«Navidad animalista» por Juan Manuel de Prada para el periódico ABC, artículo publicado el 24/XII/2018.
______________________

Leo que en Barcelona se ha celebrado una feroz manifestación, con destrozos vandálicos y cargas policiales, en la que se protestaba por la muerte («asesinato», según la jerga de los manifestantes) de una perra llamada Sota, compañera fiel de un mendigo que duerme a la intemperie en las calles de Barcelona, al parecer abatida por el disparo de un guardia urbano.

Esta historia de la perra Sota, deificada por los animalistas que le dedican el amor que jamás le dedicaron a su dueño mendigo, nos permite hacer una reflexión sobre la Navidad. Alberto Savinio escribe en su Nueva Enciclopedia que Grecia y Egipto se distinguen por la naturaleza de sus dioses: Egipto se rinde a las fuerzas oscuras de la naturaleza, imaginando un panteón que es en realidad un zoológico amedrentador, poblado por perros, cocodrilos y chacales; Grecia, por el contrario, se rebela contra esas fuerzas oscuras, imaginando un Olimpo de dioses antropomorfos. Hay, en efecto, un paganismo sombrío que se rinde a las pulsiones animales y convierte en dioses a las bestias a las que no se puede rezar sino tan sólo apaciguar mediante sacrificios humanos; y hay un paganismo luminoso que imagina dioses humanizados, a veces furibundos y asaltacamas, a veces dulces y compasivos, a los que los hombres pueden encomendarse, en un esfuerzo común por vencer las fuerzas oscuras de la naturaleza.

Del paganismo de Egipto al paganismo de Grecia hay un progreso civilizatorio que dará su salto definitivo con la Navidad. La mitología humanizada de los griegos, que se sublevaba contra la mitología animalesca de los egipcios, era en realidad una búsqueda; y esa búsqueda se concluye, al fin, cuando los pastores que se habían adentrado en el bosque buscando al dios Pan se encontraron con un Niño que gimoteaba en el interior de una cueva. La mitología de los griegos seguramente contuviese muchos errores; pero, como nos recuerda Chesterton, no se había equivocado al ser tan carnal como la Encarnación. Los griegos habían entendido que las fuerzas oscuras de la naturaleza sólo podían ser vencidas si los dioses se humanizaban; pero no habían conseguido que sus dioses bajasen del Olimpo, salvo para desvirgar doncellas. En cambio, con el Niño que encontraron los pastores en una cueva, el cielo al fin bajaba a la tierra; incluso se metía dentro de la tierra (pues el Niño había nacido en una cueva), dispuesto a batallar y vencer a las fuerzas oscuras que allí dentro anidaban.

Si la perfección civilizatoria se alcanza mediante la fusión de Dios con el hombre a través de la Encarnación, la vuelta a la barbarie se alcanza mediante la confusión entre el hombre y el animal. El animalismo, bajo su disfraz de refinamiento civilizatorio, esconde el fin de la civilización. Es la vuelta al panteón egipcio, poblado de dioses oscuros a los que no se puede rezar, sino tan sólo apaciguar con sacrificios humanos. Pues, tras el ideal de tratar a los animales como si fuesen hombres, se esconde el anhelo de tratar a los hombres como si fuesen animales. Nos lo enseña Joseph Roth en La cripta de los capuchinos: «Los hombres que aman demasiado a los animales emplean en ellos una parte del amor que debieran dar a los seres humanos; y me di cuenta de lo justa que era esta apreciación cuando comprobé casualmente que los alemanes del Tercer Reich amaban a los perros lobos, a los pastores alemanes. «¡Pobres ovejas!», me dije».

https://www.abc.es/opinion/abci-navi...3_noticia.html.