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Tema: Varias opiniones acerca de las concentraciones

  1. #1
    Martin Ant está desconectado Miembro Respetado
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    Varias opiniones acerca de las concentraciones

    Fuente: Montejurra, Número 37, Febrero 1964, página 6.



    Estudio y concentraciones

    Por Manuel de Santa Cruz


    Un hecho importante de la vida política nacional en los cinco últimos años es la creciente floración de concentraciones carlistas que cubre el mapa nacional y las hojas del calendario, formando un espectáculo inigualado. Destaquemos, por ser circunstancia poco resaltada, que los que a ellas acuden, no lo hacen ni en camiones ni con bocadillos pagados, sino a sus propias expensas, lo cual supone entusiasmo y capacidad de lucha.

    Se atiende así a un sector extenso del frente político. Se crea, fomenta y exhibe un “consensus” popular a nuestros grandes principios, cuyo valor estriba en que es heterogéneo, en la gran diversidad de las gentes que intuitivamente lo prestan acudiendo a estas convocatorias. Estas masas nuestras, reunidas así, de forma espontánea, inorgánica, tienen otra baza a su favor, que les viene del hecho de ser la resistencia de la sociedad al estado, cruenta o incruenta, necesariamente heterogénea. Son, por tanto, un mecanismo de seguridad, de acción rápida, al servicio de los ideales del 18 de Julio.

    Si a las concentraciones como tales, no se les puede pedir más, –ya es bastante–, a muchos de los carlistas que acuden a ellas, habrá que pedirles en el futuro, que añadan a ésas, otras cosas. No que “en vez de” ir a las concentraciones, sino que “además de” seguir yendo a éstas, acudan a reforzar los equipos que cubren el frente de acción orgánica y homogénea, que es la política por excelencia en este momento. Porque este campo de actividades que en el año 1963 se permeabilizó notablemente, seguirá abriéndose en 1964, y es de absoluta necesidad atenderle debidamente.

    Hemos de fomentar reuniones homogéneas, para trabajar pacíficamente sobre cuestiones políticas y técnicas. Lejos aún de pensar en asociaciones profesionales de envergadura, que ahora serían de tramitación legal laboriosa, debemos formar tertulias o peñas. El calificativo de homogéneas se referirá a la profesión de los asistentes, pero no necesariamente a una común adscripción suya al tradicionalismo. Pueden y deben aportar su esfuerzo gentes independientes peros sanas, técnicos expertos con afán de mejorar el bien común, sin más. El papel puramente político, estrictamente tradicionalista, que en ellas han de jugar nuestros correligionarios, ha de ser sobre todo el de promotores. Porque el tradicionalismo empieza por ahí: por la promoción a pequeña escala de asociaciones libres. No de antropófagos ni de enfermos de la pasión de mandar, sino de hombres que se necesitan mutuamente para resolver problemas muy concretos y muy claros. Después, vendrán el armonizar sus esfuerzos, el principio de subsidiaridad, la concordia de sus pretensiones, etcétera.

    Pretender pasar a ocupar puestos públicos sin más respaldo o credencial que una labor política muy general sin gran parentesco con la misión apetecida, es característica del sistema de partidos que aún sobrevive, inconscientemente, en algunas mentes. En un país organizado, como deseamos, lo que quede de Estado extraerá orgánicamente de la sociedad para su servicio a hombres acreditados por sus gestiones en parcelas técnicas del bien común, aunque esa pericia se refiera solamente a la tarea de coordinar. Sólo encuentra este sistema correlación orgánica con los dirigentes de partidos políticos en sus puestos más elevados, poco numerosos.

    Diferimos de los revolucionarios de todo tipo en que no pensamos conquistar el poder por la violencia. Aunque es posible que como fruto de una violencia defensiva se nos venga a las manos. Por lo cual debemos de estar permanentemente dispuestos y preparados, y más en las actuales circunstancias internacionales. Y una manera de prepararnos es ésta de las concentraciones. Pero nos gustaría mucho más conseguir pacíficamente que ese Poder vaya cediendo facultades a instituciones.

    Al frente de las más variadas asociaciones deben situarse tradicionalistas capaces de elevarlas, a fuerza de pericia y tenacidad, a la categoría de instituciones. Y los que tengan capacidad para dirigir a éstas, tienen su primera meta en conseguir para ellas un aumento creciente de atribuciones. Por este procedimiento se pasa de unos estados totalitarios o liberales a una sociedad tradicionalista.

