Fuente: Misión, Número 360, 7 Septiembre 1946. Páginas 10 – 11.
El “PARTIDO” de Donoso
Por Luis Ortiz y Estrada
En castellano se habían publicado tres ediciones de las obras completas de Donoso, una de Gabino Tejado, dos de Ortí y Lara, cuando recientemente ha salido de las prensas la de la BIBLIOTECA DE AUTORES CRISTIANOS. Del prólogo de esta nueva edición salen muy mal libradas las dos anteriores y quienes las dirigieron, autores cristianos, muy justamente reputados. Según el señor Juretschke, prologuista y colector, Tejado “empequeñeció” a Donoso; la edición de Ortí y Lara fue sencillamente “una desgracia”. El primero hizo a Donoso “tan sólo un converso y un correligionario”; el segundo lo dejó “reducido a un jefe de partido”. No supieron ver en nuestro autor al “agudo intérprete de la crisis del siglo XIX”. Es “una prueba de vitalidad de la obra donosiana –añade– que resistiera de tal modo, que Ortí y Lara se vio en la necesidad de hacer una segunda tirada”. “Donoso –prosigue– empieza a interesar como Jacobo Burckhardt, Kierkegaard y Marx, es decir, como autor de un análisis crítico del siglo XIX, y que preveía las malas consecuencias que iba a tener la época actual, siendo su diagnóstico, entre los cuatro, el único que parte de base católica”.
¿Es cierta esta apreciación de las ediciones de Tejado y Ortí? ¿Real y verdaderamente empequeñecen a Donoso, le quitan interés a su obra? Pero, sobre todo, ¿cuál es la genuina significación de Donoso? ¿La de aquellas ediciones con sus notas biográficas, sus prólogos, apéndices y notas, o la de la nueva edición con su prólogo y notas? El problema es interesante y vale la pena dedicar a él algún trabajo.
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El ENSAYO vio la luz en 1851; el SYLLABUS en 1864. Lo que Donoso combatió con el fuego de su genio en alas de la fe, el Vicario de Cristo en la tierra lo condenó más tarde con la suprema autoridad de su magisterio infalible. Entre el SYLLABUS y el ENSAYO hay un parentesco ideológico evidente; basta leerlos con un poco de atención. ¿No habrá entre Donoso, muerto el año 1853, y el SYLLABUS de 1864 un enlace más estrecho, más íntimo, que el deducido de dicha comparación? Tejado, en su NOTA BIOGRÁFICA, abre una rendija que induce a sospecharlo; pero es de temer que no pueda ensancharse hoy investigando hacia el lado de Donoso. ¿No hay otras direcciones posibles en donde buscar la luz que se necesita para descubrir la verdad oculta?
Poco después del ENSAYO, y muy ligadas a él, escribió Donoso unas cartas: fijémonos en la CARTA AL EMINENTISIMO CARDENAL FORNARI SOBRE EL PRINCIPIO GENERADOR DE LOS MAS GRAVES ERRORES MODERNOS, como la titula Ortí y Lara. Es quizá, y sin quizás, lo mejor de Donoso. Con precisión de concepto y de frase no exentos del esplendor de aquellos relámpagos arrebatadores que caracterizan su estilo, condensa maravillosamente la doctrina expuesta ampliamente en el ENSAYO. Seguimos en el campo doctrinal del SYLLABUS, aunque seguimos distantes por las fechas: del 64 éste, del 52 aquélla.
Otro hilo para sacar el ovillo. ¿Quién era el cardenal Fornari? Si lograra saberse, ¿no podría averiguarse si su consulta no tenía otro carácter que el particular del amigo consultando al amigo? Nos dice una nota de la nueva edición que el cardenal era por aquel entonces, cuando se escribió la carta, Nuncio en París. Surge en seguida la duda y se comprueba que monseñor Fornari era Nuncio en París el año 1850, pero, ya proclamado cardenal, dejó de serlo a últimos de dicho año y le sustituyó monseñor Garibaldi. ¿Minucia propia de un pedante a la caza de gazapos con que satisfacer su genio atravesado? Dato exacto que nos dice cómo Donoso dirigió su carta a Roma y no a París; cómo de Roma, y no de París, recibió la consulta, lo cual tiene su interés a los efectos de la luz que vamos buscando.
