Fuente: Boletín Carlista de Madrid, Número 4, Febrero 1994. Página 3.



LA SOMBRA DE LA GUILLOTINA

Por Rafael Gambra



Días atrás la Asamblea Nacional francesa escuchó estupefacta el discurso de don Juan Carlos de Borbón, descendiente de los Capetos y representando a la más antigua monarquía de la Cristiandad, en el que alababa sin reservas y en términos absolutos a la Revolución Francesa de 1789-94.

Apoyándose en unos juicios de Tocqueville que hacía suyos, fueron estas sus palabras: “El pueblo francés, al romper de repente el vínculo de los recuerdos, al pisotear sus viejos usos repudiando sus antiguas costumbres, al abandonar violentamente las tradiciones familiares, las opiniones de clase, el espíritu provinciano, los prejuicios nacionales y el dominio de las creencias, proclama que la verdad sólo es una, que no cambia ni con el tiempo ni con el lugar, y que cada uno puede descubrirla y debe atenerse a ella. En resumen, las ideas que surgieron de la Revolución Francesa no triunfaron en Europa y en el mundo por proceder de Francia, sino precisamente por ser universales, por su dimensión humana.”

(Nosotros creíamos que lo que hizo la Revolución fue precisamente negar la verdad como algo objetivo y para hacerla relativa a cada hombre, a cada partido, es decir a la opinión pública cambiante que se expresa en la mitad más uno de los votos.)






Lo que omitió el orador fue que la primera de esas rupturas con tradiciones familiares y prejuicios históricos fue derrocar la monarquía y guillotinar al rey (Luis XVI, su antepasado) y a la real familia. Y que los revolucionarios de aquel 21 de enero se disputaron el honor de que la sangre del decapitado monarca cayera sobre sus cabezas y las de sus hijos.

Cabría también recordar que ya en aquel tiempo otro Capeto –Luis Felipe de Orleans–, después de votar la condena de su primo, se adhirió a la Revolución pretendiendo reinar como monarca constitucional. Y que, por esa misma triste pretensión, el tal Felipe-Igualdad fue también guillotinado en 1793.

Los diputados de izquierda de la Asamblea Nacional –los legítimos herederos de la Revolución– no acudieron a escuchar a don Juan Carlos porque ellos no quieren de un Capeto ni aún su rendición y halago.