MONARQUÍA HEREDITARIA COMO FORMA DE GOBIERNO




Dada la situación crítica que padecemos, hemos decidido continuar las sesiones formativas sobre pensamiento político tradicional mediante nuestra página web. La sesión que se encuentra a continuación sería la que corresponde con el curso de formación que venimos desarrollando. En este caso, nos referimos a Monarquía hereditaria como forma de gobierno.

Rogamos se mantenga el estudio, por vía digital, para que cuando reanudemos el curso presencial podemos desarrollarlo de forma óptima. Respecto a las cuestiones y dudas que pudieran salir durante el estudio, recordamos que la dirección del correo del Círculo Hispalense está abierta para aclarar todo tipo de preguntas.
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Vamos a presentar en este artículo una apología de la monarquía hereditaria como forma de gobierno, para ello es preciso explicar primero cual es el fin al que sirven las distintas formas de gobierno posible, luego enunciaremos las condiciones principales que deben cumplirse para darse un buen gobierno y en cada una de ellas compararemos a la monarquía hereditaria con las demás.

El fin de toda forma de gobierno es evidentemente el gobierno mismo, es un medio por el cual no solo se decide al gobernante sino que delimita la forma y alcance de su gobierno. A su vez el fin del gobierno político como ya hemos visto en otros artículos más detalladamente es el bien común, que se traduce en la perfección de los gobernados mediante la virtud. Habría que matizar que la sociedad que cuenta propiamente con los medios para que el hombre logre su fin es la Iglesia, y que el gobernante de la comunidad política debe crear las condiciones adecuadas para facilitar el logro de este fin que no es natural sino sobrenatural.

Teniendo esto en cuenta podemos aventurarnos en tratar de esbozar algunas de las condiciones necesarias para que exista un buen gobierno estableciendo una jerarquía entre ellas.

La primera y más fundamental es obediencia por parte de los gobernados, pues es obvio que si el gobernante no es el que da orden a las acciones de los gobernados en vistas a un fin si no que cada individuo se ordena a sí mismo, no hay forma de gobierno ninguna sino que lo que tenemos es anarquía. Ahora bien, la obediencia se puede lograr de dos formas mediante la coacción o la amenaza de coacción o logrando la concordancia de la voluntad del gobernado con la del gobernante. Esto último puede a su vez lograrse de dos maneras, o bien logrando en el gobernado un convencimiento racional concreto en cada orden de que dicha orden debe ser cumplida, o uno emocional que le haga estar predispuesto a obedecer aún sin tener clara la razón.

Entre la obediencia fruto de la coacción o amenaza y la obediencia fruto de la concordancia entre voluntades es fácil ver cómo es preferible la segunda sin que ello signifique que la primera sea en bastantes casos la inevitable, en primer lugar porque otorga una mayor estabilidad al gobierno al no existir discordancia entre el gobernante y los gobernados, y en segundo lugar porque la obediencia fundamentada en el amor a un bien, en este caso el que se espera conseguir cumpliendo lo mandado, siempre da mejores frutos que la que se fundamenta en el miedo a un mal. Dentro por tanto de la obediencia por concordancia también parece claro que es mejor la que está fundada en la aprehensión racional del bien de lo mandado pues hace que el fin se presente de forma más clara a la voluntad que con una mera aprehensión digamos emocional de dicho bien. Platón en la República reserva esa aprehensión racional a los gobernantes mientras que a los gobernados les basta con que tengan una lealtad a las tradiciones basada no en conocimiento (Episteme) sino en opinión (Doxa), lo cual trata de lograr con su programa educativo, en el que se busca moldear los temperamentos y gustos de las personas para que estén en concordancia con el bien. Era consciente de que una aprehensión racional a cada ley es algo difícil de lograr, sin embargo la creación en el pueblo de un sentimiento de lealtad a ella no en una base puramente voluntarista, más típica de movimientos como el fascismo, sino en una experiencia de lo bueno, que moldee el apetito y, con ello, el juicio es más factible.