¿Qué hacía en Roma el cardenal Fornari? Desempeñar un encargo muy importante que había recibido de Pío IX: consultar a los más eminentes prelados de la cristiandad un cuestionario de veintiocho capítulos “sobre los errores contemporáneos referentes al dogma y a los puntos del dogma que rigen las ciencias morales, políticas y sociales” sobre los que deseaba Pío IX informes precisos de los miembros notables del episcopado. Misión que el cardenal desempeñaba en 1852, año de su consulta a Donoso, relativa precisamente a lo indicado. Una dificultad: Donoso no era obispo, ni tan siquiera sacerdote. Pero era autor del ENSAYO, en donde tan elevadamente había tratado la cuestión. Y consta, sin género alguno de duda, que, por lo menos, otro seglar recibió la consulta: el redactor jefe del UNIVERS, Luis Veuillot, gran amigo de Donoso, editor en Francia del ENSAYO y defensor de su doctrina frente a la impugnación del abate Gaduel, vicario general de monseñor Dupanloup, el famoso obispo de Orleáns, por aquel entonces en el apogeo de su celebridad, a quien, por cierto, no se consultó. Que sepamos, se hicieron nuevas consultas el año 60 –Mgr. Pie, Mgr. Gerbert…–. En 1862, con motivo de la canonización de San Miguel de los Santos y los mártires del Japón, reunió Pío IX, en Roma, trescientos cuarenta prelados del mundo entero; cada uno recibió un sumario de sesenta y una proposiciones, resumen de las ideas de aquel tiempo, examinadas y anotadas, cada una con la censura correspondiente de los teólogos romanos. Se pedía a cada prelado su opinión en el plazo de dos o tres meses, previo examen con un teólogo por él elegido; todo dentro del mayor secreto. Esta vez la consulta llegó a monseñor Dupanloup, que en Roma estaba, y contestó con “un examen rápido y apresurado”.
Ante los ojos más exigentes aparece evidente que, cuando el gran Pío IX empezó a preparar su famosísimo SYLLABUS, en el momento de las consultas a los más eminentes prelados del mundo entero, quiso conocer la opinión del autor del ENSAYO. Es éste un título que aumenta considerablemente la merecida gloria del gran Donoso; el más adecuado para presentarlo a un público de católicos en una biblioteca de autores cristianos, puesto que ante él palidecen todos los demás. Título de gloria que, valorado como es debido, nos hace comprender el precio inestimable del ENSAYO, de donde arranca, y nos ayudaría a comprenderlo, si no lo hubieran entendido de sobra los católicos españoles, franceses e italianos, que con tanto aplauso lo recibieron cuando nació, y quienes lo combatieron tan sañudamente como Gaduel en Francia y Valera en España.
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“Después de haber amansado amorosamente aquellas grandes iras y después de haber serenado con sólo su mirada aquellas fuertes tempestades, vióse a la Iglesia sacar un monumento de una ruina; una institución, de una costumbre; un principio, de un hecho; una ley, de una experiencia, y, para decirlo de una vez, lo ordenado, de lo caótico; lo armónico, de lo confuso.” (Ponemos caótico en lugar de exótico; error, sin duda, de la edición de Ortí, repetido en la de ahora.)
Con la característica magnificencia de su estilo, Donoso, en las anteriores palabras, hace resaltar con gran relieve la obra de la Iglesia “creadora” del orden social cristiano que, ayudada de los pueblos, inspirados en su espíritu, iba perfeccionando y puliendo, en constante ascensión por el camino de alcanzar el máximo bienestar posible en este mundo, al fin y al cabo, valle de lágrimas.
Frente a este orden, regido por la ley de Dios, la Revolución alzó el estandarte de guerra de un orden social sin más norma que la razón humana, antes del Calvario ignorante de la ley divina y, ahora, en franca rebeldía contra ella. En la época de Donoso imperaba la rebeldía en el orden político: todos los gobiernos de la cristiandad negaban los derechos de la Iglesia y contra ella luchaban para someterla a su dominio y convertirla en un instrumento más de su insufrible tiranía. Con la fuerza propia del poder público, aumentada por la omnipotencia del nuevo Estado, hijo del nuevo orden, y el auxilio de las fases violentas revolucionarias, imponía su nefando orden de la razón de base naturalista, a la esfera estrictamente social, complemento necesario de la revolución política ya lograda.
