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Tema: Clericalismo, Anticlericalismo y Catolicismo liberal

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    Clericalismo, Anticlericalismo y Catolicismo liberal

    Acá les dejo una definición según Wikipedia de cada uno de estos tres términos, para que constaten luego los errores:

    Clericalismo


    El clericalismo es la doctrina que instrumentaliza una religión con fin político; defiende que el clero que la representa puede y debe inmiscuirse en los asuntos públicos y profanos como un poder que los oriente, supervise y corrija conforme a sus dictados. Como tal, hizo surgir el anticlericalismo, modalidad de laicismo que sostiene la doctrina opuesta.
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    [editar] Historia

    Muchas religiones han intentado usurpar el gobierno civil y dirigirlo mediante la modalidad de gobierno conocida como teocracia. En la India las religiones ástika. En Occidente, el fundador de la religión cristiana, Jesucristo, dejó ya sentado el principio de que "no se puede servir a dos señores" y de que había que "dar al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios", y separó claramente lo espiritual de lo terrenal. Sin embargo la constitución de una religión de tipo sacerdotal y aliada al poder político con el apoyo del emperador Constantino hizo a la Iglesia ir acumulando cada vez más intereses económicos y poderes políticos, el llamado poder temporal, que se identificó con el espiritual. Primaban las normas cristianas cuando éstas entraban en conflicto con las romanas y así san Jerónimo, a finales del siglo IV, sentaba el principio: Aliae sunt leges Caesaris, aliae Christi; aliud Papinianus, aliud Paulus noster praecepit (Unas son las leyes del César, otras las de Cristo, una cosa ordena Papiniano, otra nuestro Pablo). Fue San Agustín quien con mayor insistencia abordó las diferencias entre los iura fori y los iura caeli (derecho del mundo y derecho del cielo). Subsistía, sin embargo, el mensaje primitivo de Jesucristo, apoyado por interpretaciones legitimistas como la de San Francisco de Asís o tomadas como heréticas tals las de John Wycliff, Jan Hus y otros, hasta que en Europa un lento proceso de secularización, fundado en esos precedentes e iniciado con el Humanismo del Renacimiento y la Reforma, fue separando cada vez más a la Iglesia del Estado, incluso ya en la Edad Media cuando los gibelinos tomaron posición contra la asunción de un poder excesivo por parte del Papa y su intromisión en los asuntos políticos y económicos. Los clericales reaccionaron valiéndose, para mantener el control ideológico de Europa, del Index librorum prohibitorum o Índice de libros prohibidos y de una institución represora con potestad de condenar a muerte, la Inquisición.

    Basílica de Loyola, lugar de donde era natural San Ignacio, fundador de la Compañía de Jesús.


    En parte gracias a la labor de la Reforma protestante y a la de los filósofos del Humanismo, del Racionalismo, del Empirismo y de la Ilustración, la Inquisición fue desapareciendo progresivamente de las diversas naciones de Europa y la libertad de pensamiento fue esparciéndose contra las doctrinas integristas del Clericalismo, que asumía el Papa y la Compañía de Jesús principalmente, y que se mostraban poco beneficiosas para la naciente burguesía desde un punto de vista meramente económico al no permitir desamortizaciones de los improductivos bienes de mano muerta. Los jesuitas fueron expulsados de diversas naciones europeas en el siglo XVIII y la enseñanza se secularizó poco a poco desde la Revolución francesa (1789) a través de diversas revoluciones burguesas (1820, 1830, 1848); clericales como el padre Augustin Barruel hablaron de una que bautizó como "Conspiración de los filósofos" de la Ilustración para desarmar a la Iglesia en obras como Mémoires pour servir à l'histoire du jacobinisme (Hambourg, 5 vol., P. Fauche, 1798-1799) que llegaron a tener una enorme influencia; pero se trataba del signo de los tiempos: las desamortizaciones desnudaron a la iglesia de su tremendo poder económico; las iglesias nacionales promovían el regalismo frente al poder central del papa y los eclesiásticos dejaron de aparecer poco a poco por las cámaras de diputados. Eso no ocurrió en, por ejemplo, religiones teocráticas como la Islámica (lo que no quiere decir que no existan facciones fundamentalistas partidarias de un mayor poder e intervencionismo del clero en el estado islámico) o el Budismo tibetano.

    Augustin Barruel.


    El clericalismo moderno renació en Italia cuando el papa Pío IX (1846-1878) promulgó su Syllabus (1864) considerándose prisionero del recién nacido estado italiano; en él condenaba todo aspecto del Liberalismo y del Modernismo dando vida a los movimientos del Catolicismo intransigente que rechazaban reconocer el nuevo Reino de Italia. La iglesia católica, refractaria a constatar su real pérdida de prestigio ideológico y de poder en este mundo (el llamado "poder temporal"), reaccionó cerrándose en una doctrina integrista, ultramontana y fundamentalista y defendiendo doctrinas políticas ultraconservadoras en distintos países como el Carlismo en España; entre otras cosas, eso provocó la ejecución del arzobispo de París Georges Darboy por la Comuna el 24 de mayo de 1871. Con la encíclica Rerum novarum ("Sobre las nuevas cosas") del papa León XIII (1891), la iglesia católica mostraba su poco entusiasmo por la democracia y afirmaba que las clases y la desigualdad constituyen rasgos inalterables de la condición humana, como son los derechos de propiedad. Abominaba en este escrito por igual del capitalismo y del socialismo, y creó con ello una tercera vía de la que nació una doctrina política integrista que inspiró los partidos de la Democracia Cristiana y los llamados Sindicatos católicos, al lado de otros movimientos reaccionarios como el Realismo o la Acción Católica en Francia; con todos estos órganos los eclesiásticos podían así influir en la sociedad. Al estallar la Guerra Civil en España, los clericales de toda Europa sin excepción apoyaron a Francisco Franco, con la única excepción del filósofo Jacques Maritain.


