Fuente: ¿Qué Pasa?, 8 de Mayo de 1971, página 11.
EL PORVENIR DE LOS ACTOS DE MONTEJURRA
Por J. Ulibarri
La jornada carlista del primer domingo de mayo en Montejurra-Estella tiene ya su propia tradición. En ella, como en todas las tradiciones, se encuentran los componentes de su futuro. Estos actos se perpetuarán indefinidamente; no se conciben obstáculos mayores que los ya superados en muchas ocasiones.
Tres componentes tiene el «Montejurra» anual: Religioso, que fue el primero; político, añadido poco después; y tercero, la oportunidad de encontrarse y charlar con viejos amigos y correligionarios, gracias a la afluencia masiva conseguida a los pocos años de iniciarse.
Las Misas de Irache, enlazadas con la de Campaña en la cumbre por el Vía Crucis que jalona la subida, son la parte más importante y la más fácil de perpetuar de su fisonomía actual. No quiere esto decir que no tenga detractores, sino que éstos no alcanzarán sus objetivos. El Carlismo, que ha defendido con sangre en su historia secular la alianza del Trono y el Altar frente a la secularización o desacralización de la vida pública, tiene que sufrir ahora la ofensiva conjunta de los liberales desde el sector político y de los modernistas desde el religioso. Pero este sarampión pasará, como tantos otros, y seguirá resplandeciendo en su trilema la invocación pública a Dios. De ahí viene la fuerza para todo lo demás. Hablando de la primacía de la oración sobre todo, dice Sardá y Salvany: «Sea, pues, la oración el arma principal de nuestros combates, sin descuidar las demás. Por el ruego cayeron los muros de Jericó, más que al empuje de guerreras máquinas; ni venciera Josué al feroz Amalech si no estuviera Moisés, alzadas sus manos, en ardiente oración durante la batalla. Oren, pues, todos los buenos, y oren sin descansar». (El liberalismo es pecado. Epílogo).
Los discursos políticos en la cumbre, en el banquete, en la plaza, son los que más cambiarán. No me refiero a los cambios que las circunstancias motiven en la elección de los temas y en su desarrollo, sino a lo que las nuevas maneras de hacer política les pedirán como a tales actos. La mayor velocidad del juego político les quitará la solemnidad que han ido adquiriendo en función del gigantismo de la concentración; las cosas importantes se tendrán que decir deprisa, sin poder esperar a esa reunión anual. Uno o dos, o hasta tres actos al año, por brillantes que sean, son insuficientes para mantener una presión política; paradójicamente, se ha incurrido en una especie de concentración, de centralización, que convendrá dispersar y descentralizar, y no solamente en el tiempo, sino también en el espacio. El éxodo del campo a la ciudad devalúa la importancia del primero y hace codiciable la segunda, de manera que los oradores multitudinarios abandonarán los riscos para buscar la plaza de toros o los estadios deportivos. Además influirá en este sentido el desplazamiento de la propaganda política del mitin clásico, de la oratoria al aire libre, a la conferencia en local cerrado, la televisión y la imprenta. El perfeccionamiento de los altavoces no ha detenido este cambio, que parece ir a más. Ahora que tanto se habla de democracia, se discrimina y selecciona el auditorio, buscando el llegar a las «élites» y despreciando a las masas.
En cambio, la oportunidad de encontrarse con personas de la misma manera de pensar será cada vez más estimada, y con la creciente facilidad del transporte, un factor decisivo en la nutrición y continuidad de esta jornada. También los ajetreados súbditos de la sociedad de consumo tienen su corazoncito, al que resulta cada vez más difícil alimentar en ratos de ocio, con desahogos y confidencias, a personas que les comprendan, cuyos corazones vibren al unísono del suyo. No es así porque no las haya, sino porque no hay tiempo para encontrarse y charlar. Estas grandes concentraciones dan cuerda a nuestro corazón para una temporada; sus componentes religiosos y racionales pueden ser sustituidos más fácilmente que el afectivo; muchos vuelven de la concentración sin haberse enterado bien del contenido político de los discursos, pero con gran entusiasmo y renovada generosidad para la Causa. Esto es muy importante cuando se trata –como en el Carlismo– de un sistema completo, coherente y cerrado, que rebasa mucho el aspecto estrictamente político para situarse en el rango de las cosmovisiones. Tienen estos tres componentes: religioso, filosófico y estético; los tres tienen sendas versiones en la jornada de Montejurra: piadosa, política y afectiva. Por eso es valiosa, difícil de sustituir y, en definitiva, longeva.
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