Expuesto todo esto, es preciso entonces ver qué forma de gobierno presenta las características más adecuadas para lograr la mejor obediencia posible en los gobernados. De primeras encontramos que en aquellas formas de gobierno donde está presente el proceso electivo, presentan una dificultad para lograr esa lealtad de la que antes hablábamos, debido a que tanto los que no fueron elegidos como los que apoyaban a los que no fueron elegidos para gobernar tienen ya de partida un incentivo de deslealtad. Esto es más acusado a mayor número de electores les sea permitido participar en el proceso electivo, siendo por tanto la democracia con sufragio universal la peor parada a este respecto pero no saliendo tampoco mucho mejor otras formas como la monarquía electiva o ciertas repúblicas aristocráticas donde aunque el número de electores sea menor, estos tienen por norma general mucha más influencia en la sociedad y por tanto su deslealtad tiene un impacto mucho mayor que la de otros y además puede ser causa de la deslealtad de otros muchos.

Podría argumentarse que actualmente gran parte de la población no considera válido ningún otro fundamento de gobierno que no sea el de la elección, y además por sufragio universal o al menos amplio, y que cualquier otra forma de gobierno provocaría deslealtad. Esto es cierto, pero debe notarse que esa opinión sostenida por la mayoría de la población no es solo falsa, sino que se basa en unos presupuestos éticos que son incompatibles con una vida virtuosa, que es el fin que el gobernante aspira a ayudar a conseguir para sus gobernados, por lo tanto, es difícil de ver como cualquier tipo de gobierno justo puede lograrse con la complicidad de una mayoría de la población que piensa así y para establecerlo habría que esperar pues a la llegada de unas condiciones que provocarían un cambio de opinión en la población, desapareciendo ese problema.

Podría también sostenerse una forma de gobierno que implicara un proceso electivo pero sin electores, es decir, sería a disposición del azar. La dificultad con esto, aparte de los problemas que presentaría para cumplir adecuadamente otras condiciones para el buen gobierno que más adelante veremos, es que la legitimidad del azar es bastante más débil que la ofrecida por otras formas de gobierno para lograr esa lealtad, debido a que el azar es algo arbitrario y no presenta nada que pueda servir como fundamento para esa lealtad.

Parece que los regímenes dictatoriales serían por la experiencia los más adecuados en lograr esa obediencia pero, aparte de las posibles disidencias que podría haber generado el dictador en parte de la población a la hora de llegar al poder, su mayor debilidad en este punto parece estar en el caso de la sucesión ya que aparte de que la legitimidad del gobernante pasa de ser méritos concretos a ojos de la población del dictador que le han aupado al poder a ser el respaldo de dicho dictador original, lo cual ya es algo más indirecto y débil, se introduce en dicha sucesión de nuevo el proceso electivo, que cuenta con las desventajas antes nombradas.

Es la monarquía hereditaria, pues, la mejor forma de gobierno con respecto a esta condición, porque la monarquía hereditaria está fundamentada en la tradición de la familia real, que corona una sociedad compuesta así mismo por familias. Esa tradición orgánica además de prescindir del proceso electivo y las desventajas que hemos visto que conlleva, permite la estabilidad necesaria para crear los lazos afectivos entre la institución monárquica y el pueblo, justamente porque hay continuidad natural en la sucesión, la de la herencia familiar. En un pueblo con una tradición monárquica como es el caso de España el Rey no representa un ideario o movimiento del cual se pueda disentir, sino una parte integral de la propia Patria, la institución monárquica, ninguna otra forma de gobierno, sobre todo en el caso español, se encuentra tan unida a la misma esencia de la Patria, y esto es debido a su carácter orgánico y tradicional del que antes hemos hablado.

