Empiezo esta serie de hilos en los que traduciré una conferencia del profesor Harry Oldmeadow titulada "La tradición traicionada. Los falsos profetas del modernismo (Darwin, Marx, Freud y Nietzsche)".




Harry Oldmeadow es un autor, profesor y editor australiano cuyas obras se centran en la Tradición, la religión oriental y la filosofía. Actualmente es coordinador de Filosofía y Estudios Religiosos en la Universidad de La Trobe, Bendigo (Australia). Algunos de sus obras incluyen: Traditionalism: Religion in the Light of Perennial Philosophy, The Betrayal of Tradition o Light from the East: Eastern Wisdom for the Modern West.

Harry Oldmeadow - Wikipedia



Harry Oldmeadow: Los falsos profetas del modernismo.

Parte 1: la crisis de la modernidad.


Empecemos reconociendo que hay una crisis fundamental en el mundo moderno y que su origen es espiritual. Apenas puede ponerse en duda que existe esta crisis. Alguno de los síntomas: la catástrofe ecológica, un signo material de la fisura entre el Cielo y la Tierra; un consumismo y materialismo incontrolado, que significa una rendición a la ilusión de que el hombre puede vivir sólo del pan; la extirpación genocida de las culturas tradicionales por parte de las fuerzas precipitadas de la “modernización”; barbaridades políticas a un nivel casi inimaginable; desavenencias sociales, violencia endémica y desgobierno de proporciones nunca vistas; alienación y hastío generalizados, y un sentido de esterilidad espiritual en medio de la frenética confusión y barullo de la vida moderna; un panorama religiosa dominado por conflictos intestinos e interreligiosos y por la emergencia de agresivos fundamentalismos tanto en Occidente como en Oriente; la pérdida de cualquier sentido de lo sagrado, incluso entre aquellos que siguen ligados a formas religiosas, muchos de los cuales se han refugiado en un literalismo religioso simplista y crédulo o en un liberalismo vacuo y “horizontal” donde “todo cabe”.

El Vishnu Purana es un texto hindú que se remonta a casi dos milenios atrás. En esta obra hay una descripción de las degeneraciones que se pueden esperar en los últimos días del Kali Yuga:

La abundancia y la piedad se reducirán diariamente, hasta que el mundo esté corrompido. Entonces será la riqueza la que otorgue superioridad, la pasión será la única razón para la unión entre los sexos, la mentira será la única forma de éxito en los negocios y las mujeres serán meramente objetos de gratificación sexual. Se valorará la Tierra sólo por sus tesoros minerales, la falsedad será el medio universal de subsistencia, una simple ablución será considerada una purificación eficiente…La observancia de las castas, leyes e instituciones ya no se harán cumplir en la Edad Oscura, y se abandonarán las ceremonias prescritas por los Vedas. Las mujeres sólo obedecerán a sus caprichos y estarán obsesionadas con el placer…Hombres de toda clase se atreverán a considerararse a sí mismos como iguales a los brahmanes…Los vaishyas abandonarán la agricultura y el comercio, y se ganarán la vida gracias a su servidumbre o al ejercicio de las profesiones mecánicas…La casta dominante será la de los shudras.” [1]



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¿No es una imagen dolorosamente precisa de nuestras circunstancias actuales? Aquí va otro diagnóstico de las circunstancias contemporáneas, escrito hace cincuenta años aunque se ajuste más a la actualidad. Es de la escritora inglesa Dorothy Sayers:
“Vanidad; falta de una fe viva; la tendencia a una moral libertina, consumo voraz, irresponsabilidad financiera y un mal humor incontrolado; un individualismo obstinado y terco; violencia, esterilidad y ausencia de veneración por la vida y la propiedad…La explotación del sexo, la degradación del lenguaje…Comercialización de la religión…Histeria y fascinaciones colectivas, vanalidad y enchufismo en los asuntos públicos…El fomento de la discordia…Explotación de las emociones más bajas y estúpidas…” [2]


No es de extrañar, entonces, que cuando a Mahatma Gandhi se le preguntó qué pensaba sobre la “Civilización Occidental”, contestara: “Creo que sería una buena idea.”

Los “signos de los tiempos” – y la lista no es nada exhaustiva – son suficientemente claros para el que tenga ojos para ver. Ninguna retórica dorada sobre el “progreso”, los “milagros de la ciencia y la tecnología moderna”, o los “triunfos de la democracia” (por nombrar sólo tres dogmas de la modernidad) puede ocultar el hecho de que nuestra época está siendo oprimida por una actitud adversa a nuestras necesidades más fundamentales, a nuestros deseos más profundos, a nuestras más nobles aspiraciones. Más problemática es la cuestión de cómo hemos llegado a esta situación y qué rumbo debemos poner para buscar soluciones.

