El parlamentarismo es el enemigo de los pueblos libres





No seguirás en el mal a la mayoría
Éxodo 23:2


En su chispeante crítica de la democracia ateniense Aristófanes censuraba que dicho régimen había transformado al ateniense de antaño, vigoroso, austero, frugal, entrenado para los deportes y la guerra, cerrado a especulaciones disolventes, duro en el trabajo y vigoroso en las diversiones en un “rábula” débil, malsano, pedante, parlanchin, enredador, preocupado sólo por gozar e interesado. Denigra la demogogia, que ha entregado el poder a una criatura tan inestable y ciega como Demos, así como las innovaciones filosóficas que ponen en peligro las virtudes tradicionales y la depravación de las costumbres políticas.



Aquella democracia ateniense tenía bastantes deficiencias estructurales, pero no deja de ser alabada como “inspiradora” de las modernas partitocracias. Pese a todo las diferencias son esenciales: la especulación política del ciudadano se hacía sobre la base del ejercicio de una acción pública entendida como virtud y a la que los mismos se encontraban íntegramente consagrados, por mor de la existencia de un modelo social de base esclavista que permitía el cultivo absoluto de dichas virtudes. Por tanto el bien común no se veía tan preso de banderías ideológicas, y aún así la demagogia no dejaba de hacerse presente.


El régimen actualmente institucionalizado en España encierra lo peor de ambos modelos. No puede ser más actual la descripción que hace Aristófanes de la depravación a la que los paradigmas democráticos han conducido al antaño sano pueblo español, limitado en su horizonte vital a la satisfacción de lujos pequeño burgueses cada vez más vulgares. El parlamentarismo genera pseudogobiernos débiles, esclavos de poderes ocultos, al tiempo que deja a la sociedad sin instrumentos de defensa de su propia libertad y autonomía. La ficción de la voluntad popular como única fuente de legitimidad del poder genera potestades arbitrarias en el orden temporal, sin auténtica auctoritas, y que interfieren y violentan la vida de los cuerpos intermedios y aún de los propios individuos, anestesiados por libertades abstractas de perdición.




Si los carlistas han participado excepcionalmente en procesos electorales han sido sin fe en los mismos y sin reconocer su legitimidad. La deriva electoral hace que cada año que pasa más se acentúen los vicios que ya hace más de 2500 años denunciase Aristófanes. Se vota sin criterio y al servicio de la demagogia más sangrante; se votan programas fuera de la realidad para la satisfacción de los instintos más elementales, se vota por miedo o por mera emotividad burdamente manipulada. Si en la imperfecta democracia ateniense la acción política aún se elevaba al rango de las mayores virtudes el parlamentarismo liberal ha degradado la política al charco de los más hediondos vicios.



El juego electoral del parlamentarismo es una burda farsa de dominación política por parte de las élites económicas de la plutocracia. El control social ejercido desde los mass media capitalistas y el voto inorgánico y manipulable del pueblo reducido a masa individualizada y desarraigada, imposibilita toda representación social y política real. En palabras de Francisco Elías de Tejada; Es la actitud que en realidad desconoce qué sea el pueblo, porque lo reduce a la noción amorfa y pulverizada de lo que Francisco Suárez llamaría "multitud", coexistencia inorgánica que nada tiene de común con la sociedad independiente y membrada, integrada por comunidades autárquicas y libremente constituidas que es la verdadera calidad del pueblo.


El historiador carlista Melchor Ferrer, en el tomo I de su magna obra Historia del Tradicionalismo español, dejó consignada la verdadera dicotomía entre el parlamentarismo liberal y la representatividad política tradicional, evitando la falsa y manipuladora dicotomía liberal entre democracia y dictadura.