    Por otra parte, se consolidó un integrismo protestante con la Christian Identity o el Christian Reconstructionism en los Estados Unidos o las formas militantes del fundamentalismo islámico, politizado sobre todo a partir de la publicación en 1970 del libro del ayatolá Jomeini Velayat-e faqih (Persa: ولایت فقیه, Gobierno islámico en español), probablemente el más influyente documento escrito en los tiempos modernos en pro de la Teocracia. O el nacionalismo hindú militante de la India (Rastrilla Swayamsevak Sangh y Baratilla Hanata)
    [editar] El clericalismo en España

    La Inquisición tuvo un gran papel en España en los siglos XV, XVI y XVII al permitir vertebrar un país muy heterogéneo en torno a una sola religión, la católica, pero su dominio fue excesivo al extenderse hasta principios del siglo XIX y se pagó el precio excesivo del atraso ideológico, económico y político y la extensión generalizada, con ayuda de la censura, de la hipocresía y la corrupción moral. Hubo grandes figuras de polemistas que defendieron los puntos de vista del abate Barruel.
    Lorenzo Hervás y Panduro escribió unas Causas de la revolución francesa. Fray Fernando Ceballos y Mier fue un auténtico martillo de herejes, y escribió La falsa filosofía, crimen de Estado en seis abultados volúmenes que logró publicar hasta que se le amordazó cuando amenazaba con el séptimo tomo (1774) contra "ateológicos, naturalistas, deístas, libertinos, espíritus fuertes y freethinkers". A estas obras cabe añadir Juicio final de Voltaire, Insania o demencias de los filósofos confundidas por la sabiduría de la cruz. El padre Rafael de Vélez escribió Preservativo contra la irreligión o los planes de la filosofía contra la religión y el Estado, realizados por la Francia para subyugar a la Europa, seguidos por Napoleón en la conquista de España, &c., cuyas primeras ediciones aparecieron en 1812 (Cádiz) y 1813 (Madrid); fue muy reimpreso; a la vuelta de Fernando VII en 1814 compuso la Apología del Altar y del Trono (1818), donde defendía la mutua alianza de ambas instituciones contra los liberales. Tras el Trienio Liberal aún compuso unos Apéndices a las Apologías del Altar y del Trono (Madrid 1825). El dominico Francisco Alvarado, más conocido por su pseudónimo "el Filósofo Rancio" escribió diversas Cartas en defensa del integrismo, y también destacaron en estos respectos escritores como Agustín de Castro o Nicolás Díaz "el Setabiense". El Plan de estudios del clerical Francisco Tadeo Calomarde intentó restablecer las cosas de antaño y la Universidad de Cervera proclamó aquello tan famoso de "Lejos de nosotros la funesta manía de pensar". Numerosos clérigos atizaron las guerras civiles del XIX formando partidas para apoyar al Carlismo cuyo lema era "Dios, Patria y Fueros" en las guerras civiles carlistas, y encontraron estusiastas apologetas en pensadores como Juan Donoso Cortés en su Ensayo sobre el catolicismo, el liberalismo y el socialismo (1851). Contra estos se levantaron sin embargo otros, los católicos liberales o Neocatólicos, liderados por fray Ceferino González.

    Estatua del cardenal Herrera Oria en Santander (Cantabria).


    En el siglo XX, y sobre las bases de las asociaciones de antiguos alumnos de escuelas católicas (por ejemplo los luises, que sirvieron al padre Ángel Ayala para crear en 1909 la Asociación Católica Nacional de Propagandistas y su órgano de prensa, El Debate, 1911), que controlaría después la posterior Acción Católica (creada por Pío XI en 1922), anticiparía la politización de la iglesia que advendría con los cuadros creados en 1931 por el Cardenal Ángel Herrera Oria; este aparato se apoyaría en la quema de iglesias de la Segunda República para declarar la Guerra Civil Española como una Cruzada. Los anticlericales aprovecharon este incentivo para asesinar a numeroso clero secular y regular. Tras la Guerra Civil Española, los cuadros presididos por Herrera Oria intentaron por todos los medios (por ejemplo, a través de la Escuela de Periodismo de la Iglesia creada en 1960 o la Editorial Católica y la fundación del periódico procatólico Ya entre otros y del Instituto Social Obrero) crear una especie de Democracia Cristiana, proyecto fracasado a causa de la misma naturaleza de la dictadura y el desprestigio acumulado por la vinculación ideológica de la iglesia al duro régimen fascista del general Franco.
    Prevaleciéndose del nombramiento de la Guerra Civil como una cruzada, a pesar de la división de la Iglesia, se dio nacimiento al Nacionalcatolicismo o lo que el historiador Hugh Trevor-Roper ha definido como Fascismo clerical, ideología que impregnó sobre todo los primeros veinte años de la Dictadura de Francisco Franco. La Ley de Principios del Movimiento Nacional, vigente hasta 1976, decía en su artículo dos:
    La nación española considera como timbre de honor el acatamiento de la ley de Dios, según la doctrina de la Iglesia católica, apostólica y romana, única verdadera y fe inseparable de la conciencia nacional, que inspirará su legislación.Los obispos hicieron marchar bajo palio a un caudillo militar que ganó para ellos una guerra consagrada por Roma como "cruzada cristiana"; desde entonces el Estado debe cargar con el sostenimiento de esa confesión en base a que la totalidad de España es católica, actualmente con más de 4.000 millones de euros anuales en sueldos de sacerdotes y obispos y para financiar la ingente red de servicios educativos, sanitarios o de caridad de la Iglesia romana en España. La sociedad de posguerra se fue recristianizando con movimientos como el Opus Dei, los Legionarios de Cristo, el Camino Neocatecumenal, la Obra de María (focolares) y Comunión y Liberación (CyL), mientras por otro lado la iglesia, privada de su ascendiente moral con esta toma de partido a favor de los adinerados, los poderosos y los vencedores, con los que se identificaba, perdía su ascendiente entre los pobres con orgullo y hacía descender drásticamente el número de vocaciones, mientras España se volvía sociológicamente cada vez más laica.


    Anticlericalismo


    El anticlericalismo es un movimiento histórico contrario al clericalismo, es decir, a la influencia excesiva de las instituciones religiosas en los asuntos políticos.
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    [editar] Características


    Voltaire en 1718, de Nicolas de Largillière.


    El anticlericalismo sostiene que las creencias religiosas pertenecen al ámbito exclusivamente privado del ciudadano, por lo que las organizaciones que las sustentan, al formarse como instituciones, ejercen influencias intolerantes y, por tanto, indeseables, política y públicamente, en el conjunto social. Surge como respuesta a la existencia de un clericalismo integrista o poder teocrático sustentado por una casta sacerdotal.
    También se denomina como anticlericales a quienes, aun manteniendo creencias religiosas, cuestionan el papel de mediador que ejerce el clero en la profesión de fe.
    En un sentido estricto, el anticlericalismo es un laicismo combatiente y activo que trata de mantener dentro del ámbito o esfera personal e individual toda convicción religiosa. Las derivaciones de este pensamiento han sido muchas: en unos casos el movimiento anticlerical ha ido acompañado de actos violentos contra edificios o arte religioso (iconoclastia) o contra las personas; en otros, por el contrario, ha tenido un contenido más intelectual y político y ha sido asumido por humanistas como Erasmo, ilustrados como Voltaire, filósofos como Friedrich Nietzsche, hijo de un clérigo protestante, y por ideologías como la francmasonería, el liberalismo, el anarquismo y el comunismo. En la India lo representan las tres escuelas nástika.
    [editar] Historia

