La Guerra de las Coplas en la Independencia de Quito

“Ete maximus Orbis
Auctorem frugum tempestatumque potentem accipiat”
“En el Agosto un Ynvierno,
ya brumaba el Orizonte:
ya todo el zafir Quiteño”
Quito, aislada en las alturas de los Andes en un rincón noroccidental de la América del Sur a principios del siglo XIX, en pleno desarrollo del proceso independentista o separatista, el Tibet de América como la llamó Bartolomé Mitre, la ciudad de los conventos como la denominó Bolívar, ensimismada: “Quito y el mundo” pudo decir algún amigo porteño; por eso tal vez tuvo vocación de ciudad literaria donde la copla política de algún modo como parte de la sal quiteña, fueron demostrando el modo natural de ser de los quiteños. Y durante la independencia de Quito la guerra de las coplas no se hizo esperar: El decepcionado prócer Juan de Larrea y Villavicencio (Ministro de Hacienda de la Junta Suprema de Quito de 1809) pudo escribir este poema: Ya no quiero insurrección, pues he visto lo que pasa: Yo juzgué que era melón lo que ha sido calabaza. Juzgué que con reflexión amor a la patria había; pero solo hay picardía; ya no quiero insurrección. Cada uno para su casa todas las líneas tiraba: No me engaño: me engañaba pues he visto lo que pasa. El rey de plata había sido, la patria todo de cobre; su gobierno loco y pobre, y de ladrones tejido.[1] Por su parte, los “godos”, los realistas criollos decían sobre la Junta de Quito del 10 de Agosto de 1809: ¿Qué es la “Junta”? Un nombre vano que ha inventado la pasión por ocultar la traición y perseguir al cristiano ¿Qué es el “pueblo soberano”? Es un sueño, una quimera es una porción ratera de gente sin Dios, ni Rey. ¡Viva, pues, viva la ley! ¡Y toda canalla muera! Y cuando llegaron las tropas colombianas “libertadoras”, comparando con los uniformes de los realistas, enseguidita no faltó quien dijera: Los diablos en el infierno se están finando de risa, de ver a los colombianos con casaca y sin camisa. El pueblo indignado con el reclutamiento forzoso para la guerra de “independencia”, repetía: Si me matan en la guerra, la ventaja ha de quedarme de que nadie tendrá el gusto de volver a reclutarme. Y ásperas diatribas a los arribistas de siempre, que se acomodan y pasan de apoyar al vencedor, luego de haber sido vencidos: Paisano, ¿no es un primor que quien fino sirvió al Rey, hoy nos quiera dar la ley. Metido a gobernador? Para cuando terminó la guerra, y finalmente fuimos “liberados”, alguien pudo resumirlo todo, presente y futuro en una sola copla: Cincuenta revoluciones en 50 años tenemos. Como no han sido bien hechas, hasta acertar las haremos.[2] Y así nos fue. Por Francisco Núñez Proaño

[1] En Büschges, Christian, Familia, Honor y Poder, la Nobleza en la ciudad de Quito en la época colonial tardía, FONSAL, Biblioteca Básica de Quito, Quito, 2007

[2] Todas las coplas son anónimas y fueron extraídas de “El quiteño libre” suplemento especial del diario El Comercio, Quito, 25 de mayo de 2002.

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