"No ha de admitirse que sea el individuo suelto, disgregado, el punto de arranque de la sociedad, porque el individuo es ser sociable, pero no social, hasta que no se asocie, constituyendo la familia. No es el individuo, sino la familia la primera célula social. Es la familia la que contrae las primeras obligaciones, los primeros deberes; por eso le corresponden derechos. El individuo solo no es nada, y de la nada, nada sale. No es concebible el hombre aislado, y en cuanto, por inclinación o por necesidad, abandona su aislamiento, ya es ser social, porque de algún modo se ha asociado, al relacionarse, y toda relación es referencia, trato, enlace, concordancia. La sociedad, por tanto, la Nación ha de fundamentarse sobre núcleos vivos y efectivos, que son los núcleos sociales, los que, con acción social, deben y pueden influir y actuar en su propia atmósfera, en la sociedad nacional. El voto aislado, el voto suelto, el voto universal inorgánico es contrario a la naturaleza del hombre pensante, porque se deja en cierto modo a la casualidad, a lo que salga; el voto corporativo, por gremios, por profesiones, por clases, por organismos, que tienen, cada uno, su ser y su razón de ser, su interés, su aspiración, es un voto lógico y consciente, además de ser natural, porque resulta conforme con la naturaleza de la sociedad, que es un conjunto de grupos sociales, con causas y efectos propios"


Charles Maurras, autor del conocido y tajante apotegma La democracia es el mal. La democracia es la muerte, ya advirtió de lo letal que significaba el parlamentarismo burgués para la vida de los pueblos. Hoy la democracia liberal-parlamentaria sigue manipulando y envileciendo a las naciones, mientras las grandes decisiones políticas y económicas se deciden en gabinetes ocultos de organismos transnacionales y en los feudos financieros apátridas, muy lejos de la voluntad de los pueblos. El parlamentarismo cumple la función de demoler todo cimiento social, político, o moral que se pueda oponer al poder del Dinero. Los corsés de las estructuras y castas partitocráticas corruptas a su servicio, los convierten en agentes de una verdadera dictadura de los partidos políticos, utilizados para el medro personal y la total absorción de la vida social.

El parlamentarismo es hoy el paradigma dominante, el sagrado dogma impuesto por el nuevo totalitarismo tecnocrático liberal del pensamiento único, al que incluso todas las pretendidas izquierdas se han rendido.

El carlismo se ha opuesto en toda su historia, con la pluma y con las armas, a esta nueva tiranía, que destruye a los hombres, sus libertades reales, sus tradiciones y culturas. En defensa del sentido comunitario y el bien común frente al individualismo burgués. El parlamentarismo engendra gobiernos títeres entre facciones del mismo sistema liberal, que perpetúan el idéntico proceso disolvente y se reparten el poder entre sus castas políticas partidistas. Juan Vázquez de Mella, el Verbo de la Tradición, nos lo sintetizó para memoria perenne de los hombres libres.


“La del parlamentarismo, o, concretando más, lo que llamamos ahora, antiguo régimen; es decir, el conglomerado de grupos y partidos, o, más claro, la gusanera, que, bajo ese parlamentarismo, soportaba y odiaba el más sufrido de los pueblos. Durante medio siglo se repartieron los distritos, Ayuntamientos, Diputaciones y el presupuesto único, porque era el modelo y la regla a que había de ajustarse el de los Municipios y provincias. Ni un cartero, ni un caminero podían moverse en la última aldea sin su permiso. Los grupos y su clientela eran los amos absolutos. Los abusos de ese centralismo monstruoso fueron innumerables; pero también fue enorme el reparto de beneficios a los amigos que formaban la casta privilegiada, el patriciado de esa tiranía”


"Los partidos doctrinarios y radicales de la Revolución no han tenido más que un programa: demoler, desde los cimientos a las bóvedas, todo el edificio que con sublimes y seculares esfuerzos habían ido levantando generaciones católicas y monárquicas sobre un suelo amasado con su sangre; oponer a cada empresa histórica una catástrofe, a cada gloria una ignominia, a cada derecho una licencia, a cada virtud cívica una corrupción, y, finalmente, a la comunidad de creencias, de sentimientos, de instituciones fundamentales, de tradiciones, de recuerdos y de aspiraciones comunes que constituían el espíritu nacional, un solo principio: el de negar ese espíritu, y una sola libertad: la de romper esas unidades y de disolver la Patria. Eliminar los partidos parlamentarios no es cercenar el ser de la Patria; es aliviarla de un peso que la oprime, es remediar a un cautivo y levantar del suelo a una reina desfallecida y humillada"


El Matiner