Fuente: El Pensamiento Navarro, 31 de Agosto de 1976.





Por donde la Iglesia y el Estado pueden purgar

Por José M.ª Gil Moreno de Mora



Los fervientes devotos de los Tiempos Nuevos no sólo sueñan con una Sociedad diferente, sino con un Hombre diferente, aunque en realidad esto es lógico porque la Sociedad humana sólo en hombres se realiza.

Al decir diferente hay que empezar a pensar en algo que no sería exterior ni accidentalmente diferente, sino esencialmente diferente, y se puede comprobar que muchas nuevas proposiciones acerca de la Sociedad y del Hombre entrañan el que esencialmente no sean ni Sociedad ni Hombre, pues el concepto que de ellos queda después del paso triturador de los dogmas marxistas, socialistas, democráticos, y demás, se parece a eso que Pedro Rodríguez llama Colmena, y en ella unos automáticos, condicionados e ideales pequeños robotitos que debieran cumplir por premeditada programación un Plan, sin otro objetivo que el Plan mismo, elevado a categoría de principio y fin, es decir a la categoría de principio y fin, es decir a la categoría de Dios.

Digo esencialmente, porque no se trata aquí de cambiar la forma exterior, en sí más o menos lícitamente mudable, sino la esencia del Hombre, concebida sobre una mesa de despacho en los términos ideales de las diversas, aunque concomitantes, utopías que están de moda.

Un hombre sin yerros, naturalmente bueno, al que se despojaría de todo lazo para hacerlo libérrimo, un hombre definido y decidido por otro hombre que lo ha pensado así, en términos que quieren ser exactamente la decisiva definición de lo bueno, lo verdadero, lo bello, lo único deseable.

Y en consecuencia unos conceptos de la Sociedad fijados de antemano según el Plan ideal y cuya violación es en la mente de los programadores el pecado por excelencia, suficiente para justificar las más crueles y frías medidas de exterminio.


FALSA ACUSACIÓN

En todo este panorama hay algunos dogmas superiores por los que se rige todo el pensamiento, y acaso el primero es el de que «la Naturaleza» (forma ambigua para acusar al Creador) se ha equivocado, ha hecho mal las cosas, y corregida por perfectos intelectos humanos «evolucionados», ha de ser en sí misma rechazada como base de pensamiento en cuanto al hombre se refiera, dejándosele viabilidad sólo en el mundo de las Ciencias Físicas y Matemáticas.


LAVADOS DE CEREBRO

Dentro del conjunto Hombre-Sociedad hay un punto de la Naturaleza que resulta clave para todo el pensamiento tradicional, y que por eso mismo es el adversario principal de todos los grandes devotos de los Nuevos Tiempos. Aquí se han de centrar todos los ataques, todas las acciones y todos los esfuerzos para cambiar Hombre y Sociedad. Aquí lloverán de forma interminable los continuos lavados de cerebro y las acciones de los Mass Media (medios de comunicación de masas). Este punto clave es la Familia.


LA FAMILIA OLVIDADA

Yo me admiro de que hoy incluso los jerarcas de la Iglesia Católica, otrora tan empeñados en la defensa de ésta que llamaron célula básica de la Sociedad, callan extrañamente, prefiriendo absorberse en dialécticas laborales, económicas y políticas. Incluso muchas pías asociaciones religiosas, quizás inadvertidamente, caen en prácticas que apartan desde temprana edad a los hijos de sus padres, y si no atacan de frente la influencia de los progenitores, la dejan conmiserativamente en el plano de influencia secundaria. Se predican amores fraternales en comunidades o grupos compuestos fuera de esos círculos familiares, formando familias de nuevo cuño, un poco al estilo de la del célebre Charles Manson.


EL MAL DE LAS LEYES EDUCATIVAS ES SORPRENDENTE

Los Estados Modernos son las entidades dedicadas con más ahínco a la demolición de la institución familiar, ya por medio de las Leyes de Educación, que en realidad tienden a sustraer al niño y adolescente de la influencia de los padres, a no permitir que éstos escojan la enseñanza a su gusto, a imponer criterios y planes de formación, etc.; ya por buscar a través de todos los esquemas económicos esa disgregación del hogar que se esconde tras la necesidad de que la mujer trabaje fuera de casa; ya por un halago inmoderado a la juventud, sus derechos y su libertad, que produce ese sobado «conflicto generacional»; ya porque estos Estados legislan contra la institución matrimonial mediante los temas del divorcio, el aborto, la contracepción y la igualdad para los hijos ilegítimos; ya porque toleran o fomentan que los medios de Comunicación de Masas, radio, televisión, cine, prensa, traten continuamente de todos los temas conflictivos de las familias, acostumbrando las mentes a aceptar situaciones anómalas y actos aberrantes, con el baño de sexualidad necesario para adormecer las conciencias; ya por las políticas urbanísticas y leyes del suelo que, si favorecen a los especuladores y constructores, dañan, con la imposición de habitáculos insuficientes, antiestéticos y fácilmente «biodegradables», la vida de la familia y la posibilidad de tener hijos; ya por la sobrevaloración del individuo y su voto a nivel de célula social, en el sufragio universal, que no respeta la organicidad familiar; ya por su política masificadora, favoreciendo el crecimiento de las grandes urbes y castigando duramente al campo y sus pueblos, donde la vida familiar es más difícilmente destructible.

