Fuente: The Social Crediter, Vol. 47, Nº. 9, Sábado 29 de julio de 1967, página 2.
Visto en: SOCIAL CREDIT.AU
El Mito de los Sindicatos
(Proveniente de The Social Crediter, 15 de Marzo de 1947)
Por razón de sus disfraces camaleónicos, el MONOPOLIO a menudo escapa a nuestra atención bajo las etiquetas existentes en algunas particulares encarnaciones del mismo. Cuando los creditistas sociales prestaban atención al dominio de la Finanza en los años del Armisticio, ellos meramente (y los mejor informados de ellos se dieron cuenta del hecho) estaban tratando con algo que, en ese momento, ocupaba casi una posición única a horcajadas sobre el mundo de la producción y de la distribución: una posición derivada de su peculiar reivindicación de poder sintetizar valores, o riqueza. El Mayor Douglas ha deplorado frecuentemente el énfasis excesivo sobre los últimos capítulos de Economic Democracy. La lamentable incapacidad de mucha otra gente inteligente para penetrar, por debajo de las apariencias, hasta el MONOPOLIO, que constituía la cosa en sí, ha sido demostrada por el casi universal clamor –hasta que fue demasiado tarde– en favor de la “nacionalización”, es decir, la completa centralización y MONOPOLIO, bajo un anonimato incontrolado e incontrolable, de la Banca y la Moneda.
Pero este fenómeno está lejos de ser el único. Durante generaciones y casi sin protesta alguna, el Mito de los Sindicatos, es decir, el MONOPOLIO del Servicio Público, ha emergido progresivamente.
El Mito toma una forma consistente en que los Sindicatos son inherentemente buenos; un don maravilloso para la sufriente humanidad; que el Sindicalismo británico, en particular, constituye la causa primaria de la “emancipación” del “trabajador”; y que atacar el Sindicalismo no es más que una demostración Tory de reacción obsoleta. El Sindicalismo constituye un MONOPOLIO, y es inherentemente malo y antisocial.
El primer punto que ha de advertirse es que el Sindacalismo, al igual que cualquier otra práctica económica monopolística, va dirigido contra el consumidor, siendo el consumo el único aspecto del individuo humano que es reconocidamente universal. Con esa satánica ingenuidad que sugiere su origen, la propaganda de los Sindicatos nunca admitieron esto; su adversario era siempre el empresario “rapaz”; el hombre que tenía la inteligencia, la iniciativa y el coraje de salirse de la rutina e intentar algo nuevo, y de tomar la responsabilidad de ello. Pero a su vez, al empresario se le enseñó –probablemente procedente de la misma fuente– que el ataque del MONOPOLIO del Trabajo podía transmitirse al Individuo, al consumidor, a través de anillos de precios monopolísticos, Asociaciones de Comercio, Trusts y mecanismos similares. Claramente, el lógico paso siguiente fue la Conferencia Mond-Turner para unificar al Trabajo y a la Dirección Empresarial en un MONOPOLIO de Producción, el cual eventualmente trataría solamente con el Individuo a través de un MONOPOLIO de Distribución…
Es únicamente la rápidamente declinante inteligencia de la población lo que impide que el fantástico absurdo del “pleno empleo” se disuelva en una explosión de burlón –si bien enojado– desprecio. Es realmente sorprendente que la gente acepte un estándar de vida descendente, combinado con una esclavitud universal, mientras que al mismo tiempo tienen treinta esclavos mecánicos por cabeza y la técnica moderna de producción a su disposición. Si esto es lo mejor que podemos hacer, entonces permítasenos desechar todos nuestros avances en las artes industriales como un puro engaño, y volvamos a los Tiempos Medios antes de ser conflagrados en el Oscuro Abismo.
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