En su brillante ensayo “No hay actividad sin Verdad”, Frithjof Schuon advierte de que:
“Lo que falta en el mundo actual es un profundo conocimiento de la naturaleza de las cosas; las verdades fundamentales están siempre ahí, pero no se imponen porque no pueden imponerse a aquellos que son reacios a escuchar.” [3]


Estas verdades, a menudo tan ridiculizadas en el mundo moderno, pueden encontrarse en la Tradición – y con este término nos referimos a algo muy diferente de los sentidos negativos que ha acumulado en la mentalidad moderna (“la observancia ciega de las costumbres heredadas” y demás).

A falta de una palabra mejor podemos llamar a la cosmovisión dominante del Occidente postmedieval “modernismo”. Lord Northbourne describe el modernismo como “antitradicional, progresista, humanista, racionalista, materialista, experimental, individualista, igualitario, librepensante e intensamente sentimental.” [4] Seyyed Hossein Nasr aglutina estas tendencias bajo cuatro características generales del pensamiento moderno: antropomorfismo (y, por extensión, secularismo); progresismo evolucionista; ausencia de cualquier sentido de lo sagrado; y una ignorancia absoluta de los principios metafísicos.” [5]

El modernismo es una enfermedad espiritual que continúa expandiéndose por todo el mundo como la peste, destruyendo las culturas tradicionales dondequiera que se encuentren. Cientificismo, racionalismo, relativismo, materialismo, positivismo, empirismo, evolucionismo, psicologismo, individualismo, humanismo y existencialismo – estas son algunas de las principales locuras del pensamiento modernista. El origen de estas ideas se puede rastrear a través de una serie de reacciones culturales e intelectuales de la historia europea y a ciertos puntos débiles de la Cristiandad, que la dejaron expuesta a las subversiones de la ciencia profana. El Renacimiento, la Revolución Científica y la así llamada Ilustración fueron todas incubadoras de ideas y valores que primero asolaron Europa y luego se expandieron por todo el mundo. Tras este conjunto de ideologías estrafalarias que han proliferado en los últimos siglos podemos discernir una creciente y persistente ignorancia relativa a las realidades últimas y una indiferencia, si no una declarada hostilidad, a las verdades expresadas por la Tradición.

El contraste entre la tradición y la modernidad es probable que se haga más claro cuando se consideran los siguientes factores:
“Cuando se contrasta el mundo moderno con las civilizaciones tradicionales, no es sólo una cuestión de separar las cosas buenas de las cosas malas; el mal y el bien están por todos lados, así que es esencialmente una cuestión de saber en qué lado se encuentran los bienes más importantes y los males menores. Si alguien dice que tal y cual bien existe fuera de la tradición, la respuesta es: sin duda, pero uno debe elegir el bien más importante, y está representado necesariamente por la tradición; y si alguien dice que en la tradición existen tales y cuales males, la respuesta es: sin duda, pero uno debe elegir el mal menor, y, una vez más, es la tradición la que lo encarna. Es ilógico preferir un mal que incluye algunos beneficios antes que un bien que implica ciertos males. [6]

Nadie va a negar que la modernidad tiene sus recompensas, aunque estas sean, a menudo, de un orden diferente a los tan cacareados “beneficios” de la ciencia y la tecnología – algunos de los cuales son indudables, aunque muchos supongan consecuencias mucho peores que los males que supuestamente solucionan. ¿Qué gana entonces un hombre si obtiene el mundo entero pero pierde su propia alma? Por otra parte, una verdadera ventaja de vivir en estos últimos días es el fácil acceso que tenemos a los tesoros espirituales de las tradiciones religiosas y mitológicas del mundo, incluyendo las enseñanzas esotéricas que hasta ahora se han mantenido en secreto.

Centremos nuestra atención en sólo algunos de los prejuicios característicos del pensamiento moderno. Lo haré refiriéndome brevemente a cuatro representantes del pensamiento moderno. En el breve tiempo del que dispongo no puedo, claramente, repetir sus teorías en detalle. Además, repararé menos en estos personajes que en aquellas tendencias que articulan y cristalizan, y particularmente en la forma en la que popularizaron ciertas ideas y temas clave. Como señaló René Guénon, en el orden intelectual la modernidad tiene sus raíces en una serie de pseudomitologías que, al fin y al cabo, suponen poco más que negaciones, parodias e inversiones de conocimientos tradicionales. Mis cuatro figuras representativas les serán familiares: Charles Darwin, Karl Marx, Sigmund Freud y Friedrich Nietzsche.


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[1] The Vishnu Purana, citado en William Stoddart, An Outline of Hinduism, Washington DC: Foundation for Traditional Studies, 1993, 75-76. Estos fragmentos, en una traducción diferente, pueden encontrarse en The Vishnu Purana, Vol 2, tr. & ed. H.H. Wilson & Nag Sharan Singh, Delhi: Nag Publishers, 1980, 662-3, 866-867.

[2] Dorothy Sayers, Introductory Papers on Dante (1954), citado en E.F. Schumacher, A Guide for the
Perplexed, London: Jonathan Cape, 1977, 151 -152.

[3] Frithjof Schuon, “No hay actividad sin Verdad” en The Sword of Gnosis, 28 (puede encontrarse una traducción diferente de este artículo en The Betrayal of Tradition, 3-14).

