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Tema: Doña Cecilia y el General Prim (Fiesta Mártires de la Tradición 1971)

  1. #1
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    Doña Cecilia y el General Prim (Fiesta Mártires de la Tradición 1971)

    Fuente: El Pensamiento Navarro, 9 de Marzo de 1971, página 4.



    LA PRINCESA CECILIA DE BORBÓN PARMA EXPULSADA DE ESPAÑA



    MADRID.– La Princesa Cecilia de Borbón Parma ha recibido la orden de abandonar España, en comunicación que le fuera remitida por el Jefe Superior de Policía de Madrid el pasado día 4 de marzo, según ha podido saber «Cifra» en fuentes competentes.

    Aunque dicha comunicación no era conminatoria, ni señalaba plazo alguno para abandonar el país, la Princesa ha decidido hacerlo mañana por la mañana, por vía aérea, con destino a París.

    Agregaron las mencionadas fuentes que la orden dada a la Princesa invoca otra del mes de diciembre de 1968, por la que se decretaba la expulsión del territorio nacional de la familia Borbón-Parma.

    La Princesa Cecilia de Borbón Parma había llegado a España el pasado día 17 de febrero, para someterse a tratamiento médico, al parecer para recuperarse de una dolencia contraída durante su estancia en Biafra en plena guerra secesionista nigeriana.

    En Madrid fue atendida por el doctor Antolín Candela, quien le impuso un tratamiento de mes y medio de duración.– (Cifra).

  2. #2
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    Re: Doña Cecilia y el General Prim (Fiesta Mártires de la Tradición 1971)

    Fuente: El Pensamiento Navarro, 10 de Marzo de 1971, página 4.



    La Princesa Cecilia de Borbón Parma abandona España



    MADRID.– La Princesa Cecilia de Borbón Parma viajó a las 9,50 de la mañana de ayer en avión de “Iberia” con destino a París, en cumplimiento de una orden gubernativa que le instaba a abandonar el territorio nacional.

    A despedirla acudió al aeropuerto de Barajas un grupo de unas cuarenta personas.

    La orden dada a la Princesa de abandonar España se basa en otra de diciembre de 1968 por la que se decretaba la expulsión del territorio nacional de todos los miembros de la familia a la que pertenece.

  3. #3
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    Re: Doña Cecilia y el General Prim (Fiesta Mártires de la Tradición 1971)

    Fuente: Hoja del Lunes de Madrid, 15 de Marzo de 1971, página 9.


    LA BOINA EN EL ESPINO


    Por Lucio DEL ÁLAMO


    En su “Semanario Político”, de “Arriba”, Antonio Izquierdo, un escritor de prosa tan aguda y encendida, comenta la noticia de la expulsión de España de la princesa Cecilia de Borbón-Parma. Y resume: “Lo que sucede es que ese arcaico conflicto político-dinástico está superado…”. Permítaseme una cordial matización: lo dinástico está, desde haca bastante más de un siglo, en el origen del carlismo. Es importante, muy importante; pero no exclusivo, ni siquiera esencial. Las personas valen en tanto en cuanto permanecen fieles a la esencia y leales a la idea. La simple cita de tres nombres del mundo carlista ahorrará mayores argumentaciones: el conde de Montemolín, su hermano don Juan de Borbón y don Juan Vázquez de Mella. Lo que se llamó un día la “comunión tradicionalista” configuraba una manera de vida individual, regional y nacional. Y se convirtió –hasta por encima de las personas reales– en una magistral escuela de lealtad.

