¿POR QUÉ SOMOS MONÁRQUICOS



¡Qué gran importancia tiene el lenguaje! Ya sea como esclarecedor de conceptos o, por el contrario, como fuente de equívocos. Hoy en día, es muy común encontrarse gran cantidad de personas ‘monárquicas’. No obstante, es preciso saber qué es la monarquía como concepto para definirse como monárquico, de lo contrario, no estaremos entendiendo la realidad conceptual y nos limitaremos a estériles definiciones que no llevan a ninguna conclusión lógica. Y dicho esto, creo no estar en error cuando sostengo que hoy en día, casi nadie es monárquico pese a lo que cada uno crea. Las razones de esta sentencia tan contundente las expondré a continuación.

1. El concepto monárquico

La monarquía responde a una de las tres formas clásicas de gobierno: monarquía, aristocracia y politeia. Esta división vendría a realizarse respecto al número de hombres que ostentan el poder. Por tanto, en la monarquía el poder lo ostenta uno, en la aristocracia unos pocos y en la politeia todos (hoy es extrapolable a todos). Hecha esta aclaración inicial, es fácil percatarse de que tras estas formas de gobierno se oculta un principio propio. Así, por ejemplo, el principio monárquico vendría a concretar el poder en una persona concreta, mientras que el principio democrático buscaría generalizar el poder de forma iterativa.

Como podremos observar, no es compatible ser demócrata con ser monárquico. Esto es así pues los principios democráticos y monárquicos son incompatibles y uno no puede existir sin agotar al otro en el mismo plano. Ante esto, puede que alguien me objete que hoy vivimos en una ‘monarquía’ parlamentaria, donde ambos principios coexisten. Pues bien, es fácil percatarse que dicha coexistencia es una ilusión, pues el poder reside en la democracia, en la ‘voluntad’ popular, no en ‘rey’. Por tanto, no vivimos en una monarquía, sino en una república coronada.


2. Razones del principio monárquico


Comparto a continuación un texto de la Antigüedad donde se aprecia el principio monárquico sobre las otras formas de gobierno como mejor:

Es cierto que nada hay más temerario en el pensar que el imperito vulgo, ni más insolente en el querer que el vil y soez populacho. De suerte que de ningún modo puede aprobarse que para huir la altivez de un soberano se quiera ir a parar en la insolencia del vulgo de suyo desatento y desenfrenado; pues al cabo un soberano sabe lo que hace cuando obra; pero el vulgo obra según le viene a las mientes, sin saber lo que hace ni por qué lo hace. ¿Y cómo ha de saberlo, cuando ni aprendió de otro lo que es útil y laudable, ni de suyo es capaz de entenderlo? Cierra los ojos y arremete de continuo como un toro, o quizá mejor, a manera de un impetuoso torrente lo abate y arrastra todo. ¡Haga Dios que no los persas, sino los enemigos de los persas dejen el Gobierno en manos del pueblo!
(1).

Tras esta crítica a la democracia encontramos esta otra a la aristocracia:

Porque de los tres gobiernos propuestos, el del vulgo, el de los nobles, y el de un monarca, aun cuando se suponga cada cuál en un género el mejor, el de un rey opino que excede en mucho a los demás. Y opino así, porque no veo que pueda darse persona más adecuada para el gobierno que la de un varón en todo grande y sobresaliente, que asistido de una prudencia política igual a sus eminentes talentos, sepa regir el cuerpo entero de la monarquía de modo que en nada se le pueda reprender; y tenga asimismo la ventaja del secreto en las determinaciones que fuere preciso tomar contra los enemigos de la corona. Paso a la oligarquía, en la cual, siendo muchos en dar pruebas de valor y en granjear méritos para con el público, es consecuencia natural que la misma emulación engendre aversión y odio de unos hacia los otros; pues queriendo cada cual ser el principal autor y como cabeza en las resoluciones públicas, es necesario que den en grandes discordias y mutuas enemistades, que de las enemistades pasen a las sediciones de los partidos, y de las muertes a la monarquía, dando con este último recurso una prueba real de que es este el mejor de todos los gobiernos posibles. ¿Qué diré del estado popular, en el cual es imposible que no vayan anidando el cohecho y la corrupción en el manejo de los negocios? Adoptada una vez esta lucrativa iniquidad y familiarizada entre los que administran los empleos en vez de odio no engendra sino harta unión en los magistrados de una misma gavilla que se aprovechan privadamente del gobierno y se cubren mutuamente por no quedar en descubierto ante el pueblo. De este modo suelen andar los negocios de la república, hasta tanto que un magistrado les aplica el remedio, y logra que el desorden público cese y acabe. Con esto, viniendo a ser objeto de la admiración del vulgo, ábrese camino con ella para llegar a ser monarca, dando en esto una nueva prueba de que la monarquía es el gobierno más acertado. Y, para decirlo en una palabra, ¿de dónde vino a la Persia, pregunto, la independencia y libertad pública? ¿Quién fue el autor de su imperio? ¿Fue acaso el pueblo? ¿Fue por ventura la oligarquía? ¿O fue más bien un monarca? En suma, mi parecer es que nosotros los persas, hechos antes libres y señores del imperio por un varón, por el gran Ciro, mantengamos el mismo sistema de gobierno, sin alterar de ningún modo las leyes y fueros de la patria, lo más útil que contemplo para nosotros
(2).


Además de estas contraposiciones, el mismo santo Tomás viene a defender el principio monárquico mediante un detenido estudio filosófico y teológico (3), culminando la revitalización de la filosofía política clásica por medio de la medieval. Aunque santo Tomás seguirá a Aristóteles en su análisis político, frente al texto que hemos presentado que pertenece a Herodoto.

No por casualidad, durante toda la Historia hasta la Revolución imperaba el régimen monárquico. Es el análisis detenido de las formas de gobierno, unido al deber de transmisión que imprime la Tradición, lo que cristalizó en ese conjunto orgánico de monarquías que integraban la Cristiandad y que nosotros luchamos por restaurar.


Javier FS



(1). HERODOTO, Historias, III, LXXXI.
(2) Ibídem, LXXXII.

(3) TOMÁS DE AQUINO, De regimine principum, cap. I-VI.



https://circulohispalense.wordpress....s-monarquicos/
?