EL AMARGO PAN DEL PROFESOR ESPAÑOL DEL SIGLO XXI
EL PAN CON EL SUDOR DE SU FRENTE Y QUIZÁ DESCALABRADO
Manuel Fernández Espinosa
El presente artículo (¿de opinión?) trae enlazadas varias noticias y un vídeo que ilustra cuanto se dice en él. Se recomienda leer las noticias y, si no se es hipersensible, ver y escuchar el vídeo.
A la memoria de Abel Martínez, profesorasesinado en el desempeño de sus funciones
en el Instituto Joan Fuster de Barcelona.
En la España del siglo XIX se hizo proverbial aquello que decía: "Pasas más hambre que un maestro de escuela", pero aunque pasaran privaciones y las pagas municipales se retrasaran, el respeto y hasta la devoción estaban aseguradas por parte de las familias, de los alumnos y de la comunidad; pues la pobreza nunca estuvo reñida con la educación, ni la riqueza trae de suyo la educación que empieza en las familias y en sus respectivas casas.
En la España del siglo XX, el dicho que prevaleció fue el de "Tienes más vacaciones que un maestro". Aunque no fuese del todo exacto, el siglo XX trajo consigo, por más que fuese a trancas y barrancas, cierto prestigio social y elevación económica de los profesionales del magisterio. Luego, con la democracia, en un esfuerzo político por ideologizar los centros de enseñanza, a conveniencia de la izquierda o de eso que por ahí se hace llamar todavía derecha (sin que se le caiga la cara de vergüenza), vinieron las leyes de enseñanza del ahora quito y después pongo que no ha servido para más cosa que para volver locos a los enseñantes y llenar los bolsillos de algunas editoriales.
En la España del siglo XXI puede que los maestros no pasen hambre, sus vacaciones están pendientes de revisión, pero como toda la clase media española han sufrido una sensible merma en sus derechos y en sus ingresos, con la consecuente repercusión en su calidad de vida.
Cuando hablamos de calidad de vida (y perdóneseme la expresión tan burguesa) pensamos casi siempre en el sueldo y en los emolumentos. Ahora bien, hay que ser menos burgués para reparar en que la calidad de vida también podría con perfecta legitimidad incluir las condiciones en que el docente vive su profesión en el centro de trabajo. Y en eso parece que son pocos los que piensan.
La depauperación del oficio tal vez no se haya sentido con mayor impacto social que con el asesinato de Abel Martínez en un instituto de Barcelona, el pasado mes de abril, a manos de un alumno de 13 años que, por ser menor de edad, ha quedado sin imputar. Luego pueden venirnos con los paños calientes que se quiera: que si fue un "caso aislado", que si tiene una explicación psiquiátrica y que si la abuela fuma porros, pero el hecho es que el joven profesor que salió en defensa de una profesora resultó muerto.
Aunque el profesorado español solo lleve en su cuenta una víctima mortal, son muchísimos más los maestros que viven a diario en condiciones muy tensas, que afrontan cotidianamente conflictos con alumnos que, sin ninguna educación ni vergüenza, les pierden el respeto, los chulean, les injurian y les responden con displicencia. Claro está que no puede culparse a todos los niños y adolescentes de ser así de maleducados; el comportamiento de los adolescentes hay que atribuirlo, en una gran parte, a lo que ven en sus familias. Los progenitores que no aplican la autoridad paterna en el ámbito doméstico y se desentienden de la escuela, que incluso critican a los maestros a espaldas de estos y delante de sus hijos, los padres que disculpan y justifican a todo trance a sus hijos malcriados (por ellos) o los que incluso agreden a profesores no son menos culpables que los pequeños monstruos que exhiben su egoísmo ése, el que creció silvestre ante el televisor, la pantalla de internet o la del teléfono móvil, los consentidos que ejercen su tiranía hoy en las aulas, sin la menor consecuencia para ellos. Tampoco están exentos de culpa ciertos equipos directivos de los centros de enseñanza que, por las razones que fueren, no hacen imperar la mínima disciplina que exige un proceso pedagógico. Podríamos detenernos en averiguar las polvaredas que han traído estos lodos, podríamos incluso remontarnos al siniestro aquelarre de la revolución de mayo del 68, con su vitriólica acción devastadora sobre la autoridad; pero, no, ahora no es el momento ni el lugar, ni tampoco tengo ganas. Pues lo que me interesa comentar es el desprestigio social en que ha caído el profesorado español, lo cual es un hecho en bruto.
Las pagas de Navidad que no se han retribuido al profesorado andaluz en ninguna provincia de Andalucía, a excepción de la de Córdoba, está muy bien que sean reclamadas, pero muchísimo más merece la pena que los profesores de toda España busquen la forma de rectificar esta situación demencial que ya está salida de madre. Tal vez no sea tarde, pero para eso hacen falta sindicatos mucho menos burgueses que los que hay en el panorama, pues por mucho que arguyan ser "sindicatos de clase", salta a la vista que son capaces de movilizarse con más bríos a la hora de reclamar unas perras (y, eso sí, siempre dependiendo del signo de la administración respectiva) que por la dignidad del profesorado. Mientras la profesión del magisterio está tocando fondo y hasta excavando, lo de las pagas confiscadas es sinceramente peccata minuta.
Para colmo de males, algunos individuos y empresas de la "intoxicación" informativa y lúdica fomentan el desprestigio del profesorado, concediendo el protagonismo a los alumnos en entrevistas de campo que, si pudieran parecer un trabajo peridístico es mera coincidencia; o que, con la mayor de las irresponsabilidades públicas, incluso hacen negocio con juegos de animación en los que se figura la agresión a un profesor.
La situación del profesorado español en esta primera mitad del siglo XXI puede que no sea de precariedad económica hasta el holocausto por inanición, pero el prestigio de la profesión se ha menoscabado a la luz de los hechos más recientes... ¿Será necesario que el profesorado necesite otra víctima más, además de Abel Martínez, para que tome conciencia de que la situación exige una rectificación más contudente que los minutos, las horas, los días, meses y años de silencio?
Mientras lo más importante para algunos sindicatos sea la imposición de la "ideología de género" o lo meramente económico, contemos con que el oficio no recobrará el prestigio de antaño y, sí, podrá ser que los maestros del siglo XXI puedan comer, a diferencia de los héroes de la pizarra del XIX, pero comerán su pan con algo más que el sudor de su frente: lo comerán ofendidos y humillados, golpeados y hasta asesinados.
RAIGAMBRE
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