Revista FUERZA NUEVA, nº 106, 18-1-1969
Santander conmemora el XXXII Aniversario del buque-prisión “Alfonso Pérez”
“LA PALABRA MUDA DE NUESTROS MÁRTIRES ACTUALIZA LAS RAZONES PERMANENTES DE SU SACRIFICIO”
Por Antonio de COSSÍO Y ESCALANTE, sacerdote
El pasado día 27 de diciembre (1968) se conmemoró en Santander el XXXII aniversario del martirio por los rojos de los presos del barco-prisión “Alfonso Pérez”. En la cripta de la catedral se celebró un funeral, presidido por las autoridades provinciales, al que asistió gran cantidad de público. La homilía fue pronunciada por el obispo de la diócesis, monseñor Cirarda. A continuación se trasladaron los asistentes al lugar donde estuvo atracado el “Alfonso Pérez”, y allí se rezó un responso y se depositaron coronas. Los actos terminaron con el “Cara al Sol”. Es de destacar la asistencia cada vez mayor de sacerdotes de la diócesis de Santander a estos actos conmemorativos, que constituyen un recuerdo permanente de las atrocidades cometidas en la provincia durante el tiempo que estuvo sometida al poder rojo y que hacen incomprensible el que hoy, personas que aseguran pertenecer a organizaciones apostólicas colaboren en organizaciones subversivas, como las Comisiones Obreras, con los comunistas asesinos de católicos, seglares y sacerdotes. Por constituir una interesante glosa al significado de los actos, reproducimos a continuación la parte fundamental de la homilía preparada por el sacerdote don Antonio de Cossío y Escalante par el funeral antes citado, y que no fue pronunciada ante el deseo del señor obispo de rendir personalmente tal tributo a los mártires de la Cruzada.
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Estamos a distancia de un hecho, misterio de dolor y de gloria, en el que un nutrido grupo de ciudadanos y de sacerdotes fueron bárbaramente asesinados en las bodegas y sobre la cubierta del barco-prisión “Alfonso Pérez”.
Estamos también a distancia de otro hecho, la institución de la Eucaristía, que estamos celebrando, misterio de dolor y de gloria, en el que la hora de las tinieblas se precipitó sobre Jesús y se resolvió en la victoria sobre el pecado y la muerte, la mañana quieta y translúcida del día de Resurrección.
Estamos celebrando la memoria de dos hechos, de dos sacrificios, de dos calvarios y de dos victorias:el sacrificio de los caídos por Dios y por España y el resurgimiento de sus cenizas de la nueva España, y el Sacrificio de la Cruz, con la contrapartida de la apoteosis pascual.
Estamos en esta doble celebración no sólo para recordar, sino para retrotraer y actualizar lo que fue, para que siga siendo como fue y de esta forma se perennice entre nosotros “vere, realiter et substancialiter”.
El progresismo, contra la Eucaristía
Dicen que los hechos históricos se clarifican y se equilibran en la perspectiva del tiempo. Pero no creo yo que sea el tiempo, sino el ojo que mira en el tiempo y a lo largo del tiempo los hechos históricos. Es Jesús quien habló que los ojos limpios clarificaban todo el ser y los ojos turbios lo inundaban de tinieblas.
Ahí tenéis, hermanos, la suerte que le ha cabido a la institución de la Eucaristía. El Sacrificio de la Cruz está corriendo en la perspectiva de nuestro tiempo, que presume de atención y de sensibilidad a los signos de los tiempos, las más arbitrarias y caprichosas interpretaciones. Ahí tenéis cómo esa cabalgadura sin montura y a pelo, agarrada a la crin desmelenada del viento de la historia, ha sido capaz de hacer corrimientos alarmantes en la misma historia, con visuales filosóficas, teológicas y bíblicas de color subjetivista y de libre examen. Ved cómo esas perspectivas, disfrazadas con el velo de la desmitificación y de la vuelta a las fuentes, en vez de enquiciar, desquician; en vez de ceñir, aflojan; en vez de ajustar, pasan la rosca y cascan.