Podríamos enumerar muchos más aspectos de este ataque llevado a cabo por los Estados modernos contra la institución de la Familia, pero con ello se llenaría demasiado espacio. Digamos bien que estos Estados, compuestos de funcionarios, actúan así sin que la mayoría de estos funcionarios sean conscientes del fin profundo de su labor, por lo que muchos buenos padres de familia son eficaces agentes en esta demolición de la que no escapará ni su propia familia.


EL SILENCIO DE LA IGLESIA

Pero lo que resulta realmente suicida es el silencio de la Iglesia, porque todo su concepto de Religión gira en torno de un Dios Trino cuya misma vida íntima es Familia, que es Creador y Padre, imprimiendo su sello familiar al Hombre creado a imagen y semejanza suya, que en el acto mismo de Religación-Religión entraña una relación puramente familiar del Hombre con Dios y que en su misma eclesialidad, por Comunión de Santos y comunidad de hijos, está constituida en familia humana.

Cuando los eclesiásticos se dejan tentar por el Socialismo reniegan de su quintaesencia y de su razón de ser, en aras de las utopías que han servido de base intelectual a todos los socialismos, inevitablemente, fatalmente totalitarios y absolutos. Y como Dios castiga sin piedra ni palo, en la aniquilación o desvalorización de la institución familiar la Iglesia cosecha la pérdida de vocaciones.


LA FAMILIA, PUNTAL DE LA FORMACIÓN HUMANA

Podría extenderme mucho sobre cómo la Familia es puntal de formación humana, según el más simple sentido común, de cómo ella es origen de vocaciones, y de cómo sólo en ella el hombre aprende a convivir sin traumas; pero no es éste el propósito de este artículo y quien desee estudiarlo sólo tiene que leer la doctrina dada anteriormente por la Iglesia Católica.

Mi propósito es, más bien, el de señalar que nada hay tan dañino a toda sociedad humana como la degradación de la Familia. En efecto, por encima de toda elucubración intelectual, por bella que sea, está la realidad cruda: el hombre nace de Padre y Madre, tiene por ello vínculos de sangre, más fuertes que todo razonamiento, con otros seres humanos a quienes le une el parentesco, vía natural de afectos y culturas, y este hecho está inscrito en la propia naturaleza de cada hombre, lo quiera o no. La destrucción de estos lazos familiares no produce liberación, sino carencia e indefensión, siendo el individuo aislado mucho más manipulable que la Familia, y por ende con esta destrucción cae en la mayor esclavitud posible en manos de los fríos y científicos rectores sociales.


LA FAMILIA SOBREVIVIRÁ

La fuerza de la Naturaleza es tal que, a pesar de esta larga y sistemática demolición, sobreviven y sobrevivirán las familias por muy deterioradas que queden y nada puede sustituirlas eficazmente. Con ello sale la criada respondona por menos que canta un gallo y los grandes utópicos del momento no han acabado todavía de tener sorpresas. La Naturaleza se venga a sí misma y así como la Iglesia pierde fatalmente todo su sentido si sus miembros no tienen el de familia, también los Estados preparan con esta aniquilación su propia destrucción; porque si un hombre no comienza por sentir el respeto a la autoridad de sus padres, no puede sentir hacia la autoridad del Estado otro respeto que el que todo ser vivo siente frente a la fuerza bruta y que desaparece en el momento en que su propia fuerza bruta se le antoje mayor que la del Estado y sus Leyes. La desaparición de la Familia es inevitablemente la de la Iglesia y la del Estado, como muy bien saben los enemigos de ambos. Esto es perceptible en la rebelión juvenil, su delincuencia y su nihilismo.


LA FAMILIA, ÁNCORA DE SALVACIÓN DE LA SOCIEDAD

Se acercan unos tiempos en los que la Familia-Institución va a ser el áncora de salvación de la humanidad que sobreviva, pese a las buenas señoras que se dieron el lujo de decir lo que les dio la gana en la «Setmana Catalana de la Dona» de Barcelona, tan celebrada en muchos distinguidos periódicos. La Iglesia va a centrar próximamente todo su combate de doctrina social sobre la Familia, aunque mal les caiga a tantos buenos clérigos resplandecientes de justicias sociales, puramente políticas, laborales y económicas. Los Gobiernos sensatos, que acierten a «ver venir», prepararán una acción pro-familiar que no habrá tenido precedentes en la Historia, y unos pocos años bastarán para que muchos se avergüencen de haber profesado ciertas ideas, como muchos querrán olvidar las costumbres y modos de vestir degradantes que hoy ya casi se consideran normales.

El mundo es viejo y también lo es la Humanidad. ¿Qué son éstos cien últimos años de enajenación intelectual en los miles de siglos de la Historia? Crisis parecidas las hubo ya con sus consiguientes aniquilaciones y genocidios, pero si algo sobrevivió siempre fue esa cosa humildita, pequeña y sencilla que llamamos familia y sin la cual ni el Rey, ni el Papa tienen razón de ser. Al tiempo me remito.