    El anticlericalismo ha existido en todas las épocas y en todas las religiones que han contado con un clero sacerdotal. Muchas religiones han intentado usurpar el gobierno civil y dirigirlo mediante la modalidad de gobierno conocida como teocracia. En la India las religiones ástika frente a las nástika o no clericales. En Occidente, el fundador de la religión cristiana, Jesucristo, dejó sentado el principio de que "no se puede servir a dos señores" y de que había que "dar al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios", y separó claramente lo espiritual de lo terrenal, dando más importancia a lo primero y no hablando de lo segundo. Sin embargo la constitución de una religión de tipo sacerdotal con el apoyo del emperador Constantino hizo a la Iglesia ir acumulando cada vez más intereses económicos y políticos, el llamado poder temporal, que se identificó con el espiritual. Subsistía, sin embargo, el mensaje primitivo de Jesucristo, apoyado por interpretaciones legitimistas como la de San Francisco de Asís o tomadas como heréticas (las de John Wycliff, Jan Hus y otros), hasta que en Europa un lento proceso de secularización, fundado en esos precedentes y acelerado con el Humanismo del Renacimiento y de la Reforma, fue separando cada vez más a la Iglesia del Estado, incluso ya en la Edad Media cuando los gibelinos tomaron posición contra la asunción de un poder excesivo por parte del Papa y su intromisión en los asuntos políticos y económicos. Los clericales reaccionaron valiéndose, para mantener el control ideológico de Europa, del Index librorum prohibitorum o Índice de libros prohibidos y de una institución represora con potestad de condenar a muerte, la Inquisición, que reaccionaba contra el sentido crítico interno de la propia Iglesia Católica hacia una religiosidad demasiado exterior y ritual; San Antonio de Padua predicó públicamente que mientras Cristo había dicho "apacienta mis ovejas", los obispos de su época se dedicaban a ordeñarlas o trasquilarlas, y San Bernardo escribió que el Papa no parecía sucesor de San Pedro, sino de Constantino. Sin embargo el anticlericalismo europeo tal y como se conoce actualmente se desarrolló sobre todo a partir del siglo XVI con las obras de los humanistas y en particular con la del filoprotestante Erasmo de Rotterdam, quien era, además, hijo de un cura. "Si todos no nos hemos confesado brujas, es únicamente porque no todos hemos sido torturados. Vivimos en tiempos tan difíciles que es peligroso hablar, pero también guardar silencio", escribió el humanista Juan Luis Vives. Fue Maquiavelo quien postuló por primera vez que la Política era una realidad ajena de toda Moral, separando claramente Estado e Iglesia. Los eclesiásticos se apegaron al principio de cuius regio, eius religio, es decir, la obligación del ciudadano de practicar la religión de su rey, para terminar con las terribles guerras de religión entre príncipes luteranos y católicos. Ahí se pusieron los cimientos de lo que se conoce como la "religión de Estado".

    el Index Librorum Prohibitorum, arma de la iglesia católica para reprimir, prohibir y ocultar el pensamiento anticlerical.


    Pero fue en la Ilustración cuando los filósofos, como Diderot y sobre todo Voltaire, atacaron de forma sistemática a la Iglesia católica y a los sacerdotes, siendo una de las más claras consecuencias de este movimiento la expulsión de los jesuitas en países como España y Francia entre otros. El celibato católico, la existencia de una Inquisición intolerante hasta la pena de muerte y de un Índice de libros prohibidos que restringía la libertad del pensamiento, la conducta represora de la Iglesia con el sexo femenino y el hecho de que no existiera una educación laica, de lo que la iglesia se aprovechaba para reservarse los mejores talentos, todo fue visto como una rémora para el progreso y la Ilustración del pueblo. Por otra parte, y desde un punto de vista económico, la Iglesia católica detentaba, como heredera de los bienes "de manos muertas", una inmensa cantidad de tierras que no se ocupaba en hacer cultivar, paralizando la Economía; a ello se iba oponiendo la naciente burguesía partidaria de una desamortización de tales bienes.
    Por esto el anticlericalismo se incrementó durante la Revolución francesa; la Iglesia Católica se resistió y opuso a la Declaración de los derechos del hombre al menos hasta 1941. (Stanislas-Marie Maillard, héroe de la Bastilla, mató a 3 obispos, 120 curas y 50 religiosos), en particular durante el Terror de Robespierre; el anticlericalismo se hizo más pragmático durante las sucesivas revoluciones burguesas (1820, 1830, 1848) y continuó con la irrupción del Marxismo y del Comunismo. En todos los casos, la defensa por parte de la Iglesia de los modelos absolutistas y de las acciones represivas contra los movimientos obreros, así como de la tradición de estar del lado del poder político o económico, fueron causa para que el anticlericalismo se invistiera de contenido social. Las manifestaciones anticlericales condenaron de forma tajante la participación de la iglesia en cualquier ámbito del poder político, especialmente en la educación. La obra de Jules Michelet Le Prêtre, la femme et la famille fue una de las más anticlericales e influyentes del siglo XIX, y conoció dieciocho ediciones en diversos lugares de Europa entre 1848 y 1918.
    En Francia hasta 1905, cuando merced al impulso anticlerical de la Tercera República y de los principios auspiciados por Émile Combes se disuelven varias órdenes religiosas y se cierran centros educativos católicos, esta confesión junto al judaísmo y el protestantismo era enseñada en todos los centros educativos públicos. La defensa por parte de la jerarquía católica de la vuelta a la monarquía, así como su participación en movimientos contrarevolucionarios y antisemitas, provocaron una reacción intelectual que abogaba por la separación entre la Iglesia y el Estado. Hay quien sostiene éste como un movimiento anticlerical, aunque refleja formas más próximas al laicismo.
    En la Masonería, una parte de los masones no solamente profesan el laicismo, sino también el anticlericalismo, oponiéndose filosóficamente, doctrinalmente y políticamente al cristianismo, por ejemplo los Illuminati de Adam Weishaupt.
    En España los movimientos anticlericales surgen con más fuerza en el segundo tercio del siglo XIX, aunque ya con anterioridad en el periodo de la Ilustración hubo tensiones graves entre el poder político y el religioso. En diversas ocasiones fueron expulsados los jesuitas, aunque no sería hasta la Segunda República cuando se pondría de manifiesto el anticlericalismo en sus formas más violentas como consecuencia del apoyo que prestaba la Iglesia a los movimientos reaccionarios y a la sublevación militar del 17 de julio de 1936 que dio origen a la Guerra Civil.