[4] Lord Northbourne, Religion in the Modern World, London: J.M. Dent, 1963, 13.

[5] Ver S.H. Nasr, “Reflections on Islam and Modern Thought”, The Islamic Quarterly 23:3, 1979, 119-131.

[6] Frithjof Schuon, Light on the Ancient Worlds, London: Perennial Books, 1966, 42.




Harry Oldmeadow: Los falsos profetas del modernismo.

Parte 2: Charles Darwin






La hipótesis de Darwin, anunciada en las obras de muchos otros científicos y teóricos sociales contemporáneos del estilo y que germinó en las siniestras teorías sobre la población de Malthus, es una de las “pseudomitologías” más elegantes, atractivas y dañinas. En una seductora mezcla de hechos, especulación creativa, argumentación circular y meticulosa sistematización, Darwin parecía producir un relato objetivo y científico del desarrollo de las especies, al ofrecer un relato de cómo las formas de vida llegan a ser lo que son. En el fondo del esquema darwiniano radica una inversión absurda del conocimiento tradicional. En el fragmento de apertura del Evangelio de San Juan, uno de los textos más elevados y místicos, se nos dice que “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios…y el Verbo se hizo carne…” (Juan, 1:1,14). Darwin propone justo lo contrario, que “En el principio era la Carne, esto es, la materia), que se hizo Verbo (conciencia, o Espíritu)…”. De la materia inherte, a través de algunos procesos inexplicables, emergieron las formas de vida microscópicas y durante un período muy muy largo de tiempo, mediante interminables transformaciones y mutaciones, y de acuerdo a los principios que Darwin afirmaba haber descubierto, estas se convirtieron en homo sapiens. En resumen, los organismos microscópicos del limo de algas prehistórico – organismos cuyos orígenes Darwin es totalmente incapaz de explicar – se convierten en hombre. O más lacónicamente, ¡la ameba primordial se convierte en San Francisco, Ibn Arabi o Lao Tse! Toda la tesis de Darwin descansa sobre la proposición de que las especies pueden transformarse en otras. Por muchos conocimientos parciales que la obra de Darwin pueda albergar, este tema central es un absurdo que va en contra de toda sabiduría tradicional. Llamar al hombre “simio con pantalones” traiciona una profunda comprensión de la condición humana, y como observó E. F. Schumacher, uno también podría llamar a un perro “una planta que ladra o una col que corre”. [1]

El darwinismo fue una “gran historia” que se adecuaba perfectamente a los prejuicios de la época – un relato de los comienzos y el desarrollo de la vida que eliminaba al Creador, ahora reemplazado por una serie de “leyes” más o menos inexorables sujetas a una explicación objetiva, un relato que, además, auguraba un progreso inevitable. La hipótesis transformista de Darwin no sólo llegó a dominar el pensamiento científico, sino que pronto sería utilizado, en forma de Darwinismo Social, para apuntalar todo tipo de ideas maliciosas sobre la raza, el imperio, el “Progreso” y el desarrollo de las civilizaciones. La pseudomitología del evolucionismo se prestó a sí misma a ideologías sociales en las que los brutales imperativos de la competición, el egoísmo, la “supervivencia” y la “higiene” racial fueron valorados como “naturales”. [2] Considere, si puede, las implicaciones de un fragmento como el siguiente, de la misma obra El origen del hombre de Darwin.
"En algún período futuro, no muy lejano si es medido en siglos, las razas civilizadas del hombre exterminarán y reemplazarán, casi seguro, a las razas salvajes de todo el mundo. Al mismo tiempo, los simios antropomorfos sin duda serán exterminados. Entonces la brecha entre el hombre y sus aliados más cercanos será más grande, ya que se impondrá, como se puede esperar, entre el hombre en un estado más civilizado, el caucásico, y algunos simios tan inferiores como el mandril, a diferencia de la que ahora existe entre el negro o australiano y el gorila." [3]



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El darwinismo se ha convertido en una especie de pseudoreligión, un hecho que explica el fanatismo con el que muchos científicos siguen obstinadamente ciegos a la cada vez mayor cantidad de pruebas en contra de la idea darwiniana, especialmente en su absurda afirmación según la cual una especie puede transformarse en otra. Hay muchos ángulos desde los cuales se podría destapar como fraudulento el darwinismo – científico, lógico, religioso y metafísico. No podemos repetir ningún tipo de crítica pero quizá quepa señalar que, en muchos aspectos, es una pena que la lucha contra el darwinismo la hayan hecho creacionistas fundamentalistas, que son bastante incapaces de rebatir a Darwin con sus propios métodos. Sin embargo, debería decirse que por muy ingenuos o insatisfactorias que sean tales críticas, su intuición fundamental es válida.

