Desde antes del nombramiento de Juan Carlos, Franco estaba ya bastante viejo. En la última etapa de su vida, su mandato era más bien nominal y nada efectivo, sobre todo tras el asesinato de Carrero. Utrera Molina narra perfectamente el ambiente conspirativo que rodeaba aquellos últimos consejos de ministros, donde todo se decidía en última instancia por Arias Navarro y su camarilla y el anciano Franco ni pinchaba ni cortaba y hasta a punto estuvieron de declararle incapaz en el verano de 1974.
Pero, en fin, a Franco nunca le habrá valido la disculpa de ancianidad para controlar todo el gigantesco aparato estatal que se le iba de las manos. En cambio, por la misma época, a Don Javier sí le servía su longeva edad de disculpa para no enterarse de las barbaridades que durante lustros decía a voz en grito su ojito derecho Carlos Hugo.
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