La segunda condición para el buen gobierno, muy ligada a la de la obediencia, es la de la estabilidad. Ambas condiciones se encuentran muy ligadas porque la lealtad del pueblo al gobernante es requisito necesario para la estabilidad del gobierno, y como ya hemos visto la monarquía hereditaria es la forma de gobierno que más la asegura a priori. El segundo punto que afecta a la estabilidad de un gobierno es el de la estabilidad del propio gobernante así de y de sus políticas.

Es evidente que en una forma de gobierno donde el cargo del gobernante depende del mantenimiento de pactos o coaliciones con otras personas o formaciones la estabilidad es menor, así mismo en toda forma de gobierno donde exista proceso electivo no solo hay una mayor inestabilidad porque el gobernante puede ser sustituido en su cargo por los electores cada cierto periodo de tiempo, sino que en esos casos el sucesor en el cargo suele ser de ideas y políticas contrarias.

En los regímenes dictatoriales también hay inestabilidad aunque menor, el cargo del gobernante en este caso depende también en buena parte de mantener el apoyo popular que puede ser volátil, y también de aquellas personas o grupos que hayan favorecido su llegada al poder en primera instancia y tengan influencia en la sociedad. En estos casos la sucesión no suele conllevar a priori ese giro en ideario político, aunque en la práctica tenemos el caso reciente español donde se ha visto que la pervivencia del ideario del dictador tras su muerte presenta bastantes dificultades, ya que el dictador al ser en el fondo una especie de rey artificial lo es también igualmente su herencia que cuenta con mucho menos soporte que una fundamentada en la tradición como es el caso de las monarquías. Al deber el dictador su cargo a aquellos que le auparon en primer lugar al poder en vez de tenerlo por nacimiento, tanto él como su herencia está sujeta a muchas más influencias externas.

La monarquía hereditaria parece resultar también vencedora esta vez, no solo la experiencia certifica que es la forma de gobierno más estable, en particular en el caso que nos ocupa, el español, también pueden darse las razones teóricas para ello. La ausencia de cualquier proceso electivo la hace menos dependiente, aunque no indiferente, del apoyo popular o de cualquier otra influencia externa, esto se ve de forma especial en la sucesión, el sucesor aparte de no depender de nadie para llegar al poder no solo no es rival político de su predecesor, sino que lo es por herencia familiar, y suele haber sido educado bajo la atención o tutela del anterior monarca, no es posible lograr un mayor grado de continuidad que esta, lo cual también aporta la tranquilidad necesaria al actual gobernante para poder llevar a cabo su cargo especialmente a largo plazo, sin tener que pensar sus políticas serán desbaratadas por su sucesor. Al tenerse además clara la sucesión desde el principio no se incentiva lucha alguna por ella, lo cual es foco de gran inestabilidad en muchas otras formas de gobierno, basta echar un vistazo a la historia de la monarquía electiva visigoda para ello, con continuos asesinatos y rebeliones.

La tercera condición para el buen gobierno es la justicia, de poco sirve que el pueblo sea leal y el gobierno estable si este no cumple su fin y es injusto. Para que el gobierno sea justo debe serlo el gobernante, el cual debe mirar por el bien común de su pueblo antes que por ningún bien privado, sea el suyo o el de otras personas o grupos. La monarquía hereditaria al otorgar al Rey su puesto por derecho de nacimiento y no por factores externos no introduce de primeras deuda o dependencia alguna del gobernante con respecto a otras personas o grupos, mientras que en las otras formas de gobierno el gobernante ha accedido a su cargo gracias a un respaldo externo que conlleva ya cierta dependencia y que bien puede usarse para poner intereses privados por encima del interés común. Esto es evidente en los regímenes democráticos actuales donde los candidatos contraen deudas con determinados grupos de presión y con patrocinadores de su campaña, de la misma forma para asegurar su reelección los gobernantes pueden verse tentados a favorecer a ciertos grupos sobre otros para asegurar su respaldo en el próximo proceso electivo.