Darwin y sus epígonos nos ofrecen un espectacular ejemplo de la verdad de la observación de René Guénon, según la cual
“…cuando la ciencia profana abandona el dominio de la mera observación de hechos, e intenta obtener algo de una acumulación indefinida de detalles separados, que es su único resultado inmediato, conserva como una de sus principales características la construcción más o menos elaborada de teorías puramente hipotéticas. Estas teorías no pueden ser más que hipotéticas por necesidad, puesto que los hechos por sí mismos siempre son susceptibles de explicaciones diferentes y por eso no han sido nunca ni serán capaces de garantizar la verdad de cualquier teoría…y además, tales teorías no están realmente inspiradas por los resultados de la experiencia como si lo estarían casi en su totalidad por ciertas ideas preconcebidas y por ciertas tendencias predominantes en el pensamiento moderno.” [4]



El principio que hay que situar siempre en el primer plano en cualquier discusión sobre la ciencia moderna se encuentra en la insistencia del Vedanta en que “El mundo de maya [i.e., el mundo espaciotemporal que investiga la ciencia] no es inexplicable; es sólo que no es evidente [N.d.T.: no se explica por sí mismo, “self-explanatory” en el original] [5] Sankara dice que cualquier intento por comprender el mundo material sin el conocimiento de lo Real es como intentar explicar la noche y el día sin hacer referencia al sol. En cualquier caso, una ciencia profana sólo puede hablarnos sobre las causas auxiliares y mecánicas; nunca puede ir a la raíz de las cosas, igual que debe permanecer callada siempre y cuando nos enfrentemos a cuestiones acerca del significado y el valor. Sobre la infinita acumulación de datos empíricos de la ciencia moderna, sólo tenemos que recordar el comentario de Gai Eaton, que es cosa de saber más y más sobre menos y menos cosas, y que “nuestra ignorancia de las pocas cosas que realmente importan es tan prodigiosa como nuestro conocimiento de banalidades.” [6]


[1] E.F. Schumacher, A Guide for the Perplexed, 31.

[2] Sobre los efectos sociales de las ideas darwinistas, ver Marilynne Robinson‟s essay, “Darwinism‟, en The Death of Adam: Essays on Modern Thought, New York: Picador, 2005, 28-75.

[3] Citado en M. Robinson, “Darwinism”, 35

[4] René Guénon, The Reign of Quantity & The Signs of the Times, Ghent, NY: Sophia Perennis et Universalis,1995, 149.

[5] Ver Harry Oldmeadow, “Sankara‟s Doctrine of Maya”, Asian Philosophy 2:2, 19992, 131 -146.

[6] citado como epígrafe en Tomorrow 12:3, 1964, 191.



Harry Oldmeadow: Los falsos profetas del modernismo.

Parte 3: Karl Marx





Hace uno o dos años, un periódico británico realizó una encuesta en la que se pedía a los lectores que nominaran al pensador más influyente de los últimos mil años. El aplastante ganador fue Karl Marx, el filósofo alemán, teórico social, padre del Comunismo (tanto como cuerpo teórico como movimiento político revolucionario), el sepulturero del capitalismo y de la religión. También se le podría describir como el autor de lo que Carlyle tan correctamente llamó la “lúgubre ciencia” de la economía. Marx no necesita mayor presentación; ni tiene sentido dar un resumen de su teoría sobre el materialismo dialéctico y sus interminables y elaborados análisis de las fuerzas productivas y de distribución en su ópera prima, El Capital, con seguridad una de las obras más pesadas e impenetrables, aunque un hito de la emergencia de esa familia de disciplinas que se agrupan bajo el estandarte de las “ciencas sociales.” No, aquí no puedo más que aludir a algunas ideas que se han convertido en el recurso principal de la actitud moderna. Comencemos con algunas palabras conocidas de la oración fúnebre de Friedrich Engels:
Igual que Darwin descubrió la ley del desarrollo de la naturaleza orgánica, Marx descubrió la ley del desarrollo de la historia humana: el simple hecho, hasta ahora oculto por el crecimiento excesivo de la ideología, de que la humanidad debe, en primer lugar, comer, beber, tener refugio y abrigo, antes de que pueda dedicarse a la política, la ciencia, el arte, la religión, etc; de que, por consiguiente, la producción de los medios materiales inmediatos, y en consecuencia el grado de desarrollo económico adquirido por un pueblo dado o durante una época determinada, crea la fundación sobre el que las instituciones estatales, las concepciones legales, el arte e incluso las ideas sobre religión de la gente involucrada han evolucionado, y a la luz de las cuales así deben ser explicadas, en lugar de al contrario, que es como había sido el caso hasta el momento. [1]


Fue totalmente apropiado que Engels vinculara el pensamiento de Marx con el de Darwin. De hecho, el propio Marx señaló: “El libro de Darwin [Sobre el Origen de las Especies, 1859] es muy importante y me sirve de base, en las ciencias naturales, para la lucha de clases en la historia.” [2] Ambos podrían ser considerados hijos de la así llamada Ilustración: ambos creyeron estar haciendo algo más o menos científico; cada uno popularizó una forma de pensamiento evolucionista, en los dominios biológicos y sociales respectivamente; ambos hicieron detonar una carga explosiva contra los cimientos de la creencia religiosa.