    De nada serviría una conquista del Estado por otros métodos si una vez en nuestras manos no tuviéramos un plantel numeroso de tradicionalistas capacitados para esa labor. Nos robarían el fruto de la victoria otros que, sin derramar una gota de sangre, se dedicaran a estudiar y a preparar proyectos mientras nuestros requetés murieran. Encima, se burlarían de nosotros. Hay precedentes de situaciones similares.

    El arma poderosísima, secreta a voces, que ahora debemos de utilizar es el estudio. El estudio de las enseñanzas de la Iglesia, de los principales sistemas filosóficos, de las teorías políticas más fuertes, de documentos, de leyes, de hechos. De los problemas profesionales y de las necesidades vecinales. El estudio tiene pocos devotos. Es fácil encontrar, –relativamente fácil–, amigos para distribuir propaganda, organizar actos, desplazarse un domingo a una concentración en una localidad próxima, y hasta, a veces, para dar dinero. Pero para estudiar, no. El estudio tiene poco ambiente. Sin embargo, hay que fomentarlo, empezando por hacer ver que el que ahora necesitamos no guarda forzosa similitud con esas largas horas de encierro solitario frente a libros aburridísimos que todos recordamos con aversión. Estudio puede ser una tertulia de café un poco organizada y hábilmente dirigida; estudio es un atento cambio de impresiones sobre un curioso libro que acaba de aparecer; la misma lectura del periódico hecha con espíritu observador; o una consulta a una persona especialmente bien informada.

    Estudio y concentraciones se suceden como la siembra y la cosecha, como las temporadas difíciles y duras alternan con las gozosas en la vida familiar. Deben completarse mutuamente. La euforia y alegría de las concentraciones deber de ser premio al esfuerzo callado del estudio político, y a la vez fuente de energía para continuarlo. Lo mismo que el Tabor fue un alto gozoso en las tareas y una preparación para la Pasión.

  2. #2
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    Re: Varias opiniones acerca de las concentraciones

    Fuente: ¿Qué Pasa?, 8 de Mayo de 1971, página 11.



    EL PORVENIR DE LOS ACTOS DE MONTEJURRA

    Por J. Ulibarri


    La jornada carlista del primer domingo de mayo en Montejurra-Estella tiene ya su propia tradición. En ella, como en todas las tradiciones, se encuentran los componentes de su futuro. Estos actos se perpetuarán indefinidamente; no se conciben obstáculos mayores que los ya superados en muchas ocasiones.

    Tres componentes tiene el «Montejurra» anual: Religioso, que fue el primero; político, añadido poco después; y tercero, la oportunidad de encontrarse y charlar con viejos amigos y correligionarios, gracias a la afluencia masiva conseguida a los pocos años de iniciarse.

    Las Misas de Irache, enlazadas con la de Campaña en la cumbre por el Vía Crucis que jalona la subida, son la parte más importante y la más fácil de perpetuar de su fisonomía actual. No quiere esto decir que no tenga detractores, sino que éstos no alcanzarán sus objetivos. El Carlismo, que ha defendido con sangre en su historia secular la alianza del Trono y el Altar frente a la secularización o desacralización de la vida pública, tiene que sufrir ahora la ofensiva conjunta de los liberales desde el sector político y de los modernistas desde el religioso. Pero este sarampión pasará, como tantos otros, y seguirá resplandeciendo en su trilema la invocación pública a Dios. De ahí viene la fuerza para todo lo demás. Hablando de la primacía de la oración sobre todo, dice Sardá y Salvany: «Sea, pues, la oración el arma principal de nuestros combates, sin descuidar las demás. Por el ruego cayeron los muros de Jericó, más que al empuje de guerreras máquinas; ni venciera Josué al feroz Amalech si no estuviera Moisés, alzadas sus manos, en ardiente oración durante la batalla. Oren, pues, todos los buenos, y oren sin descansar». (El liberalismo es pecado. Epílogo).

    Los discursos políticos en la cumbre, en el banquete, en la plaza, son los que más cambiarán. No me refiero a los cambios que las circunstancias motiven en la elección de los temas y en su desarrollo, sino a lo que las nuevas maneras de hacer política les pedirán como a tales actos. La mayor velocidad del juego político les quitará la solemnidad que han ido adquiriendo en función del gigantismo de la concentración; las cosas importantes se tendrán que decir deprisa, sin poder esperar a esa reunión anual. Uno o dos, o hasta tres actos al año, por brillantes que sean, son insuficientes para mantener una presión política; paradójicamente, se ha incurrido en una especie de concentración, de centralización, que convendrá dispersar y descentralizar, y no solamente en el tiempo, sino también en el espacio. El éxodo del campo a la ciudad devalúa la importancia del primero y hace codiciable la segunda, de manera que los oradores multitudinarios abandonarán los riscos para buscar la plaza de toros o los estadios deportivos. Además influirá en este sentido el desplazamiento de la propaganda política del mitin clásico, de la oratoria al aire libre, a la conferencia en local cerrado, la televisión y la imprenta. El perfeccionamiento de los altavoces no ha detenido este cambio, que parece ir a más. Ahora que tanto se habla de democracia, se discrimina y selecciona el auditorio, buscando el llegar a las «élites» y despreciando a las masas.

