La transcripción de la radioemisión puede verse aquí en su versión original.

A continuación dejo la traducción de la transcripción.




Las causas de la guerra


LAS CAUSAS DE LA GUERRA: ¿ES CULPABLE NUESTRO SISTEMA FINANCIERO?

C.H. Douglas

Texto de una emisión en la BBC transmitida en Noviembre de 1934, publicada en The Listener el 5 de Diciembre de 1934 y reimpresa en la edición de 1937 de The Monopoly of Credit (originalmente publicado en 1931).


Quizá la primera necesidad, si queremos llegar a la verdad sobre este asunto, sea ser claro acerca de lo que entendemos por “guerra”. La definición técnica de guerra es “cualquier acción tomada para imponer la voluntad de uno sobre el enemigo, o para impedirle que él imponga su voluntad sobre uno mismo”. Podrá reconocerse de inmediato que esta definición de guerra hace del motivo, y no del método, el asunto más importante a tener en cuenta. Hoy en día se dedica mucha energía en esforzarse por modificar los métodos de guerra en lugar de por eliminar el motivo para la guerra. Si reconocemos esto, podremos situarnos en una mejor posición para darnos cuenta de que nunca estamos en paz; de que sólo cambia la forma de la guerra.

Las guerras militares son libradas por las naciones: una declaración que constituye la base de la, de alguna forma, ingenua y, pienso yo, ciertamente errónea idea de que se podría abolir la guerra si se abolieran las naciones. Esto es como decir que uno podría abolir las tasas municipales si se abolieran los Consejos de Distrito Urbano. Uno no se libra de un problema alargando sus fronteras y, si no estoy equivocado, las semillas de guerra yacen en toda aldea.

Podremos vislumbrar algo de las principales causas de la guerra si traemos a consideración los problemas de los estadistas, de los cuales se espera que guíen los destinos de las naciones. Supongo que muchos de los estadistas de hoy en día estarían de acuerdo en que su principal problema consiste en crear empleo, e inducir prosperidad comercial para sus propios nacionales, y habrá pocos de ellos que no se adhieran a la idea de que la forma más rápida para conseguir esto es capturar mercados extranjeros. Una vez que esto (es decir, la teoría ordinaria sobre comercio internacional) es asumido, tenemos entonces puestos nuestros pies sobre un camino cuyo único final es la guerra. El uso de la palabra “capturar” indica el deseo de apartar o quitar a cualquier otro país (algo con lo que aquél ni siquiera sería capaz de ser próspero en caso de no tener pleno empleo) y no el deseo de repartir. Esto significa esforzarse por imponer la voluntad de uno sobre un adversario, y significa guerra económica; y la guerra económica ha terminado siempre en guerra militar, y probablemente siempre lo hará.

Las, así llamadas, causas psicológicas de la guerra son la respuesta de la naturaleza humana a irritaciones que pueden remontarse a la causa antedicha directa o indirectamente. Afirmar que todos los hombres pelearán si están lo suficientemente irritados me parece a mí un argumento suficiente para ponerme en contra de cualquier provocación de su irritación, más que de ponerme en contra de la naturaleza humana. No es la irritación la que provoca la guerra económica, sino que es la guerra económica la que provoca la irritación. La guerra militar es una intensificación de la guerra económica, y difiere de ella sólo en el método pero no en la esencia. Las industrias del armamento, por ejemplo, proporcionan empleo y altos sueldos como mínimo en la misma medida que proporcionan beneficios a sus empresarios, y yo no puedo ver ninguna diferencia entre la culpabilidad del empleado y la del empresario. No tengo interés, directo o indirecto, en la industria del armamento, pero estoy bastante familiarizado con las Grandes Multinacionales, y yo no creo que el soborno y la corrupción, de las cuales hemos escuchado tanto en relación a armamentos, sea peor en esa clase de comercio que en cualquier otro.