    Alguna otra vez he contado un episodio mínimo y lejano, pero esclarecedor. Un día –pronto hará un siglo– un rapazuelo campesino tiraba piedras a los gorriones, bajo unos chopos, a la orilla del Nervión. Era entre Orduña y Amurrio, donde el río es todavía adolescente y aún no tiene ese color de barro y de hierro con que lo fecunda el trabajo más cerca del mar, ya entre Deusto y Baracaldo. El muchacho vio, de pronto, a un batallón carlista que bajaba, buscando el cobijo del río, por las trochas de Lendoño. Vadearon los voluntarios el río y caminaron hacia Lezama por entre los maizales. En una rama de espino quedó prendida una boina roja. La cogió el crío y se la encasquetó, feliz, con un hormigueo de gozo. Tenía el chiquillo los ojos azules y el pelo rubio, casi dorado. La boina era una brasa sobre la mazorca del pelo revuelto. Media hora más y el aire quieto trajo un ruido de cascos de caballos galopantes. Por el camino real de la Peña de Burgos llegaba, persiguiendo a los otros, un escuadrón liberal. Se puso el niño a verlos pasar junto al puente del río. Cabalgaba al frente un capitán. Vio al crío con la boina roja encasquetada. Descabalgó, se acercó al muchacho y, sin una sola palabra, lo alzo sobre el pretil del puente, prendido de los sobacos, y lo lanzó al río…

    Ochenta años después, en Zamora, enterraban a un anciano que había llegado unos meses antes a la ciudad. Iba el cortejo de muerte por la curva del Duero. El anciano –que era mi padre– fue un día el crío de la altiva boina roja que el capitán liberal tiró al Nervión, más abajo de Orduña. Sobre la mesilla de noche había quedado su cartera. Dentro, un billete de mil pesetas –el dividendo de ochenta y seis años de vida–, una fotografía de su nieto y un recorte de un periódico: estaba allí don Carlos VII, con su barba fluvial y el perro, jadeante, a los pies. Iba el anciano a descansar para siempre en la otra orilla del Duero, y los que le quisimos –cuatro, media docena de personas– íbamos detrás, mordiendo las lágrimas. En el recodo había una casa menuda con una botica y, sobre la puerta, una bola verde. Un soldado de la tierra, casi un niño, chicoleaba a una moza al pie de la ventana. Vio llegar el féretro y se volvió, turbado. Se cuadró, sacó el pecho y se mantuvo en posición de saludo mientras pasaba la caja negra del caballero sin pergaminos que se caló un día una boina roja perdida en un espino junto al río. Aún me suena en el pecho el taconazo del soldado imberbe, saludando nervioso. Era –Dios me perdone la pueril arrogancia– como la salva de ordenanza a un mariscal de campo.

    Desde el mismo escaño en el que dije varias veces “no” voté “sí”, frente a Francisco Franco, cuando propuso a las Cortes al Príncipe don Juan Carlos como sucesor a título de Rey. Voté con total lealtad y con enorme esperanza. Por eso puedo decir limpiamente ahora que, como español de a pie, sin color ni grito, la expulsión de una princesa carlista, cuando el futuro está despejado y abierto, me ha dejado una reseca tristeza en la garganta.

  4. #4
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    Re: Doña Cecilia y el General Prim (Fiesta Mártires de la Tradición 1971)

    Fuente: El Pensamiento Navarro, 11 de Marzo de 1971, página 3.


    Verdades para meditar precisamente ahora


    Diálogo entre Carlistas

    Por MIGUEL DE ARALAR


    – ¿Sabes que a Prim le han hecho un homenaje?

    – No, hombre no, ¡qué cosas tienes! Eso es imposible. Si era masón y gustaba llamarse hermano Washington.

    – Que sí, que te le digo yo, que acabo de leer la noticia en el diario. Se le ha rendido un homenaje por todo lo alto.

    – ¡Qué estás diciendo! ¡Cómo en un régimen nacido del 18 de julio se va a hacer lo que dices a un hombre que vivió y murió precisamente por combatir contra los mismos ideales por los que tú y yo, y Navarra entera como un solo hombre, se alzó en aquella fecha!

    – Lo que tú quieras, pero es así.