    En cambio, la oportunidad de encontrarse con personas de la misma manera de pensar será cada vez más estimada, y con la creciente facilidad del transporte, un factor decisivo en la nutrición y continuidad de esta jornada. También los ajetreados súbditos de la sociedad de consumo tienen su corazoncito, al que resulta cada vez más difícil alimentar en ratos de ocio, con desahogos y confidencias, a personas que les comprendan, cuyos corazones vibren al unísono del suyo. No es así porque no las haya, sino porque no hay tiempo para encontrarse y charlar. Estas grandes concentraciones dan cuerda a nuestro corazón para una temporada; sus componentes religiosos y racionales pueden ser sustituidos más fácilmente que el afectivo; muchos vuelven de la concentración sin haberse enterado bien del contenido político de los discursos, pero con gran entusiasmo y renovada generosidad para la Causa. Esto es muy importante cuando se trata –como en el Carlismo– de un sistema completo, coherente y cerrado, que rebasa mucho el aspecto estrictamente político para situarse en el rango de las cosmovisiones. Tienen estos tres componentes: religioso, filosófico y estético; los tres tienen sendas versiones en la jornada de Montejurra: piadosa, política y afectiva. Por eso es valiosa, difícil de sustituir y, en definitiva, longeva.

  3. #3
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    Re: Varias opiniones acerca de las concentraciones

    Libros antiguos y de colección en IberLibro
    Fuente: ¿Qué Pasa?, 24 de Junio de 1972, página 15.



    Bien están las concentraciones; pero, “¡Politique d´Abord!”

    Por J. Ulibarri


    El día 30 de mayo pasado se han reunido en el parque del Retiro de Madrid unas 50.000 personas en un acto piadoso y cívico de oración y protesta contra la creciente ola de pornografía, erotismo y males semejantes que nos invade. Es un número de asistentes que, sin alcanzar el esplendor de las recientes concentraciones de la plaza de Oriente, sí es suficiente para confirmar una vez más que el pueblo sigue siendo católico y que lo que le faltan son dirigentes.

    Detalles aparte, este acto me parece muy bien, por lo que luego explicaré. Sólo que es incompleto y secundario, que es como decir doblemente insuficiente. Este artículo pretende señalar lo que le precede en un orden de eficacia, y en todo caso es su complemento imprescindible. Cuanto seguirá es igualmente aplicable a la abortada campaña antiabortiva del doctor Soroa, ya comentada en ¿QUÉ PASA? (13-V-72). Después hemos leído en «Fuerza Nueva» (27-V-72) al propio doctor Soroa quejarse extensamente de que ha padecido una gran falta de apoyo.

    Los participantes en esta clase de actos y de campañas se podrían encuadrar en lo que San Ignacio llama hombres del segundo binario. En su libro de los Ejercicios Espirituales propone la meditación de los Tres Binarios o grupos de hombres que reaccionan de distinta manera ante un mismo problema, a saber: Cómo solucionar el impedimento que es para sus relaciones con Dios, que desean buenas, una cosa mal adquirida. Los del segundo binario son los que quieren arreglar la situación, pero quedándose con la cosa; quieren el fin, sí, pero no quieren los medios adecuados y directos, sino otros más cómodos pero menos eficaces, si bien disimulan y compensan el mal. Decía el famoso padre Laburu que muchos enfermos están en este segundo grupo porque quieren curarse, sí, pero no como les dicen los médicos, sino a su estilo.

    Acuso amistosamente a esos protestantes contra el erotismo de estar en ese segundo binario. Porque, concretando, resulta que quieren acabar, sí, con el erotismo y las malas costumbres, pero quedándose con la libertad de cultos y la separación de la Iglesia y del Estado, que son las causas principales del mal, y para eludir el enfrentamiento con este meollo de la cuestión, inventan estas protestas domésticas que ni rozan a los enemigos. Es decisivo en toda clase de cuestiones centrar bien el problema; identificar qué es lo esencial y qué lo accidental. Si no se hace así, viene en seguida la reprimenda de San Agustín: «Bene curris, sed extra viam»; «corres muy bien, pero fuera del camino».

