LEGITIMISMO. CONCEPTO Y CONSECUENCIAS

Publicado el julio 7, 2019porcirculohispalense


Es significativo analizar que en muchos grupos llamados ‘tradicionalistas’ el factor legitimista cobra una importancia inexistente. Así, resulta muy significativo analizar el principio legitimista para la correcta comprensión del tradicionalismo y su aplicación lógica y coherente.

Legitimismo, un deber moral

El legitimismo es la materialización práctica del deber de justicia para con la familia usurpada, ejercido por el pueblo a quien gobierna. Como podemos observar, ser legitimistas no tiene en absoluto relación con opiniones o simpatías, más o menos fundadas. No, el legitimismo forma parte del deber de la justicia.

De la misma forma que si al presenciar el robo de una bicicleta a nuestro vecino permaneciéramos pasivos ante dicho acto nos convertiríamos en cómplices del mismo, aquel que, una vez es consciente de la usurpación, no opta por la restauración legitimista, en las formas que sus circunstancias se lo permitan, se hace cómplice, en mayor o menor medida, de la situación.

Así, como podemos observar, el legitimismo tiene una parte moral que sólo sería salvable ante el desconocimiento absoluto de la usurpación acaecida. Esta dimensión moral, entronca a su vez con la salud espiritual de los pueblos. Es decir, un pueblo que reconociendo la usurpación no opta por la justicia acaba corrompiéndose, pues la injusticia queda institucionalizada y es cuestión de tiempo que llegue a las bases de la sociedad.

Tradicionalismo y legitimismo

Quisiera ahora centrar el problema en la relación con el propio tradicionalismo. El tradicionalismo (doctrina basada en la reacción frente a una tradición usurpada o traicionada) tiene un contacto directo con la reacción a la injusticia (en este caso en lo que a la Tradición se refiere). Como podemos observar, ambas responden a un deseo colectivo de justicia (en un caso para con la Tradición y en otro para con la familia reinante), basada en una reacción (en un caso ante la irrupción revolucionaria y en otro ante la familia usurpadora).

Como podemos observar, las naturalezas de ambos son paralelas. Pues bien, cuando la Revolución irrumpe en la comunidad política de la mano de la usurpación, el tradicionalismo y el legitimismo se convierten en un bloque, pues son las dos caras de la misma moneda. Es por ello que no es casualidad que el movimiento tradicionalista español lo vertebre el carlismo, el cual ante una usurpación (dinástica e ideológica) reacciona en bloque. Así, en la naturaleza del tradicionalismo español se encuentra el legitimismo, siendo ambos inseparables pues ello supondría la alteración sustancial, degenerando en un conservadurismo cuya diferencia con los demás es verbal y temporal.

Como podemos observar, el legitimismo al encontrarse en el origen del tradicionalismo (usurpación dinástica del s. XIX), en su desarrollo (siendo la dinastía carlista la abanderada de la Tradición hispánica) y en su término (pues la opción que el tradicionalismo pone sobre la mesa es una restauración real en la persona de un rey en concreto), se deriva que el legitimismo es esencial en la doctrina tradicionalista. En otras palabras, renunciar al legitimismo es renunciar a la Tradición. Por ello, ante la duda de que si es posible un tradicionalismo desgajado del principio dinástico, la respuesta es no, pues sin materialización de esa doctrina en una autoridad legítima, su fin pasa a ser meramente cultural e histórico, y la opción política que le queda es introducirse en la política moderna (lo cual a la vez, sin la figura de la autoridad legítima, implica penetrar en un fango sin bases seguras de apoyo).

El futuro del legitimismo

Son innumerables las veces que, tras haber desarrollado la doctrina legitimista, me he encontrado con esta respuesta: Eso está muy bien pero, ¿y ahora qué? ¿Qué futuro tiene el legitimismo?

Pues bien, nuestro deber pasa por encontrarnos del lado de la autoridad legítima. Si el día de mañana nos encontráramos en una disyuntiva, son nuestras autoridades legítimas las que nos guiarán hasta donde conviene. Por ello, el tiempo que dedicamos a elucubrar sobre el futuro del legitimismo es tiempo que perdemos en la lucha por la restauración de la Tradición. En primer lugar, porque el futuro se encuentra en manos de la Providencia, y por ser esta Causa aquella que desea restablecer los derechos de Dios en la vida pública, Él la llevará a puerto. En segundo lugar porque nuestro deber es la entrega diaria al servicio de la Causa, son las autoridades legítimas las que nos guían.

De lo contrario, esas preocupaciones nos colocarán al nivel de las masas liberales, que descuidan sus deberes primordiales reflexionando sobre a quién otorgarán el voto, cuando la realidad es que los destinos de los países dependen de ellos mucho menos de lo que creen.


Miguel Quesada


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