    – ¡No ves que eso no tiene ni pies ni cabeza! ¿Acaso crees que esto honra la memoria del difunto? ¿Qué dirías tú, pongo por caso, si en lugar de ganar la guerra nosotros, la hubiésemos perdido, y un buen día, en pleno régimen rojo, a una comisión de masones se le ocurriese depositar un ramo de flores sobre la tumba de Carlos VII?

    – No lo entiendo, pero es así. La noticia dice que han sido trasladados los restos mortales de don Juan Prim a su tierra natal.

    – ¡Acabáramos! ¡Ahora comprendo! ¡Lo que te pasa es que no sabes leer! Debe ser el traslado de los restos mortales de don Juan, pero de don Juan Vázquez de Mella a Covadonga. ¡Ya era hora!

  5. #5
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    Re: Doña Cecilia y el General Prim (Fiesta Mártires de la Tradición 1971)

    Fuente: El Pensamiento Navarro, 12 de Marzo de 1971, página 1.



    [EDITORIAL]

    El Pueblo Carlista está dolido


    No se hallan razones para comprender ciertos hechos. Mientras se lanzan al vuelo las campanas en homenaje público en loor y alabanza del General Prim, irreconciliable enemigo del Carlismo; en los mismos días, se expulsa de España a la Princesa Doña Cecilia.

    Don Juan Prim intentó comprar la conciencia de Carlos VII, ofreciéndole la corona de España, si renegaba del Ideal Carlista, y aceptaba ser monarca constitucional y revolucionario.

    Al contestar Don Carlos que jamás sería rey de la revolución y que el trono lo alcanzaría por la legitimidad de su derecho, por la fidelidad de sus voluntarios y por la boca de sus cañones, Prim, descubierta su falaz maniobra, puso a precio la cabeza del ínclito Rey Carlista.

    ¿Qué sentido podemos dar a la oficialización de la fiesta de nuestros Mártires, cuando al mismo tiempo se honra públicamente a los revolucionarios, víctimas de sus propias intrigas y traiciones, héroes laicos del liberalismo y la masonería, como lo fue el homenajeado Prim?

    El pueblo Carlista está hondamente dolido.

    Prescindiendo ahora de la ortodoxia de la línea ideológica imperante en los más altos puestos de la Comunión, la expulsión de Doña Cecilia, no puede dejar indiferente, sino indignado, a todo auténtico y sincero carlista.

    EL PENSAMIENTO NAVARRO quiere proclamar su protesta y unirse al sentimiento del pueblo carlista tan injustamente tratado, tanto por la exaltación de su verdugo y enemigo Prim, como por la expulsión de la Princesa Doña Cecilia, a quien desde este último baluarte, también incomprendido por los más obligados a entender, envía su respeto y su recuerdo con la frase que se usa en nuestras montañas:

    “BIOTZ BIOTZETIK”.

  6. #6
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    Re: Doña Cecilia y el General Prim (Fiesta Mártires de la Tradición 1971)

    Libros antiguos y de colección en IberLibro
    Fuente: El Pensamiento Navarro, 12 de Marzo de 1971, página 3.



    A PROPÓSITO DE UN HOMENAJE


    LOS CARLISTAS Y PRIM

    Por Ignacio ITURRALDE


    Imagen difundida por historiadores liberales es la que nos presenta al general Prim como al militar prestigioso que pagó con el sacrificio de su vida el empeño de conducir por cauces moderados la revolución que él acaudilló. Revolución que, al desbordarse, provocaba suicidamente al carlismo hiriéndole en sus fibras más sensibles: su religión, sus fueros y su rey.

    No deja de ser cierta esta visión en lo que dice y no calla. Efectivamente, era Prim, una vez en el poder y según para qué cosas, hombre de orden y político de talla. Enérgico, flexible, prudente, expeditivo y valiente hasta la temeridad. No dudó, incluso, en afiliarse a la masonería con tal de servirse de ella para el logro de su objetivo: el triunfo definitivo de la burguesía liberal, enriquecida a costa del pueblo español, sobre su único enemigo, el carlismo. Pues un simple pronunciamiento militar, previo visto bueno de la masonería, había bastado para derrocar del trono a la “inocente niña”, instrumento de las logias, esperanza monomaníaca de impenitentes conciliadores de lo inconciliable, al tiempo que cuna y bandera de arribistas, marotistas, progresistas y traidores.