    En otros países europeos como Portugal, y americanos como México, hubo fuertes movimientos anticlericales. En la actualidad, resurge el anticlericalismo impulsado por el escaso progreso de la iglesia en cuestiones sexuales y en la igualdad de género (no admite el sacerdocio femenino e interpreta la Biblia desde el punto de vista sexista) y su hipócrita y poco elegante actitud en cuestiones como la política, la sexualidad en general, la homosexualidad en concreto, la pederastia entre su clero ("al que escandalice a un niño, más le vale que le cuelguen al cuello una de esas piedras de molino que mueven los asnos y le hundan en lo profundo del mar" Mt, 18,6 ss; es uno de los cuatro pecados más graves, según dictaminó el Concilio de Trento), el ecumenismo y la cuestión social. En la actualidad, la manifestación más moderada, integradora y democrática de anticlericalismo parte de los principios del llamado Humanismo secular.
    [editar] El anticlericalismo en España

    Antes de infligir sus propias persecuciones a heterodoxos y clérigos judíos, moriscos, protestantes e indígenas por medio de la Inquisición, el clero católico padeció diez persecuciones durante el Imperio romano, que serían evocadas luego a partir del siglo XVIII cuando los avances del laicismo empezaron a descristianizar Europa. Aunque en la Edad Media española pueden contemplarse ocasionalmente brotes de crítica anticlerical, relacionados con el Goliardismo, como en el caso de la obra de Juan Ruiz, por parte del bajo clero contra el alto o contra las posturas integristas de Roma, o en otro tipo de obras de sesgo satírico y crítico, no necesariamente escritas por cristianos, las primeras obras íntegramente anticlericales se encuentran en el Renacimiento como derivaciones del Humanismo en versión de Erasmo de Rotterdam: El diálogo de Mercurio y Carón de Alfonso de Valdés o los dos lazarillos, el Lazarillo de Tormes anónimo y el barroco compuesto por el protestante Juan de Luna. Pese a la represión ejercida por el Santo Oficio, es posible encontrar anticlericalismo soterrado en obras como El diablo predicador de Luis Belmonte Bermúdez, en la obra perdida de frey Miguel Cejudo y en el popular Refranero. El clero católico, no perseguido de momento, aprovecha para perseguir los restos de judaísmo, de islamismo, de protestantismo y de librepensamiento que permanecían en España.

    Juan Álvarez Mendizábal desamortizó los bienes eclesiásticos de mano muerta.


    Durante el siglo XVIII, aún activa la Inquisición, algo de anticlericalismo hay en la Historia del famoso predicador fray Gerundio de Campazas, alias zotes del padre José Francisco de Isla, prohibida por ésta; es expulsada la Compañía de Jesús por Carlos III y el afrancesado Luis Gutiérrez compone la famosa y también prohibida novela anticlerical Cornelia Bororquia. Goya se muestra anticlerical en sus grabados y el afrancesado Pablo de Jérica ataca al clero ocioso:
    Aquí fray Diego reposa;en su vida hizo otra cosa.Durante el Trienio Liberal se estrenan algunas obras anticlericales traducidas del francés u originales, como La Inquisición por dentro o el día 8 de marzo de 1820, de Francisco Verdejo Páez, y se vuelve a publicar el Diccionario crítico-burlesco de Bartolomé Gallardo. Pero el primer hecho verdaderamente anticlerical es el asesinato del cura de Tamajón Matías Vinuesa, capellán de honor del rey, quien fue descubierto en una conspiración absolutista en Madrid; fue juzgado y condenado a diez años de presidio cuando la gente esperaba que fuera sentenciado a la pena de horca y una multitud, sin duda dirigida, asaltó la cárcel y lo asesinó a martillazos el 4 de mayo de 1821. Por otra parte las partidas absolutistas y anticonstitucionales acaudilladas por sacerdotes o frailes proliferaban por toda España formando una guerra civil no declarada: los curas Jerónimo Merino y Salazar, por ejemplo, pero también El Trapense, que actuó en Cataluña y tomó la Seo de Urgel el 21 de junio de 1822 proclamando la Regencia con un crucifijo en la mano y sable y pistolas a la cintura; recorría Cataluña sembrándola de cadáveres, como ocurrió en Cervera, a la que prendió fuego por dos ángulos opuestos y vengó a los capuchinos que los liberales habían matado respondiendo a sus disparos desde el convento. Los liberales quemaron en Barcelona la proclama de la Regencia y asaltaron los conventos de frailes con el resultado de más de 50 muertos y lo mismo ocurrió en Valencia o en Orihuela, y la violencia iba en aumento hasta el asesinato del obispo de Vich, el fusilamiento de 25 frailes en Manresa o el asalto de campesinos incontrolados al monasterio de Poblet, profanando las tumbas y talando el bosque. La última ejecución por herejía en España se produjo en 1826, cuando el maestro de escuela Cayetano Ripoll fue ahorcado porque en los rezos escolares reemplazó la palabra "avemaría" por "loado sea Dios". En el verano de 1834 tuvo lugar una gran matanza de frailes en Madrid, en la que 73 fueron asesinados y otros 11 resultaron heridos durante la jornada del 17 de julio, cuando el cólera estaba en su máximo apogeo se corrió la voz de que la enfermedad había sido provocada por una cigarreras a las que los jesuitas habían dado unos polvos de veneno. Se desató el frenesí asesino a las cuatro de la tarde y la multitud fue recorriendo los conventos sin que las tropas interviniesen para impedirlo. Al día siguiente regresó la calma. Detrás del motín se hallaban los liberales más radicales, muchos de los cuales terminarían momentáneamente en la cárcel; y la motivación era su impaciencia con el Gobierno del Estatuto Real, que no colmaba sus aspiraciones, especialmente la desamortización y la recuperación de las tierras compradas durante el Trienio Liberal y retornadas por Fernando VII a sus antiguos dueños. En realidad la epidemia la trajo el Ejército isabelino, que venía de la frontera portuguesa. Los motines que hubo en 1835 tenían un objetivo bien claro: los frailes y sus posesiones, no el clero y, menos aún, la religión. Otra cosa es la narración que de esos hechos hicieron los clérigos. Muy pronto la Iglesia reconocería de hecho la situación con la firma del Concordato de 1851. Antonio Gil y Zárate estrena su Carlos II el Hechizado, donde el personaje de su confesor es indudable e inequívocamente perverso y malvado. Las primeras desamortizaciones destruyen considerablemente el patrimonio arquitectónico y dispersan parte del patrimonio cultural. Algunas revueltas populares supersticiosas empiezan a sacrificar a religiosos regulares y seculares.

    Francisco Giner de los Ríos, fundador de la Institución Libre de Enseñanza.