La cuarta condición para el buen gobierno es la eficiencia. Esta suele ser la que se usa más en contra de la monarquía hereditaria, pues algunos incluso admitiendo que esta aporta una mayor estabilidad entre otras cosas, dicen que eso no compensa la ausencia de meritocracia que provoca que el gobernante lo sea por derecho de nacimiento, lo cual introduce una ineficiencia al no elegirse como gobernante al mejor para el cargo. El problema con este argumento es doble, el primero y principal es que hace una falsa identificación entre la persona con mejores dotes para gobernar y la persona que daría mejor resultado como gobernante. Para que se vea más claro pensemos en un ejemplo sencillo, es evidente que Fernando Alonso es mejor piloto que cualquier joven que este empezando en la disciplina, pero si a Fernando Alonso le doy un seiscientos y al joven un Ferrari de F1, aunque Fernando Alonso tengo mejores dotes para el pilotaje su resultado será peor al contar con peores medios. Lo mismo ocurre con los gobernantes, incluso aunque mediante un proceso electivo fuera uno capaz de elegir a una persona muy dotada para el gobierno, esta contaría con peores medios que un Rey por nacimiento por lo que hemos expuesto antes, ya que tendría que gobernar con una legitimidad más volátil que la que ofrece la monarquía hereditaria y con una situación de mayor inestabilidad. Debería demostrarse que otra forma de gobierno que permita en teoría esa meritocracia, daría lugar a una tendencia media de calidad en los gobernantes tan superior a la que se conseguiría con la monarquía hereditaria, que justificara la pérdida de legitimidad, estabilidad e incorruptibilidad, lo cual ya parece bastante menos claro. El segundo problema del argumento es que presupone que existe alguna forma de gobierno que asegure esa meritocracia en el proceso electivo cuando la práctica parece señalar que quien triunfa en ellos suele hacerlo más por retórica sofística u otros medios bastante alejados de la demostración de méritos para el cargo, esto resulta algo evidente en los regímenes democráticos actuales pero también puede verse en las monarquías electivas o dictaduras, donde el grado de populismo es a veces incluso superior. Cabe señalar también que la capacidad del Rey para gobernar en una monarquía hereditaria está muy lejos de ser algo azaroso, justamente al tenerse tan clara la sucesión, ello permite una educación desde el primer instante en las dotes necesarias para el gobierno.

Al aportar como hemos visto la monarquía hereditaria una mayor estabilidad que otras formas de gobierno permite al gobernante la aplicación de políticas necesarias aunque impopulares sin tener que temer a la pérdida de su cargo, igualmente permite un pensamiento a largo plazo que se ve desincentivado en las formas de gobierno donde hay un proceso electivo cada cierto periodo de tiempo, pues en ese caso hay incentivos para tomar o dejar de tomar medidas políticas no buscando lo mejor para el pueblo sino lo mejor para la reelección, introduciendo así una actitud cortoplacista en los gobernantes que es claramente ineficiente.

En conclusión, la monarquía hereditaria además de ser la forma de gobierno tradicional de España se muestra también como la opción más práctica para lograr un buen gobierno, debido a su mayor predisposición para crear lealtad en la población y su mayor estabilidad, incorruptibilidad y eficiencia. El hecho de que muchas personas sean reacias a siquiera considerar esta forma de gobierno como aceptable se deriva más que de un análisis serio de sus características, de una falsa presuposición de que es injusto que el gobernante tenga su cargo por nacimiento en vez de por méritos, pero aparte de ser seguramente algo iluso suponer que otras formas de gobierno implican esa meritocracia, el fin que se busca lograr al establecer una forma de gobierno es facilitar lo más posible un buen gobierno, y si eso lo logra la monarquía hereditaria, no hay nada injusto en ello que nos obligue a usar otras formas de gobierno aun siendo peores, el cargo de gobernante no es algo que se deba por justicia al que mayores capacidades tenga para gobernar, el fin del cargo es como expusimos en el principio el bien común del pueblo gobernado, y si eso se consigue mejor con un sistema no meritocrático no hay nada de malo en ello.

Manuel Blanco




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