    A finales del siglo XIX los católicos franceses estaban exhaustos y vencidos en su lucha contra su Revolución de 1789. León XIII les estaba invitando al «ralliement», es decir, a aceptar las reglas del juego político democrático y neutral de la República anticristiana para intentar algo desde dentro, por la buenas. Por supuesto que el proyecto era unilateral, exclusivamente vaticano; la República y sus hombres rechazaban a priori, desde su misma esencia, cualquier entendimiento con los católicos. Lo inviable del proyecto se tradujo en la práctica en el abandono por los católicos de sus pretensiones políticas y en que se refugiaran en un espíritu de «ghetto» aún menos fecundo que su conducta anterior. De hecho, el episodio llevó a la adopción en la práctica (aceptemos la redundancia para evitar disquisiciones teóricas) de un espíritu similar al de la concentración del Retiro del otro día, es decir, al error de pretender configurar una situación pública, colectiva, por medios distintos de los políticos.

    Así estaban las cosas cuando surgió, arrollador, el movimiento de Acción Francesa. Uno de sus dirigentes, Carlos Maurras, lanzó su famosa consigna de «¡Politique d´Abord!», es decir, «en primer lugar, la política». Hay que precisar que ese lema no reclamaba para la política una prioridad ontológica, sino, menos pretenciosamente, una prioridad meramente cronológica en [el] orden de operaciones para [a]liviar al país. Este grito exaltado para la reconstrucción de Francia hizo caer de los ojos de los mejores católicos la venda del colaboracionismo o «ralliement», y se trasladaron en masa, de las asociaciones piadosas a la Juventud de Acción Francesa. No pocos celos levantó este éxodo entre parte del clero, que se encontró abandonado y desasistido, incapaz de sostener solo la vida de sus cofradías. Estos sentimientos humanamente explicables no faltaron en la conjura que, con otros factores que se fueron involucrando, hirió después tan gravemente a la Acción Francesa.

    Durante la segunda República española vimos un proceso semejante. Se había formado con gran éxito la Asociación de Estudiantes Católicos; pero a medida que la situación política empeoraba para la Iglesia, en lo cual tenía su parte de responsabilidad la equivocada táctica de dicha asociación, los mejores de sus socios se pasaron a organizaciones políticas combatientes, y el 18 de julio estaba prácticamente extinta.

    Quiero decir que, frente al erotismo público, política, política y política. Los medios sobrenaturales que se movilicen, la misericordia de Dios que se atraiga, actuarán normalmente por las vías de las causas segundas, que en esto son políticas. En un orden natural, cuyo descuido será heterodoxia, donde hay que dar la cara a la inmoralidad mientras el Estado sea católico, no es en el Retiro, sino en el Juzgado de guardia. Como esto es pesado y complicado para el ciudadano corriente, buena cosa sería que las asociaciones piadosas que han convergido en el acto del Retiro montaran unas asesorías jurídicas para ayudar a los particulares en la formulación de las denuncias y en su promoción y seguimiento.

    Y si alguna vez el Estado dejara de ser católico, lo que tendríamos que hacer, mucho antes y mejor que esas concentraciones, sería aprestarnos a su reconquista.

    Nada de lo dicho frena un mesurado aplauso a esas concentraciones y campañas. Porque la acción política de cualquier Estado necesita, más o menos, pero siempre, un mínimo de ambiente, de calor popular que los clásicos llaman «consensus». Sin él las leyes vigentes van cayendo en desuso, que es lo que puede pasar con las nuestras, excelentes, relativas a la represión de la inmoralidad. Los tratadistas de derecho público cristiano dicen que las autoridades tienen derecho a palpar ese «consensus» antes de actuar. Este ambiente se hace y se mantiene con actos como el que nos ocupa. Debemos, pues, multiplicarlos, pero con la intención de prolongarlos hasta la petición a las autoridades de que completen ellas el «consensus» que nosotros creamos para ofrecérselo. Debemos vigilar, y en su caso denunciar, que la prudencia santa de cualquier autoridad de comprobar un «consensus» previo no degenere en una falsa prudencia de la carne impía y cobarde que lleve a condicionar su actuación a la presencia de «consensus» innecesaria y exageradamente grandes. La magnitud del «consensus» es inversamente proporcional al entusiasmo y convicción de los que mandan.
    Última edición por Martin Ant; 03/11/2018 a las 20:33

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