    Aparecen escritores anticlericales como Braulio Foz, Eduardo López Bago y, al menos en sus comienzos, Benito Pérez Galdós (Doña Perfecta, Gloria), Leopoldo Alas, "Clarín" y Luis Bonafoux (Clericanallas, París: Librería P. Ollendorff, 1909). Muchos anticlericales son eclesiásticos, como el exescolapio Bartolomé Gabarró y Borrás, que renunció a los hábitos y participó en las campañas anticlericales publicando dos periódicos en Barcelona, La Tronada y El 1º de Mayo, de tendencia anarquista. Se editan en el último tercio de siglo los primeros periódicos anticlericales; El Motín, dirigido por el escritor José Nakens, y Las Dominicales del Libre Pensamiento, por Ramón Chíes y Fernando Lozano llevan la batuta, que atienden otros periódicos republicanos como El Radical, El País y Heraldo de Madrid. En esta prensa colaboran escritores independientes y anticlericales como el cura José Ferrándiz, Antonio Rodríguez García Vao, Rosario de Acuña o el jesuita catalán Segismundo Pey Ordeix. El socialista utópico Fernando Garrido publica ¡Pobres jesuitas! contra la Compañía de Jesús. Un gran movimiento filosófico, espiritual y pedagógico, el Krausismo, se instala en España y, con él, un laicismo fundamental que propugna el anticlericalismo a través de organismos como la Institución Libre de Enseñanza. Francisco Ferrer Guardia crea, por su parte, una escuela laica. Se queman conventos en 1902, 1909, 1931 y 1934, por no hablar de la Guerra Civil, culminación de esa escalada. El acontecimiento anticlerical que destaca en el periodo fue la Semana Trágica de Barcelona, en 1909. El descontento popular por la leva de reservistas para la guerra en Marruecos auspició la destrucción de 112 edificios religiosos, incitados por los radicales de Lerroux, que dirigieron hacia allí su acción; sin embargo se sintonizaba con el anticlericalismo popular, cada vez más alejado de la Iglesia. En la Revolución de octubre de 1934 el clero fue ya un objetivo decidido de los revolucionarios. La estadística oficial que elaboró la Dirección General de Seguridad da la cifra de 37 eclesiásticos muertos o asesinados y 58 iglesias destruidas; en Moreda de Aller, los sindicatos católicos se enfrentaron a tiros con los revolucionarios.
    En el siglo XX escriben anticlericales como Pío Baroja y Vicente Blasco Ibáñez. Ramón Pérez de Ayala escribe su novela antijesuita A.M.D.G. y Joaquín Belda Los nietos de San Ignacio. El que será presidente de la Segunda República Manuel Azaña escribe El jardín de los frailes y traduce La Biblia en España de George Borrow. Se incendian casi todas las iglesias de Málaga y otros lugares ante la indiferencia del Gobierno poco antes de estallar la Guerra Civil; el bando nacional persuadirá a la iglesia para que la denomine Cruzada. La Iglesia española, sin embargo, estaba dividida, y, por ejemplo, apoyó a la República en el País Vasco. El caso es que, en respuesta a esta toma de partido, mucho clero secular y regular fue asesinado y otro fue represaliado; 6.800 religiosos de una población total de 30.000 fue asesinada. También el patrimonio artístico (arquitectura, escultura, pintura...) y cultural -archivos parroquiales y bibliotecas- sufrió una importante destrucción. Con la victoria del bando nacional, sin embargo, vino la Ley de Principios del Movimiento Nacional, vigente hasta 1976, que decía en su artículo dos:
    La nación española considera como timbre de honor el acatamiento de la ley de Dios, según la doctrina de la Iglesia católica, apostólica y romana, única verdadera y fe inseparable de la conciencia nacional, que inspirará su legislación.
    Catolicismo liberal

    La corriente que durante el siglo XIX se denominó catolicismo liberal, tiene raíces que se remontan varios siglos atrás. En este caso, a la época del Renacimiento, ligadas al llamado humanismo cristiano, cuyo principal exponente fue Desiderius Erasmus de Rotterdam, y para el caso español, el grupo de intelectuales reunidos en torno a la Universidad de Alcalá de Henares, fundada por el cardenal Jiménez de Cisneros.
    Más adelante, en el siglo XVIII, la Ilustración influyó en varios círculos de católicos franceses, belgas, alemanes y holandeses, constituyéndose doctrinas (galicanismo, molinismo y josefismo, entre otras) que exaltaban el individualismo y la racionalización de las concepciones y expresiones religiosas (libre albedrío, moral austera, rechazo a las prácticas barrocas) al igual que una modificación de la organización religiosa, al apoyar los intentos de creación de Iglesias nacionales. En el siglo XVIII esta corriente recibía el nombre de catolicismo ilustrado. El catolicismo liberal mantuvo en el siglo XIX el siguiente desarrollo:
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    [editar] El neocatolicismo