Defendíanse los pueblos, muy ahincada y resueltamente el español, y defendíase la Iglesia, sabiamente gobernada por las firmes y suaves manos del santo Pío IX, aclamado entusiásticamente por los pueblos como el Papa de la Inmaculada y del SYLLABUS. No faltaban católicos que, más o menos ganados por el nuevo derecho y la novísima civilización, o asustados de las violencias revolucionarias, trataban de forzar a la Iglesia a reconciliarse o transigir, por lo menos, con lo que a su entender tenía la fuerza de un hecho consumado incontrastable. Pretendían que la Iglesia obligara a la conciencia de los católicos que bravamente luchaban, a someterse y adherirse in totum, sin reservas, a los nuevos poderes, por el mero hecho de haber llegado a serlo, aunque en su origen fueran ilegítimos y en su ejercicio conculcaran los derechos de la Iglesia y de los pueblos; que renunciara a defender sus derechos de sociedad perfecta y superior a todas por la santidad de su origen, por la superioridad de su fin y por los inmensos beneficios de que, aun en el orden temporal, había colmado a los hombres y las sociedades.
La voz del Papa se hacía oír un día y otro día; sus enérgicas y reiteradas condenaciones del transigente catolicismo liberal no dejaban lugar a dudas. Por fin promulgó el SYLLABUS, del que los enemigos decían ser “el reto supremo lanzado al mundo moderno por el Pontificado agonizante”; mientras la cristiandad entera, con el P. Matignon, afirmaba ser la “proclamación de los derechos de Dios” frente a los de los hombres proclamados por la Revolución en París sobre un catafalco monstruoso de cabezas cortadas. No se olvide que la última de las proposiciones condenadas en tan precioso documento dice: “El Romano Pontífice puede y debe reconciliarse y transigir con el progreso, con el liberalismo y con la moderna civilización”.
Dos civilizaciones en lucha una contra otra, dos banderas, dos campos, dos partidos: el de la razón independiente y rebelde a la ley divina, y el que más tarde llamó Pío X EL PARTIDO DE DIOS. ¿Acaso Donoso era indiferente a la pelea? ¿Se limitó su interés a contemplarla críticamente, como un juez que, sin ayudar a ninguna de las partes, se limita a formular la sentencia? Ni hay página en el ENSAYO, ni línea alguna en sus cartas al cardenal Fornari y al director de la revista parisina que no protesten contra este supuesto. Evidentemente son obras de combate; con ellas Donoso quiso tomar parte en la lucha con todo el fuego que es característico a su estilo literario. Y son de notar la generosidad y el empeño con que cedió el ENSAYO a Veuillot, campeón excelso de aquella contienda en Francia, para su colección de obras lanzadas a la pelea; así como su decisión, cuando acudió al Papa en defensa de su ENSAYO, de amparar a su amigo contra las acometidas de dos prelados: Mgr. Dupanloup y el arzobispo de París.
No son Tejado y Ortí quienes hacen a Donoso abanderado insigne del partido de Dios; fue el mismo Donoso el que empuñó su pluma “como tajante espada” al escribir el ENSAYO y las cartas con las más excelsas cualidades de su estilo arrebatador. No son arbitrarios los comentarios de dichos escritores, ni inoportunos, por cuanto entonces, como ahora, por lo que se ve, ya había quienes trataban de desnaturalizar el claro sentido de su obra excelsa. No empequeñecen la obra de Donoso quienes restablecen su sentido genuino, patente en cada uno de los conceptos que escribió, porque así quiso dárselo su autor. Empequeñece y reduce la gloria de Donoso, tanto como puede sufrirlo su intrínseca grandiosidad, quien, como el señor Juretschke en su desdichado prólogo, previene el ánimo del lector haciéndole apartar la vista de lo que en ella es esencial para fijársela exclusivamente en lo accidental. Aun considerada sólo en su aspecto crítico, muy prevenido ha de estar quien vea únicamente una crítica aguda del siglo XIX en un libro y una obra que llama a juicio las épocas que le son anteriores, hasta Adán, la que le fue contemporánea y las que le sucederán hasta la consumación de los siglos. Ello es tanto más de lamentar en una colección encaminada al laudabilísimo fin de dar a los católicos los instrumentos esenciales para su formación intelectual; y en una época en que son tantos los que ignoran las circunstancias que hicieron nacer la obra de Donoso, cuyo conocimiento es muy conveniente para leerla con provecho, que es lo que Donoso se propuso al escribirla.
