A través de Hyeronimus me entero de que Juan Manuel de Prada ha escrito un artículo en el que denuncia la "economía del bolo", en inglés llamada "gig economy" y de manera eufemística "economía colaborativa" ("sharing economy").
Hay que decir que, aunque Hillary Clinton no pone muchas trabas a la "economía del bolo", es mucho menos complaciente con estas empresas que el candidato republicano Jeb Bush, que últimamente se presenta como abanderado de Uber:
Jeb Bush Fights Hillary Clinton on Uber, Loses Driver's Vote
Hillary Clinton atacará a Airbnb y Uber
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LA ECONOMÍA DEL BOLO
JUAN MANUEL DE PRADA
Estos felones saben que el mejor modo de que los trabajadores no luchen por los derechos es privarlos de la prole por la que lucharon hasta la muerte
Parece cada vez más evidente que la llamada «crisis económica» ha sido, a la postre, un macguffin (maniobra de despiste, en la jerga hitchcockiana) utilizado por multinacionales y grandes corporaciones para aumentar sus beneficios y justificar la reducción de los salarios y la abolición de las garantías laborales. En estos últimos días, hemos conocido las fastuosas cifras de beneficios obtenidas por bancos y grandes empresas en España durante el primer semestre del año, que contrastan con las condiciones cada vez más depauperadas de contratación laboral, que fomentan lo que alguien designaba hace poco, en un alarde de cinismo, «acostumbrarse a una vida más incierta, ligada a nuestra productividad».
Entre las modalidades más chachipirulis de «vida incierta» se cuenta lo que eufemísticamente se denomina gig economy («economía del bolo»), en la que un intermediario pone en contacto a demandantes y ofertantes de un servicio. Se trata, en fin, de que el trabajador se resigne a desempeñar trabajos esporádicos (al modo de los bolos del cómico de la legua), en los que él mismo aporta los medios o intrumentos de su oficio (la gasolina y el coche, por ejemplo, si se ofrece como chófer), a cambio de una remuneración mucho menor de la que rige una actividad regulada; y teniendo, además, que aportar un porcentaje de tal remuneración birriosa al intermediario. Los defensores de esta infame economía del bolo afirman cínicamente que permite al trabajador disponer de su tiempo, trabajando sólo cuando él lo desea; pero lo cierto es que tal aberración sólo es concebible cuando existen muchas personas en situación de necesidad, dispuestas a trabajar en condiciones oprobiosas.
Hillary Clinton, la bruja Hilaria, ha afirmado sin embargo que esta economía del bolo «desata la innovación y crea una economía emocionante», a la vez que «plantea preguntas acerca de cómo serán los empleos del futuro». Naturalmente, la bruja Hilaria sabe perfectamente cómo serán tales empleos; y también sabe cómo se logra que los trabajadores los acepten. Basta con dotarlos, mediante la ideología, de una religión y una moral de repuesto, hasta convertirlos en cretinos ahítos de palabras huecas, enardecidos por ideales utópicos, que engullen como dogmas las mentiras de felones como la bruja Hilaria; y que –como profetizase Castellani– «discuten, pelean, se denigran o se aborrecen de balde», mientras los felones como la bruja Hilaria que sostienen el tinglado de la farsa «saben que detrás de su “fe democrática” y su “moral cívica” se esconden –para ellos solos– el poder y el dinero; sobre todo el dinero». Y para que los pobres diablos que trabajan en la economía del bolo no echen de menos ese dinero que ellos sólo ven en forma de migaja se les hace creer que todos los derechos que les han sido arrebatados (derecho a un empleo estable, derecho a un salario digno, derecho a formar una familia, derecho a alimentar y educar a sus hijos) son muchísimo menos importantes que el derecho a no tener hijos, que es el único derecho que los felones como la bruja Hilaria garantizan plenamente a las masas cretinizadas que les votan. Y es que estos felones saben bien que el mejor modo de que los trabajadores no luchen por los derechos que les han sido arrebatados es privarlos de la prole por la que en otros tiempos lucharon hasta la muerte; pues dejando a un trabajador sin hijos, lo has convertido ya en un cretino capón, en un pobre zascandil dispuesto a arrastrarse en los bolos más indignos y peor remunerados, en un trapo al que se puede arrojar alegremente a la máquina trituradora de esta economía del futuro, tan innovadora y emocionante.
Histórico Opinión - ABC.es - lunes 3 de agosto de 2015
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