«Democracia Netflix» por Juan Manuel de Prada para el periódico ABC, artículo publicado el 16/11/2019.
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Cuando quiero pulsar el grado de deterioro cognitivo que padece nuestra generación, le pido a un amigo que me pase tal o cual serie televisiva de moda, a ser posible de las que el cretinismo cultureta califica de «obras maestras» (que vienen a ser, aproximadamente, una cada semana). Fuera de la lectura del Apocalipsis, no creo que exista mejor diagnóstico de la decrepitud de la civilización occidental que la contemplación de uno de estos engendros, infestados siempre de los clichés ideológicos que conviene implantar en el cerebro de las masas cretinizadas. También resulta muy aleccionador estudiar los desafueros narrativos de los engendros, las paparruchas e inverosimilitudes que ensartan sus guionistas, las digresiones y morcillas que vetean la trama, las postizas complejidades que no son sino indecorosos barulletes argumentales (siempre irresueltos), las incongruencias ubicuas y sonrojantes. Pero acaso el rasgo más característico (e irrisorio) de tales engendros sea la inconsistencia de sus personajes, que en un capítulo se muestran bondadosos y en el siguiente malvados, en uno intrépidos y en el siguiente cobardones, en uno ingenuos y en el siguiente taimados (o viceversa), según convenga a la deriva oligofrénica de la trama. Personajes desquiciados y saltimbanquis que resultan irreconocibles de un capítulo a otro, personajes inaprensibles, caleidoscópicos, contradictorios, a veces abstrusos en su incoherencia (¡personajes posmodernos, al fin y al cabo!), como formados de añicos que no casan entre sí; pero que a nuestra generación se le antojan el no va más de la sofisticación, precisamente porque en su inconsistencia psicológica, en su falta de densidad moral, en su imprevisibilidad esquizoide encuentra aliviada un refrendo de su propio cretinismo.

La democracia funciona hoy como una de estas series. Es lo que podríamos llamar «democracia netflix», donde diversas hordas de zombis (o parroquias de adeptos) contemplan complacidas los cambios acelerados de opinión de sus líderes, que se desenvuelven como los personajes de las series televisivas, diciendo hoy una cosa y mañana la contraria, prometiendo hoy lo que mañana escatiman, proclamándose hoy liberales y mañana socialdemócratas (o viceversa), repudiando hoy el populismo y mañana abrazándolo amorosamente, enchironando hoy a los indepes y mañana copulando con ellos, etcétera. Y, en la democracia netflix ninguna de estas veleidades verbeneras provoca el hastío o enfado de los zombis de su parroquia, que contemplan con fruición esta ensalada de inconsecuencias, aunque, por supuesto -como le ocurre al adicto a las series-, al día siguiente ya no se acuerden de lo que su líder ha dicho el día anterior, porque en la democracia netflix la sucesión de los capítulos instala a las audiencias en una perenne suspensión de la incredulidad y en una suerte de placentera amnesia, en donde la incoherencia, la inconsecuencia, la contradicción llegan a convertirse en el hábitat natural donde los zombis demócratas chapotean felices. Si mañana sus líderes mantuviesen su palabra, cumpliesen sus promesas, fuesen fieles a sus alianzas o sostuviesen sus vetos, los zombis aullarían indignados. Sería como si a un botarate nutrido con series televisivas le pusieras de repente un ciclo de Tarkovski.

Me han enternecido las acusaciones que en estos días se han lanzado contra el doctor Sánchez, que ayer no podía dormir pensando en la posibilidad de que Podemos formase parte del gobierno y hoy le hace hueco, lamerón y genuflexo, en la cama. Hay gentes ingenuas y desfasadas que aún no entienden las fórmulas narrativas y las técnicas de composición de personajes que triunfan en la democracia netflix.

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