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En la nueva edición se han suprimido las notas de la edición de Ortí y Lara, calificadas de “interminables” en el prólogo. Son dichas notas reproducción de las de la de Tejado y de la publicada en Francia, con otras, poco numerosas y breves, del propio Ortí. Las de Tejado son las de la edición de Foligno (en aquel entonces de los Estados Pontificios), anterior a la polémica Gaduel-Veuillot, consideradas necesarias por el asistente de la Inquisición y la censura del obispo que la revisaron; las de Francia restablecen el sentido ortodoxo de los pasajes impugnados por el abate Gaduel, vicario general de Orleáns, como gravemente erróneos en materia de fe.
Si se advierte que el ENSAYO trata de las más elevadas y sutiles cuestiones teológicas, con lenguaje no siempre preciso, como es el literario no específicamente didáctico; y que el lector no tiene por lo general la preparación teológica y filosófica necesaria para penetrarlas en su pleno sentido y evitar erróneas interpretaciones, se comprenderá cuán necesarias son a dicha obra notas doctrinales, que eso son las de aquellas ediciones hechas concienzudamente por editores católicos. Como lo es advertir, en la producción donosiana de la primera época, los errores en que Donoso incurrió y más tarde, explícitamente, reprobó con suma energía. Son más provechosas estas notas, sobre todo en una edición con fines doctrinales, que las meramente eruditas, los comentarios estéticos y literarios y el señalamiento de lugares paralelos.
Por cierto que quien tan duro se muestra con los comentarios y notas de Tejado y Ortí, estaba más obligado a poner cuidado en las que de su cosecha puso a esta edición. No ha sido así, por desgracia. Sin propósito alguno de estudiarlas nos paramos en el error referente al cardenal Fornari; otro hay que salta a la vista de cualquier lector medianamente ilustrado. Se refiere a un escrito de Donoso que el colector sitúa en el año 1838, y en nota advierte cómo la crítica donosiana de Guizot puede tener su origen en Balmes (tomo I, pág. 581). Imposible que así fuera: el primer tomo del PROTESTANTISMO…, al que seguramente se refiere, no vio la luz hasta 1842; en 1838 Balmes era desconocido y había publicado tan sólo tres o cuatro poesías en el periódico LA PAZ, de Barcelona.
Aunque nos duela, no nos sorprende demasiado la crítica real y verdaderamente dura que hace de las ediciones de Ortí y Lara. Evidentemente, no las ha estudiado y ha dedicado muy escasa atención a examinarlas. En la nota bibliográfica nos dice que la primera es de los años 1891-92, que consta de tres tomos; en el prólogo, que “… Ortí y Lara se vio en la necesidad de hacer una segunda tirada en 1903-1904, con un volumen adicional, que contiene un crecido número de escritos inéditos u olvidados y un prólogo”. No hemos tropezado con la primera de las dos ediciones, pero aunque se le olvidara recogerla a Schramm, no es ello necesario para saber que es de 1891-94 y consta de cuatro tomos; con estos datos la reseña Palau en su acreditado catálogo y casualmente hemos visto en un periódico de la época su anuncio con los cuatro tomos.
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En homenaje a Donoso, en defensa de la reputación literaria de autores tan cristianos como Tejado y Ortí y Lara, es acto de caridad para con ellos y para con los católicos en general, que mucho ganarán considerándoles, leyéndoles y estudiándoles como escritores de fama bien justificada; nos hemos creído en el deber de escribir este artículo que desearíamos excitara en todos el amor a la obra de Donoso y a ella acudieran con el afán de encontrar, no un agudo comentarista de la crisis del siglo XIX, sino el expositor magistral de la doctrina que condena el progreso, el liberalismo y la civilización moderna, cuya definitiva y autorizada exposición está en el SYLLABUS. Que para esto y no para otra cosa escribió el gran Donoso su ENSAYO.
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