BALLESTAS Y PICADORAS DE CARNE

JUAN MANUEL DE PRADA




Nadie quiere explicarse la razón de que cada día aparezca un monstruo nuevo


ESPAÑA es ya una gusanera, mezcla birriosa de serie americana y película finlandesa, tanto en su vida pública como en su vida privada. En la vida pública ha triunfado ese puritanismo aspaventero (¡vamos a combatir la corrupción como jabatos!) que se lanza a modo de cortina de humo para ocultar las mayores atrocidades y el nihilismo de las ideas; y las masas cretinizadas se lo tragan, desconociendo que quienes han destruido nuestros bienes eternos no pueden restituirnos nuestros bienes materiales, como nunca puede terminar bien lo que está mal en su raíz, según nos enseñan los clásicos. Pero las masas cretinizadas no leen a los clásicos, sino que despilfarran sus días inanes viendo series americanas y películas finlandesas, donde los malvados quedan impunes y acaban haciendo barbacoas a sus nietecitos. Y piensan, ingenuamente, que en la vida ocurrirá como en las series americanas y en las películas finlandesas, de tal modo que los políticos que han amparado la inmoralidad más rampante, la injusticia social, el homicidio del inocente y demás atrocidades nihilistas propias de nuestra época les van a hacer barbacoas. ¡Pobres!


¿Y, mientras tanto, qué ocurre en la vida privada? Pues ocurre que no hay día que no aparezca un monstruo, armado con una ballesta o una picadora de carne, como en cualquier serie americana o película finlandesa. ¿Y cómo se explica que cada día aparezca uno de estos monstruos? Antes de que la gente pueda pensar, enseguida sale un psiquiatra soltándonos la murga consabida: que si son seres egocéntricos y sin empatía, que si son impermeables a los remordimientos, que si ejercen la violencia de forma fría y desapasionada, que si patatín y que si patatán. Pero nadie quiere explicarse la razón de que cada día aparezca un monstruo nuevo, como si en su aparición hubiese una suerte de fatalismo dictado por los códigos genéticos. Nada más falso, pues lo cierto es que las taras innatas son mucho más infrecuentes de lo que las masas cretinizadas piensan (o de lo que las series americanas y las películas finlandesas les inducen a pensar, para que no entiendan lo que realmente sucede); y que incluso las taras innatas pueden ser vencidas cuando existe un medio que actúa de freno o contención.


El filósofo Taine ya nos explicó la función decisiva que el medio desempeña en la formación (y en la deformación) del carácter. Y de un medio ambiente que fomenta y promociona los vicios de la carne y del espíritu, la destrucción de los vínculos familiares, la declinación del principio de autoridad y un solipsismo social que nos impide ver en el prójimo otra cosa que no sea un instrumento para la satisfacción de nuestros intereses egoístas es natural que surjan monstruos. Por fortuna, la mayoría son pusilánimes e incapaces de llevar a cabo sus tortuosas fantasías, que sin embargo pueden seguir alimentando tranquilamente en el interné, mientras pierden la pusilanimidad; o bien, entre la maraña de aberraciones fomentadas por el medio que han invadido su conciencia, todavía consigue filtrarse algo de luz divina que los disuade. Pero hay algunos que no son pusilánimes, o que tienen la conciencia tan enmarañada que ya no los alcanza la luz divina; y entonces cogen la ballesta o la picadora de carne para hacer realidad la aberración con la que llevaban fantaseando muchos años.


Un medio que fomenta la depravación no puede sorprenderse de que proliferen las pasiones putrescentes, ni de que algunos monstruos se pongan un poquito violentos y echen mano de la ballesta o la picadora para consumarlas. Tales monstruos, en fin, son otra prueba más de que lo que comienza mal no puede terminar bien.







Histórico Opinión - ABC.es - lunes 27 de abril de 2015