Una vez, pues, que estamos listos en convenir, en primer lugar, que la eliminación del desempleo industrial es el principal objetivo del arte de gobernar y, en segundo lugar, que la captura de mercados extranjeros es el camino más corto para la consecución de este objetivo, entonces siempre tendremos con nosotros el principal irritante económico para la guerra militar y, más aún, lo tendremos a un ritmo de crecimiento cada vez más acelerado, debido a que la producción se está expandiendo por medio del uso de maquinaria eléctrica y se están contrayendo los mercados no desarrollados. Cualquier aldea que tuviera dos tiendas de comestibles, cada una compitiendo por una cifra o cantidad de negocio cada vez más insuficiente y decreciente, al mismo tiempo que están ampliando continuamente sus respectivos locales, vienen a ser una demostración en funcionamiento de las causas económicas de la guerra: es, de hecho, una guerra en sí misma mediante métodos económicos.

No creo que sea sensato sermonear al público de cualquier nación o de todas las naciones sobre la iniquidad o los horrores de la guerra, o pedir a la gente de buena voluntad abolir la guerra militar o el comercio en armamentos, siempre y cuando continúe siendo verdad que si uno de los tenderos de comestibles de la aldea consigue capturar todo el negocio o comercio del otro tendero, sufrirán este segundo tendero y sus empleados. O siempre y cuando continúe siendo verdad que si una nación consigue capturar todo el comercio de otra nación, entonces la población de esta segunda nación quedará desempleada y, estando desempleada, sufrirán también. Es la pobreza y la inseguridad económica lo que somete a la naturaleza humana a la mayor tensión; una declaración que es fácilmente demostrable comparando las estadísticas de suicidios con las estadísticas de bancarrotas y la depresión económica. Los suicidios son menores en número durante las guerras, no porque a la gente le gusten las guerras, sino porque hay más dinero alrededor. Los suicidios son menores durante los booms comerciales o económicos por la misma razón. Para saber, por tanto, si la guerra es inevitable, tenemos que saber, en primer lugar, si hay suficiente riqueza real disponible como para poder mantener a toda la población en general en situación confortable sin que toda esa misma población esté siendo empleada y, en segundo lugar, si esto es así, ver qué es lo que impide o hace que esa riqueza no se esté distribuyendo. En relación a la primera cuestión, creo que no puede haber duda alguna respecto a la respuesta. Estamos comenzando a familiarizarnos con la expresión “pobreza en medio de la abundancia”, y generalmente se admite que la crisis de la pasada década ha sido una crisis de superabundancia o exceso y no una crisis de escasez. Sin embargo, durante esa crisis se fue extendiendo ampliamente la pobreza, debido a que se fue extendiendo ampliamente el desempleo. Por tanto, tenemos evidencia experimental de que el pleno empleo no es necesario para producir toda la riqueza que necesitamos (solamente es necesario con el fin de que podamos ser capaces de distribuir salarios, lo cual es un asunto completamente distinto). En relación a la segunda cuestión, por tanto, sabemos que lo que hace pobres a los hombres es la falta de dinero en manos de los individuos que les permita comprar toda esa riqueza disponible, y no la falta de bienes disponibles. El orden en el que vivimos hoy en día está dispuesto de la siguiente forma: el dinero se distribuye principalmente por medio del empleo el cual, como ha mostrado la superabundancia, en muchos casos no es necesario, ni incluso deseable. De esta forma no es exagerado decir que las causas de la guerra y las causas de la pobreza en medio de la abundancia son las mismas, y deben ser encontradas en el sistema monetario y en el sistema de salarios, y que, hablando en sentido amplio, la cura de la pobreza y el comienzo de la cura para la guerra pueden encontrarse en una simple rectificación del sistema monetario. Esta rectificación debe, pienso yo, tomar la forma de un Dividendo Nacional, ya sea en una forma simple o en una forma más compleja, de manera tal que siempre que haya riqueza real para ser distribuida, nadie tenga falta de dinero con el que comprarlo. Se acaba de mostrar ya que el dinero realmente es hecho por el sistema bancario, y no por la agricultura ni por la industria. La “Enciclopedia Británica” declara este asunto de manera clara en su artículo sobre la banca con estas palabras: “Los bancos prestan dinero mediante la creación a partir de la nada de los medios de pago”.