Vuelva un momento al fragmento de Engels. Note la reducción del hombre a un animal económico y social, un ser cuya naturaleza está completamente condicionada, de hecho determinada por circunstancias materiales sobre las que tiene poco control. La dimensión espiritual queda, de esta meanera, despegada como poco más que el residuo de una ya obsoleta concepción religiosa que hasta ahora había alienado al hombre de su verdadera naturaleza como ser social, moldeado por las fuerzas materiales de la historia. Todos conocemos la caracterización de Marx de la religión como “el opio del pueblo”, una droga que desvía su atención de las verdaderas circunstancias con sus ilusorias promesas de una vida en el más allá, y que anestesia su voluntad política. Aquí tienen un conocido fragmento de los incompletos, aunque letales, escritos de Marx sobre religión:
El hombre, que buscó al superhombre en la fantástica realidad del Cielo y no encontró nada más que el reflejo de sí mismo, ya no será más proclive a encontrar sino la apariencia de sí mismo, el nohumano (Unmensch) donde busque y deba encontrar su verdadera realidad...El hombre hace la religión, la religión no hace al hombre. En otras palabras, la religión es el autoconocimiento y el autosentimiento del hombre que o bien no se ha encontrado a sí mismo o ya se ha vuelto a perder... La lucha contra la religión es, por lo tanto...la lucha contra el otro mundo, del cual la religión es el aroma espiritual. ...la religión es el suspiro de la criatura oprimida, el corazón de un mundo sin corazón, igual como es el espíritu de una situación exánime. Es el opio del pueblo. Se requiere la abolición de la religión como felicidad ilusoria del pueblo para su verdadera felicidad...La crítica a la religión desengaña al hombre y le hace pensar, actuar y moldea su realidad como un hombre que se ha desengañado y ha recobrado el juicio, para que dé un giro sobre sí mismo y por lo tanto un giro sobre el sol verdadero. La religión es sólo el sol ilusorio que gira alrededor del hombre mientras este no giro en torno a sí mismo. [3]





Siguiendo a Feuerbach y a Marx, Engels afirmó que: “Toda religión, no obstante, no es nada más que un reflejo fantástico, en la mente del hombre, de esas fuerzas externas que controlan su vida diaria, un reflejo en el que las fuerzas terrestres toman forma de fuerzas sobrenaturales.” [4] Esta trillada idea se ha convertido en la carta de presentación del intelectual moderno.

De la mano de este repudio de la religión y de todo lo que conlleva, va un humanismo secular. En su tesis doctoral, Marx había escrito:

La filosofía no lo oculta. La confesión de Prometeo, “En pocas palabras, detesto a todos los Dioses”, es su propia confesión, su propio lema contra todos los Dioses del Cielo y la Tierra, que no reconocen la conciencia de sí mismo del hombre como la más alta divinidad. [5]



Junto a este humanismo, que encuentra sus antecedentes en el pensamiento de los pensadores de la Ilustración como Rousseau, tenemos el utopismo de Marx, una reflexión que anticipa un mundo en el que todas las desigualdades y maldades, todas las opresiones de clase del pasado, son devoradas por la violencia revolucionaria, que escolta a una época en la que el hombre podrá “cazar por la mañana, pescar a mediodía, criar ganado por la tarde y filosofar por la noche.” [6] En este momento de la historia no creo que necesite señalar que el utopismo romántico y apocalíptico de Marx alimentó tantos abusos y tan monstruosos que apenas podemos discernir su magnitud – un ejemplo de infierno en la Tierra, como predijo tan estremecedoramente el novelista ruso Dostoievsky en su propia y oscura obra maestra, Memorias del subsuelo (1864). El sello distintivo del pensamiento de Marx, en resumen: un materialismo corrosivo y ateo, un humanismo prometéico y un utopismo sentimental y potencialmente asesino, todo esto disfrazado con un atuendo casi científico.


[1] Frederick Engels, “Discurso en el entierro de Karl Marx‟, en Karl Marx & Friedrich Engels, Selected Works,
Moscow: Progress Publishers, 1968, 435.

[2] Carta a Lasalle, 16 January 1861, citado en Francis Wheen, Karl Marx, London: Fourth Estate, 1999, 364.

[3] Contribution to the Critique of Hegel's Philosophy of Right en Karl Marx & Friedrich Engels, On Religion,
Moscow: Progress Publishers, 1957, 37-38

[4] Anti-Dühring, en Marx & Engels, On Religion, 131.

[5] Prefacio a la tesis doctoral de Marx, citado en David McLellan, Marx, Glasgow: Fontana/Collins, 1975, 26.

[6] De The German Ideology, citado en Francis Wheen, Karl Marx, 96.



