Fuente: Siempre, Número 32, Octubre-Noviembre de 1961, página 5.
CLERICALISMO
Por Mariano del Mazo
Los frecuentes comunicantes nos plantean preguntas a veces interesantes, pero, desgraciadamente, casi siempre las mismas. Preguntas mil veces contestadas y mil veces vueltas a plantear.
«¿Son ustedes absolutistas?», «¿Por qué no se renuevan un poco?», «Lo malo de ustedes es que no evolucionan», «Lo malo de ustedes es que no son los de antes», etc.
En realidad los comunicantes que escriben de este modo raras veces quieren aclararse la pregunta. Las más de las veces preguntan por «pinchar». Operación inútil para realizarla sobre un carlista.
Pero hay quien, ingenuamente, nos pregunta «si es cierto que matan curas, pues lo he leído en una reciente novela». «Yo siempre había entendido –agrega el comunicante– que ustedes, por el contrario, eran unos clericales».
Usted y mucha gente. Incluido, por supuesto, el señor don Emilio Castelar, al que Manterola hubo de replicar en el Congreso que Don Carlos no vendría a restablecer la Inquisición ni a obligar a oír misa a los liberales. «Sois libres de ir al infierno los que queráis», concluía el famoso orador.
Contaba Jesús Pabón que el hijo de don Cristino Martos hacía grandes elogios del carlismo ante el general Cavero, pero lamentándose de que los carlistas fuéramos tan clericales.
– ¿Nosotros clericales? –le replicaba el general–. Si un día llegásemos al poder, lo primero que hacemos es llevarnos por delante a seis o siete obispos.
– Usted sí, Cavero –respondía Martos–, porque usted es un santo. Pero, ¿quién me garantiza a mí que todos los carlistas harían otro tanto?
Lo cierto es que los carlistas, católicos a machamartillo, no han sido nunca precisamente clericales. Y ello por una razón muy sencilla. Por la natural de no haber gobernado. Por ello, los posibles canónigos no encontraban facilidades siendo carlistas. Y hasta hubo obispo que prohibió que se leyese «El Correo Español» (nuestro periódico carlista) en su Seminario.
Para muchos clérigos el carlista no era en el fondo más que un «perturbador del orden». Y ¡pobres clérigos!. No eran ellos solos. Toda la vieja burguesía española amaba y temía a los carlistas. En los momentos de peligro los llamaba, colmándoles de elogios. Pasado el susto, los encontraba demasiado montaraces.
El Carlismo no ofrecía posibilidades materiales. Sus amigos en el clero eran, por ello, principalmente los curas rurales. En las ciudades, las gentes que no lo esperaban todo de «la política».
¡Cuánto ha sufrido el carlismo por la incomprensión clerical! Y ¡qué mal le han tratado tantos clérigos! El canónigo exiliado y luego reintegrado a España, donde murió tranquilamente, Carlos Cardó, escribió frases injustas y duras en su obra «Historia espiritual de las Españas», publicada en el exilio. Tuve ocasión de hacer la réplica de la misma cuando se celebró su lectura en la Universidad veraniega de Santander. La sala estaba llena de clérigos, pero sólo mi voz salió en defensa del Carlismo injustamente injuriado. Al volver a mi sitio, algunos canónigos me felicitaron. Después.
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