    Luego de la Revolución Francesa, y a raíz del avance del liberalismo en Europa, además de la reacción de gran parte del clero católico, guiado por el papa, se dio asimismo una nueva etapa del intento de conciliación entre los principios cristianos y las ideas surgidas de la Ilustración. Este intento fue liderado en su mayoría por laicos y el bajo clero. Sus propuestas, con mayor o menor éxito, influyeron sobre la Iglesia en la manera de ver las nuevas condiciones político-sociales. De acuerdo con algunos especialistas, este intento se inscribe dentro de una tendencia intelectual denominada neocatolicismo y es definida por el primero como una propuesta de «escritores de la fe católica que modificaron la expresión de esta fe para justificarla a los ojos de un público moderno separado de la Iglesia».
    El neocatolicismo tuvo mucha influencia del catolicismo ilustrado del siglo XVIII. Por otra parte, las propuestas neocatólicas durante el siglo XIX, época caracterizada por un dominio de las corrientes tradicionalistas en la institución eclesiástica, tuvieron que soportar resistencias externas e internas, teniendo que adoptar entonces posiciones defensivas.
    La oportunidad para estas corrientes se dio gracias a que si bien la ciencia moderna había quitado a la religión la posibilidad de explicar el mundo y el destino del ser humano, no había podido aportar por sí misma nada que pudiera reemplazar los valores morales tradicionalmente unidos a la representación religiosa del universo. De esta forma la religión logró mantenerse en escena con credibilidad; por otra parte ella tenía la ventaja de que la verdad que enseñaba incluía el destino del hombre, algo que la filosofía de las luces no podía ofrecer.
    Sin embargo, aceptar como parte del "plan de Dios" aquellos valores modernos que gran parte de la institución eclesiástica rechazaba suscitó resistencias internas. Las corrientes neocatólicas -que tuvieron su gran centro de difusión en Francia y Bélgica- al tener la característica de ser un cálculo conservador conjugado con una apertura al futuro, causaron controversia tanto en sectores del catolicismo como en el público profano, quien nunca les aseguró un buen porvenir.
    Los primeros pensadores neocatólicos fueron principalmente Ballance, Chateaubriand y luego Félicité Robert de Lamennais. Posteriormente otros escritores continuaron desarrollando sus legados, aunque tomando opciones que giraron, en torno al socialismo, o hacia el liberalismo, distanciándose mutuamente. Encontramos en esta etapa, entre muchos otros, a Charles de Coux, Philippe Bucheoz, Fréderick Le Play y la llamada Escuela de Angers. No sobra recordar que este proceso de adaptación e intercambio entre el catolicismo y el mundo secular continuó desarrollándose hasta nuestros tiempos, teniendo su momento de reconocimiento por parte de la institución eclesiástica con el Concilio Vaticano II (1962-1965).
    Ballanche (1776 - 1847), escritor francés, mostró el camino. El primer paso lo dio en 1801 cuando publicó Du Sentiment (Del Sentimiento). Veinte años después ya había expresado la idea de un cristianismo adaptado al presente, sujeto a la ley del progreso público. El mérito de Ballanche estuvo en hacer del cambio una ley de Dios: en la marcha irresistible del género humano Dios estaba sobreentendido. Para Ballanche, además, la filosofía de las luces se convertía en una emancipación tardía del evangelio. Apoderándose del pensamiento de los filósofos iluministas y tras dejar a un lado los aspectos considerados exagerados encontró los elementos que podían ser recuperados en beneficio del cristianismo: la filantropía filosófica y el deseo de igualdad que la constituye. En síntesis, el gran aporte de Ballanche fue la justificación teológica del cambio, si bien no se atrevió a avanzar al terreno de lo político, labor que sí efectuaron Chateaubriand y Lamennais.
    Otro escritor neocatólico de reconocida influencia fue François Renato de Chateaubriand (1768 - 1848). Poseedor de una gran riqueza de estilo y elocuencia en sus obras, dio un segundo paso al suministrar al neocatolicismo uno de sus temas principales: comunicar a la fe los «colores de la sensibilidad moderna». Formado inicialmente en la polémica contra los filósofos de la ilustración, comenzó luego a buscar una conciliación por medio de la rehabilitación de la religión frente al menosprecio de la razón filosófica. Hacia 1825 recibió la idea de colocar al evangelio en el corazón de la política moderna llegando a la idea de un catolicismo liberal. Acogió con gusto el movimiento Lamennasiano cuando este se fundó en 1830. A diferencia de Ballanche, Chateaubriand no vio impedimentos teológicos en la alianza con el liberalismo. Para ello destacó que el cristianismo encerraba dentro de sí la «ley de la moral», es decir, la igualdad, la libertad y la fraternidad, incorporando así el cambio y el progreso humano a los planes de Dios. Llamaba entonces a la institución eclesiástica a no rechazarlo, pues de lo contrario correría el riesgo de hacerse «ahistórica», elemento contradictorio con su naturaleza: crecer y adaptarse a los tiempos y circunstancias. Chateaubriand no obstante, consideraba el dogma como inalterable, condición básica para mantener el otro elemento de la naturaleza del cristianismo: la perpetuidad.
    Una vez admitida la unión entre la religión y la filosofía, no comprendía entonces por qué los católicos y protestantes permanecían separados; era necesario lograr la reunificación, con algunas concesiones de una parte y de otra, y de este modo hallar un nuevo esplendor para el cristianismo. Para que este nuevo esplendor fuera completo, Chateaubriand creía que el cristianismo debía separarse del poder temporal:
    :Cuando las naciones perdieron sus derechos, la religión que entonces era la única ilustrada y poderosa, se convirtió en su depositaria [...] pero esto ya no es necesario, pues los pueblos recobraron este derecho...
    Así, propuso al papado la abdicación de sus funciones temporales. Separar poder espiritual y poder temporal era indispensable si se quería impedir que la religión «languideciera degenerada». Pero sus propuestas -como las de todo el movimiento neocatólico- no sólo fueron desatendidas por la mayor parte de la jerarquía católica, sino que recibieron fuertes recriminaciones, ante las cuales Chateaubriand cedió; y es que en la Europa de la época para mantenerse católico era preciso resignarse, como él y Ballanche lo hicieron, a que sus ideas no fueran escuchadas.
    Félicité Robert de Lamennais, fue otro de los grandes pensadores neocatólicos. Su caso es particular, porque comenzó como un entusiasta ultramontano, y terminó fuera de la Iglesia Católica exponiendo una particular versión del socialismo cristiano. En este caminar, aportó también a la formación del catolicismo liberal. Comentemos, a continuación, lo referente a su etapa liberal, hasta su ruptura con el catolicismo romano.
    Lamennais, apoyando el ultramontanismo, en su tarea de defender la supremacía del papado, paradójicamente, fue atacando el galicanismo de tal manera, que lo hizo entrar en lucha con el mismo poder civil. Lamennais, buscando el bien de la Iglesia, pidió continuamente la desvinculación de esta con la causa de las monarquías, propuesta que no causó ninguna gracia entre los miembros de la curia romana.
    Hacia 1829 este sacerdote llegó a pensar que la misión de los católicos, constituidos en una especie de tercer partido independiente del poder, era la de conquistar a los liberales, aliándose para lograr reivindicaciones comunes. Así, fundó en 1830 el periódico L'Avenir en el cual hizo su propuesta político religiosa, la cual resumía en: libertad de conciencia y de culto, de tal modo que el poder no se inmiscuyera en la enseñanza y el culto; libertad de prensa, libertad de educación, libertad de asociación intelectual, moral e industrial.
    Lamennais consideraba como una fatalidad el alejamiento de la Iglesia de la ciencia - la cual estaba siendo considerada por los positivistas como lo único válido- aunque confiaba en que este alejamiento no sería definitivo y que más adelante se daría al fin la anhelada conciliación.
    Estas ideas expuestas en su periódico fueron expandiéndose rápidamente, provocando debates no sólo en Europa sino también en América. En lo que respecta a Francia, la actitud de Lamennais en contra del poder temporal provocó un conflicto con la autoridad civil. También recibió la condena de los obispos locales.
    Así, para buscar apoyo, Lamennais marchó en 1831 hacia Roma, siendo mal recibido; para completar, a su regreso tuvo conocimiento de la encíclica Mirari Vos en la cual el papa Gregorio XVI condenaba ciertas tesis defendidas en L’Avenir, especialmente la libertad de prensa y la separación entre la Iglesia y el Estado.
    Lamennais dio la impresión de someterse a esta condena; pero después se desahogó en su libro Palabras de un creyente en el cual, utilizando un estilo profético llamó a los pueblos oprimidos a rebelarse en nombre del evangelio. Predijo la muerte de la Iglesia romana, de cuyas cenizas se restablecería viva la Iglesia militante. En su papel de profeta creyó que Dios había cegado a Roma a propósito -como al Faraón Egipcio- para apresurar el desastre y hacer renacer la verdadera Iglesia. Poco después Gregorio XVI hizo una nueva condena del libro de Lamennais en la encíclica Singulari Nos (1834). Lamennais, atrincherado en su orgullo, abandonó el catolicismo romano.
    Pese a los golpes y oposiciones, las ideas propiciadas por estos demás pioneros excedieron sus personas y se tradujo en un movimiento más general que la jerarquía eclesiástica no pudo proscribir por completo y que siguió desarrollando la idea de conciliar el dogma con el mundo moderno. Este movimiento no fue homogéneo, existiendo en su interior una diversidad de posiciones. Una de ellas fue el catolicismo liberal, que existió, como corriente de pensamiento y como movimiento político-religioso tanto en Europa como en América Latina.
    Los católicos seguidores de esta corriente, sensibles a los valores auténticos del liberalismo, estaban dispuestos a abrirse a una concepción más moderna del hombre, más respetuosa de los derechos de la persona y más individualista; sin embargo eran temerosos de sus excesos. Consideraban al «mundo moderno» como una nueva época, aceptando sus instituciones y sus valores. Por lo tanto, creían necesario ir por delante y mostrarle a una Iglesia dispuesta a encarnarse en él.
    La idea era cristianizar las instituciones liberales como lo había hecho en tiempos pasados con la civilización grecorromana, con el movimiento de autonomía de los municipios en el siglo XII, o con las aspiraciones humanistas del Renacimiento. No obstante, tuvieron que enfrentarse al creciente poderío del catolicismo tradicionalista y sobre todo, a una facción de éste, el catolicismo intransigente, que atacaba cualquier intento de conciliación con el mundo moderno.
    [editar] La coyuntura de la Revolución de 1848