Parece difícil dejar en claro que la proposición para un Dividendo Nacional, que permitiría que los productos de nuestro sistema industrial pudieran ser comprados por nuestra propia población, no tiene nada que ver con el Socialismo, tal y como es comúnmente entendido. La principal idea del Socialismo parece ser la nacionalización de las empresas productivas y su administración por departamentos del Gobierno. Cualquiera que sean las virtudes que pueda tener una proposición como ésa, no toca la dificultad que hemos estado considerando.

La provisión de un Dividendo Nacional consiste simplemente en poner en manos de cada uno de la población, en forma de títulos pagadores de dividendos, una parte de lo que ahora es conocido como la Deuda Nacional, sin que, sin embargo, se confisque aquélla que ya se encuentre en manos privadas, ya que el Crédito Nacional es, de hecho, inmensamente mayor que la porción de la Deuda Nacional que actualmente proporciona rentas a las personas individuales.

El efecto práctico de un Dividendo Nacional sería, en primer lugar, proporcionar una fuente segura de ingresos a los individuos que, aunque podría ser deseable aumentarlos mediante el trabajo, una vez que se obtienen proporcionarían, sin embargo, todo el poder adquisitivo necesario para mantener la dignidad y la salud. Proporcionando de esta forma una demanda estable sobre nuestro sistema productivo, recorrería un largo camino hacia unas condiciones de estabilización de los negocios, y aseguraría a los productores un constante mercado doméstico para sus bienes. Ya tenemos los comienzos de un sistema como ése en nuestros varios planes de pensiones y seguros de desempleo, pero el defecto por el momento de aquéllos es que son hechos junto con planes o sistemas fiscales que recorren un largo camino hacia la neutralización de sus efectos beneficiosos. Si bien esto resulta inevitable bajo nuestro presente sistema monetario, estará lejos de ser inevitable cuando la naturaleza esencialmente pública del dinero reciba el reconocimiento que le es debido, algo que, sin embargo, todavía no es admitido por nuestros banqueros.

Podría preguntarse, con razón, por qué la provisión de un Dividendo Nacional, aún siendo efectiva en la eliminación del principal motivo para la guerra de agresión por parte de Gran Bretaña, podría también afectar los motivos de otras naciones evitando que ellos nos hicieran la guerra a nosotros. Pienso que la respuesta a esto es doble. En primer lugar, pienso que, mientras persista el presente sistema financiero, resulta simplemente sentimental suponer que una nación débil (particularmente si es también una nación rica) sea un factor favorecedor de la paz. Más bien al contrario. Es tan sensato como decir que un banco nunca sufriría un robo si tuviera paredes de papel. Los banqueros internacionales, casi como un sólo hombre, abogan fuertemente por el desarme nacional, pero sus empleados de banco, como caso único entre los empleados de este país, están armados con revólveres, y la fuerza de los locales de los bancos es comparable a la de los modernos presidios. La fuerza, acompañada de la inexistencia de motivo alguno para la agresión, es un factor favorecedor de la paz. Una modificación radical del sistema financiero existente hará posible construir una nación fuerte y unida libre de disensiones económicas, la cual, gracias a su fuerza, ofrecería un poderoso efecto disuasorio a una guerra agresiva. Y, en segundo lugar, el espectáculo de una Bretaña contenta y próspera, dispuesta a comerciar pero no forzada por el desempleo a luchar por el comercio, proporcionaría una irresistible lección objetiva en progreso genuino y sería imitada por todo el mundo.

¿Por qué no se han hecho estas modificaciones? Para una respuesta a esta pregunta debo hacer referencia al Banco de Inglaterra, el cual es todopoderoso en estas materias. El Sr. Montagu Norman, el Gobernador del Banco de Inglaterra, el cual es una compañía privada, describió las relaciones del Banco de Inglaterra y el Tesoro como la de dos cosas virtualmente indistinguibles.

No se está sugiriendo que los banqueros tengan un deseo por precipitar las guerras. Lejos de eso. El disgusto de los banqueros por la guerra sólo es menor al disgusto que ellos tienen por cualquier cambio en un sistema financiero con el que, en situación casi en solitario entre todos los sectores de la comunidad política, ellos parecen estar completamente satisfechos.



Fuente: SOCIAL CREDIT SECRETARIAT