Y así, las verdades más exactas, las más rotundas, los dogmas, son desquiciados y corridos de plano y, como el manantial y la fuente inicial se descomponen bellos y caprichosos surtidores domésticos que bañan y embellecen la estrecha parcela de cada estrecha razón, robando el caudal al magisterio autorizado y único de la Iglesia (…)
La voz de los muertos
Si por esta pendiente acelerada de la historia, cuya meta terminará siendo el nihilismo absoluto, se han echado a rodar tantas cosas sagradas, ¿qué suerte les ha podido caber en esas altiplanicies de perspectiva histórica a la muerte de unos patriotas cuyos huesos están aquí, en la guardia horizontal de su tumba, junto al altar de Dios?
Si la Palabra de Dios nos dirige y nos acerca en cada misa a la actualización y perennización del Sacrificio de la Cruz, la palabra hoy muda de nuestros caídos nos actualiza los valores y las razones permanentes que motivaron la ofrenda de sus vidas.
Si un día los hechos de los hombres fueron elevados por la Gracia, convirtiéndose en Palabra de Dios en la narración neotestamentaria de los Hechos de los Apóstoles, ¿no será hoy también una palabra divina en tono menor la palabra del silencio expresivo de los muertos que conmemoramos?
Escuchemos su silencio y el silencio cómplice, porque nos interesa saber muy bien si las razones y los motivos de su ofrenda a la patria siguen siendo válidos o están sujetos también, como el Sacrificio de la Cruz, a la acción disolvente del tiempo y deben ser sometidos a revisión.
Hoy que se lleva hasta el desfasamiento la sublimación de las realidades temporales y, en cierto sentido, han venido a ser como un invento de comunión laica, en la que se quiere dar al hombre aquellas piedras que el Señor rechazó en el desierto. Hoy en que, por otra parte, el coletazo arrasador del laicismo militante, con su bandera naturalista y desacralizadora, ha hecho presa en sectores no pequeños de personas y de instituciones eclesiásticas, hoy digo: ¿Se atreverá alguien a decir que los deberes para con la patria son algo neutro, una tierra de nadie? Si, ante la crítica corrosiva y demoledora que de un tiempo a esta parte se hace a la Iglesia Católica desde dentro de la Iglesia misma y con argumentos y sistemas importados de los seculares enemigos de la misma, Su Santidad Pablo VI ha recordado a los católicos que la Iglesia es su prójimo, su primer prójimo (¡su Madre!, hubiera añadido yo) ¿se atreverá alguien a negarme que la patria es nuestro prójimo, nuestro segundo prójimo?
La voz penetrante de estos muertos, ¿no nos habla con acentos sublimes de que su patria, de que España, fue para ellos el prójimo, al que ellos entregaron alegremente su hacienda, sus amores, su vida? Si agudizamos el oído y nos volvemos a escucharles no pecamos de inmóviles, sino que reactivamos resortes sagrados que nos propulsan hacia una zona que no es neutra, que tiene algo desagrado, una vinculación con lo divino, una tangencia religiosa con lo trascendente que expresa en la voz íntima de la ley natural y que registra la conciencia de todo hombre.
La Iglesia y la Patria
¿Ha querido Dios incidir en este asunto esclareciéndolo y urgiéndolo?
Permitidme que para responderos no recurra a los textos clásicos sagrados, ni siquiera los Santos Padres, sino que lo haga en el nombre del Magisterio de la Iglesia, precisamente porque en estos momentos está tan intencionadamente ignorado y silenciado. Escuchad a León XIII en su encíclica “Sapientiae Christianae”: “Ahora bien, si por la ley de la naturaleza estamos obligados a amar especialmente y defender a la sociedad en que nacimos, de tal manera que todo buen ciudadano esté pronto para arrostrar hasta la misma muerte por la patria…”
Prestad oídos a Pío XI en su encíclica “Divini Illius Magistri”: “Los católicos no hacen obra política de partidos, sino obra religiosa indispensable a su conciencia, y no pretenden ya separar a sus hijos del cuerpo ni del espíritu nacional, sino antes bien educarles en el modo más perfecto y más conducente a la prosperidad de la nación, puesto que el buen católico, precisamente en virtud de la doctrina católica, es, por lo mismo, el mejor ciudadano, amante de su patria y lealmente sometido a la autoridad civil constituida, en cualquier forma legítima de gobierno”.
Sufrid con Pío XI, cuando le arrancan a la juventud alemana, en la encíclica “Mit brennender sorge”, decirles:“… que nadie ponga tropieza en el camino que debiera conducirla a la realización de una verdadera unidad nacional y fomentar un noble amor por la libertad y una inquebrantable devoción a la patria”.
