El deber de transmisión

Yo sé que desde las almenas de un viejo torreón, desde un palacio desierto, desde una casa solariega abandonada, un blasón roto y limado por el tiempo, aunque esté cubierto de jaramagos y de penachos de hiedra, no es una lápida sepulcral detrás de la cual hay un cadáver; es una puerta detrás de la cual hay varios siglos que hablan a las generaciones sucesivas y le dicen con voz imperiosa : No hemos ganado estos títulos ni estos blasones para que sean como un grado más alto en el escalafón de las vanidades sociales ni para que sirvan de adorno en la portezuela del coche o del automóvil; los hemos conquistado para que prolonguen las empresas que los iniciaron. Porque son el símbolo de abnegaciones, de sacrificios heroicos, de virtudes gloriosas, de varones fuertes que mandan con voz imperativa a sus descendientes, y les dicen: No importa que la fortuna haya menguado con un industrialismo con que no contabais y con una desvinculación que os ha dejado sin el patrimonio material que nosotros os hemos legado; basta el patrimonio moral de las grandes hazañas para que, en las horas de crisis de la Patria, deis el ejemplo a las muchedumbres. Escuchad esa voz. Vosotros formáis parte de la historia de España; si arrancaran violentamente los nombres de toda nuestra vieja aristocracia con todas las empresas que representan, esa historia quedaría desgajada, y esa historia habla desde los blasones y habla desde los sepulcros, y os dice en estas horas críticas, en estas horas supremas : Dad el ejemplo, haced de cada hogar una escuela de patriotismo, sin que os importe el tener o no fortuna ; tenéis el patrimonio espiritual, ése basta : porque no importa nada que los caballeros sean mendigos, con tal que los mendigos sean caballeros


Juan Vázquez de Mella (Extracto de del Discurso pronunciado en el Teatro de la Zarzuela, el día 31 de mayo de 1915)



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