    Esta revolución, que sacudió por efecto dominó la mayor parte de los países de Europa, afectó suficientemente las distintas corrientes del catolicismo, al punto que decidió el declive de una de ellas: el catolicismo utópico, y provocó el debate candente —y a veces inmisericorde— entre las opciones liberal y tradicionalista.
    Esta revolución agudizó la crisis de los católicos del continente europeo, respecto a la actitud a tomar frente al mundo moderno. ¿Podía admitirse, o debía rechazarse como intrínsecamente malo? ¿Era una situación irreversible o un mal que debía combatirse?
    El Antiguo Régimen había comenzado con influencia de cristianos y concedía a la Iglesia un lugar en el corazón mismo de la vida nacional. En cambio, los promotores de un régimen político y social nuevo, apenas podían llegar a él, más que combatiendo la influencia de la institución eclesiástica católica y a veces, al mismo cristianismo.
    Ese movimiento fue productivo en los países donde los católicos esperaban obtener libertad de acción (como en Alemania y Holanda). En ellos, la redacción de constituciones liberales y la declaración de libertad de cultos y libertad de asociación permitió a las minorías católicas, que hasta entonces permanecían incomunicadas con Roma, iniciar una nueva etapa de organización y crecimiento. En países como Italia, esta revolución favoreció los intereses que buscaban la alianza con el Trono.
    En Francia y Bélgica, la Revolución favoreció los intereses de los católicos liberales, quienes, por primera vez, tuvieron una oportunidad para ser escuchados por la jerarquía eclesiástica; y es que la mayor parte de los obispos de estos países, o aceptaron los nuevos regímenes, o al menos, no se opusieron abiertamente.
    [editar] Bastiones del catolicismo liberal

    Los paladines de esta conciliación en Europa fueron siempre los laicos, quienes de acuerdo a las épocas y lugares, fueron recibiendo la «protección» de sus obispos, los cuales ayudaron a defender su causa frente a la institución eclesiástica y el papado. Los principales bastiones del catolicismo Liberal en las décadas de 1840 a 1870, fueron Francia y Bélgica. Las discusiones suscitadas en estos países fueron más recalcitrantes, consecuencia de la personalidad e influencia de sus protagonistas. Sin embargo, el problema subyacente, -relaciones Iglesia y mundo moderno- era demasiado fundamental como para no tener discusiones análogas en toda Europa occidental y los países latinoamericanos, obviamente, con los matices propios de cada lugar.
    El más representativo exponente del catolicismo liberal fue Charles Montalembert (1810-1870). Antiguo discípulo de Lamennais, quiso contrarrestar la influencia de los intransigentes en los organismos de opinión, y buscar un mayor público para su propuesta. Por ello se hizo cargo, en 1855, de Le Correspondant, revista mensual que desde hacía más de 25 años predicaba la alianza entre la Iglesia Católica y la libertad. Bajo su dirección llegó a tener más de 3000 abonados, gracias a nuevos y antiguos aliados: Falloux, Foisset (piadoso magistrado de Dijon), Alberto de Broglie, Agustín Cochin, Lacordaire y Federico Le Play, entre otros.
    Montalembert y el catolicismo liberal francés defendió con ahínco la libertad de la Iglesia en los regímenes liberales. Afirmaban que el catolicismo era una religión lo suficientemente fuerte y sólida como para necesitar del apoyo de monarcas y jefes de Estado. Montalembert fue el autor de la célebre exigencia que repitieron después obispos y laicos católicos en los distintos estados liberales: «La Iglesia libre en el Estado libre».
    Esta corriente encontró un consejero y frecuentemente un jefe en monseñor Dupanlup, gran lector de los signos de los tiempos, que indicaban que el absolutismo y la monarquía eran cosa del pasado. Por ello no dejó de indignarse contra las diatribas intransigentes y promonarquistas que Veuillot y sus amigos lanzaban desde el periódico L'Univers.
    El catolicismo liberal francés tuvo asimismo, adherentes en las grandes órdenes religiosas: en los dominicos, gracias a Fr. Enrique Lacordaire; en el Oratorio, alrededor del Padre Gratry; e incluso entre los jesuitas, con el Padre Ravignan. No obstante, siempre fue un grupo minoritario dentro del catolicismo francés. El catolicismo liberal fuera de Francia tuvo focos importantes en Bélgica, Suiza, Italia, Inglaterra y España.
    En Bélgica, los núcleos católico-liberales fueron apoyados por los obispos y los canonistas de la Universidad de Lovaina, quienes, si bien no tenían mayores simpatías por la ideología liberal, eran muy conscientes de las ventajas concretas que ofrecían los regímenes democráticos, y la libertad de la Iglesia frente al Estado.
    En Italia el catolicismo liberal tuvo que librar batallas menos polémicas hasta 1848, debido a que el país era más cristiano que Francia y la incredulidad apenas había entrado. Allí, el padre Antonio Rosmini fue un abanderado de la causa católica liberal a través del periódico Il Resorgimento. El núcleo de esta corriente se situaba en el norte de Italia, y pregonaban reformas del catolicismo en sus instituciones e incluso en sus dogmas. Después de 1848, cuando el papa decepcionó a los liberales interesados en la unidad italiana bajo su figura, los católicos liberales se convirtieron en propagadores de la independencia de los Estados Pontificios.
    En Inglaterra, la meca del liberalismo económico, un grupo de católicos conversos (entre los cuales estaba John Henry Newman) fundó The Rambler con la intención de reaccionar ante la manifiesta inferioridad intelectual del catolicismo inglés frente a las demás confesiones de Inglaterra, abordando problemas de la cuestión moderna.
    Se fueron lanza en ristre contra la pésima educación del clero católico, cuestionaban la actitud de los obispos, hasta que chocaron con el clero. Los prelados intervinieron para cerrar el periódico, haciendo ver que allí, como en todo el mundo católico, la institución eclesiástica no estaba preparada para admitir iniciativas por parte del laicado.[cita requerida]
    Al lado de estos grupos minoritarios, pero muy activos e influyentes, se encontraban los numerosos «católicos moderados», es decir, los liberales-católicos y los «inconscientemente liberales» en palabras de Mourain.[cita requerida] Ellos abundaron después de 1860 en Europa, y estaban dispuestos a tomar y dejar la enseñanza oficial de la Iglesia en caso de que esta hiriera demasiado sus concepciones intelectuales o políticas. Este tipo de personas fue el que generalmente expuso el ideario católico liberal en los países latinoamericanos, muchas veces a nombre de un partido político.