Sigamos más adelante y estremeceos, porque estas palabras parece que se dirigen hoy a nosotros. Ved como la energía de Pío XI se opone “al contraste querido y sistemáticamente exacerbado…”,“pero que les oculta la ventaja que proviene a la cultura occidental de la unión vital entre la Iglesia y nuestro pueblo…”
Seguid con Pío XI en la encíclica “Ubi arcano”, previniendo: “…cómo la soberbia de la vida ha llevado a los partidos políticos a contiendas tan encarnizadas que no se detienen ni ante el crimen de lesa majestad ni ante el parricidio mismo de la patria”. Y añadir, en conceptos que no pronuncio por no hacerme largo, cómo el patriotismo puro es inspirador de grandes virtudes y heroísmos.
Ved, por último, porque las citas serían interminables, cómo el Concilio Vaticano II, siguiendo la continuidad magisterial permanente de la Iglesia, en la Constitución “Gaudium et Spes” nos dice en lenguaje cortante y moderno: “Cultiven los ciudadanos con magnanimidad y lealtad el amor a la patria”.
Héroes y mártires
Oído muy sucintamente el magisterio de la Iglesia sobre la patria y los deberes ineludibles para con ella, ¿no queda centrado e iluminado ese compromiso temporal de estos colosales testigos de la patria? En otras palabras, ¿el testigo fiel de la patria derramando su sangre por ella no ejerce un sacerdocio que adentra, separa y ofrece esta sangre sobre el altar donde las realidades temporales se consagran?
Si se acepta la ofrenda y se la lleva al altar es porque en el juicio del sacerdote, en ella se reúnen las condiciones de materia válida y lícita que la hacen susceptible de ser consagrada y elevada. ¿Estas vidas segadas son materia válida o materia rechazable? Hagamos dos consideraciones. Imaginemos que España es un altar, un altar exacto y concreto, hecho piedra a piedra por la historia, y en el que sabemos también por la historia que se han derramado muchas sangres. Cuando un español jura la bandera y la besa, besa ese altar que es España, como el sacerdote besa el altar del santuario. Pero cuando un español aprieta con sus labios y sus manos esa bandera roja y gualda, jura que derramará su sangre, si fuera preciso, hasta la última gota. Ese juramento no por su laconismo castrense pierde el alto voltaje espiritual de que va cargado. Desde ese momento cada español sabe que se ha convertido en víctima y en holocausto de la patria.
Os decía que se han vertido muchas sangres sobre ese altar y, para bien o para mal, nuestra historia nos dice que ese altar de la patria ha estado siempre sobrecargado de generosas ofrendas. Pero voy a poner mi objeción de conciencia: ¿No hablaba Pío XI de que se debía educar en el espíritu nacional? ¿El espíritu nacional son muchos espíritus o es un único Espíritu que informa como el alma al cuerpo a todos los españoles?¿No es la patria precisamente la herencia de ese espíritu que se nos entrega de generación en generación y hace como la misma Iglesia que, sujeta a todos los avatares, es siempre y por encima de todo, a través del tiempo, igual así misma?¿No es esa herencia el talento que se nos entrega como quehacer temporal, cuyo enterramiento es sepultar la patria y cuyo cambio es venderla?
El sentido de la patria
Tres sangres se derramaron el Viernes Santo sobre el altar del Gólgota. Muchas sangres se vertieron sobre el altar de España cuando, el 27 de diciembre de 1936, derramaban la suya estos testigos de la patria.
¿Es el altar o son las intenciones de las víctimas que se entregan lo que distingue a los testigos auténticos de la patria y a los testigos falsos? La comunión con el espíritu nacional será, en definitiva, el criterio para declarar a un español fielo infiel a la patria. ¿O es que era lo mismo morir sobre el altar de España con blasfemias en los labios y gestos de reto, como el mal ladrón, Gestas, o con plegarias sublimes, como Jesús y Dimas, el buen ladrón?¿ O es que era lo mismo morir sobre el altar de España al grito “U.R.S.S.” o al grito jubiloso de “Arriba España”, o “Nosotros morimos pero España se salva”? ¿O es que era lo mismo morir por salvar o por no ceder el talento entregado y heredado que hacer una venta de la patria al extranjero?
¡Filosofía de España, metafísica de España, esencia y sustancia de la Patria, el ser y el no ser de España!...