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Parte 4: Sigmund Freud






Sigmund Freud, el indiscutible padre de la psicología y la psiquiatría modernas, comentó en una carta: “En el momento en el que un hombre cuestiona el significado y el valor de la vida está enfermo, ya que, objetivamente, ninguno tiene existencia alguna.” [1] Desde un punto de vista tradicional, uno no tiene más que citar esta extraordinaria afirmación para rechazar por completo las teorías de Freud. Como sabemos, Freud mismo albergaba una inquina hacia la religión que, en sus mismos términos, sólo podría describirse como patológica. Nadie necesita recordar que las relaciones entre la psicología moderna y las religiones tradicionales no han sido siempre amistosas. Freud produjo un discurso centrado en la insistencia en que, por resumir el asunto tanto como sea posible, las creencias religiosas eran una prolongación poco camuflada de los traumas y patologías de la infancia. Freud identificó “tres poderes que podrían disputar la posición predominante de la ciencia”: el arte, la filosofía y la religión, de las cuales, según dijo, “sólo la religión ha de tomarse seriamente como enemigo”. La filosofía, sugirió, es básicamente inofensiva porque, a pesar de sus ambiciosas pretensiones, “no tiene una influencia directa en la gran masa de la humanidad: sólo es de interés para un pequeño número de avanzados intelectuales y es apenas inteligible para el resto.” El arte “es casi siempre inofensivo y beneficioso; no busca ser nada más que una ilusión.” [2] Esto deja a la religión como “un inmenso poder” y un imponente obstáculo para la ilustración científica de la humanidad, el proyecto en el que el mismo Freud creía estar inmerso.
La última contribución a la crítica del Weltanschauung* religioso [escribió], fue llevada a cabo por el psicoanálisis, al mostrar cómo la religión surgió de la impotencia de los niños y al rastrear su contenido hasta su supervivencia en la madurez de las necesidades de la infancia. [3]


Freud identificó tres golpes fatales contra lo que él llamó el “narcisismo” del hombre, con lo que se refería a la creencia en que el hombre estaba hecho a imagen de Dios: la cosmología copernicana, la biología darwiniana y la psicología psicoanalítica. [4] No tenemos tiempo de excavar en los cimientos de lo que Schuon ha denominado “el fraude psicológico” y la usurpación de las funciones religiosas que se encuentran más allá de su competencia, pero se puede señalar la tendencia de la mayor parte del pensamiento de Freud a través de una pequeña muestra de citas, cuyas siniestras implicaciones se le harán inmediatamente aparentes. De New Introductory Lectures on Psychoanalysis:
[La Weltanschauung* de la ciencia] afirma que no hay fuentes para el conocimiento del universo más allá de la reflexión intelectual de observaciones cuidadosamente analizadas...y, al mismo tiempo, no hay conocimiento que se derive de la revelación, de la intuición o la profecía. [5]


Muchas de sus observaciones sobre la religión son ya muy bien conocidas. Aquí van unas cuantas:
[La religión es] el equivalente a la neurosis que los individuos civilizados tienen que atravesar en su paso de la infancia a la madurez. [6]

Debería insistir...en que los comienzos de la religión, la moral, la sociedad y el arte convergen en el complejo de Edipo. [7]

[Las ideas religiosas] son ilusiones, consumaciones de los más antiguos, fuertes y urgentes deseos de la humanidad. [8]



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Y esta, sobre la naturaleza del ello, al que Freud se refería como “el núcleo de nuestro ser”:
Es la parte oscura e inaccesible de nuestra personalidad... lo consideramos un caos, un caldero de bullentes excitaciones...Está lleno de una energía que surge de los instintos, pero no tiene organización, no produce ninguna voluntad colectiva, sino sólo un empeño por producir la satisfacción de las necesidades instintivas sujetas al cumplimiento del principio del placer...El ello, por supuesto, no conoce juicios de valor...el factor cuantitativo, que está estrechamente vinculado al principio del placer, domina todos sus procesos. Las cargas instintivas que buscan liberarse – esto, en nuestra opinión, es todo lo que hay del ello. [9]



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Las teorías de Freud sobre la “psicogénesis” de la religión y sus grotescas especulaciones sobre la antigua historia de la humanidad, presentan un aspecto claramente evolucionista. Aquí tiene un fragmento representativo:
Mientras que las diferentes religiones pelean entre ellas por ver cuál está en posesión de la verdad, nuestra opinión es que la verdad de la religión podría dejarse completamente de lado. La religión es un intento por dominar el mundo sensorial, en el cual nos encontramos por medio de este mundo ilusorio, que hemos desarrollado en nuestro interior como resultado de necesidades biológicas y psicológicas. Pero no puede conseguir esto. Sus doctrinas llevan la impronta de los tiempos en los cuales surgieron, los ignorantes tiempos de la infancia de la humanidad. [10]


