«El dinero y la sangre» por Juan Manuel de Prada para el periódico ABC, artículo publicado el 14/IV/2018.
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Causa consternación y vergüenza que, a la vez que se azuza del modo más irresponsable y pauloviano la islamofobia entre las masas cretinizadas, se celebre la venta de buques de guerra a Arabia Saudita. ¡Guías ciegos, que coláis el mosquito y tragáis el camello! Todavía están recientes las acaloradas diatribas que algunos demócratas de pelo en pecho (lo mismo progres que neocones) lanzaban contra el uso del burkini en las playas, que nos presentaban como un atentado contra nuestra “forma de vida”. ¡Raza de víboras! ¿Tenéis el cuajo de rasgaros las vestiduras porque las moras se tapen en la playa y en cambio os parece de perlas proveer de buques de guerra a un Estado que en el exterior promueve la doctrina aberrante del wahabismo y sufraga las hecatombes más atroces, a la vez que en el interior multiplica las ejecuciones de “infieles” y somete a castigos y torturas a todo tipo de “disidentes”?
Arabia Saudita ha provisto de armas a las alimañas del Daesh y alentado las guerras más devastadoras en Oriente Próximo. Todas estas monstruosidades las ha perpetrado impunemente a cambio de mantener el dólar como divisa de las transacciones internacionales, obligando a otros países petroleros a seguir su ejemplo; así ha podido Estados Unidos endeudarse hasta extremos desquiciados. Y, a cambio de este salvamento artificial de su economía, Estados Unidos ha impuesto a sus colonias que Arabia Saudita sea tratado como “socio preferente”, mientras sus reyezuelos son agasajados en las cancillerías (y hay fotografías que infligen un daño mucho más profundo a la institución monárquica que un rifirrafe entre nuera y suegra). Todos los conflictos que se han desatado en Oriente Próximo en las últimas décadas han tenido su causa última en este pacto siniestro; y lo mismo puede decirse de los coletazos de esos conflictos, que hemos probado lo mismo en Atocha que en las Ramblas.
Pero ya Quevedo se refería a la «secta universal del dinerismo»; y nos enseñaba que la codicia es «un heresiarca bienquisto en los discursos políticos, y el conciliador de todas las diferencias y humores». De todos los humores no, en realidad; pues la sangre es un humor que el dinero no concilia, sino que derrama sin recato. Pero a esta secta monstruosa nada le importa que el dinero derrame sangre inocente. Incluso se permite el lujo de recordarnos cínicamente que nuestra salvación se cifra en las migajas que arroja de su mesa, como el ciego cabrón le recordaba al pobre Lázaro que el vino curaba sus heridas, después de descalabrarlo con una jarra: «¿Qué te parece, Lázaro? Lo que te enfermó te sana y da salud». Así, exactamente igual que a Lázaro, hacen a los trabajadores de los astilleros de la bahía de Cádiz. Primero los descalabran y condenan a la miseria, cumpliendo las directrices de la secta universal del dinerismo, mediante el desmantelamiento (“reconversión”, en el argot para masas cretinizadas) de nuestra industria naviera, que durante siglos fue una de las más prósperas y reconocidas del mundo. Y ahora, después de arrasar la industria naviera (como el resto de industrias españolas), les curan las heridas que ellos mismos les causaron, arrojándoles, a modo de gallofa, este contrato oprobioso que clama el cielo.
Y, mientras tanto, la secta universal del dinerismo, amparada en una operación de falsa bandera, se dispone a legitimar una nueva hecatombe en Siria, como antes hiciera con el hundimiento del Maine, el incidente de Tonkín o las armas de destrucción masiva de Sadam. Hay muchos modos de esclavizar a los pueblos. Pero ninguno tan diabólico como hacer depender su salvación de un dinero manchado de sangre.
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