Ahí tenéis cómo he tratado de clarificaros que hay un “sensus patriae” que armoniza la patria y la construye, como hay un “sensus Ecclesiae” que la purifica y embellece. Porque no son los que se matan por la patria y por la Iglesia los que la salvan, sino los que las sirven como ellas quieren ser servidas y porque sobre la patria ha habido siempre sangres con las que se pudo celebrar una misa blanca o una misa negra.
Por eso, porque sabemos de dónde vienen las palabras que amontonan la tierra para enterrar a ese Dios, de quien ya se dice que “ha muerto”, levantamos hoy la Hostia, que es el Dios, y le adoramos vivo; por eso mismo también levantamos la losa de la tumba de los caídos en el “Alfonso Pérez”, para que, en el santuario de la patria, el buen olor de sus cenizas sea como el incienso con que inmediatamente incensaremos el altar, y los pulmones de la patria se oxigenen, se limpien y se tonifiquen.
Unidad de destino
Cuando todos hemos escuchado entre nosotros estas o parecidas frases: “La empresa de edificar un plan de resurgimiento histórico es algo que puede realizarse sin apelar al signo católico de los españoles”, “Es una empresa que la Iglesia católica misma ni intenta, ni debe, ni se le permitirá emprender”, “España necesita patriotas que no la pongan apellidos”, “El patriotismo al calor de las iglesias se adultera, debilita y carcome”… es cuando nosotros nos metemos en la Iglesia, porque es la Iglesia, como hemos oído en su magisterio, quien nos ha hecho patriotas y universales; porque es la Iglesia la única que enseñó y pudo construir en el mundo la “Civitas”, la ciudad terrena, en las precisiones del derecho natural y positivo,y que es un anticipo terrestre de la Ciudad Celeste, que se eleva hasta la Gloria y queda rematada en la Patria Celestial.
Esta es la razón por la que seguimos educando el espíritu nacional en recogimiento de nuestras iglesias, en la severidad entrañable del canto gregoriano, poniendo junto al altar los huesos de los caídos con el cuidado y el esmero con que en el canon romano, que ha pronunciado durante más de cuatrocientos años de Iglesia católica universal, se han adosado antes y después de la consagración, dos catálogos de testigos y amigos de Jesús, y tras nuestros tabernáculos la devoción popular colocó junto a Jesús, y como en permanente guardia sobre los retablos, a aquellos que en la vida y en el cielo le rodearon y de los que Él mismo quiso rodearse, y que cuajó y se remató en piedra en el expresivo pórtico de la Gloria, en tierra española, en Santiago de Compostela.
El sentido nacional jamás se automutilará el apellido de católico, porque la pérdida del apellido será la pérdida del sentido nacional, y porque sólo con ese apellido y lo que significa se puede ser al mismo tiempo nacional y universal, como demuestra nuestra historia y genialmente definía aquel que captó como pocos el alma de España: “Unidad de destino en lo universal”.
Ya estáis viendo cómo los pueblos que no tienen esa unidad de destino, hoy no son pueblos, sino mercados, y cómo sus habitantes no son hombres sino consumidores, y cómo las patrias ya son sólo países que han cambiado el alma por las ventajas y la funcionalidad que dobla el espinazo ante la última tentación, “todo esto te daré si, poniéndote de rodillas, me adoras”.
Por eso es nuestro deber sacar del olvido y devolver al santuario de la patria a la ciencia española, arrumbada y sustituida, como el arte de muchas de nuestras iglesias, por el fetichismo idolátrico de un falso pensamiento español o importado de más allá de nuestras fronteras. Que esa ciencia española, que existe y está ahí y debe fomentarse en la mejor inversión de todos los planes de desarrollo, corra como una vena de agua transparente, como una gran arteria que riegue el cerebro de nuestra universalidad civil y eclesiástica, y corra por el cuerpo y los miembros de la patria para filtrarse y renovarse en el corazón de España, que es el pueblo. Ese corazón a quien tantas veces le faltó la cabeza, no porque no la hubiera, sino porque se la robaron.
Así España podrá andar por sí misma, conocerse a sí misma, desarrollarse a sí misma, paseándose por el genio de sus propias ideas y sirviendo al mundo su propio genio.
Antonio de COSSÍO Y ESCALANTE, sacerdote
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