Como Guénon y otros han señalado, la agenda de Freud bien podría resumirse en una de sus frases preferidas de Virgilio, y que grabó en la portada de su primera gran obra: “Si no puedes doblegar a los dioses, revolveré el infierno.” [11] Guénon llamó la atención a algunas de las influencias infernales desencadenadas por el psicoanálisis freudiano, tratando el asunto de la forma más breve cuando observó que “Mientras que el materialismo decimonónico cerró la mente del hombre a lo que está por encima de él, la psicología del siglo veinte la abrió a lo que está por debajo.” [12] – un tema que desarrolló Frithjof Schuon:
Lo que llamamos “fraude psicológico” es la tendencia a reducirlo todo a factores psicológicos y a dudar no sólo de lo que es intelectual o espiritual – lo primero relacionado con la verdad y lo último con la vida en y por la verdad – sino también el espíritu humano como tal, y por lo tanto su capacidad de adecuación y, lo que es aún más evidente, su ilimitación y su transcendencia interior. La misma denigrante y verdaderamente subversiva tendencia se propaga por todos los dominios que el “cientifismo” asegura aceptar, aunque su más aguda expresión se encuentra, más allá de toda duda, en el psicoanálisis. El psicoanálisis es, al mismo tiempo, causa y finalidad, como siempre ocurre con las ideologías profanas, como el materialismo y el evolucionismo, de las cuales es realmente una ramificación lógica y fatal y un aliado natural. [13]


Por tratar el asunto de una forma algo diferente, podríamos decir que el materialismo, el evolucionismo y el psicologismo no son, de hecho, tres teorías distintas sino más bien variantes de una cosmovisión singular y estrafalaria que Guénon reveló en El Reino de la Cantidad (1945). Antes de dejar el tema del psicoanálisis podríamos también considerar las implicaciones del siguiente fragmento de Titus Burckhardt, que trata del cientifismo en general y del psicologismo en particular:
...la ciencia moderna exhibe cierto número de fisuras que no se deben sólo al hecho de que el mundo de los fenómenos es indefinido y que, por lo tanto, ninguna ciencia podría llegar a su final; esas fisuras se derivan especialmente de una ignorancia sistemática de todas las dimensiones incorpóreas de la realidad. Se hacen evidentes justo en los cimientos de la ciencia moderna, y en dominios tan aparentemente “exactos” como el de la física; se vuelven enormes grietas cuando uno se vuelve hacia las disciplinas conectadas con el estudio de las formas de vida, por no mencionar la psicología, donde un empirismo, que es relativamente válido en el orden físico, se inmiscuye de extraña manera en un campo extraño. Estas fisuras, que no afectan sólo al reino teórico, están lejos de ser inofensivas; representan, al contrario, en sus consecuencias técnicas, muchas semillas para la catástrofe. [14]






*Cosmovisión

[1] Carta a Maria Bonaparte, de Letters of Sigmund Freud, citado en Philip Rieff, The Triumph of the
Therapeutic, Harmondsworth: Penguin, 1973, 29.

[2] Sigmund Freud, New Introductory Lectures on Psychoanalysis, London: Hogarth Press, 1974, 160-161.

[3] Sigmund Freud, New Introductory Lectures on Psychoanalysis, 167.

[4] Sigmund Freud, Collected Papers, Vol 1, citado en Whitall Perry, “The Revolt Against Moses: A New Look
at Psychoanalysis”, en Challenges to a Secular Society, Oakton, VA: Foundation for Traditional Studies,
1996, 17-38.

[5] New Introductory Lectures on Psychoanalysis, 159.

[6] New Introductory Lectures on Psychoanalysis, 168.

[7] Sigmund Freud, Totem and Taboo, London: Routledge & Kegan Paul, 1950, 156.

[8]The Future of an Illusion (1927), en The Complete Psychological Works of Sigmund Freud, Vol XX1, ed.
James Strachey, London: Hogarth Press, 1964, 30.

[9] New Introductory Lectures on Psychoanalysis, 74-75.

[10] New Introductory Lectures on Psychoanalysis, 168.

[11] de Virgilio, inscrito en Die Traumdeutung, señalado en René Guénon, The Reign of Quantity, nota 139, 355.
Para algunos comentarios más sobre las ideas de Freud sobre la religión ver Wolfgang Smith, Cosmos and Transcendence,
109, y Alister McGrath, The Twilight of Atheism, London: Rider, 2004, 66-77.

[12] de L’Erreur Spirite (1923), citado en A.K. Coomaraswamy, Hinduism and Buddhism, Delhi: Munshiram
Manoharlal, 1996, 61. La crítica más devastadora de Guénon hacia el psicologismo se encuentra en The Reign of
Quantity (1945).

[13] Frithjof Schuon, “The Psychological Imposture”, en Survey of Metaphysics and Esoterism, Bloomington:
World Wisdom, 1986, 195.

[14] Titus Burckhardt, “Cosmology and Modern Science”, in The Sword of Gnosis, 131.




Harry Oldmeadow: Los falsos profetas del modernismo.

Parte 5: Friedrich Nietzsche








Aunque a Darwin, Marx y Freud se les ha reconocido desde hace mucho tiempo como tres pensadores tremendamente influyentes, en cuyas obras algunas ideas característicamente modernas ofrecen su expresión más dramática y potente, quizá sea momento de añadir el nombre de Friedrich Nietzsche a la lista de falsos profetas de la modernidad. Nietzsche es un caso particularmente problemático, en parte porque su obra está llena de impactantes ideas de tipo casi destructivo. Aquí no puedo hacer más que señalar resumidamente su peculiar papel en el desarrollo del pensamiento moderno.