  2. #2
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    Re: Clericalismo, Anticlericalismo y Catolicismo liberal

    Los textos aquí recogidos (de ese panfleto cibernético que es wikipedia) están concebido en términos falaces de unos –ismos frente a otros -ismos (juego ideológico simplicísimo de conceptos ultramodernos).
    Es una forma fácil pero engañosísima de etiquetar con categorías artificiosas tanto períodos de siglos, como de territorios variadísimos y distantes; presentándolos a todos como discrepantes o aproximativos en función de un único punto de vista propagandístico actual y políticamente correcto, pero HISTÓRICAMENTE DISPARATADO.
    Es como clasificar la historia de la humanidad en términos políticamente correctos -pero ridiculísimos- de historia homosexual frente a historia heterosexual; o historia feminista-frente a historia antifeminista.
    La pena es que estos bodrios cibernéticos de cuatro páginas de extensión son la única referencia que los jóvenes tienen de épocas cuyo conocimiento requeriría libros enteros.

    El clericalismo es la doctrina que instrumentaliza una religión con fin político; defiende que el clero que la representa puede y debe inmiscuirse en los asuntos públicos y profanos como un poder que los oriente, supervise y corrija conforme a sus dictados. Como tal, hizo surgir el anticlericalismo, modalidad de laicismo que sostiene la doctrina opuesta.

    Definición tendenciosa y manipulada ideológicamente. Con solo decir que la palabra “clericalismo”, “clerical”, “integrista”... son un invento del catolicismo liberal –condenado ex catedra por el Magisterio Pontificio- se ve lo capcioso de todo lo demás.
    -No hay ni ha habido dentro de la Iglesia ninguna doctrina “clerical” -así llamada-: esa era la doctrina de la Iglesia de siempre.
    Sí que había enemigos del papado: primero protestantes y después de la infiltración liberal en el siglo XIX, también los católicos –liberales; y después enemigos de todo el cristianismo, desde hace poco más de un siglo.
    Por supuesto que históricamente hubo autores más o menos valedores de los derechos de la religión y de la Iglesia, o más bien del emperador o de los reyes. Pero eso se conoció con otros nombres mucho más correctos y ajustados que el pro- y el anti- de turno.

    - Ni la religión católica ha pretendido históricamente instrumentalizar la política, sino aplicar unas reglas de funcionamiento correcto de la comunidad política, en función de los superiores derechos del espíritu y de la religión sobre los materiales del simple gobernante secular.

    -La interpretación de las frases de Jesucristo : “Dad al Cesar lo que es del Cesar y a Dios lo que es de Dios” y “No se puede servir a dos señores” la ha interpretado la Iglesia siempre en otro sentido que el de los sabihondos de wikipedia, faltaría más.
    Los “dos señores” a los que no se puede servir a la vez son Satanás (el dinero, el mundo, el poder) y Dios. No son ni mucho menos el poder temporal y espiritual enfrentados. Serían bienes de Satanás los bienes materiales usados en sí mismos fuera de una perspectiva espiritual; pero dejan de ser de Satanás si esos bienes son aplicados en servicio de Dios.
    Lo que explica esa frase es precisamente lo contrario: que no se pueden disociar los bienes de un solo Señor, ya que disociados pasan los materiales a ser propiedad del demonio.
    “Dar a Dios lo que es de Dios” implica que los FUNDAMENTOS del orden temporal pertenecen a Dios, creador del hombre y de la sociedad civil. Eso no quita que haya matices políticos, diplomáticos, tributarios que pertenezcan en exclusiva al César.

    Y así de todo lo demás. No vale la pena desmontar todos los artilugios falaces que ahí se dan como dogmas políticamente correctos y fieles al endemoniado y horripilante sistema que nos tiraniza.
    Última edición por ALACRAN; 25/10/2010 a las 19:41

  3. #3
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    Re: Clericalismo, Anticlericalismo y Catolicismo liberal

    Libros antiguos y de colección en IberLibro
    Breve y acertada respuesta de Alacrán.
    Aquí corresponde hablar de aquella horrible y nunca bastante execrada y detestable libertad de la prensa, [...] la cual tienen algunos el atrevimiento de pedir y promover con gran clamoreo. Nos horrorizamos, Venerables Hermanos, al considerar cuánta extravagancia de doctrinas, o mejor, cuán estupenda monstruosidad de errores se difunden y siembran en todas partes por medio de innumerable muchedumbre de libros, opúsculos y escritos pequeños en verdad por razón del tamaño, pero grandes por su enormísima maldad, de los cuales vemos no sin muchas lágrimas que sale la maldición y que inunda toda la faz de la tierra.

    Encíclica Mirari Vos, Gregorio XVI


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