoridad, legítima en su origen y en la vocación de su voluntad… rige, con la ayuda de Dios, los destinos de España hacia la realización de su empresa histórica, acaudillando la Revolución Nacional”.

    La relación personal entre el caudillo y los acaudillados no es principio de servidumbre, sino de libertad. Asume el caudillo la cura de sus seguidores, no para arrebatarles el cuidado de su existencia propia, sino para esclarecer en ellos la cura de sí mismos, iluminando ante sus ojos el ámbito de posibilidades que su misma existencia le ofrece. La garantía de la libertad no está en la sumisión del que manda y del que obedece a una norma abstracta; está en el iluminado seguimiento a quien asumió misión de capitanía para hacer libres a los que le siguen. Caudillaje es mando de hombre libres que, por el vínculo de lealtad a una instancia personal suprema, se tornan lúcidos en el ejercicio de su libertad.

    En el terreno de los principios, la auctoritas del Fuhrer y la del Duce asientan sobre el suelo metafísico del espíritu del pueblo. ¿En qué fundamentos ideales descansa la auctoritas del Caudillo? La idea política opera con dos conceptos fácilmente equiparables a los de pueblo político y pueblo plural, a saber: nación y pueblo. Es el término pueblo en nuestra doctrina, entidad o unidad natural, fenómeno primario de agrupación determinado por la simple convivencia.
    Sobre el pueblo “substratum natural”, se alza la nación, entidad históricamente calificada por una empresa universal a realizar y la incorporación de voluntades libres a esa empresa por el camino del entendimiento de amor.

    Pero la identidad sólo es aparente porque el concepto de nación no se apoya en la categoría metafísica del “espíritu del pueblo”. La aparente identidad podría llevarnos –de hecho ha llevado ya algunas veces- a transfundir en nuestra propia idea política elementos extraños absolutamente inconcebibles con ella.
    El subsuelo metafísico en que el concepto de nación descansa y en el que hemos de ir a buscar el principio de legitimidad propio del caudillaje no es el “espíritu del pueblo”, sino la que es idea rectora de todo nuestro sistema actual de Derecho político: la idea de destino. La auctoritas del Caudillo descansa en la identidad de destino del que acaudilla y los acaudillados; es decir, en la identidad de destino del Caudillo y de España ecomo nación históricamente calificada por una empresa universal singular.

    He ahí nuevamente confirmado el alto valor constituyente de la ceremonia de consagración a que antes aludíamos, donde, como reza el mensaje: “la voz más autorizada de la Iglesia española proclama solemnemente la identidad de destino del Caudillo y su pueblo”. No es el Caudillo punto de irrupción del “espíritu del pueblo”, sino destino personal concreto que se ha identificado con el destino histórico objetivo de España.

    (Francisco Javier Conde, 1942)
    Última edición por ALACRAN; 25/07/2014 a las 13:08
    raolbo dio el Víctor.
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    Detrás de los sofistas vienen siempre los bárbaros, enviados por Dios para cortar con su espada el hilo del argumento." (Donoso Cortés)

  6. #6
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    Re: De caudillos y cabecillas

    Libros antiguos y de colección en IberLibro
    Crítica del portal franquista TRADICIÓN DIGITAL

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    24 julio, 2014 | Historicus

    Carlistas y Caudillos


    Nos preguntamos si una de las fuentes del panfleto publicado bajo el título “De caudillos y cabecillas” es la conferencia pronunciada en el Ateneo de Sevilla el 17 de enero de 1939 por Francisco Elías de Tejada y Spínola y publicada en el mismo año con el título “La figura del caudillo contribución al derecho público nacionalsindicalista”.

    O a lo mejor otros escritos iniciales de este insigne autor carlista, entonces entusiasta de la Unificación y que, según ha revelado el historiador José Manuel Cuenca Toribio “permanecen inéditos por decisión respetable del propio autor y de sus herederos ideológicos, pero historiográficamente asaz discutible y, desde luego, pesarosa

    Tal vez el anónimo autor, que tanto sabe de Caudillos y cabecillas, nos explica esta tendencia a re-escribir la biografía de los propios intelectuales carlistas.

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    NOTA MÍA: La afirmación que hace Cuenca Toribio de que esos escritos sobre la teoría del caudillaje de Elías de Tejada "permanecen inéditos por decisión respetable del propio autor y de sus herederos ideológicos, pero historiográficamente asaz discutible y, desde luego, pesarosa", es una afirmación TOTALMENTE FALSA.

    Doy fe de ello. Las obras completas de Elías de Tejada están recogidas en formato digital en un CD que tiene a la venta y a disposición de cualquiera la casa DIGÍBIS. La recolección de estas obras completas fue dirigida por Don Miguel Ayuso. Pues bien, dentro de esas obras completas aparecen, dentro del índice temático correspondiente a II. Filosofía Política y Social la mencionada conferencia en el Ateneo (aparte de otras obras de temática similar o parecida). Así que esa afirmación de José Manuel Cuenca Toribio es completamente gratuita.
    Última edición por Martin Ant; 25/07/2014 a las 18:06

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