«Psicópatas, degenerados y envidiosos» por Juan Manuel de Prada para el periódico ABC, artículo publicado el 21/12/2020.
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Pues ya tenemos la Navidad convertida en una pesadilla de prohibiciones y restricciones cambiantes que espanta al más pintado. Una pesadilla que, como cualquier proyecto de biopolítica que anhela destruir el núcleo de la vida afectiva de sus dominados, se funda en el capricho, como prueban las limitaciones impuestas para las reuniones navideñas, que fijan el número máximo de personas de forma arbitraria, sin evidencia científica que lo respalde, por el placer de expoliar la vida personal de los dominados. No debemos olvidar que la misma chusma que nos impone estas limitaciones a los encuentros navideños entre familiares que se conocen y se aman no ha opuesto reparo alguno al funcionamiento libérrimo de las aplicaciones de folleteo, que propician cada día miles de intercambios de flujos entre degenerados que ni se conocen ni se aman.

Aunque la buena gente suele olvidarlo, la casta política está infestada de psicópatas con una vida moral y afectiva hecha añicos, en muchos casos adictos a las drogas, entregados en la intimidad a las pasiones más aberrantes y decididos a consagrar tales pasiones como virtudes públicas, que disfrutan como enanos convirtiendo a sus dominados en una piara de esclavos tan dependiente del placer como intolerante al dolor. Nada proporciona mayor gozo al degenerado que modelar una sociedad a su imagen y semejanza. Y en este modelaje ocupa un lugar preponderante la conversión de la fiesta religiosa -la reunión de personas que se conocen y se aman para recibir un don espiritual y comulgar entre sí, a la luz de una creencia común y trascendente- en una parodia monstruosa, donde personas que ni se conocen ni se aman se juntan para consumir bulímicamente, para drogarse hasta el vómito, para percutirse todos los orificios, entre las tinieblas de un escepticismo disgregador y animalesco.

Pero la plaga coronavírica ha dificultado sobremanera el modelaje de esta sociedad de degenerados, impidiendo o estorbando la realización de sus orgías, aquelarres y jolgorios. Y, a la vez que impide o estorba la parodia monstruosa de la Navidad, ¡la plaga deja intacta la posibilidad de la celebración de la fiesta religiosa! Este contraste los degenerados lo perciben como un agravio; pues la envidia, como nos enseña Unamuno, es «madre de la democracia». Para la chusma gobernante, no existe mejor método de conseguir adeptos que excitar la envidia de los degenerados, infundiéndoles la creencia de que sus duelos serán más llevaderos si disminuyen los bienes y la felicidad de quienes aún se resisten a la degeneración. Esta es la razón por la que han impedido que las pruebas de detección del virus sean accesibles, la razón por la que imponen restricciones cambiantes y caprichosas a las reuniones familiares. Son una chusma que odia el Bien, la Verdad y la Belleza; y cuentan con una innúmera piara de esclavos que los aplaude. Así de duro y así de simple.

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