Nietzsche es más conocido por su anuncio de la “muerte de Dios”, con lo que quería decir que los cimientos de la cosmovisión religiosa habían ya colapsado y que ningún intelectual que se considerara tal podía ya subscribirse a la creencia en Dios. Aquí lo tienen bramando contra cualquier concepción tradicional y religiosa:

La “Ley”, la “voluntad de Dios”, el “libro sagrado”, la “inspiración” – meras palabras para las condiciones en las que el sacerdote llega al poder, mediante las cuales mantiene su poder – estos conceptos se encuentran en la base de todas las organizaciones sacerdotales, de todas las estructuras de poder sacerdotales o filosófico-sacerdotales. La “mentira sagrada” – común a Confucio, las Leyes de Manu, Mahoma, la Iglesia Católica –: tampoco falta en Platón. “La verdad existe”: esto quiere decir que, siempre que se escuche esto, el sacerdote está mintiendo... [1]


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Nietzsche también puso una bomba de relojería bajo toda idea de Verdad objetiva; su legado filosófico ha producido sus frutos más ácidos, un siglo después de su muerte, en todo el relativismo del pensamiento pospodernista, como el que se encuentra en las obras de personajes como Jacques Derrida y Michel Foucault, por mencionar sólo dos de los supuestos oráculos parisinos, aquellos “monjes de la negación” cuyas obras han ejercido tan corrosivo efecto en la Academia durante las últimas tres décadas. Algunos de ustedes conocerán otros leitmotivs de la obra de Nietzsche – sus hirientes ataques hacia la Cristiandad, y en particular su igualitarismo espiritual; su elogio del Ubermensch, el “Superhombre”, liberado de las ataduras de la agobiante moralidad burguesa, que ejerce su “voluntad de poder” en un “autodominio” heroico; su forma de enviar la filosofía, la metafísica y la ética tradicionales a la papelera de la historia humana. Como ha señalado Schuon sobre Nietzsche, es evidente que hay algo noble en el espíritu de la obra de este afligido genio, particularmente en sus expresiones poéticas, afectadas por “la exteriorización pasional de un fuego interior, pero de una manera que es tanto desviada como demente” [2] – desviación evidente en la peculiar amalgama que Nietzsche hace de Maquiavelo, del romanticismo germano y de un darwinismo despiadado. Lo que le faltaba a este “genio volcánico” era cualquier verdadero criterio intelectual que pudiera haber canalizado su profunda reacción contra la mediocridad de su época en direcciones más provechosas.

Nietzsche es, de hecho, un caso particularmente extraño: mientras celebraba la “muerte de Dios”, al mismo tiempo comprendía algunas de sus más desastrosas consecuencias. Considere, por ejemplo, este famoso fragmento de La gaya ciencia:

“¿No habéis oído hablar de ese loco que encendió un farol en pleno día y corrió al mercado gritando sin cesar: «¡Busco a Dios!, ¡Busco a Dios!». Como precisamente estaban allí reunidos muchos que no creían en Dios, sus gritos provocaron enormes risotadas. El loco saltó en medio de ellos y los traspasó con su mirada. «¿Que a dónde se ha ido Dios? – exclamó –, os lo voy a decir. Lo hemos matado: ¡vosotros y yo! Todos somos sus asesinos. Pero ¿cómo hemos podido hacerlo? ¿Cómo hemos podido bebernos el mar? ¿Quién nos prestó la esponja para borrar el horizonte? ¿Qué hicimos, cuando desencadenamos la tierra de su sol? ¿Hacia dónde caminará ahora? ¿Hacia dónde iremos nosotros? ¿Lejos de todos los soles? ¿No nos caemos continuamente? ¿Hacia adelante, hacia atrás, hacia los lados, hacia todas partes? ¿Acaso hay todavía un arriba y un abajo? ¿No erramos como a través de una nada infinita? ¿No nos roza el soplo del espacio vacío? ¿No hace más frío? ¿No viene siempre noche y más noche? ¿No tenemos que encender faroles a mediodía? ¿No oímos todavía el ruido de los sepultureros que entierran a Dios?” [3]

Como dijo un representante de la Iglesia Ortodoxa, Metropolitan Anthony Sourzah: “La pérdida de Dios es muerte, desolación, hambre, separación. Todas las tragedias del hombre en una palabra, “impiedad” [N.d.T. Del original “godlessness”; también podría traducirse como “ateísmo”] [4] Nietzsche comprendió esto muy bien – pero no pudo hacer nada por ayudarse a sí mismo, al estar seducido por sus propios delirios sobre el Ubermensch dionisíaco.


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[1] de The Anti-Christ (1988), in Philip Novak (ed), The Vision of Nietzsche, Rockport: Element, 1996, 52.

[2] Frithjof Schuon, To Have a Center, Bloomington: World Wisdom, 1990, 15.

[3] de The Gay Science (1882) en A Nietzsche Reader, ed. R.J. Hollingdale, Harmondsworth: Penguin, 1977, 202-203.

[4] Metropolitan Anthony of Sourzah, God and Man, London: Hodder & Stoughton, 1974, 68.