    Pero en ello hay un aspecto que con frecuencia se olvida al atribuir los desmanes que siguieron a la revolución, exclusivamente, a la impotencia de un gobierno desbordado por sus propios correligionarios, por las revueltas callejeras. Tumultos que, sobre todo, si atentaban a la propiedad de sus adinerados instigadores, hubo que reprimir sangrientamente.

    Este aspecto olvidado, y sin el cual difícilmente pueden comprenderse el valor y el heroísmo derrochados por los carlistas durante la tercera guerra que estallaría, en breve, es la propia política oficial de persecución religiosa, centralización y supresión despótica de fueros. Política que, sumada a la natural indignación popular producida por la entronización de un extranjero, da una idea del estado de los ánimos.

    Sirvan a título de ejemplo dos decretos oficiales promulgados durante el gobierno del general Prim:

    Decreto del 29 dic. 1868 [rectius, 18/10/1868] por el cual se ordena “la extinción de todas las comunidades y asociaciones religiosas restablecidas o creadas por los anteriores gobiernos desde 1835 [rectius, 29/07/1837]” (fecha en que por decreto de Mendizábal “a Su Majestad la Regente Cristina”…“el número de miembros pertenecientes al clero regular y secular quedará reducido a una décima parte”).

    Decreto del 1 de enero 1869, tendente también a la total secularización de la vida nacional, por el que el Estado se incauta de “todos los archivos, bibliotecas, gabinetes de catedrales, cabildos, monasterios y órdenes militares”.

    En cuanto a la inculpabilidad del régimen de Prim por los atentados de la calle y la situación “incontrolada” de constante violencia, el eminente historiador liberal y académico de la Historia de la Lengua, recientemente fallecido, don Melchor Fernández Almagro, refiere que “se hallaban muy extendidos los vínculos masónicos, y así era frecuente que se hermanasen en cierta clase de agresiones –a iglesias y clero, señaladamente–, los que descargaban el golpe y los que debían prevenirlo o sofocarlo mediante el normal funcionamiento de los resortes de la autoridad”.

    Del calibre de la indignación del carlismo ante tales ofensas nos da una medida el suceso que tuvo lugar cuando el gobernador de Burgos, en cumplimiento del decreto de incautación, se personó en la catedral. De tal suerte se enardecieron los ánimos que un grupo de carlistas al grito de “Viva la Religión” y “Viva Carlos VII”, acometieron con tal furia al gobernador civil, que éste cayó al suelo y, atándole del cuello con una faja, fue arrastrado hasta sacarle fuera del templo por la puerta del Sarmental y, luego, cosido a puñaladas.

    Pocos días antes, y casi dos años antes de la fecha del Alzamiento, en la sesión de las Cortes del 20 de noviembre, un diputado interpeló a Prim acerca de su intervención en el asesinato de 9 carlistas indefensos en Montalegre (Barcelona), a donde habían acudido a una reunión; contestó desafiante:

    “Acepto la responsabilidad que me corresponde en aquellas ejecuciones; y añado que, cuantas veces concurran circunstancias iguales, haré lo mismo”.

    A la vista de esta confesión de parte, nada tiene de extraño que Prim pusiera fuera de la ley a Carlos VII, “autorizando a todo español a matarle donde se encontrara”. A tal efecto ofreció dos mil duros para el asesinato de Carlos VII.

    En este momento toda glorificación ideológica e histórica de la vida política y revolucionaria de Prim es un ataque al carlismo y una negación de los principios del Alzamiento del 18 de julio.

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